Los vestigios de la Tailandia poderosa, con sus antiguas capitales-reinos de Ayutthaya (s. XIV) y Sukhotai (s. XIII), se encuentran yendo hacia el norte del país; y siguiendo este orden, queríamos ir retrocediendo hacia el pasado en la historia del antiguo Siam. Nuestro plan era salir bien temprano para coger la primera furgoneta que saliese de Bangkok hacia nuestro destino; pero como siempre que existe un plan, aguarda un imprevisto, tras madrugar, tuvimos que esperar dos horas a que llegase la de recepción para poder hacer el check-out. Debió de darse cuenta de nuestra espera, pues al llegar, tras disculparse, nos sacó unos donuts de “reconciliación” que parece que estaban reservados a los trabajadores. Tomamos el donut de la paz y nos pusimos en camino.
La Lonely marcaba que en Victoria Monument encontraríamos las furgonetas que salen hacia Ayutthaya, y así fue. Respiramos… Parece tontería, pero cuando uno viaja y quiere evitar tres horas en tren (que en furgoneta se hacen en una), o pagar cuatro veces menos, debe fiarse de encontrar el lugar marcado como salida alternativa y que el precio siga siendo el mismo. Una vez hecho, resulta fácil, pero en el momento es una cuestión de confianza “a ciegas”, pues uno intenta manejar los conocimientos y ventajas de los locales sin serlo (síndrome de camuflaje del turista); así que sólo queda creerse las aportaciones de la guía, que ya se sabe que no siempre son precisas.
La Lonely marcaba que en Victoria Monument encontraríamos las furgonetas que salen hacia Ayutthaya, y así fue. Respiramos… Parece tontería, pero cuando uno viaja y quiere evitar tres horas en tren (que en furgoneta se hacen en una), o pagar cuatro veces menos, debe fiarse de encontrar el lugar marcado como salida alternativa y que el precio siga siendo el mismo. Una vez hecho, resulta fácil, pero en el momento es una cuestión de confianza “a ciegas”, pues uno intenta manejar los conocimientos y ventajas de los locales sin serlo (síndrome de camuflaje del turista); así que sólo queda creerse las aportaciones de la guía, que ya se sabe que no siempre son precisas.
El viaje fue una hora breve;
quedaba lo peor: otra hora eterna andando bajo el sol con la mochila a cuestas
para llegar al hostal evitando pagar el doble de lo que había costado llegar
hasta Ayutthaya; menos mal que nos sirvió de bálsamo cruzarnos en el camino con
unos elefante-taxis que paseaban a los turistas por las ruinas cuya base estaba
en nuestro recorrido, y que las vistas caminando junto a las ruinas se hacían
más llevaderas. Cuando el sudor empapaba nuestras camisetas, llegamos al
hostal: estilo casita de madera junto al río, con baño compartido y vistas selváticas
en contrapicado a falta de techo.
Tras 15 minutos de descanso,
emprendimos marcha con nuestras bicicletas alquiladas hacia las ruinas. La que fue
antigua capital de Siam en 1350 se ha convertido en un Bagan reducido, de
templos esparcidos regados de chedis
o stupas (figuras en forma de
campanas plantadas en el suelo con una aguja final) a las que se les ha descascarillado
con el paso del tiempo, pero muy dignamente, la capa de maquillaje que revela
la estructura interior de ladrillos. Aún queda algún Buda sedente contemplando
con tranquilidad el paso del tiempo, meditando eternamente, algunos que han sufrido
la decapitación tras invasiones…
pero hay uno, cuya suerte irónicamente los
supera pues tras perder su cabeza, se hizo la más famosa y fotografiada de entre
las ruinas del antiguo reino gracias a la historia de amor de un árbol cuyas raíces
protectoras se apiadaron del rostro abandonado y quiso consolarlo en un abrazo.
De vuelta a nuestro refugio de
madera, tuvimos que hacer una parada ante la extrañeza de lo que veíamos. Lo que
parecía un equipo de rescate había atrapado a un lado del arcén algo ante lo
que se apelotonaban; así que retrocedimos curiosos sobre nuestras ruedas para
descubrir con sorpresa el motivo de su amontonamiento: ¡habían atrapado a un cocodrilo
y ahora posaban orgullosos ante su presa!
Seguimos pedaleando con la impresión
del encuentro y nos acercamos a despedir las ruinas viendo atardecer ante la
Wat Phra Ram.
El día siguiente también
madrugamos en vano. Los imprevistos y la espera en los viajes son el pan de
cada día; pero con paciencia todo llega. Cinco horas de espera para coger el
bus y seis de recorrido eran el precio por llegar a las ruinas del antiguo
reino de Sukhotai. Pero total, un día de viaje para retroceder un siglo en la
historia del país creíamos que era un precio justo.
El quinto día por fin mereció la
pena madrugar, pues las horas, junto con el día que amaneció nublado, aletargaron
a los turistas y pudimos empezar el recorrido sin aglomeraciones. Si Ayutthaya
impacta por la belleza melancólica de sus ruinas y su buena conservación
considerando su longevidad, Sukhotai, aún más vieja, no sólo se preserva mejor,
sino que impresiona más por las lagunas que rodean sus templos y por la
personalidad de sus Budas:
el imponente Buda de Wat
Sri Chum (15m), cuyas curvas en su mano dorada transmiten la calma y la espiritualidad;
el Buda andante y estilizado de Wat Sa Si; o el Buda del espectacular Wat
Mahathat, con su fotogénico estanque con flores de loto presidiéndolo; son los
mejores ejemplos de cómo resistir al paso del tiempo despreciando dignamente la
palabra ruina.
Nuestro bus a Chiang Mai, por el
contrario, aún estaba en el camino de aprenderlo, pues literalmente hacía aguas
(no sabemos si por el aire acondicionado o porque llovía); pero es que ya se
sabe, en diners, torrons…
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