martes, 2 de agosto de 2016

Cuando la vejez no es la ruina (Bangkok-Ayutthaya-Sukhotai)


Los vestigios de la Tailandia poderosa, con sus antiguas capitales-reinos de Ayutthaya (s. XIV) y Sukhotai (s. XIII), se encuentran yendo hacia el norte del país; y siguiendo este orden, queríamos ir retrocediendo hacia el pasado en la historia del antiguo Siam. Nuestro plan era salir bien temprano para coger la primera furgoneta que saliese de Bangkok hacia nuestro destino; pero como siempre que existe un plan, aguarda un imprevisto, tras madrugar, tuvimos que esperar dos horas a que llegase la de recepción para poder hacer el check-out. Debió de darse cuenta de nuestra espera, pues al llegar, tras disculparse, nos sacó unos donuts de “reconciliación” que parece que estaban reservados a los trabajadores. Tomamos el donut de la paz y nos pusimos en camino.

La Lonely marcaba que en Victoria Monument encontraríamos las furgonetas que salen hacia Ayutthaya, y así fue. Respiramos… Parece tontería, pero cuando uno viaja y quiere evitar tres horas en tren (que en furgoneta se hacen en una), o pagar cuatro veces menos, debe fiarse de encontrar el lugar marcado como salida alternativa y que el precio siga siendo el mismo. Una vez hecho, resulta fácil, pero en el momento es una cuestión de confianza “a ciegas”, pues uno intenta manejar los conocimientos y ventajas de los locales sin serlo (síndrome de camuflaje del turista); así que sólo queda creerse las aportaciones de la guía, que ya se sabe que no siempre son precisas.

El viaje fue una hora breve; quedaba lo peor: otra hora eterna andando bajo el sol con la mochila a cuestas para llegar al hostal evitando pagar el doble de lo que había costado llegar hasta Ayutthaya; menos mal que nos sirvió de bálsamo cruzarnos en el camino con unos elefante-taxis que paseaban a los turistas por las ruinas cuya base estaba en nuestro recorrido, y que las vistas caminando junto a las ruinas se hacían más llevaderas. Cuando el sudor empapaba nuestras camisetas, llegamos al hostal: estilo casita de madera junto al río, con baño compartido y vistas selváticas en contrapicado a falta de techo.

Tras 15 minutos de descanso, emprendimos marcha con nuestras bicicletas alquiladas hacia las ruinas. La que fue antigua capital de Siam en 1350 se ha convertido en un Bagan reducido, de templos esparcidos regados de chedis o stupas (figuras en forma de campanas plantadas en el suelo con una aguja final) a las que se les ha descascarillado con el paso del tiempo, pero muy dignamente, la capa de maquillaje que revela la estructura interior de ladrillos. Aún queda algún Buda sedente contemplando con tranquilidad el paso del tiempo, meditando eternamente, algunos que han sufrido la decapitación tras invasiones… 

pero hay uno, cuya suerte irónicamente los supera pues tras perder su cabeza, se hizo la más famosa y fotografiada de entre las ruinas del antiguo reino gracias a la historia de amor de un árbol cuyas raíces protectoras se apiadaron del rostro abandonado y quiso consolarlo en un abrazo.

De vuelta a nuestro refugio de madera, tuvimos que hacer una parada ante la extrañeza de lo que veíamos. Lo que parecía un equipo de rescate había atrapado a un lado del arcén algo ante lo que se apelotonaban; así que retrocedimos curiosos sobre nuestras ruedas para descubrir con sorpresa el motivo de su amontonamiento: ¡habían atrapado a un cocodrilo y ahora posaban orgullosos ante su presa! 

Seguimos pedaleando con la impresión del encuentro y nos acercamos a despedir las ruinas viendo atardecer ante la Wat Phra Ram.

El día siguiente también madrugamos en vano. Los imprevistos y la espera en los viajes son el pan de cada día; pero con paciencia todo llega. Cinco horas de espera para coger el bus y seis de recorrido eran el precio por llegar a las ruinas del antiguo reino de Sukhotai. Pero total, un día de viaje para retroceder un siglo en la historia del país creíamos que era un precio justo.

El quinto día por fin mereció la pena madrugar, pues las horas, junto con el día que amaneció nublado, aletargaron a los turistas y pudimos empezar el recorrido sin aglomeraciones. Si Ayutthaya impacta por la belleza melancólica de sus ruinas y su buena conservación considerando su longevidad, Sukhotai, aún más vieja, no sólo se preserva mejor, sino que impresiona más por las lagunas que rodean sus templos y por la personalidad de sus Budas: 

el imponente Buda de Wat Sri Chum (15m), cuyas curvas en su mano dorada transmiten la calma y la espiritualidad; el Buda andante y estilizado de Wat Sa Si; o el Buda del espectacular Wat Mahathat, con su fotogénico estanque con flores de loto presidiéndolo; son los mejores ejemplos de cómo resistir al paso del tiempo despreciando dignamente la palabra ruina.

Nuestro bus a Chiang Mai, por el contrario, aún estaba en el camino de aprenderlo, pues literalmente hacía aguas (no sabemos si por el aire acondicionado o porque llovía); pero es que ya se sabe, en diners, torrons…

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