Nuestro día en bici comenzaba tras disfrutar como niños en
un hinchable gigante que había en el camping. La etapa no era muy larga y al
principio todo iba sobre ruedas: La carretera era relativamente plana, el sol
no pegaba fuerte y las nubes amenazantes se mantenían lejanas.
De camino vimos
una catarata que era sobrevolada por el drone
de un ruso que lo manejaba feliz a través de su móvil, al rato un bus apareció
y descargó un rebaño de turistas, era hora de volver al pedaleo y mientras nos
alejábamos el drone nos despedía
sobrevolando nuestras bicis.
Cuando paramos a almorzar las nubes amenazantes habían
comenzado a alargar sus brazos para llegar a tocar el suelo y el frío era
agotador, así que volvimos una vez más a las bicis. Cuando parecía que no podía
hacer más frío, llegó la lluvia subiendo la temperatura del ambiente pero
mojando el terreno y a nosotros. La lluvia nos acompañó unos 10km y como para
hacernos la puñeta se hizo más violenta al rato de empezar. Una vez llegados a
nuestro destino, empapados como sopas, se dio por vencida y se fue a otro
lugar.
Lo monstruos deben vivir en un lugar donde todo falla.
El día siguiente amaneció soleado. Nos esperaban únicamente
23km a Selfoss y un bus a Landmannalaugar,
esta región de las Tierras Altas de Islandia es conocida por sus termas y por
su paisaje, ya que la lava al solidificarse vistió las montañas de diversos colores
acaramelados.
En Selfoss abandonamos las bicis en un camping fiándonos de
la seguridad islandesa y nos tiramos en los asientos del bus a ver pasar el
paisaje sin tener que sudar. Todo iba bien mientras íbamos por la carretera
asfaltada, pero al cambiar el bus de rumbo y adentrarse en un camino lleno de
baches y tierra volcánica, la situación fue cambiando poco a poco.
Pasamos al lado del volcán Hekla, el paisaje era desolador,
podría estar habitado por monstruos, pero cambió radicalmente cuando el negro
se convirtió en verde ocupándolo todo. En este paisaje mucho más acogedor, las
cosas empezaron a fallar; como una premonición, el bus paró al lado de un 4x4
que había muerto ahogado tras superar un río. Los pasajeros intentaban
reanimarlo sin saber muy bien qué hacer. Uno de ellos alzaba los brazos en
señal de victoria. A partir de aquí, en cada cuesta medianamente
empinada el bus se calaba. Cómo no, el camino fue colonizado por cuestas y ríos que
superar, riéndose de nosotros.
Llegamos a nuestro destino tras varios fallos
del motor y caras de circunstancia de la gente, una hora más tarde. Nos
encontrábamos rodeados de las peculiares "montañas-caramelo", y la
explanada estaba okupada por decenas
de tiendas de campaña en lo que parecía un
festival de música. Para reforzar esta visión, tal cual bajábamos del
bus, nos dirigíamos todos en fila a pagar y conseguir nuestra ¡pulsera!.
Cuando comenzamos a montar, la maldición del lugar cayó
sobre nosotros y las piquetas no se clavaban en el suelo ni golpeándolas. No
sólo no se clavaban sino que se doblaban. El palo del avance, decidió que 3 ó 4
días de vida eran suficientes y se partió. La situación era desesperante, así
que hicimos lo que pudimos y nos fuimos a dar una vuelta por la zona.
En nuestra excursión, el paisaje nos hizo olvidar todas las
desdichas y disfrutamos de un prado verde y una zona con fuerte olor a azufre y
nubes de vapor que cubrían todo en una niebla que surgía de las profundidades
de la tierra. Ciertamente el lugar podría estar habitado por monstruos. Al
volver de la excursión, cenamos nuestra sopa del día y nos resguardamos del
frío en nuestros sacos.
Antes de abandonar Landmannalaugar,
quisimos hacer una excursión más y mapa en mano nos pusimos en camino.
Llevábamos una hora caminando, sin rastro del sendero pero rodeados de las dulces montañas, sólo estábamos nosotros y el viento comenzó a rugir
violentamente, enfriando nuestros cuerpos, chillándonos en las orejas. Nadie
duda que en este desierto ártico pueden vivir los monstruos. Dimos media vuelta
y una guía a caballo nos corroboró lo que ya sabíamos: Nos habíamos perdido.
Volvimos al camping y tomamos, esta vez sí, el camino correcto. Disfrutamos de
unas panorámicas de la región, realmente espectaculares y nos despedimos de
Landmannalaugar viendo al viento jugar entre las montañas, la hierba, o la lana
de las ovejas.
El bus abandonaba el lugar, superando esta vez sin problema,
cada bache, cada cuesta, cada río. Abandonábamos los paisajes acogedores y los
desoladores donde podían vivir los monstruos.
Dice una encuesta que el 60% de los islandeses cree en los
seres ocultos; esos que habitan las regiones inhabitadas y se esconden por
miedo a los humanos: Trolls, elfos… Si existen realmente o no, quizás no lo
sepamos nunca. Lo que sí está claro es donde viven los monstruos. Los monstruos
no viven bajo condiciones infrahumanas, ni donde todo falla, ni en un lugar
perdido e inhabitable. No viven en ninguno de estos lugares pero viven en todos
ellos.
Los monstruos viven en nosotros y sólo nosotros los podemos hacer
visibles.
Que bien sentir ese frío....ese ruido del viento..!!! Darnos un poquito...jeje.
ResponderEliminarPablo al oirte hablar de los "monstruos" que,por cierto totalmente de acuerdo contigo. He recordado la escena del"duende" recuerdas? También hacia mucho viento...y frío...y hace muchísimos años de aquello.
Desde Cannes Disfrutando del blog que has escrito. Las fotos muy chulas
ResponderEliminary la Naturaleza y el frío llegan hasta nuestra habitación.
Qué bien escribes! El salto de Mireia Impresionante.
Cuidaros mucho Besos para Mireia y para ti.
Mamá
Muy buenos recuerdos de Landmannalaugar, los cuales te has encargado de refrescar. A seguir disfrutando!!!!!
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