Después del monzón ártico que nos cayó en Vík, nuevos vientos soplaban alejando
las nubes negras y permitiendo al sol saludarnos. Llegamos a Skaftafell por la tarde y tras plantar
la tienda nos fuimos a inspeccionar la zona.
Skaftafell forma
parte del parque nacional Vatnajökull,
el parque nacional más grande de Islandia y el que alberga al glaciar más
grande de Europa. Con todo tan grande lo que se espera es espectacularidad y no
decepciona.
Nos acercamos en primer lugar a una de las lenguas del
glaciar: Skaftafellsjökull.
Una extensión helada se alzaba ante nosotros como si fuera
un tobogán enorme que acababa en una laguna. Los colores blancos y azules se
entremezclaban con los negros de la ceniza de erupciones volcánicas. Mirando
cara a cara a la gigantesca lengua, se notaba el aliento frío del glaciar.
En segundo lugar, visitamos Svartifoss: una cascada famosa por sus columnas basálticas negras.
En Islandia, como en todas las islas volcánicas, las desgracias vienen
acompañadas de nuevas oportunidades y las erupciones volcánicas han dado muchas
maravillas que atraen a miles de turistas.
Al día siguiente hicimos una nueva excursión pero esta vez
optamos por la visión de pájaro y subimos la montaña para deleitarnos con unas vistas
inolvidables. Las panorámicas de la región eran de un paisaje lunar que no
parecía retroceder ante la idea de entrar en contacto con las lenguas de Skaftafellsjökull y Svínafellsjökull. Nos quedamos un rato embobados mirando a la
inmensidad helada antes de volver al camping para recogerlo todo y prepararnos
para Jökulsárlón.
A menos de una hora de Skaftafell,
se haya este lago glaciar que sólo tiene 80 años de edad pero ya tiene más de 200 metros de profundidad.
Apareció del deshielo de una de las lenguas del Vatnajökull, el Breidamerkurjökull de nombre impronunciable, sigue
haciendo el lago más grande con el paso del tiempo y aporta restos de sí mismo
en forma de icebergs.
Todas las guías hablan de este lago que da al mar e incluyen
fotos, pero nadie está preparado para su belleza. Cuando llegamos la
temperatura parecía haber congelado el tiempo, y los icebergs de todos los
tonos azul claro y blanco que uno pueda imaginar, se fundían con un cielo
despejado que se empeñaba en salir en las fotografías por todos lados.
Ante nosotros y al alcance de la mano, yacían flotando pedazos de historia milenaria
que no eran más que páginas en blanco congeladas y a la deriva, que habían
visto tanto y no decían nada; tan solo esperaban que el paso del tiempo las
llevara al mar para salir de su monotonía.
El bus paraba una hora escasamente en esta laguna helada y
para nosotros el tiempo parecía ir más deprisa de lo normal. Aún así, tuvimos
tiempo de admirar los icebergs que habían conseguido huir de la laguna y tomaban
el sol en la playa, así como a una foca que jugaba al escondite con nosotros y
sacaba y metía la cabeza para ver si la habíamos visto bañarse.
Dejamos atrás con tristeza Jökulsárlón, deseando haber alargado el tiempo un poco más y nos
dirigimos a Höfn para pasar la noche
y el día siguiente.
Esta ciudad pesquera es a ojos de cualquier europeo un
pueblecito, eso sí, con mucho encanto por sus vistas al glaciar. El tiempo que
hemos estado aquí ha sido un oasis de tranquilidad; una calma absoluta lo inundaba
todo: la temperatura agradable, el silencio del viento, el impasible sol que
lucía espléndido y el cielo, que de nuevo se empeñaba por salir en las fotos por
partida doble.
Guau..que fotos más preciosas y vosotros dos también! La verdad es que se respira calma al verlas y leer.
ResponderEliminarBesos.