Son las 23h en Islandia y quién lo diría, el sol empieza a
esconderse pero aún no se atreve a hacerlo, tiene frío. Estamos en el bar del
camping y el ruido de gente nos envuelve como lo haría en medio de la ciudad; a
duras penas hemos conseguido mesa, y sin embargo, nos encontramos en medio de
la montaña entre Geysir y Gulfoss. Parece que los islandeses de la
zona tienen aquí su pub particular.
Vinimos a esta isla hace ya cuatro días vía Düsseldorf sobre
esta misma hora. Habíamos pasado por encima de glaciares de nubes que ni el sol
de medianoche se decidía a descongelar, excepto por una isla que irónicamente
unos vikingos bautizaron como Iceland. La isla desde lo alto era como una
colonia de liquen en la que los colores verdes de diferentes tonalidades se
mezclaban con marrones en una amalgama muy extraña que parecía irreal.
Las dos primeras noches dormimos en el “Galaxy Pod Hostel”, un Hostel con toques futuristas, que en lugar de
literas tenía cabinas espaciales individuales para transportarte hasta la luna.
Algo curioso de Islandia, que choca con nuestra cultura, es
su seguridad. Este es el país más seguro del mundo y aunque dejes la mochila en
medio de un parque y te vayas a dar una vuelta, ahí seguirá tu mochila. Para
este viaje con bicis es por descontado una gran ventaja. Acostumbrados a España
es raro no tener que desconfiar de que te roben algo por dejarlo inatendido o dejar
comida en una nevera común y que no desaparezca sin dejar rastro.
El segundo día lo dedicamos a preparar el viaje y dar un
paseo por Reykjavík, un pueblecito vestido de capital. Tras el paseo nos
convertimos en mecánicos para poner nuestras bicis a punto.
La primera etapa comenzaba con el caos de salida de la
capital, rodeados por un tráfico infernal. Parecía mentira que una ciudad tan
pequeña tuviera tanto tráfico. No es que aquí se reproduzcan los coches pero si
la isla tiene una población d 360.000 habitantes, acoge al año la friolera de
1.000.000 de turistas y no todos deciden ir en bici. La etapa tenía como destino
el Parque nacional de Þingvellir que
tiene, por un lado los restos del primer parlamento democrático del mundo y por
otro, la separación de las placas tectónicas Europa y Ámerica del Norte. Llevábamos
en la bici unas 4 horas y pico y no sé si por el cansancio, el frío o el despiste,
pasamos de largo el AlÞing
(Parlamento) y vimos de casualidad lo segundo, sin saber qué era lo que veíamos.
La segunda etapa en bici ha sido más completa y hemos tenido
como compañeros de viaje paisajes espectaculares que hacían más llevadero el
esfuerzo.
La primera parada estaba a 60km de Pingvellir, en Geysir.
Una zona con alta concentración geotermal, que alberga al famoso Geysir, el geiser primigénio que da
nombre a todos los demás. Su fama sin embargo ha decaído y la gente visita en
su lugar al fiable Strokkur cuya
puntualidad y buen hacer (5-10 minutos entre una erupción y otra), ha
conseguido que los turistas den la espalda al genuino.
La llegada al camping la hemos hecho acompañados de una
lluvia que se empeñaba sin muchas ganas en mojar el suelo que recorrían
nuestras cansadas bicis.
Para rematar el día, nos hemos acercado a las cataratas de Gullfoss que imponentes, escupían agua a
borbotones a 32 metros
de altura acicalándose con un arco iris como diadema. Son las 24h, al fin ha
caído el sol de medianoche, pero en este camping en medio de la montaña, los
islandeses se niegan a ponerse el pijama y pretenden empalmar con el sol,
aunque no sea muy complicado teniendo en cuenta que a las 3h vuelve a ser de
día.
Por Dios, cómo escribes! Y qué aventura!! Qué envidia! Disfrutad!
ResponderEliminarCris
Guau....que chulo...y que fresco se siente al leerlo...
ResponderEliminarDisfrutad...besos a los dos.
Buenas descripciones. A seguir disfrutando!!!!!
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