domingo, 21 de agosto de 2016

Once upon a time… (Mývatn-Laugagerdisskóli)

Dejadme contaros una historia: Mývatn significa “lago de las moscas enanas “, y mientras nos alejábamos de la región descubrimos el porqué; una nube de moscas nos daba la lata y nos rodeaba sin parecer importarle que fuésemos en movimiento. Sin ningún pudor, alguna se escapaba del pelotón y se aventuraba a practicar espeleología en nuestras orejas o bocas. Para más inri, las desgraciadas parecían ser invencibles y no había manotazo que no acertase otra cosa que no fueran nuestras propias caras. Se reían de nosotros. Por muy graciosa que resulte la imagen, no lo era. La situación era desesperante y nos tuvimos que evadir en nuestros pensamientos para no acabar lanzándonos contra el primer coche que pasara (creo que ni así habríamos conseguido quitárnoslas de encima). Pensé en el porqué de estos malditos seres, cuya única función parece ser dar por saco. No pican, no se alimentan de nuestra sangre, estos dementores que habitan el mundo se alimentan de nuestra desesperación. No hay otra explicación que tenga sentido.
Con el calor, sí el calor, acariciando nuestras caras abarrotadas de moscas nómadas, recordé una anécdota que había leído sobre Mývatn; años atrás a alguien se le ocurrió la genial idea de probar con el cultivo de la patata en los alrededores. Debido a las altas temperaturas bajo tierra, tuvieron que abandonar la idea porque las patatas salían ya cocidas.
Cuando nos habíamos hecho inmunes a las moscas, no tuvieron más motivos para acompañarnos y se fueron en busca y captura de otra víctima.

Un fiordo se abría ante nosotros y Husavík asomaba la cabeza. El sol brillaba orgulloso y maquillaba con sus rayos esta ciudad ya de por sí bonita. Husavík está a solo 50km del círculo polar ártico y es conocida por ser el puerto desde donde embarcan lo turistas para avistar ballenas. Parece sin embargo, que éstas saquen tajada y se lleven parte de la comisión porque los precios están por las nubes, aunque Islandia en sí misma no es conocida por sus gangas. El caso es que nosotros nos contentamos con pasear por la ciudad y con un helado y tomarnos una cerveza celebrando habernos librado de las moscas.

Viajamos al día siguiente a Akureyri en bus para llegar a tiempo salvando la larga distancia entre las dos ciudades. Akureyri es la segunda ciudad más importante de Islandia con unos 18.000 habitantes. Tiene una iglesia moderna y una calle principal llena de tiendas, muy acogedora. Pero nosotros la recordaremos porque aquí, descubrimos los Sundlaug. En España los cotilleos nacen, crecen y evolucionan en los bares, aquí lo hacen en las piscinas. Las piscinas o Sundlaug no son como las conocemos, gracias a Dios. Son todas de agua caliente y con varias opciones de diferentes temperaturas. Como un spa al aire libre, abarrotado de gente poniéndose al día en el chismorreo. Estar en el agua a 38º con el frío azotando en la cara, es todo un placer.

Abandonamos Akureyri bien temprano, rumbo a Borgarnes y fue a tocarnos de chófer un antiguo pescador con muchas historias que contar. Dicen que a los islandeses les encanta contar historias, no me extraña con las largas temporadas que deben pasar en casa, subyugados por el invierno. La historia misma de la isla viene de una laga tradición oral y la influencia de las sagas. Sea como fuere, el chófer cumplía con el tópico y en una parada nos deleitó con varias historias de alta mar, en las que las ballenas no solo eran protagonistas, sino que actuaban como los humanos, comunicándose y vengándose. Porque si haces algo malo a una orca, decía, te lo devolverá en cuanto pueda. Era alucinante escuchar al hombre contar las historias de manera tan apasionada. El bus se había convertido en el escenario de un cuenta cuentos para desesperación de algunos pasajeros que miraban el reloj, pero alegría de otros que prefieren viajar parando el reloj para alimentarse de experiencias.

Llegamos a Borgarnes a la hora de comer y la Península de Snæfellsnes nos acogía con buen tiempo. Pedaleamos disfrutando del día hasta un pueblecito cerca de Eldborg y al llegar al camping sentimos a lo lejos a los dementores alados riéndose de nosotros cuando vimos que el camping estaba cerrado desde hacía dos días. El camping es en verdad la parte trasera de una escuela y aquí la vuelta al cole es a finales de agosto. 
Por suerte, un hombre (el alcalde, el director de la escuela o un simple vecino del pueblo), al vernos las caras de cansados, nos dio permiso para quedarnos esa noche a pesar de que todo estaba cerrado. 
Plantamos en el patio y nos maravillamos con las únicas instalaciones a nuestro haber: las paredes que protegían nuestra casa ambulante.

Continuará… 

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