miércoles, 24 de agosto de 2016

Las raíces de la tierra (Siem Reap)

Todo parecía más sencillo (siempre lo parece); google maps marcaba dos minutos andando desde donde nos dejaba el sleeping bus que habíamos cogido en Phnom Penh hasta nuestro hostal; las fotocopias que llevábamos de Camboya no incluían mapa de Siem Reap, así que nos habíamos hecho un croquis de cómo llegar. El problema, que aún no habíamos descubierto, es que no estábamos donde creíamos, por lo que los dos minutos se convirtieron en una hora y media dando vueltas, preguntando aquí y allá. El segundo obstáculo venía por parte del hotel, pues muy pocas personas parecían conocerlo; por suerte, los camboyanos son muy amables y un hombre que usó su GPS nos hizo llegar a la calle en cuestión; pero la subimos y bajamos, y no había cartel por ningún lado. En una gasolinera, un chaval trató de echar un cable llamando al hotel, pero nadie lo cogía; subió a la moto siguiendo la señal de GPS; había un restaurante. Se disculpó por no ser de más ayuda pero no entendía nada; si habíamos reservado en Booking el hotel debería existir. Nos señaló el lugar donde debería de estar (entre una escuela y un orfanato) y entramos a preguntar en “otro” hotel. Resulta que habían cambiado el nombre en la web pero seguía siendo la señalización antigua; muy útil…

Dejamos las cosas y fuimos a alquilar unas bicis para recorrer Angkor. Regateamos el precio y en seguida estábamos pedaleando sobre unas mountain bike, acercándonos al tercer inconveniente: tras 20 minutos en bicicleta, en el check point nos informan que a 8 km en la otra dirección es donde se compran las entradas. “¿No habéis visto la señal?”, parece sorprenderse el policía al tiempo que nos ofrece un tuk-tuk para llevarnos hasta allí. Efectivamente, la venta de entradas estaba a tomar viento; menos mal que aceptamos dejar las bicis allí y hacer uso del fortuito taxista que esperaba; eso sí, no había rastro de “la señal”.

Por fin, a las 10h entrábamos en el recinto de Angkor, ruinas de lo que fue el reino jemer entre los siglos IX y XVI, cuando fue abandonado, engullido por la jungla que lo rodea permaneciendo tres siglos escondido hasta su redescubrimiento. La visita a los templos principales se divide en dos circuitos: uno de aproximadamente 15 kilómetros y otro de unos 26. Pudimos aprovechar el tiempo y hacer el circuito corto antes de que se hiciese de noche.

Las dimensiones de Angkor Wat son espectaculares; primero se cruza por un paso elevado que atraviesa el foso, y al entrar en el templo, las tres torres erigidas en honor a Visnu reciben al viajero imprimiendo en su retina, ahora en vivo y en directo, la famosa imagen que tantas veces había soñado con tener delante.

Y no se malinterprete, el templo es impresionante, pero su fotografía de entrada está tan manida que sorprende poco; da más sensación de reencontrarse con un viejo conocido que de descubrir una maravilla. Lo que llama la atención sobremanera es su detallado interior; los bajorrelieves de apsaras (bailarinas celestiales) y motivos florales que decoran casi cualquier rincón.

Bayón, sin embargo, sí que tiene la magia de la sorpresa (al menos para nosotros); ubicada en el centro de Angkor Thom (una ciudad fortificada), el templo está regado de 54 torres talladas con 200 rostros de Avalokiteshvara que observan el recinto desde todos los ángulos posibles como si de cámaras de seguridad se tratasen. Las caras, cubiertas algunas de ellas de un verde óxido adquirido con el tiempo, dan una idea del poder que llegó a concentrar el reino.

Por la noche, parece que está habitado por monos, porque tanto al amanecer como al atardecer los encontramos por la carretera volviendo o viniendo de los árboles que rodean al templo.

Disfrutamos brevemente de la puesta de sol frente a Angkor Wat y emprendimos el camino de vuelta. Alquilamos una moto para hacer el circuito largo al día siguiente y nos fuimos pronto a descansar para poder empezar nuestro segundo día viendo amanecer sobre Angkor Wat.

El sol se daba paso entre las nubes, convirtiendo las tres largas sombras difusas, en las tres conocidas torres dándoles nitidez. Nuestro mirador desde las 5h era perfecto hasta que una pareja de guiris decidió fastidiarnos a todos la foto y plantarse en medio, sonrientes, inmóviles y sin importarles que todo el mundo hubiese respetado el turno de llegada. Amaneció nublado y con las primeras luces tenues comenzamos nuestro circuito para poder visitar Ta Prohm relativamente solos.

Antes de la colonización francesa, los templos de esta parte sufrieron una colonización más lenta pero también más bella: la perpetrada por los ficus y los árboles que hunden sus raíces entre las piedras y los muros; esta imparable conquista silenciosa puede disfrutarse sobre todo en los templos Ta Prohm, Ta Som y Preah Khan.

En el primero están los más populares pero no los más fotogénicos; pues la afluencia de visitantes ha supuesto que haya cuerdas que separen al viajero del árbol. Caminando por estos parajes, mientras muchos de los turistas vuelven a desayunar a Siem Reap, uno se siente Indiana Jones; incluso parece que vaya a salir Tomb Raider de alguna de las puertas adornadas de raíces-liana. 

Los árboles estrangulan a su presa con calma, sin prisa, como boas constrictor.

En Ta Som, los pasadizos desembocan en una salida con sombrero vegetal. Parece que las apsaras talladas de estos templos muevan sus caderas y manos en imágenes congeladas, pintadas de verdes, grises y morados; y parece también que la jungla esté dormida, posando para la foto; pero aunque controlada, avanza extendiendo sus enmarañados músculos.

En un muro olvidado, derruido de Preah Khan, un árbol teje su telaraña de madera en abstractas figuras, posándose paciente cual pulpo; abrazando a la roca que le obstaculiza el camino hacia los nutrientes, esquivándola y alargando sus tentáculos hasta llegar a tierra firme.


Y ésta es la magia de Angkor: el ver cómo la vida se abre paso ante lo olvidado; cómo recupera, vencedora, su espacio. No había mejor manera de despedirnos de Camboya que comprobando que sus raíces, como sus gentes, se comportan igual.

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