miércoles, 17 de agosto de 2016

Hiperbóreas (Egilsstadir-Myvatn)

Egilsstadir no es una ciudad bonita pero es una ciudad práctica para visitar los fiordos. Como nuestro tiempo aquí era limitado, elegimos visitar el Seydisfjördur. Menos de 30km nos separaban de él, pero 600 metros de altitud a superar, hacían demasiado grande esa separación. Llovía un poco y el bus no salía hasta tarde, así que decidimos hacer autostop. No pasaron más de 10 minutos cuando un 4x4 paró a nuestro lado invitándonos a subir. Lo conducía un ingeniero checo de unos 40 y pelo enmarañado, al que llamaremos él y le acompañaba una checa de unos 20 con rastas, que estaba haciendo unas prácticas en una galería de arte, a la que llamaremos ella. Ambos residían en la isla y se habían conocido cuando él recogió a ella de la misma manera que hacía ahora con nosotros. Nos dejaron en el pueblecito que recibe el mismo nombre que el fiordo al que planta cara y nos despedimos.

Este pueblo es conocido por la cantidad de artistas que lo habitan y por sus casas que alegran la vista con sus vivos colores, para que la nieve en invierno no las condene a la invisibilidad. En el mismo tiempo que habíamos tardado en conseguir coche, dimos la vuelta al pueblo y sin saber muy bien qué hacer, visitamos la exposición que nos habían recomendado nuestros compañeros de viaje. En la puerta del edificio, estaban él y ella charlando con un chico con pintas de español llamado Guille. A éste, también lo había recogido nuestro conductor, mientras hacia dedo. Nos pusimos a hablar y ella, nos invitó a un café en su estudio. Es curioso lo de los nombres y los viajes; muchas veces te cruzas con gente de la que no conoces ni el nombre y sin embargo, la conversación y las palabras te permiten hacer un dibujo de su alma. En el café todos juntos trazamos un plan: Cuando ella acabara de trabajar a las 18h, iríamos todos en el coche. Ellos a otro fiordo a continuar un viaje que improvisaban sobre la marcha, y nosotros de vuelta a Egilsstadir. Y ahí estábamos los cinco, hablando y haciendo planes, sin conocer nuestros nombres, con él como nexo de unión, imbuidos del aura artística de Seydisfjördum, apoyando nuestras tazas de café sobre una mesa llena de pegotes de pintura como si de una paleta se tratara.

Como quedaba mucho tiempo hasta las 18h fuimos a visitar Tvísöngur, una construcción que había a las afueras de la ciudad, en la que la acústica hacía magia y permitía a dos personas susurrarse al oído, mirando a la pared y dándose la espalda. Al salir vimos a Guille, un madrileño que está viajando durante un mes alrededor de la isla de autostop, y recogiendo arándanos como una cabra montesa, ensimismado en su objetivo, estaba él.
Intentamos hacer autostop de nuevo para recorrer el fiordo, pero esta vez no hubo éxito y después de una hora, con el frío tocándonos los huesos, volvimos a nuestra casa de Seydisfjördum.

La exhibición de arte moderno que acogía, era sobre las Hiperbóreas, un lugar más allá del viento boreal del norte, que el poeta griego Pindar definió como idílico, donde la gente vive en completa felicidad y el sol ilumina 24h. Fotos y vídeos acompañaban a un palé  iluminado que  había sido el escenario de una performance y pedía a gritos ser usado, como banda sonora, un hombre cantaba una y otra vez repitiendo las mismas palabras acompañadas de una pegadiza melodía “Oh why do I keep hurting you” en un loop interminable,. Dimos una vuelta a la exposición y matamos el tiempo. Cuando llegó la hora, subimos al coche; viajábamos juntos sin conocer nuestros nombres, admirando el paisaje recubierto de cascadas y hablando al enfilar la bajada, sobre la superstición islandesa y sus creencias en elfos, espíritus, monstruos…y es que Egisstadir está rodeada por un lago que dicen, es habitado por un monstruo como el del Lago Ness. En el camping se separaban nuestros caminos y nos despedíamos con abrazos de nuestros amigos desconocidos.

El día siguiente empezó con lluvia una vez más. El bus abarrotado de gente de caras conocidas hacía su primera parada. Detifoss es una cascada de 44 metros que alberga el título de “cascada de mayor volumen de Europa”, cada segundo se precipitan 193 m³ de agua al vacío. Ver tal espectáculo era ver el poder de la naturaleza, su belleza mezclada con la brutalidad de la fuerza cruda.

Selfoss, sin embargo era más suave pero a lo lejos, extremadamente bella por el paisaje con el que se vestía. Tenía ese velo de irrealidad que tienen algunas obras de arte de la naturaleza. Islandia es un museo repleto de este tipo de obras.

La región de Myvatn es geológicamente rica, llena de campos de lava, pseudo cráteres, pozas de barro, fumarolas y cómo no, el característico olor a huevo podrido del azufre.

Antes de acampar, visitamos Hverir, un lugar repleto de fumarolas, con algún que otro lodo burbujeante, rodeados todos ellos por un paisaje de tonos ocres y amarillos. Nos hubiéramos quedado un poco más de no ser por la temperatura y la amenaza de lluvia. Fue montar la tienda, y empezar a llover, así que comimos y esperamos con los dedos cruzados a que parase. Afortunadamente a las 17h nos dio un respiro y pudimos visitar la zona. 

Paseamos por los campos de lava de Dimmuborgir con sus formaciones oscuras y su césped verde claro; subimos el volcán Hverfjall, un cráter casi simétrico de 2700 años de edad en el que nos visitó la golden hour. Sólo nos quedaba visitar la cueva en la que John Snow pierde la virginidad en Game of Thrones, y entonces empezó a lloviznar, regalándonos un atardecer coronado por un arco iris completo que cubría el Hverfjall. 

Mientras nos alejábamos con las bicis una familia se abrazaba feliz viendo el regalo que nos hacían la lluvia y el sol. El cielo quiso aportar algo y se tiñó de una naranja que efectivamente contagiaba felicidad y plenitud. Debíamos andar cerca de las Hiperbóreas.


“Neither by land nor by water, will you find the road to the Hyperboreans” Friedrich Nietzsche.


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