En Pakse chispea a las 7h. Cuando
llegamos al centro (la Road 13) un francés se ofrece a ayudarnos. Le enseñamos
el nombre del hostal que teníamos mirado y nos indica que estamos cerca. En la guest house nos atienden pronto, pero
nos ofrecen una habitación diferente a la que previamente nos enseñan. Es
bastante barata, por lo que acabamos quedándonos.
La ciudad es fácil de ver: está
la carretera principal, a la que flanquean los restaurantes, las tiendas de
alquiler de motos y las oficinas turísticas con los buses que parten a Camboya,
Vietnam o hacia el norte; y hay dos templos: uno en reformas y el otro, rodeado
de una especie de cementerio, con pequeños altares de diferentes colores.
Volviendo de la mini-ruta, nos
acercamos al francés que nos ayudó al llegar, pues tiene una tienda de alquiler
de motos junto con su mujer, que es laosiana. El día posterior queremos visitar
la Meseta de Bolaven, una zona conocida por sus cascadas y su café (que dicen que
es de los mejores del mundo), y la mejor forma de hacerlo y en un día es
alquilando una moto; así que preguntamos precios. El resto del día estuvimos
planificando los días siguientes y descansando. Parece que nuestra hospedadora
hizo lo contrario esa noche, pues cuando fuimos a pedirle que nos cambiase de
habitación (a la mañana siguiente) porque había cucarachas en el baño, nos
recibió borracha y molesta por haberle hecho madrugar. Enseguida se acercó el
marido para explicarnos sonriendo que habían venido unas amigas suyas de la
capital y seguía un poco ebria. Por el mismo precio, la nueva habitación estaba
mucho más apañada. Dejamos las cosas y salimos a por la moto.
El trayecto era sencillo, pues a
las cuatro cataratas a las que podíamos acceder en un día se llega subiendo la
carretera 13 desde Pakse, dirección a Paksong. Subiendo hacia la primera (Tad
Pasuam) pudimos reconocer una de las principales factorías de café, a nuestra
derecha, por el fuerte olor a café tostado con el que inundaba todo el aire respirable.
Lo que más llamaba la atención de
Tad Pasuam fue el camino hacia la cascada, pues por lo demás, no era nada
destacable teniendo el recuerdo de la Tad Kuang Si. Junto a la casaca, un
pueblo étnico sobrevive utilizando sus antiguas costumbres. Quizás porque era
la hora del trabajo de campo, la mayoría de sus habitantes estaban
desaparecidos en ese momento.
La Tad Yuang, por el contrario,
con un salto de agua de 40 metros, sí que podía rivalizar con su compañera de
Luang Prabang. El día había salido nublado pero
no llegó a llover; ahora, acercarse a la base de la Tad Yuang, aun con
chubasquero puesto, fue exponernos a la lluvia retenida por las nubes, pues la
fuerza con que estampa el agua contra las rocas, propicia el cabreo y la
rebelión de una parte considerable de agua que se niega a dejar el aire atrás.
No corrimos la misma suerte con
las cataratas Tad Fan (que dicen que son las más espectaculares); la niebla
cubría por completo el mirador a las dos cascadas que saltan 120 metros
confluyendo abajo y sólo por momentos, un leve soplo de viento dejaba intuir la
caída que no cesaba de sonar. Estuvimos media hora esperando pacientemente a
que la niebla cediese, pero no fue posible; tuvimos que contentarnos con
distinguir el blanco de las dos ramificaciones destacando sobre la niebla; sólo
durante un minuto pudimos ver el verde selvático que las acompaña en la parte
superior.
Siguiendo las indicaciones de la
mujer del francés, dejamos las motos en el parking y andamos los 3 km que
separan la Tad Fan de la Tad Champi, pues el camino es embarrado y nuestro
control de la moto limitado. La Tad Champi es una versión mejorada de la Tad
Pasuam, pero decidimos no disfrutar del merecido baño al comprobar cómo una
sanguijuela había elegido un extranjero como huésped.
Volviendo hacia Pakse, tras inmortalizarnos
en la moto con el disparador automático y despidiéndonos de ella, quiso que nos
acordásemos de sus antepasados pinchando una rueda, a 9 km de la ciudad. Menos
mal que encontramos pronto un taller entre los negocios que acompañaban a la carretera.
Por 25000 kips la tuvimos reparada en menos de 10 minutos. Felices de nuestra fortuna,
sentados ya en el restaurante, disfrutamos de una buena cena rematada con su
café local.
Llegamos a Don Det a la mañana siguiente,
una de las islas del archipiélago de Si Phan Don, también conocido como las “4000
islas” en el que sería nuestro último día completo en tierra laosiana; y como
bienvenida, recién llegados, un perro decidió ponerse a marcar territorio en la
mochila de mano que descansaba en el suelo mientras nos situábamos en el mapa
para encontrar nuestro hostel.
La parte más visitada del
archipiélago, y la habitada, comprende tres islas: Don Khong, Don Det y Don
Khone. Disponíamos de un día, por lo que decidimos visitar más profundamente
las dos últimas con una bici de alquiler. En Don Det (donde nos alojábamos) no
había nada especial a parte de vistas y paisajes: extensas llanuras de
arrozales encharcados, coronados por libélulas que planeaban sobre casitas de
madera tipo bungalows.
Don Khone es la que atrae mayor
número de visitas, entre otras cosas, gracias a sus cataratas Somphamit; una
inundación continua, más que un salto de agua. Estando frente a ellas, con su
color arcilloso, uno parece estar más frente a un cuadro en movimiento de tormentas
y naufragios que frente a un paisaje real. Tenían algo de fantástico, que empezó
a conectar con la realidad, a borbotones como el agua, cuando un grupo de chinos
empezó a hacerse hueco para conseguir una foto de grupo.
Seguimos paseando, saboreando la
parte isleña de Laos, la de los campesinos que siguen utilizando búfalos de
agua para los arrozales, la de las mujeres recogiendo el arroz, la de los
caminos de tierra y la de los niños que saludan contentos (Sabaidee!) al ver pasar a alguien. Acabamos diciendo adiós en una
hamaca, meciéndonos frente al Mekong, viendo nuestro último atardecer en la
antigua Lan Xang (la tierra del millón de elefantes).
Enhorabuena por aprenderte y escribir sin faltas de ortografía todos los nombres de las zonas que visitas. Es un buen remedio contra el alzheimer. Así tendrás cosas que contar a tus nietos a través de sus tablets. Al menos se os ve felices. Un beso pareja.
ResponderEliminarSois una pareja preciosa, y los sitios que visitáis increíbles.Lo cuentas todo muy bien, filólogo! Besitos, os quiero!
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