"Arriba está el cielo, pero en la tierra están Hanzhou y Suzhou" Refrán chino
De buena mañana íbamos a la estación para comprar billetes con
destino Hangzhou. Nos confiamos y en taquilla pronunciamos el nombre. El precio
tan bajo que nos dijeron nos hizo sospechar que la comunicación no había sido ni
fluida, ni acertada; así que volvimos a taquilla con el nombre escrito en
chino. Efectivamente nuestra pronunciación todavía deja mucho que desear.
Por delante nos quedaban unas 20 horas de viaje, así que
hicimos tiempo hasta la hora indicada. Cuando entramos en la estación en busca
del bus (algo sencillo, si enseñas el billete), un hombre nos indicó que le
siguiéramos y nos llevó a la calle, donde esperaba el bus con el motor
encendido y casi lleno. Por los pelos.
El ambiente del bus es casi más caótico que el del tren. La
gente escoge el asiento que le apetece aunque estén numerados, escupe en el
suelo, tira las pipas a la basura pero siempre falla, ponen los pies en el
asiento... Realmente todo esto lo hacen en el tren, pero quizás más comedidos
por estar vigilados por el revisor. Cuando el de detrás nuestro se puso a fumar
tan tranquilamente, alucinamos.
Estábamos cansados y pasamos el día entre lecturas y
cabezadas. Entrada la noche el bus hizo una de sus paradas para hacer pis y/o
comer, o eso creíamos, ya que cuando muertos de calor y sin encontrar la
postura nos despertamos, vimos cómo faltaba la mitad de los pasajeros.
En teoría aún quedaban 5 horas de viaje, cuando un hombre
nos indicó que bajáramos. Estábamos en medio de la carretera, y había un chico
joven con coche al que pagaron. Subimos cuatro personas detrás un poco
apretujados, y recorrimos los últimos kilómetros a Hangzhou.
Ese día hicimos poco más que asomarnos al lago, ya que entre el agotamiento y la
lluvia torrencial que se abalanzó sobre nosotros al empezar la visita, vimos
que lo mejor era descansar y planear las siguientes etapas. Eso sí, salimos a
cenar a una cadena de restaurantes locales, llamada Grandma’s kitchen que tiene a precio bajo una cocina deliciosa,
incluyendo obviamente, las rarezas nacionales. Para tener mesa hay que esperar
cogiendo turno poniendo el móvil. Como no tenemos móvil chino, nos plantamos
delante de la recepcionista y al poco tiempo nos dio mesa.
A la mañana siguiente descansados, nos pusimos a patear la
ciudad. Hangzhou es conocida por el West Lake, un lago de 8km² que la convierte
en el paisaje que todo chino asocia en su mente con lo idílico, el cielo en la
tierra.
Las flores de loto flotan tranquilamente, todas juntas para no perderse
en la inmensidad del lago; los barquitos y barcas lo cruzaban, tranquilas pero
seguras de lo que se hacen; los sauces llorones refrescan su cabellera en el
agua y las montañas se alzan como telón de fondo. Una pintura china salido del
lienzo y anclada en la realidad.
Viendo el calor que nos azotaba la cara y ponía a trabajar
nuestras glándulas sudoríparas, envidiábamos a los sauces.
Entramos en el templo budista de Jingci, un oasis de tranquilidad en medio del bullicio turístico,
ya que Hangzhou está entre los destinos chinos más populares y atrae a ingentes
cantidades de visitantes que rivalizan con el loto por poblar el lago.
Nos pasamos el día paseando por la orilla del lago a
excepción de una incursión fallida en busca de cualquier lugar refrescante que
nos evitara comer sin acabar cocidos.
Cenamos de nuevo en el Grandma’s
kitchen pero esta vez estaba lleno de gente y calculamos una espera de una
hora. Pusimos un número chino al azar, por si acaso y haciéndonos los tontos,
repetimos la acción del otro día, esperando pacientemente. La que daba las
mesas (que era una mujer distinta), imaginó que no sabríamos o no podríamos
coger número y nos coló a los 15 minutos de espera. Nos pegamos un banquete de
ánguila, tofu picante, loto con miel y vieiras entre otros.
Dejar atrás Hangzhou para ir a Huangshan obviamente no iba a
estar exento de desventuras, aunque esta vez no fuera por culpa de nuestra mala
pronunciación. Google nos indicaba en el mapa, no sólo la estación del
oeste, sino qué bus coger, dónde hacerlo y dónde bajar. Allá que fuimos
confiando en “El que todo lo sabe” hasta que perdimos la fe tras dar una vuelta
a la manzana y no encontrar nada parecido a una estación. Preguntamos a la
gente, pero ninguno parecía entender nuestras preguntas. Desesperados,
desayunamos, pensando que al final nos tocaría tirar de taxi aunque fuese más
caro. Afortunadamente aprender ciertas palabras en el idioma del país es una
ventaja, y con el estómago lleno, buscamos en una parada de bus la unión de
palabras oeste, bus y estación y…¡Bingo!
Compramos billetes y esperamos la salida del bus.
Un trayecto de cinco horas, hoy por hoy, se nos pasa volando
y llegar a Tangkou fue sencillo; pero Google nos tenía otra preparada con la
ubicación del hostel.
La mujer del bus nos había preguntado dónde dormíamos y al
bajar en Tangkou, viendo la dirección que tomábamos nos insistía en ir en el
sentido contrario. Como no nos entendíamos muy bien y pensábamos que nos
indicaba un restaurante, hicimos caso omiso. Al ver esto, la mujer me pegó en
el brazo como una madre que te quiere remarcar que no seas cabezón, y volvió a marcar
el sentido contrario. Al fin le hicimos caso. Buena elección.
Aún así, llegamos al hostel de pura suerte, pues entramos a
preguntar por la dirección, ya que el nombre del lugar estaba en chino
únicamente.
Ya instalados pasamos el día haciendo los preparativos para
subir a la montaña al día siguiente. Pero eso amigos es otra historia...
Veo las horas q pasáis en bus o tren y.....puf me canso...jeje ya no puedo seguiros....pero parece q sobrevivis sin problemas.
ResponderEliminarCuidaros. Os quedará ya poco por ver no? Disfrutar. Besos.
Queda muuucho por ver! China es enorme pero a nosotros nos queda poco para volver
EliminarEs todo precioso, pero...viendo el tiempo que pasáis en el bus o el tren, como dicen en casa de abuelita Rosario "perdono el beso por los coscorrones"
ResponderEliminarYo también me he cansado pensando en esas horas muertas. Besos
No son horas muertas, son parte del viaje ;)
Eliminar