"Ábrelo, ábrelo despacio.
Di ¿qué ves? Dime, ¿qué ves? ¿si hay algo?"
Los días raros son aquellos en los que pierdes la noción del
tiempo por completo, no haces nada en particular, pero son recordados y a pesar
de que todo sale del revés, tienes la sensación de haber salido ganando. Esta entrada
habla de esos días, y se relatan un total de 50 horas de viaje más o menos, así
que no perdamos el tiempo, comencemos buscando una taquilla para sacar el billete, que ya hemos comprado previamente.
La hora de salida del tren Chengdu-Kunming es las 10:30.
Llegamos a la estación con una hora de margen y nos ponemos en cola. Cada uno
en una, porque somos previsores. Pero como en todas las buenas historias, las
cosas se tuercen, parece que hemos elegido las dos peores filas de toda la
estación. Las agujas del reloj juegan como niños a tocarse e irse corriendo y
nuestras colas se quedan congeladas como encantadas por un conjuro.
Quedan 12 minutos para que salga el tren y por fin me toca. La que nos atiende está
invadida por el mismo conjuro y saca los billetes con toda la parsimonia posible. 10
minutos e imitando al reloj, nos lanzamos a la carrera como locos, pero hay que
pasar el control de seguridad (aquí los hay en todas las estaciones de metro y
tren), quedan 7 minutos, subimos las escaleras apartando a la gente, quedan 5
minutos, la puerta está a la vista pero cerrada. Mireia llama a la mujer y esta
señala el reloj y nos chapurrea que 5 minutos antes, se cierran puertas, que
cambiemos los billetes. Hemos perdido esta vez.
Volvemos a la cola, refrescados por el sudor de la batalla y
pedimos a la mujer impasible que nos cambie los billetes, no solo no nos cobra
sino que nos devuelve algo de dinero. Con este cambio nos ahorramos 4 horas de viaje y llegamos a la misma hora.
Viajamos 18 horas pero al ver el billete, sospecho que algo no
concuerda.
Tras hacer tiempo para ganar la partida al reloj, al fin
subimos al tren. Las sospechas se confirman: ¡Tenemos billete sin asiento! Al
principio nos toca ir de pie a los dos. No solo todo está ocupado, sino que
somos muchos de pie. Conforme pasa el tiempo, conseguimos un asiento. A las dos
horas un alma caritativa nos hace señas a Mireia y a mi para que ocupemos su
lugar, ya que parece que ella va a otro sitio. A la 1 llega gente a ocupar
nuestro puesto, el número de su billete gana y nos levantamos con los ojos
hinchados. Esta vez es el revisor el que se apiada y nos busca sitio. Los
asientos más duros que el metal, nunca antes supieron a gloria.
Llegamos a Kuinming y buscamos cansados la estación de buses
para tomar desde allí el bus a Yuanyang: seis horas que se convirtieron en
ocho por una retención producida por la policía, aún no sabemos porqué.
Llueve a raudales y los relámpagos parecen sacados de los
efectos especiales de una obra de teatro. Por suerte al llegar a nuestro
destino, parece que deja de llover. Es un pueblecito en medio de la montaña y
el mapa con la dirección del hotel parece muy claro. Como podréis imaginar,
nada más lejos de la realidad. No lo encontrábamos por ningún lado y la noche estaba bien
entrada. La desesperación y el cansancio tras 31 horas de viaje nos asfixiaba y
pedimos ayuda a un coche de policía, que intentándose aclarar con la dirección
nos indicó el camino al cuartelillo. Una vez allí uno se puso a inmortalizar en
vídeo lo que ocurría. Tras unas llamadas subíamos al coche patrulla y al rato
paró en un hostal donde aseguraban que o el lugar no existía o la
dirección estaba cambiada. Nos ofrecía habitación más barata y tras agradecer a
la policía la ayuda, nos lanzamos de cabeza a las camas.
Al día siguiente, nuestra anfitriona nos llevaba a ver los
bancales de arroz tan populares en esta zona y aunque tuvimos que pagarle por
llevarnos, nos escondió cual niños pequeños en la parte trasera de su mono
volumen, para evitar pagar la entrada.
Los arrozales son famosos porque cuando
el invierno los cubre de agua, son artífices de hacer magia con la luz del sol
y sus reflejos, para dejar al personal con la boca abierta.
Al acabar esta visita dábamos media vuelta, ya que Guiyang
nos esperaba. Tres buses después y un tren nocturno, nos ponían de nuevo a
prueba, esta vez en litera. No problem.
Esperamos en la enorme estación de
trenes de Guiyang que más bien parecía un aeropuerto. Sólo nos separaban de
Guilin 2 horas y media más en tren sin asiento. Al final nos sacaremos el VIP.
Antes de que lleguemos a Guilin en este tren rápido y de
mejor calidad que el último, demos una cabezadita. Llevamos ya unas 25 horas de
viaje, perdemos la orientación temporal y sólo leemos y dormimos tirados en el
suelo. Sin embargo una sonrisa emerge entre cabezada y cabezada, acariciamos estos
días, nos acurrucamos con ellos por última vez en nuestro suelo numerado. Los
dejamos marchar y en cierto modo, empezamos a echar de menos los días raros.
"¿Quién iba a decir que sin carbón no hay reyes magos...?"
Que super guay Pablo...eso sí me he cansado de ir de pie...jeje. Muy chulas las fotos. Besos.
ResponderEliminarCansado fue y el culo sufrió, pero mereció la pena.Mua!
ResponderEliminarMuy bueno el relato! La próxima vez id con 2 h de antelación
ResponderEliminarGracias papi! Me lo apunto😉
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