miércoles, 2 de agosto de 2017

El cóndor pasa (Arequipa-Chivay-Cañón del Colca)

Juan Carlos, el dueño del hospedaje donde dormimos en Arequipa, nos facilitó la llegada. El bus hacía presencia en la ciudad a las 4:30 a.m. por lo que detalles sobre precios de taxi, distancia, etc. se hacían fundamentales para evitar esperar hasta que el sol iluminase y la ciudad pareciese más acogedora.

Llegados al hostal hicimos tiempo hasta que la luz aclaró el blanco de las piedras de la que está hecha la llamada "Ciudad Blanca" de Perú, pues el casco antiguo casi al completo fue construido con sillar.

Empezamos el recorrido en el mirador de Yanahuara con vistas a uno de los 7 volcanes que rodean Arequipa; el más impresionante por erigirse imponente ante la ciudad: el Misti. Desde allí el volcán aparece majestuoso, pero a contraluz, a primera hora de la mañana es difícil captar su belleza.

Retomamos nuestro paseo por el casco viejo en el claustro de la iglesia de la Compañía de Jesús donde el azul celeste contrastaba con el blanco casi impoluto del sillar, de la misma manera que ocurre en la Plaza de Armas con la Catedral.

Más adelante, en el mercado, solo contemplar la variedad de colores de las frutas hizo inevitable que se abriese el apetito, saciado en una cevichería que había a pocos metros.

El caer de la tarde estuvo a punto de encontrarnos perdiéndonos por la enorme ciudadela que contiene el Monasterio de Santa Catalina; un laberinto de celdas y claustros coloniales del s. XVI, donde los muros de los patios pintados de azul aciano y rojo coral, compiten por llevarse la instantánea con los geranios que los acompañan. 

Pero antes de que la golden hour tintase el ya de por sí colorido convento, buscamos un hueco en el puente Grau, para ver cómo el atardecer daba profundidad y relieve a los pliegues del Misti, que parecía abrazar la ciudad.

El siguiente día salimos rumbo a Chivay, que nos serviría de ciudad trampolín para visitar el Cañón del Colca (el cuarto más profundo del mundo, con hasta 3200 metros de profundidad).

De camino, el paisaje parecía extraterrestre; la única vegetación era el musgo de las piedras y unos arbustos que crecían espigados como si prendiesen el paisaje, plagado de pelos de Trolls; las llamas, las alpacas y las vicuñas por fin hacían su aparición en grupos reducidos.

En Chivay, fue muy rápido encontrar alojamiento. El pueblo es tranquilo y estábamos listos para acercarnos a la terminal de buses al día siguiente de madrugón. Había dos posibilidades de transporte para ir al mirador de la Cruz del Cóndor: a las 4 y a las 7'30 de la mañana. Según la guía se tardaba dos horas, y teniendo en cuenta que el cóndor empieza a volar con las primeras corrientes de aire caliente (sobre las 8h), decidimos coger la combi que salía a las 4h.

Problema número uno: nos encontramos con las puertas del hostal cerradas a cal y canto y aunque nos supiese mal, tuvimos que jugar al escondite buscando al responsable para que nos abriese ("¿Hola?", "Disculpe", "¿Buenos días?"). Al final tras una puerta se escucha un gruñido, seguido de un carraspeo, un "¿sí?", y por fin un "enseguida les abro".

Problema número dos: la guía había sido muy pesimista con la duración del trayecto y nos encontramos en pleno mirador a las 5h, en plena noche, a 3000 y pico metros de altura. Corría un viento gélido para el que no estábamos preparados, así que haciendo uso de los pijamas como parapeto y buscando una esquina donde resguardarnos, tratamos de matar el tiempo hasta que empezó a salir el sol. Consejo fundamental si alguien decide visitarlo: ¡Venid abrigados!

Por suerte los rayos de sol empezaron a clarear y calentar el ambiente y el cañón empezó a latir: un peruano nos señaló una especie de conejo que resultó ser una vizcacha, tres colibríes aparecieron volando intentando quitar protagonismo al cóndor, aún escondido, y las golondrinas comenzaron también a alardear de su vuelo ligero. 

Las vistas del cañón eran asombrosas y acompañados por los primeros rayos de luz, los cóndores empezaron a asomar a lo lejos. Tardaron casi una hora en acercarse, pero poco a poco, conforme el mirador se iba llenando de público, el cóndor iba rondando más y más cerca, planeando orgulloso y presumido. Por fin, hacia las 9h, algunos se atrevieron a sobrevolar nuestras cabezas, alardeando de sus tres metros de envergadura, acompasados por los gritos de admiración del púbico que trataba de seguirlos con sus cámaras ("OOOh", "hermoooso", "bendisióóón"). Estuvimos contemplando el espectáculo hasta las 10h, cuando retornamos a Chivay, para volver a Arequipa; desde allí viajaríamos hasta Puno y de aquí a Copacabana (Bolivia), así que nos despedimos de Perú por el momento viendo pasar a uno de sus símbolos nacionales, el ave más grande del mundo: el cóndor andino.


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