sábado, 12 de agosto de 2017

Belleza imposible (Salar de Uyuni-Reserva Eduardo Avaroa)

Nota previa: trataremos de aproximaros con palabras y metáforas la imagen de los paisajes descritos a continuación; sin embargo, el surrealismo de los mismos y la mezcla de colores imprevistos, conlleva que pese a la riqueza del lenguaje, será difícil que esta entrada no sea más que una aproximación a la belleza imposible de estos parajes. Basten las imágenes como acercamiento.

A las 5 de la mañana, antes de lo previsto, Uyuni nos daba un bofetón de frío gélido, en la calle y a oscuras, donde nos dejaba el bus, en mitad de la entumecida ciudad. Menos mal que una agencia cazaturistas ofrecía transporte gratuito hasta su café para desayunar y resguardarnos hasta que amaneciese. El día lo teníamos pensado para buscar agencias, regatear precios y descansar antes de salir con el tour, que duraría tres días. Como la organización y el día a día no reviste gran importancia, haremos un salto temporal para encontrarnos sentados en un jeep con cuatro compañeros más y el conductor. El trayecto estará lleno de paradas, por lo que les aconsejamos que se tomen su tiempo para investigar sobre cada lugar; Google puede ser un buen aliado. 

El primer descanso será en el Cementerio de Trenes de vapor, que se encuentra a 3km de la ciudad. Antiguas locomotoras, la mayoría sobre sus antiguos raíles, aguardan inconformistas a ser reparadas. Lo que comenzó siendo un basurero de trenes, un lugar donde dejar abandonada la chatarra, el turismo lo ha reconvertido en un espacio al aire libre donde la oxidada maquinaria posa para los curiosos, dejando que el turista escale sus caparazones y se imagine revisor, pasajero o conductor en un último viaje que nunca acaba.

Seguidamente, el jeep se adentra en uno de los paisajes más esperados de este viaje: el Salar; 12000 km2 de horizonte salado que obligan a achinar la vista para aguantar la mirada; pero así como la nieve suele tintarse de azul, la sal no deja que otro color se mezcle con su blanco brillante y solo permite que el azul del cielo marque la línea divisoria, que se camufla en época de lluvias, cuando una capa de agua cubre el suelo, transformándose en un inmenso espejo. 

Y es que aunque no haya agua sobre su superficie, a nadie le resultaría extraño que Alicia encontrase aquí su puerta a otros países maravillosos, pues lo onírico se mezcla con la realidad. Los llamados Ojos de Sal, son pequeños vestigios del lago que fue en el pasado, antes de evaporarse, y recuerdan en cierto modo a las fuentes termales de Yellowstone.

Un monumento al Rally Dakar, que pasa por Bolivia desde 2014 y está hecho con sal, acompaña al Hotel Playa Blanca (también de sal) donde pararemos a comer. Descansen, repongan fuerzas y para los que quieran pueden perderse más allá para hacer fotografías; salimos en 5 minutos.

Durante estos minutos, se les invita a jugar con las perspectivas. Si lo imposible y la fantasía se dan la mano en este territorio, ¿qué mejor lugar para engañar a la vista? El plano horizonte será el aliado perfecto para que puedan hacer los trucos visuales que deseen.

¿Listos? Sigamos desde la isla Incahuasi, repleta de cactus, a la que parece que se le hayan puesto los pelos de punta al comprobar que hace años dejó de ser "isla"; se quedó la "i" de los cactus y reestructuró la palabra para que fuese la "sal" la que dominase sus alrededores. Este promontorio alberga cactus gigantes, algunos de los cuales llegan a medir 10m, que crecen ondulantes, como serpientes hipnotizadas, inmóviles por el momento.

Acabaremos viendo la puesta de sol, para comprobar una vez más cómo la luz tinta de rosa, violeta y naranja el horizonte, en un último tour de force contra la oscura noche. Como comprobarán, las temperaturas han bajado radicalmente y no será de extrañar si uno confunde ahora la sal con nieve.

¿Han descansado? Genial porque hoy el día será largo; acomódense bien y estén dispuestos a dejarse sorprender por el amplio espectro de colores que bombardearán sus miradas en pocos minutos. La primera montaña que tienen ante ustedes es el volcán Ollagüe, que como pueden comprobar está activo aunque no suponga amenaza. El blanco no nos abandona y empieza a unirse el verde a la escala de marrones.

En la laguna Cañapa, donde comeremos, se unen el amarillo y los flamencos (aunque por ahora haciendo una tímida aparición por la izquierda). Abríguense bien porque el frío empieza a hacerse notar; parte del lago está congelado. ¡Frótense bien las manos y sigan el camino de baldosas amarillas!

Aquí, en la Laguna Hedionda, la naturaleza realiza un doble salto mortal para inundar el azul celeste de sus aguas con el rosado más fucsia de los flamencos; añadimos también el negro de sus picos. Las plumas de las aves se unen cual pinceles para seguir inundando de tonos el paisaje.

En esta laguna, como en las siguientes, conviven tres de las seis especies de flamencos que existen: el flamenco andino, el chileno y el de James. Nuestro preferido, por el rojo de sus plumas traseras, el rosa chicle de su cuello y el amarillo de su pico, es el de James (el de la foto). Pueden escuchar sus graznidos, ver cómo levantan sus cabezas para volverlas a inundar en el lago buscando comida... La experiencia de verlos tan de cerca es la culpable del silencio que guardan todos los turistas mientras sonríen.

En la laguna Honda nos pasamos a los tonos pastel. El azul verdoso del agua y la nieve ya enfrían la temperatura suficiente como para hacer la foto y subir de nuevo al jeep. El viento se hace fuerte y seguirá así en la siguiente parada. ¡No salgan sin bufanda!

Notan la rasca, ¿verdad? Estamos en el Desierto de Siloli; la nieve ya nos rodea, aunque esparcida, y para aguantar las temperaturas hemos cambiado los tonos pastel por las pinceladas gruesas del óleo. Las montañas ya no se cortan y se convierten directamente en paletas de pintor, o en los botes de sal pintada que regalábamos de pequeños a nuestras madres.

Ante ustedes, el Árbol de Piedra, aguantando impasible las temperaturas, a las puertas de la Reserva Eduardo Avaroa. El viento y el agua se divierten jugando a ser alfareros, poniendo forma a las rocas que de otra manera serían olvidadas en medio del camino.

Y nos despedimos de las lagunas con la Colorada, la que da la nota de color más estrambótica por dejar que el rojo de las montañas cale en sus aguas. Su color rojizo, debido a las algas que la habitan, contrasta de nuevo con las colonias de flamencos que descansan aquí. Creo que por hoy hemos tenido suficientes colores y se agota el rango de vocabulario.

Despediremos el día en el punto más alto, 4850m, rodeados de fumarolas y aguas pantanosas hirviendo, que no consiguen calentar el ambiente ahora que el sol se pone. El olor a azufre inunda nuestros pulmones y despide un día marcado por los paisajes delirantes.

Nos despedimos de nuestros compañeros de viaje: Sonia y Laia (dos catalanas que cruzan ahora a Chile), y Dajo y Ane (una pareja belga que están recorriendo mundo durante dos años) con la Laguna Verde (que hasta que no se descongela por la tarde es blanca) y el volcán Licancabur como testigos, cerca de la frontera de Bolivia con Chile y Argentina. Solo queda una cosa para volver a Uyuni: golpeen sus talones juntos y utilicen su imaginación para retornar. Si lo que han visto existe, quizás signifique que los mundos imaginarios no sean más que paisajes de otros países esperando ser descubiertos por nuevas miradas. ¡Buen viaje de vuelta!

2 comentarios:

  1. Muy chulo el relato y las fotos, muestra de lo que veis...geniales.
    Igual has encontrado,por fin al duende del zapato, no Enrique? Jeje..parece q el pasado se une al presente...
    ABRIGADOS.

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  2. Entre esos paisajes no me extrañaría haberlo encontrado... 😜

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