Con diferencia lo que más está costando en este viaje es la
comunicación. No sólo porque no nos entendamos en nuestros idiomas, sino porque
a veces, ni la expresión corporal es suficiente.
Nuestra primera noche en bus comenzaba el día 30 destino a Chengdu, con un
hombre dándonos bolsitas por si vomitábamos. Por suerte el viaje fue tranquilo
y sobre las 6 de la mañana bajábamos del bus abordados por chinos queriéndonos
subir a su taxi. Haciendo caso omiso intentamos orientarnos en vano: No había
ningún cartel que no hablase chino y hacerse entender con los locales era casi
imposible. Así que tuvimos que ceder y subimos a un taxi que como podréis
imaginar, no hablaba otra cosa que no fuera que chino. Nos pedía de inicio 30 yuanes (unos 4
euros) pero al negarnos, acepto poner el taxímetro. Imaginad todo esto como en
una película de Chaplin, al piano suena “The Entertainer” y nosotros y el taxista
gesticulamos mucho acompañándolo de sonidos incomprensibles. Tal que así fue en
la realidad. Al llegar al hostel empenzó a hablarnos en chino y hacer ruidos
raros mientras se reía; viendo la cuenta final (13 yuanes) dedujimos que tenía
que ver con que no hubiésemos aceptado pagar los 30 iniciales.
Dejamos las mochilas, desayunamos y nos fuimos al Centro de investigación
y cría de osos panda. La suerte nos sonrío y conseguimos llegar por nuestra
cuenta subiendo a un bus que iba gratis. Supimos que habíamos llegado cuando
vimos a una cantidad importante de vendedores con toda clase de artilugios
basados en este carismático animal. Este centro es el más grande del mundo y
aloja a pandas rojos y osos panda con el objetivo de que se reproduzcan.
Volvía a llover y los osos se escondían. El tiempo cambió
una hora más tarde y el sol exigió protagonismo por ser su estación del año,
pero los pandas prefieren el frío así que se quedaron en el interior. Aún así
pudimos ver pandas rojos, que parecen un mix entre oso panda y zorro.
Antes de
abandonar el centro, visitamos la enfermería donde pudimos ver a dos bebés
panda. Las crías de panda son 100 veces más pequeñas que la estatura en edad
adulta por lo que parecen ratas, pero todo el mundo se rinde a sus encantos y
cada movimiento producía admiración entre los espectadores.
Ya de vuelta a la ciudad nos perdimos por sus calles que
inexplicablemente cambiaban de nombre a cada rato como si de las escaleras de
Hogwarts se tratara. Nos sentamos en un restaurante agotados para recibir una
carta 100% chino.
Con los estómagos llenos volvimos a perdernos en las calles
camaleónicas de Chengdu y ni los mapas que teníamos ni los locales se
aclaraban. Cuatro horas después volvíamos al hotel sin haber visto ningún punto
de interés, pero con la sensación de haber respirado el ambiente de la ciudad.
Al día siguiente no había transporte a nuestro siguiente
destino, porque los chinos viajan mucho o porque son muchos y los pocos que
viajan son nombrosos. Al caso es lo mismo, improvisar viajando a estas alturas
del año, se hace tarea difícil. Así que alargamos la estancia un día y lo pasamos
en Leshan.
En esta ciudad donde confluyen dos ríos, un monje decidió
construir un buda enorme de unos 70
metros de altura para que calmase la bravura de las
aguas. Viendo lo mansas que son hoy en día estas aguas parece que el buda de
1200 años de antigüedad consiguió su cometido. Las malas lenguas quitan mérito
al coloso y explican que los restos de su creación son los que hicieron que las
aguas se tranquilizaran. La visita la verdad es que nos hizo sentir muy
pequeños al pasar por su cabeza con unas orejas de 7 metros .
Nos tocó hacer cola para bajar por las escarpadas y
estrechas escaleras a los pies para empequeñecernos aún más, y sufrimos el
choque cultural del concepto “estar la cola”, porque aquí la cola no es más que
un método para evitar avalanchas y no para respetar el turno de llegada.
Si hay
un hueco y cabe un chino, chino que se mete sin la más mínima vergüenza. A este
echo, se le sumó el ir esquivando paraguas, porque para el que no lo sepa, aquí
el paraguas se usa casi más como protector solar que de lluvia. Aprovechamos
estos momentos para trabajar la paciencia y nos ahorramos tener que gesticular
o hacer aspavientos. A los pies del buda nos costó poco trabajo.
Para acabar el día de vuelta en Chengdu, paseamos en
búsqueda y captura de un restaurante con buena pinta para ir a dormir como
buenos pandas y el destino nos hizo entrar en un restaurante especializado en Hot pots que vienen a ser como fondues
enormes con un caldo lleno de guindillas, en la que sumergen de todo para sacarlo bien
picante. Nos costó un cuarto de hora hacernos entender, pues el
camarero por no decir, no decía ni “Hello” en inglés. Ni los gestos ni señalar
palabras en chino parecía funcionar. Vuelve a sonar “The Entertainer” y
mientras gesticulamos y nos echamos las manos a la cara, Aparece uno en escena
moviendo la boca exgaredamente y a continuación el título en pantalla negra
“¿Hay alguien en la sala que hable inglés?” y allí estaba nuestro salvador, muy
vergonzoso él, para que nos aclarásemos.
Al fin, conseguimos cenar con nuestro Hot pot acompañados por
patatas, huevos, carne de ternera, y tripas e intestino de cerdo. Todo un
manjar que ayudó a que nuestras fosas nasales se liberarán, nuestras glándulas
sudoríparas se pusieran a trabajar y nuestros paladares viajaran con nosotros
por este país donde el mandarín o la mímica son fundamentales para sobrevivir.
Para los que os iniciáis en este máster sabed que para decir
“no” se realiza un gesto de saludo como el que hacemos a los niños. Abstenedse
de sonreír en ese instante. Para la numeración, el signo surfer del “buen
rollo” es un seis y la cruz como si alejásemos a Satanás, sirve para el diez.
No olvidar nunca que si la comunicación se hace costosa, lo mejor es armarse de
paciencia y de una buena sonrisa.
Jajaja....menuda odisea Pablo!! Bueno aunque sea picante...veo q os alimentas. Besos guapo.
ResponderEliminarNos alimentamos no te preocupes. Lo duro del picante no es cuando lo comes, es cuando vas al baño. Jajaja
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