martes, 1 de agosto de 2017

Silencio sepulcral (Pingyao-Xi’an)

El tren entraba en Pingyao somnoliento pero se despejó poco a poco con la lluvia, que madrugadora, acaparaba todo alrededor. De tanto hablar de la marea en la última entrada, las nubes se nos pegaron cual lapas y nos pasamos los dos días siguientes bajo la sombra del paragüas.

Pingyao tuvo su apogeo en la época Qing, cuando los mercaderes crearon los primeros bancos y comenzaron a hacer uso de los cheques para posibilitar el flujo de plata en la ciudad. Y claro con la plata llega esplendor y la ciudad ha sabido parar el tiempo y conservarlo.

Esta ciudad mantiene su muralla y sus torres casi intactas y el casco antiguo en perfecto estado. Ni el agua fue capaz de evitar que exploráramos sus calles llenas de casas tradicionales y templos. La lluvia conseguía sin embargo acallar el silencio de los callejones vacíos y a esta guerra sonora, se sumaban los chinos. De todos es sabido que en España hablamos fuerte, pero los chinos no se quedan cortos en armar escándalo. Ni los chinos, ni los grillos; que pedían a gritos ser liberados de sus jaulas. Porque aquí señoras y señores, los grillos son mascotas enjauladas.
Empapados por la desesperación y soñando con nuestra litera de tren seca; abandonamos esta bonita ciudad, que ni el gris del cielo ni sus gotas penetrantes consiguieron empañar su belleza.

Xi’an esperaba tras el velo de la noche, con una muralla todavía más grande, pero sin poder presumir de parar el reloj como Pingyao. Al contrario, Xi’an había dejado correr el tiempo orgullosa de sí misma y así volvían las multitudes, los edificios que medían su valía comparando tamaño y el tráfico.

Haré un inciso en esto del tráfico porque es algo sorprendente. En China tiene preferencia el vehículo. Si está en verde para los coches, pasan ellos y si está en verde para el peatón, también pasan ellos si les apetece. Como además el pito se usa como medio de comunicación; te sientes atacado por diferentes cláxones mientras intentas cruzar en verde esquivando coches, motos y bicis. Pero es más, si vas por la acera también puedes ser invitado por el grito de un timbre o claxon a que te apartes para no ser atropellado. Y lo mejor es que si un vehículo está apunto de atropellar un peatón, ambos sonríen de manera nerviosa y siguen su camino.

El primer día en Xi’an, nos perdimos (literalmente) por sus calles. Aún así, nos encontramos para poder ver lo más destacado: Las murallas kilométricas que abrazan el centro con sus 14km de perímetro y el barrio musulmán que alberga a los hui (como podréis adivinar, los musulmanes chinos) desde antes incluso de la época Ming. Este barrio es como un Chinatown pero más auténtico por ser autóctono: Puestos de comida de los olores y texturas más extraños, tenderetes de venta de todos los productos que uno se pueda imaginar, desde mochilas y pañuelos, hasta relojes y grillos; calles estrechas y por supuesto, gente, mucha gente.

El último día en Xi’an, visitamos los famosos guerreros de terracota. Este ejercito fue descubierto en 1974 por unos campesinos y se ha convertido en uno de los yacimientos arqueológicos más conocidos.
Quin Shi Huang fue un déspota que reino hace 2000 años pero que como todos los déspotas tuvo sus aciertos: unificó China. Pues bien, queriendo huir de la soledad eterna y el olvido por sus acciones, mandó construir un ejercito entero de más de seis mil soldados que le acompañarían al más allá o como mínimo guardarían su tumba.


Cada soldado se construyó a tamaño natural y todas sus caras son diferentes. Como todo ejercito tiene sus rangos y aquí están los soldados rasos, los arqueros, los de caballería y cómo no los caballos. Se visitan tres fosas a cada cual más grande. Siguiendo el consejo de la guía las visitamos al revés. En la fosa tres se respira una tranquilidad de ultratumba con sus guerreros casi a oscuras guardando el terreno. La fosa dos no está en tan buen estado pero hace que la tres parezca pequeña. 

La última (o la primera según se mire) es la que te deja sin aliento, por su magnitud (más de 100 metros de larga) y su majestuosidad (6000 guerreros en formación silenciosa sin mover una pestaña). Sólo hablaban los vivos y los flashes de las cámaras. Tras más de 2000 años ahí seguían en pie la mayoría. Unos pocos hacían cola en enfermería para ser recompuestos (el paso de los años es demoledor). Pero el resto, en formación y en silencio sepulcral.

Volviendo a la ciudad y antes de coger el bus nocturno a Chengdú, observé a la gente con los móviles. Aquí tanto la calidad del móvil como la adicción y su uso, juega en otra liga. La gran mayoría de móviles son de grandes marcas como Apple o Samsung, sin importar el aspecto económico del portador; la gente usa el móvil para pagar en las tiendas y supermercados e incluso cogen las bicis haciendo uso del código QR (acercan el móvil a la bici y arreglado). Quizás de esta necesidad vino la adicción o quizás la adicción creo la necesidad. Sea como fuere la gente anda por la calle y conduce sus vehículos, pendientes del móvil. Viendo este ensimismamiento, recordé a los guerreros, solemnes y callados, sonriendo al ver que el eco de su silencio sepulcral, se escuchaba todavía dos milenios después.


2 comentarios:

  1. Guay Pablo...genial...por un momento has conseguido q: me moje...q me pierda...q vea a los guerreros y q sienta el silencio y q me agobie al pasar el paso de peatones..no me puedo creer lo de los grillos...en serio?.

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  2. Tan en serio que si quieres y me dejan en las aduanas, te llevo uno. Siempre fiel al blog. Un besazo!

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