El tren entraba en Pingyao somnoliento pero se despejó poco a poco con la lluvia, que madrugadora, acaparaba todo alrededor. De tanto hablar de la marea en la última entrada,
las nubes se nos pegaron cual lapas y nos pasamos los dos días siguientes bajo la
sombra del paragüas.
Pingyao tuvo su apogeo en la época Qing, cuando los
mercaderes crearon los primeros bancos y comenzaron a hacer uso de los cheques
para posibilitar el flujo de plata en la ciudad. Y claro con la plata llega
esplendor y la ciudad ha sabido parar el tiempo y conservarlo.
Esta ciudad mantiene su muralla y sus torres casi intactas y
el casco antiguo en perfecto estado. Ni el agua fue capaz de evitar que
exploráramos sus calles llenas de casas tradicionales y templos. La lluvia
conseguía sin embargo acallar el silencio de los callejones vacíos y a esta
guerra sonora, se sumaban los chinos. De todos es sabido que en España hablamos
fuerte, pero los chinos no se quedan cortos en armar escándalo. Ni los chinos,
ni los grillos; que pedían a gritos ser liberados de sus jaulas. Porque aquí
señoras y señores, los grillos son mascotas enjauladas.
Empapados por la desesperación y soñando con nuestra litera
de tren seca; abandonamos esta bonita ciudad, que ni el gris del cielo ni sus
gotas penetrantes consiguieron empañar su belleza.
Xi’an esperaba tras el velo de la noche, con una muralla
todavía más grande, pero sin poder presumir de parar el reloj como Pingyao. Al
contrario, Xi’an había dejado correr el tiempo orgullosa de sí misma y así volvían las multitudes, los edificios que medían su valía comparando tamaño y el tráfico.
Haré un inciso en esto del tráfico porque es algo
sorprendente. En China tiene preferencia el vehículo. Si está en verde para los
coches, pasan ellos y si está en verde para el peatón, también pasan ellos si
les apetece. Como además el pito se usa como medio de comunicación; te sientes
atacado por diferentes cláxones mientras intentas cruzar en verde esquivando
coches, motos y bicis. Pero es más, si vas por la acera también puedes ser
invitado por el grito de un timbre o claxon a que te apartes para no ser
atropellado. Y lo mejor es que si un vehículo está apunto de atropellar un
peatón, ambos sonríen de manera nerviosa y siguen su camino.
El primer día en
Xi’an, nos perdimos (literalmente) por sus calles. Aún así, nos encontramos
para poder ver lo más destacado: Las murallas kilométricas que abrazan el
centro con sus 14km de perímetro y el barrio musulmán que alberga a los hui (como podréis adivinar, los
musulmanes chinos) desde antes incluso de la época Ming. Este barrio es como un
Chinatown pero más auténtico por ser autóctono: Puestos de comida de los olores
y texturas más extraños, tenderetes de venta de todos los productos que uno se pueda
imaginar, desde mochilas y pañuelos, hasta relojes y grillos; calles estrechas y por supuesto, gente, mucha gente.
El último día en Xi’an, visitamos los famosos guerreros de
terracota. Este ejercito fue descubierto en 1974 por unos campesinos y se ha
convertido en uno de los yacimientos arqueológicos más conocidos.
Quin Shi Huang fue un déspota que reino hace 2000 años pero
que como todos los déspotas tuvo sus aciertos: unificó China. Pues bien,
queriendo huir de la soledad eterna y el olvido por sus acciones, mandó construir un ejercito entero de más
de seis mil soldados que le acompañarían al más allá o como mínimo guardarían
su tumba.
Cada soldado se construyó a tamaño natural y todas sus
caras son diferentes. Como todo ejercito tiene sus rangos y aquí están los soldados
rasos, los arqueros, los de caballería y cómo no los caballos. Se visitan tres
fosas a cada cual más grande. Siguiendo el consejo de la guía las visitamos al
revés. En la fosa tres se
respira una tranquilidad de ultratumba con sus guerreros casi a oscuras guardando el
terreno. La fosa dos no está en tan buen estado pero hace que la tres parezca
pequeña.
La última (o la primera según se mire) es la que te deja sin aliento,
por su magnitud (más de 100 metros de larga) y su majestuosidad (6000 guerreros en formación silenciosa sin mover una pestaña). Sólo hablaban los vivos y los
flashes de las cámaras. Tras más de 2000 años ahí seguían en pie la mayoría.
Unos pocos hacían cola en enfermería para ser recompuestos (el paso de los años
es demoledor). Pero el resto, en formación y en silencio sepulcral.
Volviendo a la ciudad y antes de coger el bus nocturno a
Chengdú, observé a la gente con los móviles. Aquí tanto la calidad del móvil como la
adicción y su uso, juega en otra liga. La gran mayoría de móviles son de
grandes marcas como Apple o Samsung, sin importar el aspecto económico del
portador; la gente usa el móvil para pagar en las tiendas y supermercados e
incluso cogen las bicis haciendo uso del código QR (acercan el móvil a la bici
y arreglado). Quizás de esta necesidad vino la adicción o quizás la adicción
creo la necesidad. Sea como fuere la gente anda por la calle y conduce sus
vehículos, pendientes del móvil. Viendo este ensimismamiento, recordé a los guerreros, solemnes y callados, sonriendo al ver que el eco de su
silencio sepulcral, se escuchaba todavía dos milenios después.
Guay Pablo...genial...por un momento has conseguido q: me moje...q me pierda...q vea a los guerreros y q sienta el silencio y q me agobie al pasar el paso de peatones..no me puedo creer lo de los grillos...en serio?.
ResponderEliminarTan en serio que si quieres y me dejan en las aduanas, te llevo uno. Siempre fiel al blog. Un besazo!
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