Dicen que para llegar al cielo hay que pasar por el
infierno. No afirmaré que experimentamos tremenda hipérbole, sin embargo sí que
puedo asegurar que la vuelta al hard seat
fue muy dura (nunca mejor dicho). Esta vez teníamos sitio asegurado, pero el
problema es el dolor del culo, de tortícolis al día siguiente y sobre todo sufrir
los individualismos de algunos chinos que deciden hablar levantado la voz o
poner la música en el móvil para compartirla con el vagón de madrugada, cuando
menos te lo esperas.
Pasamos la noche entre cabezadas y dos trenes para llegar a
Zhangjiajie desde Shenzhen.
Esta ciudad de difícil acceso tiene cerca la zona
paisajística de Wulingyuan, declarada patrimonio mundial por la UNESCO. A este
increíble lugar se accede por el Parque Nacional de Zhangjiajie a unos 30 km de la ciudad.
Llegamos agotados como se podrá entender y descansamos hasta
la comida, que al ser de calle resultó extremadamente barata, a la par que
buena. Como no daba tiempo a ir al Parque Nacional fuimos a Tianshan, una
montaña que no estaba en nuestras guías y ¡qué gran acierto!
Un bus nos subió a las puertas de la imponente montaña. De
camino puso a prueba nuestra capacidad de aguantar el mareo, mientras subía
temerario por una carretera que serpenteaba como si de una anaconda reptando se
tratase.
Tras el viajecito y con la cabeza dándonos vueltas todavía,
pensamos que las escaleras que teníamos ante nosotros, se trataba de un
espejismo:
Incontables escalones subían escalando la montaña.
Los subimos con la idea firme de no mirar hacia atrás por si
el vértigo nos visitaba para complicar la ascensión. Al llegar arriba, vimos
como las escaleras que acabábamos de subir, daban el relevo a una serie de
escaleras mecánicas que parecían querer rivalizar con la longitud de la
carretera.
Tardamos unos 20 minutos para llegar a la cima sin ningún
esfuerzo y gozamos de unas vistas inmejorables. La carretera parecía ahora un
ciempiés retorciéndose y las escaleras que tanto nos había costado subir, no
eran más inofensivas que piezas de lego
.
La niebla apareció cubriendo la montaña por un velo que le
daba un toque misterioso, pero poco a poco este velo se tornó opaco negándonos
las vistas y nos encontrábamos en medio de la nube, así que al rato decidimos
volver.
Si el paisaje del Tianshan nos pareció espectacular, al día siguiente, descubriríamos que no podía
rivalizar con el de Wulingyuan con sus frondosos bosques y sus escarpadas
formaciones kársticas que sirvieron de inspiración a James Cameron para los
paisajes de Avatar.
Recorrimos casi todo a pie, disfrutando no sólo del paisaje,
sino de los divertidos monos que lo habitan, que aunque dóciles, se han
acostumbrado a que la gente les dé de comer y en ocasiones se abalanzaban. A
una mujer le tiraron la bolsa al suelo y empezaron a robar la comida. Mientras
unos abrían el envoltorio de los bollitos con la boca, y se ponían a comer,
otro se apresuraba a acercarse a ver si quedaba algo. Mientras la mujer
intentaba rescatar algo, su hija lloraba desconsolada y la abuela se encaraba con
los simios.
Cogimos un bus para continuar nuestra excursión y nos
dispusimos a subir el monte Tianzi cuándo vimos de nuevo…¡Escaleras! Así es,
aquí en China las montañas se suben, fortaleciendo glúteos y subiendo muchos
escalones.
Nos costó 2 horas subir a la cima y litros de sudor que
fueron reconfortados por vistas panorámicas de postal.
Por el camino conocimos a dos valencianas y nos volvimos a
encontrar con una pareja con la que ya nos habíamos cruzado en otras ciudades;
ella de familia pakistaní pero nacida en Inglaterra lo cual quedaba clarísimo
por su marcado acento, era extremadamente social. Antítesis de ella él, que ni
nos saludó al cruzarse con nosotros. En los viajes, esto de cruzarse con la
gente es algo común, pero claro, en los países tan grandes el azar juega un
papel más importante y la alegría es mayor. Cuando te cruzas con viajeros
conocidos se crea un vínculo especial nacido de la grata casualidad, el
rostro familiar, la comunión de ideas y
la experiencia compartida. Si te cruzas más de dos veces, la alegría es enorme
como si fuesen viejos conocidos y es inevitable no detenerse a intercambiar
alguna batallita.
Una vez en la cima, cogimos otro bus para intentar explorar
otra zona del parque, pero era tarde y estábamos cansados, así que decidimos
que era hora de volver.
Teníamos que bajar en funicular y pagar un precio por el que
podríamos haber comido una semana (la entrada a Wulingyuan ya es desorbitante
en sí), nos picaron los bolsillos solo hasta que subimos definitivamente a la
cabina. Ante nosotros se abría un paisaje magnífico, que realmente recordaba a
Avatar.
La noche cayó cuando estábamos en el bus, y como sucede
cuando miras al sol, que puedes verlo al cerrar los ojos durante un largo
periodo de tiempo; las vistas desde el funicular, todavía estaban grabadas en
nuestras pupilas y ahí continuarían acompañándonos a la cama y deseándonos
felices sueños.
Muy bonito, pero tened cuidado en dónde os metéis, no vaya a ser que...
ResponderEliminarMamá lo ha leído en el móvil y me ha encargado que os ponga que le ha gustado mucho y que tengáis dulces sueños. Besos.
Tenemos cuidado no os preocupéis
EliminarAy madre...esas curvas...cual serpiente...y luego las escaleras....muy muy bonito todo...pero descansar un poco...me he cansado de leerlo e imaginarlo así es q...os o imagino...extenuados. el funicular genial...y esa paz...ha valido la pena el precio...jeje..no dejéis de comer para ahorrar el viaje. Besos.
ResponderEliminarNo, no, lo de la comida quedó en La India
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