sábado, 19 de agosto de 2017

Stairway to heaven (Shenzhen-Zhangjiajie)

Dicen que para llegar al cielo hay que pasar por el infierno. No afirmaré que experimentamos tremenda hipérbole, sin embargo sí que puedo asegurar que la vuelta al hard seat fue muy dura (nunca mejor dicho). Esta vez teníamos sitio asegurado, pero el problema es el dolor del culo, de tortícolis al día siguiente y sobre todo sufrir los individualismos de algunos chinos que deciden hablar levantado la voz o poner la música en el móvil para compartirla con el vagón de madrugada, cuando menos te lo esperas.
Pasamos la noche entre cabezadas y dos trenes para llegar a Zhangjiajie desde Shenzhen.
Esta ciudad de difícil acceso tiene cerca la zona paisajística de Wulingyuan, declarada patrimonio mundial por la UNESCO. A este increíble lugar se accede por el Parque Nacional de Zhangjiajie a unos 30 km de la ciudad.
Llegamos agotados como se podrá entender y descansamos hasta la comida, que al ser de calle resultó extremadamente barata, a la par que buena. Como no daba tiempo a ir al Parque Nacional fuimos a Tianshan, una montaña que no estaba en nuestras guías y ¡qué gran acierto!

Un bus nos subió a las puertas de la imponente montaña. De camino puso a prueba nuestra capacidad de aguantar el mareo, mientras subía temerario por una carretera que serpenteaba como si de una anaconda reptando se tratase.
Tras el viajecito y con la cabeza dándonos vueltas todavía, pensamos que las escaleras que teníamos ante nosotros, se trataba de un espejismo: 

Incontables escalones subían escalando la montaña.
Los subimos con la idea firme de no mirar hacia atrás por si el vértigo nos visitaba para complicar la ascensión. Al llegar arriba, vimos como las escaleras que acabábamos de subir, daban el relevo a una serie de escaleras mecánicas que parecían querer rivalizar con la longitud de la carretera.
Tardamos unos 20 minutos para llegar a la cima sin ningún esfuerzo y gozamos de unas vistas inmejorables. La carretera parecía ahora un ciempiés retorciéndose y las escaleras que tanto nos había costado subir, no eran más inofensivas que piezas de lego
.
La niebla apareció cubriendo la montaña por un velo que le daba un toque misterioso, pero poco a poco este velo se tornó opaco negándonos las vistas y nos encontrábamos en medio de la nube, así que al rato decidimos volver.
Si el paisaje del Tianshan nos pareció espectacular, al día siguiente, descubriríamos que no podía rivalizar con el de Wulingyuan con sus frondosos bosques y sus escarpadas formaciones kársticas que sirvieron de inspiración a James Cameron para los paisajes de Avatar.

Recorrimos casi todo a pie, disfrutando no sólo del paisaje, sino de los divertidos monos que lo habitan, que aunque dóciles, se han acostumbrado a que la gente les dé de comer y en ocasiones se abalanzaban. A una mujer le tiraron la bolsa al suelo y empezaron a robar la comida. Mientras unos abrían el envoltorio de los bollitos con la boca, y se ponían a comer, otro se apresuraba a acercarse a ver si quedaba algo. Mientras la mujer intentaba rescatar algo, su hija lloraba desconsolada y la abuela se encaraba con los simios.

Cogimos un bus para continuar nuestra excursión y nos dispusimos a subir el monte Tianzi cuándo vimos de nuevo…¡Escaleras! Así es, aquí en China las montañas se suben, fortaleciendo glúteos y subiendo muchos escalones.
Nos costó 2 horas subir a la cima y litros de sudor que fueron reconfortados por vistas panorámicas de postal.
Por el camino conocimos a dos valencianas y nos volvimos a encontrar con una pareja con la que ya nos habíamos cruzado en otras ciudades; ella de familia pakistaní pero nacida en Inglaterra lo cual quedaba clarísimo por su marcado acento, era extremadamente social. Antítesis de ella él, que ni nos saludó al cruzarse con nosotros. En los viajes, esto de cruzarse con la gente es algo común, pero claro, en los países tan grandes el azar juega un papel más importante y la alegría es mayor. Cuando te cruzas con viajeros conocidos se crea un vínculo especial nacido de la grata casualidad, el rostro  familiar, la comunión de ideas y la experiencia compartida. Si te cruzas más de dos veces, la alegría es enorme como si fuesen viejos conocidos y es inevitable no detenerse a intercambiar alguna batallita.

Una vez en la cima, cogimos otro bus para intentar explorar otra zona del parque, pero era tarde y estábamos cansados, así que decidimos que era hora de volver.
Teníamos que bajar en funicular y pagar un precio por el que podríamos haber comido una semana (la entrada a Wulingyuan ya es desorbitante en sí), nos picaron los bolsillos solo hasta que subimos definitivamente a la cabina. Ante nosotros se abría un paisaje magnífico, que realmente recordaba a Avatar.

El funicular acristalado nos hacía sentir que viajábamos en pompas de jabón, sobrevolando uno de esos paisajes que parecen irreales de lo extraordinarios que son. El silencio reinaba en la cabina, a la que habíamos tenido que subir a empujones (como todos los lugares estrechos en China en los que hay cola), pero las vistas, el silencio y la música clásica que acompañaba el descenso, nos hacían intercambiar sonrisas espontáneas.

La noche cayó cuando estábamos en el bus, y como sucede cuando miras al sol, que puedes verlo al cerrar los ojos durante un largo periodo de tiempo; las vistas desde el funicular, todavía estaban grabadas en nuestras pupilas y ahí continuarían acompañándonos a la cama y deseándonos felices sueños.

4 comentarios:

  1. Muy bonito, pero tened cuidado en dónde os metéis, no vaya a ser que...
    Mamá lo ha leído en el móvil y me ha encargado que os ponga que le ha gustado mucho y que tengáis dulces sueños. Besos.

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  2. Ay madre...esas curvas...cual serpiente...y luego las escaleras....muy muy bonito todo...pero descansar un poco...me he cansado de leerlo e imaginarlo así es q...os o imagino...extenuados. el funicular genial...y esa paz...ha valido la pena el precio...jeje..no dejéis de comer para ahorrar el viaje. Besos.

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