miércoles, 28 de agosto de 2013

El techo de Vietnam y la tumba del Gran Hermano (Sapa-Hanoi)

Al mismo tiempo que el sol se abría paso por el montañoso horizonte pidiendo protagonismo, nuestro tren recorría los últimos kilómetros que le separaban de Lao Cai. Eran las 5 de la mañana y con los ojos achinados, no por la adaptación al país sino castigados por el sueño, buscamos una furgoneta que nos llevase a Sapa, al Noroeste de Vietnam, a apenas 35 km de la frontera con China.

Al llegar a Sapa eramos abordados por un grupo de aldeanas vestidas con sus ropas tradicionales y hablando sorprendentemente el mejor inglés que hayamos escuchado de la boca de un vietnamita. Nos preguntaban por nuestro nombre, país, estancia en la ciudad... para ofrecernos con una sonrisa visitar su aldea y comprarles algo. Una mujer con casco de moto y sonrisa permanente (no muy común por lo que hemos podido ver), nos secuestró de las conversaciones con las aldeanas y nos arrastró hacia su hostel anunciándonos que organizaban rutas de dos días al Fansipan, el techo de Vietnam. El precio del tour era un tercio más barato que lo que la Lonely Planet anunciaba como estándar, así que nos fiamos de su sonrisa y aceptamos el ofertón.

Salimos 2 horas y media más tarde de lo previsto, pero como lo importante era subir el pico y no salir antes o después, nos lo tomamos con filosofía.

En la ascensión, tuvimos a dos holandeses de nuestra edad más o menos, como compañeros de viaje. Además por supuesto, del guía, un vietnamita que decía tener 23 años y que llevaba una mochila rosa chillón y unas botas de lluvia con motivos militares.

El primer día ascendimos desde 1800 a 2800. Parando en un campamento base a mitad de camino, para reponer fuerzas comiendo.

La segunda parte fue realmente dura. El camino era subir por barrancos y en ocasiones, era tan acentuado el desnivel que se requería de manos y pies para subir. Por tanto, se podría decir que tuvimos que andar y escalar para subir al segundo campamento base, que es donde dormiríamos.

A pesar de la dureza del "camino", el guía iba rapidísimo, y la primera etapa, que en teoría era de 8 horas, la hicimos en 4 horas y media. En cuanto se puso el sol, claro está, caímos dormidos en menos que canta un grillo.

Volvían a ser las 5 de la mañana cuando amanecimos y tras un desayuno típico vietnamita (sopa de noodles), comenzó la ascensión para coronar los 3143 metros. Aunque no quedaba tanto que subir, la mezcla de niebla con el esfuerzo, nos empapó de arriba a abajo como si nos hubiésemos puesto debajo de la ducha.

Pero al final, en la cima, la niebla se apiadó de los cinco occidentales y su guía, y dejó entrever las vistas que ofrecía el Fansipan. Nadie en Vietnam estaba tan alto como nosotros y el cielo azul a nuestro alrededor, parecía confirmárnoslo. A la altura de nuestros ojos sólo se veían nubes y cielo azul. 

Bajamos por el mismo camino con pasos torpes, intentando lo inevitable, es decir, no resbalarse, mientras el guía caminaba con toda la tranquilidad y naturalidad del mundo como si no estuviese bajando por barrancos sino paseando por Blasco Ibáñez.

Atravesamos de nuevo los laberintos de hierba, los bosques de bambú, las cascadas agonizantes, los ríos vivaces y los caminos empantanados. Y por fin, tras seis horas de descenso, acabamos nuestra excursión en el mismo punto donde la habíamos empezado.
Y coronando el techo de Vietnam, nos despedimos de Guille. Mientras nuestro bus zarpaba camino Hanoi, él esperaba el suyo, con destino Laos. La niebla daba paso a la noche y Sapa nos decía adiós a los tres.

El último destino de Vietnam era de nuevo su capital. Pero esta vez no nos entretuvimos en el casco antiguo y sus secretos culinarios. Esta vez fuimos a visitar el Mausoleo de Ho Chi Minh; la tumba de un semidiós. Así veneran muchos vietnamitas a este líder político tan destacable en la historia del país. Y de esta veneración, surge la idea de embalsamarlo, construir un mausoleo y dejar el cadáver a la vista de sus camaradas. Y es que la visión es imponente, tras una hora de cola, como si de una atracción de Port Aventura se tratase, pudimos acceder al mausoleo. Está rodeado de una seguridad espectacular, como si previesen que alguien con ganas de protagonismo iba a llevarse de recuerdo un muerto a su casa.

La entrada al mausoleo, con la temperatura del frigorífico y la luz tenue de una iglesia unida al silencio y la sobriedad del edificio por dentro, me transportó al "1984" de George Orwell. En la sobrecogedora y a la vez impresionante sala que alberga a Ho Chi Minh, nadie se para, sólo se puede avanzar. Cuando pasas a los pies de Ho Chi Minh y observas las enormes banderas de la hoz y el martillo, mano a mano con la vietnamita, te entra un escalofrío y el cadáver, que parece dormido, iluminado por una luz amarilla, parece susurrar "El Gran Hermano te vigila".

Con esta imagen nos despedíamos de Vietnam, después de 8 días recorriendo sus tierras de sur a norte. El avión se negaba a hacer nuestro mismo recorrido para que no rememorásemos las aventuras y se dirigió al oeste, persiguiendo en vano el sol, con Bangkok en el horizonte. 


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