El busero nos deleitó con la serie de moda en Birmania y con una buena cantidad de hits del Karaoke nacional. Una pena no saber leer birmano para unirse a la fiesta. Al llegar a Kinpun, nos despedimos de la pareja de Singapur, aunque algo me decía que nos volveríamos a cruzar.
El objetivo del día era visitar la Roca Dorada, un lugar sagrado para los budistas que consiste en una roca pintada con pan de oro, que se aguanta sobre otra, haciendo equilibrios sobre el vacío. El camino se podía hacer en camioneta o haciendo una caminata de unas 4 horas por la selva, atravesando las pequeñas aldeas que hay por el camino. La ilusión de cruzar la selva nos pudo y nada más dejar las mochilas en el hostel, nos pusimos en camino.
Atravesamos la jungla y empezó a llover. Ya era inevitable no sentirse Rambo, y más aún al verte envuelto de cabañas de bambú rodeadas de plásticos azules y naranjas, además de gente que te saludaba en birmano por ser el único idioma que hablan.
Fue una experiencia increíble y mereció la pena el esfuerzo. El broche final lo puso una serpiente verde fosforito en medio del camino, con la que nos entretuvimos un rato largo.
La Roca Dorada en sí, no merece la pena si no se visita por motivos religiosos, pero nuestra caminata le dio un brillo especial.
En ocasiones los presentimientos son certeros y entre la neblina que envolvía al templo haciéndonos creer que estábamos a tiro de piedra del cielo, vimos dos figuras que reconocimos al instante. Allí estaban los de Singapur saludándonos sonrientes.
Bajamos juntos en camioneta a Kinpun. En una de esas pick-ups que llevan a 40 turistas apretados por un camino estrecho y lleno de baches, pisando bien el acelerador; Port Aventura en Myanmar. Cenamos con ellos y al final de la noche, esta vez sí, se separaron nuestros caminos.
Al acabar de comer y de conectarnos un rato a Internet, nos animamos a aceptar un “tour express” por la ciudad. Por un módico precio, claro, y al más puro estilo asiático, nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad en moto nuestro guía Ken y nosotros dos (donde caben dos, caben tres); vimos una pagoda preciosa, que es más alta que la de Swedagon, un templo que tenía la que dicen ser una de las Boa Constrictor más largas del mundo, y al conocido y gigantesco Buda reclinado. Todo nos lo explicaba muy bien Ken, que como él decía, tenía poco de budista, pues no cumplía casi ningún precepto. Ahora, pirata era un rato. No paraba de mascar tabaco y de escupir ese líquido rojo que tinta las calles del país y destroza los dientes de sus habitantes, por la mezcla de cal, tabaco, miel, especies y alguna sustancia más.
Sobre las 19:30 una hora más tarde de lo normal, zarpábamos en bus hacia Kalaw, dejando en tierra a Ken, el pirata Birmano.
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