domingo, 2 de junio de 2024

Resurrection (Seward-Hope-Knik River)

Las expectativas suelen ser distorsionadoras de las experiencias; cuando tenemos muchas expectativas sobre algo, suele acabar decepcionándonos. Sin embargo, en muchas ocasiones, tener expectativas bajas, aumenta la posibilidad de mejorar la experiencia. Esto mismo nos ocurrió el miércoles.

Nos habíamos despertado con la tranquilidad veraniega del que no tiene prisa, ya que el tour que habíamos contratado comenzaba a mediodía y por la zona no había mucho más que hacer que no implicara pagar un ojo de la cara. Contextualicemos esto: Teníamos ganas de visitar el glaciar y Kenai Fjords NP en kayak, pero pagar 500 dólares por persona nos parecía abusivo y se salía con creces de nuestro presupuesto, por lo que nos contentamos con una excursión en barco por la “Resurrection Bay” que prometía ver ballenas. En la naturaleza, ya se sabe que no hay nada asegurado más que lo inesperado, por lo que las expectativas anteriormente mencionadas, eran bajitas.

Una vez en el barco, resguardados de las bajas temperaturas, vimos empequeñecer el puerto y los nudos fueron aumentando progresivamente poniendo agua de por medio. 


Decidimos abandonar el calor del interior para que la experiencia nos soplara en la cara y poder verlo todo sin necesidad de sentirnos en el zoológico, con un cristal de por medio. 

El primer encuentro no se hizo esperar. Fue con una nutria marina, que tomaba el sol en medio de la bahía, rascándose la nuca, panza al aire y con los pies cruzados, posando para los turistas que intentábamos inmortalizarla lo mejor posible. A continuación, un grupo de marsopas (unos mamíferos de la familia del delfín que parecen orcas enanas), se puso a jugar con las olas que creaba el barco a su paso.

El barco avanzaba, la lluvia aparecía intermitentemente y el frío era una realidad permanente que era mejor asumir cuánto antes. Cuando llevábamos una hora de tour, algo a lo lejos pulverizó el ambiente y nuestros corazones se aceleraron. El barco paró el motor y se quedó a la deriva. 

El show había empezado: Una ballena jorobada y su cría nadaban apaciblemente, expulsando el oxígeno cada vez que salían a respirar, arrancándonos exclamaciones a todo el barco. Se acercaron aparentemente impasibles y nos regalaron un momento inolvidable al sacar del agua la cabeza y medio cuerpo, lanzándose hacia atrás produciendo una ola expansiva de agua y aplausos silenciosos de todos los espectadores.

El viaje en barco ya había valido la pena, pero no había llegado a su fin. Unos veinte minutos más tarde, unas orcas nos saludaban con su dorso, sacando del agua su piel moteada negra y blanca, tan característica.

Parece mentira, pero el espectáculo no había hecho más que empezar, por lo que aunque el frío está internado en nuestros huesos, me resisto a entrar al calor del interior y verlo todo desde la barrera. La situación merece estoicismo y los esfuerzos suelen ser recompensados. Ahora aparece un macho, con una aleta dorsal enorme y el grupo de orcas para nuestro deleite, se acerca al barco. Una de ellas saca la cabeza del agua como para saludar, y a continuación se sumergen y pasan por debajo del barco, asomando los colores a través del agua cristalina. Mi mandíbula está desencajada. 


Lo que hemos vivido es pura magia, así que cuando las orcas están ya conquistando el horizonte, entro a cubierto para intentar digerirlo todo. Resurrection Bay me ha matado.

Antes de volver al puerto, todavía vimos frailecillos y una colonia de leones de mar que gritaban escandalosos mientras secaban sus cuerpos en la roca. Lo de antes es insuperable pero la vida sigue y hay que resucitar y seguir disfrutando hasta de las cosas que parecen pequeñas.

Con el barco amarrado y el frío acompañándonos todavía, nos vamos al otro lado de la ciudad caminando hasta el “Alaska SeaLife Center”. En este centro de rehabilitación de animales marinos, pudimos seguir aprendiendo sobre las aves y peces del lugar acompañados de la comodidad del calor que se fue instalando de nuevo en nuestros cuerpos. No dejamos de aprovechar la ocasión de tocar anémonas, erizos, cangrejos y otros animales en un tanque preparado para ello. Además, disfrutamos viendo de cerca a los frailecillos, focas y leones marinos, que ajenos a las miradas, hacen lo mismo que harían si no les estuvieran viendo: se comportan como lo que son, ignorando lo que la gente pueda decir. ¡Cuántas cosas nos enseña la naturaleza!

Nuestra caravana da la espalda a Resurrection Bay y nos vamos en busca de un lugar donde aparcarla para pasar la noche. El día ha sido intenso y hay que descansar para que muera…

…Y resucite uno nuevo. 

Abrir los ojos, mirar por la ventana y ver montañas nevadas a los pies de un río, esto es impagable. Todavía más si tenemos en cuenta que las vistas de lujo, no han costado ni un dólar.

Desayunamos saboreando el momento, antes de ponernos en camino y visitar “Hope”, un pueblecito rodeado por montañas y ríos. Como casi todo aquí en Alaska. La mayoría de las casitas son de madera y la tranquilidad parece ser una habitante más. 

Nos cruzamos con un hombre que curioso, se pone a hablar con nosotros y nos cuenta entre otras cosas, que ni un terremoto sufrido hace muchos años, pudo con algunos de los edificios “emblemáticos” de Hope que aún se mantienen en pie. La esperanza efectivamente es lo último que se pierde.

Volvemos sobre nuestros pasos, de vuelta a Anchorage, de nuevo envolviendo el Turnagain Arm, bajo la supervisión de imponentes montañas y cuerpos de agua turquesa. Nos desviamos, sin embargo, para encarar el camino hacia Flattop Mountain. Esta montaña de 1070 metros, cuya cima es plana (de ahí su nombre), es un destino popular en la zona por las maravillosas vistas que regala al que la corona.

Nos costó aparcar la caravana y empezamos a caminar sobre las 13:00, pero como ya se ha visto anteriormente, por esta parte del mundo y en esta época del año, los días son eternos.

En hora y media, después de ser adelantados por gente con perros y runners de todas las edades, gozamos de unas panorámicas de escándalo. Anchorage a nuestros pies, a lo lejos Denali y de acompañantes, montañas vestidas de nieve y un viento helado, como si nos encontráramos a 4000 metros de altura.

Descendimos hasta nuestra casa con ruedas y el día todavía nos permitió unas horas de carretera. La suerte, nos brindó de nuevo, una cama con vistas al río y…así es, las montañas. Nos vamos a dormir que, aunque la luz se queda, el día muere. No os preocupéis, ya sabéis que mañana, resucita de nuevo.      

(29 a 30 de mayo)

No hay comentarios:

Publicar un comentario