martes, 18 de junio de 2024

Mismo sitio, distinto lugar (Glacier National Park)

Navegamos atravesando los campos de trigo que colonizan Walla Walla. El trigo creaba olas siguiendo las mareas del caprichoso viento. Colinas verdes y amarillas nos mecieron durante varias millas hasta que dieron paso a un paisaje más montañoso poblado de altos abetos mientras nos adentrábamos en Idaho y más tarde en Montana.

Supongo que tú también te lo habrás planteado más de una vez: ¿Si le dijeras a tu yo del pasado qué será de él en diez años te creería? 

En mi caso, Pablo del pasado no se hubiera tragado lo que le ocurriría; trece años más tarde me reencontré con Pablo, la ciudad a la que le damos nombre. Obviamente no me pude resistir a inmortalizar el momento.

Dejando atrás mi ciudad tocaya, me encontraba, también de nuevo, a las puertas del Glacier NP. La carretera se había dilatado demasiado en la jornada así que decidimos quedarnos en el camping y dejar la exploración para el nuevo día.

Ha llegado el nuevo día y anuncian tormenta de invierno a partir de las 12. Será mejor que nos pongamos en marcha antes de que sea tarde. Nuestra primera excursión fue al mirador Apgar. 

El sendero atravesaba un bosque y al poco de empezar, un ciervo se cruzó por el camino. Se nos acercó curioso mientras nos manteníamos inmóviles y solo a un metro de distancia fue invadido por el virus del miedo y desapareció entre la maleza. Ascendimos sin descanso durante la mayor parte del Trail y como ya estábamos acostumbrados a nuestros amigos los osos, íbamos hablando en voz alta y con el spray a mano, pero sin los nervios acechando al corazón. 

Nos cruzamos con bastante gente antes de llegar a una caseta que marcaba el final del camino, ofreciendo unas vistas al lago McDonald y al río Flathead. Unos copos de nieve tímidos nos metieron prisa por si llegaba el invierno y en unas dos horas volvíamos a estar en la carretera camino al Avalanche Trail.

El destino quiso, sin embargo, que la carretera de acceso estuviera cerrada durante unas horas, por lo que decidimos cambiar nuestro sándwich diario por una hamburguesa. Investigamos un poco y acabamos tomando la gran decisión de visitar el Great Bear Café donde nos sirvieron unas jugosas hamburguesas de ciervo y de bisonte para chuparse los dedos sin ningún tipo de reparo. Para colmo, la tarta de queso casera con arándanos silvestres nos acabó de hacer la boca agua y de acercar un trocito de cielo a nuestro paladar ¡A veces es tan fácil ser feliz!

Para cerrar el día, hicimos la digestión a regañadientes, mientras ascendíamos al lago Avalanche. Esta vez los carteles que anunciaban la presencia de osos, no tenían ningún valor con tanto visitante recorriendo los caminos.

Las aguas cristalinas del lago, no decepcionaron y en su reflejo como si del espejo de Alicia se tratara, vislumbré el recuerdo que guardaba de años atrás llegando con Enrique al mismo sitio, distinto lugar.



La tormenta de nieve no se había presentado y había sido sustituida por una lluvia respetuosa que nos permitió volver al coche y ponernos a resguardo en el interior de nuestra casita ambulante, sin necesidad de pasar por agua nuestra paciencia.


El invierno, sin embargo, sí llegó al día siguiente. Mientras nuestro Chrysler nos llevaba en la calidez de su interior hacia el lado Este del Parque Nacional, empezó a nevar. No era una nieve idílica de copos del tamaño de un grano de azúcar. Se trataba de conglomerados de algodón de azúcar que caían como empujados por un ventilador a máxima potencia y se desintegraban silenciosamente en nuestro parabrisas. Atravesamos bosques que se habían visto recubiertos de blanco en un momento y pusimos el aire caliente del coche al máximo.

Recorrimos en primer lugar un camino de un kilómetro aproximadamente que acababa en una cascada doble de la que caía agua por arriba, pero también por debajo como si hubiera un río bajo el río. Parecía sacada de una historia de piratas en la que el tesoro se haya tras el velo de agua de la primera cascada.

Nuestro segundo trail era mucho más largo y tardamos unas dos horas y media. Caminamos rodeados de abetos, flores azules y naranjas. A un lado quedaba el lado Saint Mary y al otro se sucedían cascadas por el camino. 

Durante todo el recorrido, nos acompañaban los trozos de algodón que caían incesantes creando cortinas que traían el invierno al verano y dotaban de cierto misticismo la ruta bordeando el lago y atravesando territorio de osos. 


Las cascadas más espectaculares eran las de Saint Mary que escupían agua turquesa que se rompía en perlas que volvían a fundirse en la corriente tornándose  transparente. La nieve muy presente, intentaba perforar en vano el agua del río. 



Al final del recorrido, las Virginia Falls sacaban pecho entre todas las anteriores siendo la más altiva con un salto de agua de unos 15 metros que pulverizaba el agua contra la roca y se entremezclaba confundiéndose entre los copos.


La nieve fue perdiendo su magia y convirtiéndose en lluvia y llegamos al coche empapados pero a tiempo de poner el aire en modo infierno mientras acabábamos de recorrer la carretera “Going-to-the-sun” hasta la barrera que indicaba que el acceso estaba cerrado a la altura del mirador al glaciar Jackson. 

Por desgracia, las nubes recelosas nos robaban las vistas, así que volvimos sobre nuestros pasos, comimos mirando al lago Saint Mary y dimos el día por concluido para descansar y volver a la carretera al día siguiente. Si el invierno continúa en el Glacier, que así sea. Habiéndolo disfrutado, nos vamos a Yellowstone en busca del verano.

(16 de junio a 18 de junio)

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