miércoles, 5 de junio de 2024

Rituales (Palmer-Denali-Fairbanks)

Los rituales son una serie de acciones que se repiten siguiendo una secuencia. Dan seguridad por crear una sensación de control, y además llevan acompañado cierto simbolismo. En este viaje, nuestras mañanas y nuestras tardes tienen su propio ritual.

¡Buenos días! Como cada mañana, subimos el store, para dejarnos despertar siendo acariciados por los amables rayos del sol. Admiramos somnolientos las vistas que nos regala esta parte del mundo, desayunamos café recién hecho y un yogur con granola, recogemos la cama, nos vestimos y con todo recogido, nos ponemos al volante.

Tras el ritual, la carretera decide. En este jueves, la primera parada es el pueblecito de Palmer, rodeado por montañas nevadas como tantos otros, y embellecido por el verde que cubre downtown y coloniza las vías del tren abandonadas. No tiene mucho que visitar, pero no por ello deja de valer la pena; la belleza pocas veces se valora por lo cuantitativo.


Talkeetna, nuestra segunda parada, también es bonita pero muestra un estilo más montañero, llena de edificios de madera decorados con cornamentas de alce. Sin embargo, por lo que realmente merece la visita, es por sus vistas privilegiadas a Denali, la montaña más alta de Norteamérica con nada menos que 6190 metros de altura. 

Envolviendo el pueblo, el río Nenana pasaba caudaloso esa mañana, con una corriente tan poderosa que casi ganaba la partida al motor de una lancha que pretendía cruzarlo. Denali (llamado así por los nativos americanos), también conocido como Mount McKinley, se alzaba imponente. Su majestuosidad es poderosa, sobre todo teniendo en cuenta que su altura desde la base es de tan solo 609 metros por lo que mirarlo de frente, infunde humildad al más soberbio.

Empequeñecidos por “el alto, el grande” (traducción de Denali), pero no amedrentados, todavía seguiríamos conquistando millas por la tarde, antes de llegar a las puertas del Denali National Park, donde nos aparcaríamos para pasar la noche y estar preparados para madrugar al día siguiente.

Los rayos del sol parecían no haberse ido a descansar cuando nos sonó la alarma a las 3:30. El Parque Nacional tiene una única carretera de unas 90 millas y a partir de cierta distancia sólo es accesible contratando un tour, caminando o en bici. Nos inclinamos por el tour que iniciaba a las 4:50.

Subimos al autobús medio dormidos. Acostumbrados a la cultura americana, no nos sorprendió ver a un hombre mayor con un sombrero de oso que parecía sacado de Disney World, ni a una mujer de edad similar, dando la nota continuamente. Este es el país de la individualidad y no se avergüenzan de ello ni mucho menos.

A pesar de tener la sensación de ver la naturaleza desde detrás de la barrera, nos sentimos afortunados al ver dos puercoespines, un alce con su cría (que parecía que tenía más piernas que cuerpo) y varios caribús. 

El paisaje también era espectacular, aunque el monte Denali se escondiera detrás de las nubes. Toda la cordillera Alaska, lucía de lo más fotográfico en un día bastante despejado.



En un momento del tour, nos resultó curioso que el autobús dedicase bastante tiempo a admirar unas ovejas que aparecían como puntos blancos a lo lejos. El conductor explicó que las “ovejas Dall” fueron las responsables de la creación de este parque. Un tal Charles Sheldon, cazador y naturista, dedicó parte de su vida a observar a estos y otros animales. Alarmado por el peligro que corrían si no se protegía su habitat, decidió invertir energías en ayudar a su conservación promoviendo la creación de este parque nacional.

Tras el madrugón y las cuatro horas de tour, todavía sacamos fuerzas para hacer una ruta por el lago Horseshoe que también pasaba por el río Nenana, el mismo que habíamos visto el día anterior millas abajo, y que hace de frontera natural del Parque.


Antes de aparcar definitivamente nuestra casa, pasamos por una cervecería que se encuentra en Healy y que tiene una replica del “Magic bus”, que habitó Christopher McCandless, también conocido como Alexander Supertramp, cuyo viaje fue inmortalizado en el libro y la película homónima, “Into the wild”.

El propietario de la cervecería 49th State Brewing Company, adquirió esta réplica utilizada para la película, con la intención de facilitar a los turistas a la experiencia de entrar en el “Bus 142” sin arriesgar sus vidas, ya que la peregrinación al bus real había acabado en tragedia en varias ocasiones.

Mientras tomábamos una cerveza, un canadiense nos empezó a dar conversación y a darnos “ideas” para hacer de nuestra aventura un negocio. Era uno de esos personajes que se quieren a sí mismos y opinan conocer la solución para “arreglar” la vida de cualquiera que les dé conversación. De esos que te intentan vender una historia, asegurando que a nadie se le ha ocurrido antes. Dejamos atrás el Magic bus y a nuestro canadiense que seguramente habrá tardado poco tiempo en entablar conversación con alguien más.

El tercer día de este relato amanece también siguiendo el ritual, pero esta vez la cosa cambia porque para poder reponer agua y vaciar las aguas fecales hemos dormido en un camping. Así pues, nos disponemos a dejar la RV como nueva. Sin embargo, los contratiempos inevitables de las aventuras, han decidido madrugar y la válvula que vacía el depósito de la ducha y el fregadero está bloqueada por lo que deberemos estar todo el día pendientes de que lo revise un hombre con el que tendremos que quedar.

Mientras tanto, aprovechamos y nos vamos por el camino de la estrella polar, hacia Fairbanks. Hacemos una parada en el Museo del Norte, cuya arquitectura peculiar marida perfectamente con una de sus exposiciones permanentes: “The Place where you go to listen”.
En esta exhibición, el compositor John Luther Adams, ha creado una banda sonora de la naturaleza, cambiante y con vida propia. En ella, la posición del sol, las etapas de la luna e incluso los fenómenos naturales como los terremotos o las auroras boreales, son los encargados de componer la música que en esta sala se puede escuchar. La naturaleza sin saberlo interpreta aquí una melodía variable a tiempo real y sin un principio ni un fin.

Salimos del museo y la persona responsable de revisar la caravana todavía no está disponible, por lo que viajamos una hora y media para visitar  Chena Hot Springs y relajarnos en sus aguas termales a 40 grados. La relajación a la que llevó a nuestros cuerpos, mereció la hora de trayecto.

Viendo la vida en slow motion, volvemos a Fairbanks para encontrarnos al fin con el mecánico. A pesar de todo, no consigue desatascar la válvula bloqueada, pero al menos nos enseñó un truco para poder seguir hacia delante hasta el final del viaje sin ser invadidos por las aguas residuales.

Y ahora sí, para acabar el día, dedicamos un rato a nuestro ritual vespertino. Empieza la búsqueda de un lugar con vistas de esas que quitan el hipo y te conectan con la naturaleza. Luego tocará la cerveza o el vino de rigor para brindar por un día más recorriendo rutas salvajes, cenaremos y haremos la cama.¡Buenas noches!

(31 de mayo a 1 de junio)

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