jueves, 30 de mayo de 2024

Canciones para espantar a los osos feroces (Austin–Anchorage–Seward)

A las 6 de la mañana, todavía medio dormido, levanta el morro el avión con destino a Seattle. Nosotros con los ojos cerrados y la resaca de la despedida a nuestros queridos catalanes de Becker, dejamos que vuele el tiempo entre nubes, cabezadas y sueños.

De Seattle nos espera un nuevo vuelo, con destino al estado que será nuestra residencia durante las próximas dos semanas: Alaska. Gracias a la diferencia horario, llegamos a una hora prudente a Anchorage que nos permitía aprovechar el día a pesar del cansancio. Así que después de hacer el check-in del hotel, nos animamos a dar una vuelta.

Bendecida por la luz intensa del norte dotada un brillo diferente, protegida por las montañas nevadas que la rodean, y afeada por sus edificios rectangulares que parecen inspirados en el estilo soviético. Anchorage nos daba la bienvenida con su autenticidad.

Iniciamos el paseo en el Anchorage Market, que parece más una feria de pueblo con sus atracciones humildes en tamaño, pero no por ello menos adrenalínicas.

Desde allí nos acercamos al Ship Creek Overlook, un mirador con vistas al río por el que en verano, los salmones luchan a contracorriente por cumplir su destino mientras los pescadores los tientan con abandonar su viaje. El paisaje era bucólico: montañas nevadas como decorado, un río que atraviesa la ciudad, conquistado por hombres con botas altas y cañas de pescar flexibles que imitan los movimientos del viento; un tren que pasa cercano, con el techo de cristal para que los pasajeros no se pierdan la belleza del viaje y para rematar, la brisa fresca de verano acariciando nuestras caras, recordándonos que estábamos de vacaciones.

Con este paseo, teníamos suficiente por hoy. Tened en cuenta que el viaje en avión había alargado nuestro día considerablemente; así que fuimos a cenar a un restaurante de buena cocina y precio ajustado al país y nos recogimos en nuestra cama, con el store bajado para resguardarnos de la luz diurna, perenne en verano por estos lares.   

El segundo día, dedicamos la mañana a recoger nuestra casa ambulante: Una autocaravana Minnie Winnie. Tras más de una hora viendo un vídeo didáctico, firmando papeles y revisando que nuestro nuevo hogar era funcional y estaba en condiciones, nos echamos al fin, a la carretera. El siguiente paso era llenarla de provisiones, pero al ser el día de los caídos CostCo estaba cerrado y reservamos la visita hasta el día siguiente. Así pues, nos dirigimos al norte hacia el Eklutna Lake para pasar el día y la noche.

Las primeras millas con la autocaravana vinieron acompañadas de la tensión responsable de conducir un vehículo de 8 metros con el que no se está familiarizado. Sin embargo, más pronto o más tarde, se puede asegurar que llegamos a nuestro destino del lago. Nos aseguramos un lugar en el camping y con la “cama” reservada, nos fuimos a pasear para admirar de cerca las aguas turquesas del Eklutna Lake. 

Sólo recorrimos una parte del lago, que tiene 14 kilómetros cuadrados y forma parte de Chugach State Park. Por el camino nos encontrábamos con gente que llevaba cascabeles para hacer ruido al caminar y varios además llevaban spray de pimienta en la cadera como el que lleva su revolver a pasear ¿El objetivo? Salir airosos ante el posible encuentro con un oso.

Todavía sin ninguna defensa anti osos feroces, nos pusimos a hablar en voz alta y a cantar para anunciar nuestra presencia. Caminamos unas dos horas antes de volver al camping para cenar la poca comida que nos quedaba del avión: cacahuetes y barritas. De postre, pedimos el deseo de llenar la despensa a la mañana siguiente.

¡Y vamos si lo hicimos! Dedicamos unas dos horas a empoderarnos como Escarlata O’Hara y asegurarnos de que no volveríamos a pasar hambre. Conduciendo en la abundancia, nos dirigimos a la península de Kenai, al sur de Anchorage.

La carretera es de lo más fotogénica, rodeando una vía fluvial interminable llamada “Turnagain Arm”. Las montañas vestidas de nieve, ven reflejadas en esta, sus rostros grandilocuentes, solo distorsionados y codificados (como sólo comprenderán los que vivieron la época de Canal +), por las ondulantes embestidas del viento . La carretera pasa también por aguas turquesa y por lagos de una quietud mágica, que los convierte en espejos que parecen poner a prueba la gravedad con sus reflejos invertidos.  

Maravillados por el viaje, llegamos a Seward, un pueblo pesquero que mira al Golfo de Alaska de frente, protegido por una serie de islas. Nos informamos en el Visitor Center de las opciones que teníamos para aprovechar el día, y nos fuimos hacia el Exit Glacier, que forma parte de Kenai Fjords National Park.

Empezamos recorriendo el Trail más largo posible. No sé por qué narices tenemos que empeñarnos siempre con lo más grande (No es casualidad que llevemos dos años viviendo en Texas). Nada más empezar, los carteles anunciaban probables encuentros con osos y aconsejaban tomar precauciones. Esta vez no nos pillarían desprevenidos, y con nuestro cascabel y spray de pimienta recién comprados, nos pusimos en camino.

El Trail se adentraba en un bosque que ascendía la montaña proporcionando escasa visibilidad, por lo que los sudores no tardaron en empaparnos la piel y el corazón se nos puso rápidamente en quinta. Nos esforzábamos por avanzar y a la vez ser muy ruidosos. Bea se puso a cantar y así caminábamos excepto cuando nos cruzábamos con gente; ya que, conscientes de lo patético de la escena, preferíamos sacar la dignidad del bolsillo y hondearla, hasta perder a las personas de vista.

Una hora después, no habíamos conseguido encontrar al oso feroz, pero tampoco las esperadas vistas del glaciar. Cansados de subir la montaña sin obtener del “Exit Glacier” (aunque no por ello menos espectaculares) y batallando por avanzar en la nieve, que en ese tramo del Trail estaba instalada; abandonamos la ascensión y dimos media vuelta sin dejar de cantar, con el spray preparado, como Lucky Luke lo está para desenfundar.

No nos resignamos a despedirnos del parque sin ver el glaciar, por lo que recorrimos un camino que llevaba a los pies de este y que era mucho más corto que el anterior. Con la adrenalina diluyéndose en nuestras venas y reconfortados con las vistas conseguidas al fin, volvimos a Seward para reservar un tour en barco para el día siguiente.

Con los deberes hechos, aparcamos la autocaravana en un mirador que nos ofrecía unas vistas espectaculares al glaciar desde nuestra cama. Tras lo que nos pareció un festín, después de varias comidas sin una dieta decente, nos dimos las buenas noches con el sol instalado en el cielo y unas panorámicas a nuestros pies de lo más Instagramer, aunque muy pero que muy reales.

(26 a 28 de mayo)

1 comentario:

  1. I went kayaking on Eklutna Lake! Beautiful place! Glad you're having fun and staying safe from bears and moose!

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