jueves, 6 de junio de 2024

Rawesome (Denali-Valdez)

Alaska es asombrosa, salvaje y cruda como los salmones que inundan sus ríos y dan de comer a sus osos. Basta con alejarse de Anchorage para darse cuenta de ello.



Empezábamos el día volviendo a Denali NP para hacer una última ruta antes de darle la espalda y alejarnos por la carretera. La ruta que decidimos conquistar era la que llevaba al mirador de Mount Healy. Según nos habían prevenido era una ruta exigente, por lo que íbamos preparados con agua y comida además de nuestro cascabel y spray pimienta. Nos dimos cuenta que eran totalmente innecesarios al cruzarnos con la segunda pareja de montañeros. Si había osos por la zona, no se acercarían con tanta gente por el camino.

Si bien es cierto que durante toda la ruta se está ascendiendo, calificarla de exigente nos pareció una exageración. En una hora larga estábamos en lo alto del mirador, con unas vistas del valle que no daban pie a exageraciones; merecían esta segunda visita al parque. Los que han estado siguiendo el viaje, podrán adivinar que el valle estaba rodeado por montañas nevadas confiriendo un toque salvaje al paisaje.

Cuando volvimos a la carretera no nos imaginábamos que íbamos a atravesar una de las carreteras más bonitas que hemos recorrido hasta el momento. Denali Highway une Cantwell con Paxson y antiguamente era la única manera de acceder al Parque Nacional, de ahí su nombre.

135 millas de carretera en la que el asfalto no es la regla general. Los paisajes y la necesidad de viajar lentamente para evitar meter la rueda en un bache que ponga fin a la conducción sí son reiteración.


Intentar definir tantos paisajes tan diversos es injusto, complicado y poco objetivo, pero en eso consisten estos diarios; en intentar acercar la realidad a través de palabras. Así que haremos el mejor esfuerzo por ser fieles a la realidad. Por este camino de grava y tierra se atraviesan lagos, ríos, bosques inundados de abetos y tundras desoladas. 

Las montañas protagonistas omnipresentes, se alzan poderosas. Por momentos a lo lejos, por momentos envolviendo el paisaje. Siempre agrestes y acicaladas de nieve. La caravana bamboleaba lentamente, en su interior, la música ponía la guinda a la experiencia, anclándonos al instante, haciéndonos adictos al asombro.

La magia la produjo un fenómeno natural bastante común pero no por ello menos asombroso; a lo lejos, una montaña parecía vestirse de morado y azulado. Conforme avanzábamos la refracción fue curvándose y tomando una forma más identificable. La música de La Sonrisa de Julia arrojaba “Arroyo claro” por los altavoces y el tiempo se alargaba pasando lentamente por la estación del presente (tan a menudo pasada de largo), dibujando un arco iris chato que nos hizo dar gracias por poder llenar la vida de pequeños milagros.

Parecía que la carretera ya no podía ofrecer nada más, cuando nos vimos rodeados de nieve como si estuviéramos en medio de los Alpes. Los lagos helados y las montañas blancas eran demasiado acogedores como para seguir ignorándolos, por lo que aparcamos la caravana y los convertimos en nuestra cama por un día abrigándonos con su cálida manta.

El día siguiente nos esperaba otra carretera de renombre por su belleza: La Richardson Highway que une Fairbanks con Valdez. No esperábamos mucho por seguir resacosos de la vivencia anterior. Sin embargo, aunque diferente, se entiende su fama. Ya de inicio, nos introducía las Wrangell mountains; una cadena montañosa que a lo lejos crea una sensación de irrealidad producida por la nieve que da pie a confundirla con nubes metamórficas.

Esta cadena montañosa recibe su nombre de uno de los volcanes activos más grandes de Norteamérica. Cuesta creer que este monte de más de 4000 metros de altura, conquistado por una capa de nieve que parece virgen, se trate de un dragón dormido que permite ser cubierto por una manta hasta que decida rugir y derretirlo todo alrededor.

Más adelante, la carretera asciende hasta el puerto de Thompson, este paso, es la entrada a la ciudad de Valdez. Este trozo de la carretera imbuye al pasajero en una sensación de visitar los escenarios de “La Sociedad de la nieve” que es inevitable. La nieve no invade la carretera de milagro. 

Y sin embargo, descendiendo unas 20 millas carretera abajo, el escenario cambia por completo y se llena de cascadas que navegan por la hierba verde y te transporta al “Señor de los anillos”. En este estado, el verde y el blanco conviven en una armonía alucinante.
Descendiendo 10 millas, la carretera acaba y desemboca en Valdez, una ciudad portuaria que parece haber invocado la mala suerte, personificada en las diferentes catástrofes sufridas en su corta historia. Las más conocidas son el terremoto que se llevó consigo la antigua ciudad, reubicada hoy en día más al oeste; y la desgracia del vertido de petróleo de la compañía Exxon. Se puede aprender más sobre estas catástrofes, y a la vez instruirse en otras historias locales, maquetas y recreaciones, en el más que aconsejable Museo de la ciudad que visitamos antes de rematar el día, paseando por el puerto y llenando nuestros pulmones de aire fresco, puro, y con aroma a pescado crudo.  

(2 de junio a 3 de junio)



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