Dicho y hecho,
cuatro horas después aparcábamos la caravana. Habíamos leído que nos adentrábamos
en “territorio oso” y el corazón latía con fuerza. Algunos pensarán en este
punto que somos unos inconscientes; así que remarcaremos también que las mismas
guías que advertían de la presencia de osos, insistían en que muchas familias recorrían
los caminos, y que, en definitiva, extremando las precauciones no era una
locura.
Aun así estábamos, permítase la expresión, algo acojonados. Al inicio del camino, vimos dos botes de spray pimienta que algún alma caritativa había dejado, quizás para calmar algo los nervios de estos valencianos. Siendo agradecidos, no dudamos el ofrecimiento y los convertimos en acompañantes. Pero no podíamos empezar sin saber cómo funcionaban y con los nervios nublando nuestras decisiones, lo accionamos sin caer en la cuenta que el viento es caprichoso y volátil. Un chorro de humo amarillo salió disparado y en unos momentos impregnó todo el aire del gas, y en pocos segundos comprobamos empíricamente nuestra mala decisión y la efectividad del dichoso aerosol. Como si se tratara del pistoletazo de salida, salimos pitando del lugar con las gargantas picosas y algunas lagrimillas.
Seguimos todas
las normas de precaución: El cascabel sonaba como si lleváramos un sonajero
colgando, hablábamos levantando la voz y ahuyentando al silencio y los dedos estaban
preparados para accionar la boquilla del spray en caso de avistamiento. El
primero, llegó antes de lo que esperábamos, al cruzar una curva. Un animal de
cuatro patas con pelo rubio y una lengua que se movía rítmicamente al son de la
respiración, nos dio el primer micro infarto. Se trataba de un perro.
Nos cruzamos con bastante gente, lo cual nos tranquilizaba, pero los sonidos del bosque y algún animal graciosillo que se movía rápidamente haciendo sonar la hojarasca, se encargaron de hacernos pasar un mal rato. En un momento de nervios, Bea realizó un sonido para conquistar el silencio y advertir de nuestra presencia. El sonido era tan poco humano, que nos arranca una carcajada sana que fue alargada por el nerviosismo.
Una hora más
tarde, sin tener claro que el camino fuera a acabar en las cascadas y cansados
de pasarlo mal sin ninguna recompensa, dimos media vuelta. El hecho de volver
sobre nuestros pasos nos calmó y pasamos de tener el latido de un bebé a algo
más acorde a nuestra edad. Seguíamos cruzándonos con bastante gente y nos
sorprendía ver a todo tipo de personas: parejas mayores, un hombre con pistola,
gente en bicis, familias con niños, una mujer embarazada…Si alguien se ha
quedado sorprendido con lo de la pistola, quiero recalcar algo: En dos años en
Texas, no nos hemos cruzado con nadie que llevara la pistola en algún lugar
visible. En Alaska, en dos semanas, hemos visto a una docena fácilmente. Pero
seamos sinceros, a nosotros también nos llamaba la atención.
Hablando de todo
un poco, hemos llegado al inicio del camino y al mirar el mapa vemos lo cerca
que nos hemos quedado de las cascadas. Valorando la cantidad de gente que nos
hemos encontrado y la hora que es, hacemos de tripas corazón y volvemos una vez
más sobre nuestros pasos decididos a llegar a donde nos habíamos planteado.
No vamos a negar que seguíamos muy atentos, pero el estado de alerta era mucho más soportable para nuestra salud que cuando iniciamos la ruta por primera vez. Una hora más tarde, llegamos a nuestro destino y disfrutamos desde una plataforma, del paso agitado del agua que iba descendiendo en tobogán sin mirar atrás creando espuma y salpicando. Ahora sí, en la seguridad de la distancia, deseamos encontrar un oso que esté alimentándose allá abajo, pero fieles a la timidez mostrada, deciden dejarnos con las ganas y quizás sea mejor así. Para regalarnos una imagen para el recuerdo, un salmón altruista, pega un salto fuera del agua remontando el río Dios sabe cómo, y ya no lo volvemos a ver. Seguirá repitiendo estos movimientos hasta que consiga llegar a su destino, pero nosotros sabemos que este salto, era para nosotros.
Volvemos a la
caravana, dejando atrás los aerosoles que nos han dado algo de seguridad. Así
alguien más los podrá disfrutar. Atrás queda una aventura llena de histerismo
que nos ha cargado de adrenalina y un bosque lleno de osos que no hemos visto.
¿Nos habrán visto ellos a nosotros?
Ya en la ciudad, visitamos el Anchorage Museum; museo muy recomendable en el que aprendimos sobre las diferentes culturas nativas del estado; conocimos artistas del comic locales; disfrutamos como enanos de todas las exposiciones interactivas sobre volcanes, terremotos, auroras boreales o animales; y contemplamos las obras de arte tanto clásicas como modernas. En definitiva, nos empachamos de conocimientos nuevos y muy variados. Sólo nos quedaba comer, devolver nuestra casa rodante tras 2224 millas, y pasar nuestra última noche en una casa con cimientos. Nuestras vecinas escandalosas y un experto en ronquidos se encargaron de que echáramos pronto de menos nuestra caravana.
Al día siguiente
volábamos por la mañana de vuelta a Seattle para comenzar nuestra nueva
aventura por el noroeste de los EEUU. El avión tomó impulso, y levantó el morro
antes de sumergirse en el cielo, que ya no sabíamos si era azul o blanco. Atravesó
lo que parecían icebergs de diferentes formas y tamaños pero que se deshacían
silenciosos al chocarse. Lo último que desapareció con gracilidad, ofreciendo
una bonita postal a los espectadores que seguían en Anchorage, fue su cola. Alaska
quedaba atrás con sus montañas de nieve perenne, sus huidizos osos y sus
majestuosas ballenas.
(7 de junio a 9
de junio)
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