El cielo amanecía serio, grisáceo y algo llorón. No era el mejor clima para visitar en barco el Columbia Glacier pero lo cierto es que la lluvia era más bien tímida y seamos sinceros, en las excursiones, el clima es un protagonista que siempre aparece sin invitación.
Antes de embarcarnos en el tour, vaciamos de nuevo las aguas fecales de la caravana, esta vez con más éxito que la primera. Aún así, nadie pudo evitar que tuviera que hincar la rodilla en el charco para poder accionar la válvula bloqueada. Con los deberes hechos y la caravana limpia (que no mis pantalones), fuimos hacia el puerto de Valdez.
El barco zarpaba a las 10:30 con la tripulación a resguardo de la lluvia y las bajas temperaturas. Por el camino hacia el glaciar, los motores se detuvieron en varios momentos para permitirnos disfrutar de avistamientos animales. Pudimos ver nutrias de mar pasando el rato en comunidad, águilas calvas en lo alto de árboles oteando el horizonte o leones marinos armando follón como sólo ellos saben.
Un momento especial nos lo regalaron un grupo de marsopas jugando con las olas de nuestro barco. La velocidad a la que nadaban era vertiginosa y sus cambios de rumbo las cataloga como hiperactivas sin necesidad de diagnóstico.
El Columbia Glacier, protagonista de la excursión, nos esperaba, impertérrito y helado. Por el camino para llegar a sus pies, restos varados que formaron parte del glaciar, flotaban creando una bahía minada de “growlers”, conocidos por el pueblo llano como pequeños icebergs. En unas ocasiones veíamos estas plataformas habitadas por nutrias, en otras, nadaban solitarias, esperando el inevitable paso del tiempo para ahogarse en estado líquido.
El barco se acercó a una de las lenguas del glaciar, apagó el motor y nos dejó fascinados, conquistados por un silencio congelado, sólo roto por el mismo glaciar desconchándose con estruendosas quejas que helaban la sangre y salpicaban el agua al caer.
Estuvimos bastante tiempo, pasando frío gustosamente por la singularidad del momento. Hasta la naturaleza inerte es sobrecogedora; y nosotros que nos creemos los reyes del mundo…El barco pegó media vuelta y rompió el silencio con su avanzar pesaroso, golpeando growlers imposibles de evitar, que emitían ruidos metálicos.
De vuelta a tierra firme, dedicamos el resto del día a encontrar una cama con vistas y a decidir nuestra próxima destinación, que el destino quiso que incluyera un cambio de rumbo.
Al día siguiente, estábamos camino a McCarthy con un nuevo tour concertado para caminar sobre el Root Glacier. Dos horas de carretera después, un hombre de la construcción nos detuvo avisando que tardaríamos unos 40 minutos en poder seguir adelante. Como no había otra carretera, esperamos.El aburrimiento a menudo pone en marcha los engranajes de la memoria. En mi cabeza, el nombre de la carretera que esperábamos a recorrer, se encendió como un cartel de luces de neón; la carretera era una de las prohibidas por la compañía de la autocaravana. Este impedimento, se debe a su falta de asfalto, su multitud de baches y sus nefastas condiciones generales. La cruda realidad era que la excursión ya estaba pagada, así que hicimos de tripas corazón y nos lanzamos a la aventura cuando nos abrieron el paso.
Lenta, pero sin pausa hicimos rodar la caravana con un vaivén incesante, poco a poco íbamos avanzando, restando metros. La concentración era suprema fruto del miedo por quedarnos encallados. 60 millas más tarde, que traducidas a nuestra conducción vacilante, significaba tres horas más tarde, llegábamos sanos y salvos al final del camino. Respiramos aliviados y dimos el día por resuelto.
Despertamos con vistas al enorme Kenicott Glacier, dejamos nuestra casa con ruedas y cruzamos caminando un puente de película para acceder al punto de encuentro del tour. Al poco rato, un coche con dos guías nos llevó al inicio del sendero, donde junto con otras tres parejas (curiosamente, dos de ellas de Texas y siendo las mujeres maestras), nos pusimos rumbo al Root Glacier.
Tardamos unas dos horas en llegar a los pies del glaciar, nos pusimos los crampones e iniciamos la ascensión por esta prominencia helada que está en movimiento constante, pero tan paciente que es imperceptible al ojo humano.
El glaciar, dominado por los blancos, con líneas trazadas de negro o gris por las impurezas arrastradas en su lento recorrido, también se viste de azules que, gracias a la magia de la reflexión, lo combinaba perfectamente con el cielo despejado.
Estuvimos explorando esta masa helada, durante unas dos horas. En este tiempo, tuvimos la suerte de almorzar al lado de una cascada que formaba un lago antes de seguir su paso río abajo; pudimos beber del agua helada y pura que corría moldeando a su paso canaletas.
(4 de junio a 6
de junio)
Os leeré cuando tenga tiempo. Pero hoy sin leer ni viajar con vosotros os doy las gracias por compartirlo. Cuidaros. Un gran abrazo
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