miércoles, 28 de agosto de 2013

El techo de Vietnam y la tumba del Gran Hermano (Sapa-Hanoi)

Al mismo tiempo que el sol se abría paso por el montañoso horizonte pidiendo protagonismo, nuestro tren recorría los últimos kilómetros que le separaban de Lao Cai. Eran las 5 de la mañana y con los ojos achinados, no por la adaptación al país sino castigados por el sueño, buscamos una furgoneta que nos llevase a Sapa, al Noroeste de Vietnam, a apenas 35 km de la frontera con China.

Al llegar a Sapa eramos abordados por un grupo de aldeanas vestidas con sus ropas tradicionales y hablando sorprendentemente el mejor inglés que hayamos escuchado de la boca de un vietnamita. Nos preguntaban por nuestro nombre, país, estancia en la ciudad... para ofrecernos con una sonrisa visitar su aldea y comprarles algo. Una mujer con casco de moto y sonrisa permanente (no muy común por lo que hemos podido ver), nos secuestró de las conversaciones con las aldeanas y nos arrastró hacia su hostel anunciándonos que organizaban rutas de dos días al Fansipan, el techo de Vietnam. El precio del tour era un tercio más barato que lo que la Lonely Planet anunciaba como estándar, así que nos fiamos de su sonrisa y aceptamos el ofertón.

Salimos 2 horas y media más tarde de lo previsto, pero como lo importante era subir el pico y no salir antes o después, nos lo tomamos con filosofía.

En la ascensión, tuvimos a dos holandeses de nuestra edad más o menos, como compañeros de viaje. Además por supuesto, del guía, un vietnamita que decía tener 23 años y que llevaba una mochila rosa chillón y unas botas de lluvia con motivos militares.

El primer día ascendimos desde 1800 a 2800. Parando en un campamento base a mitad de camino, para reponer fuerzas comiendo.

La segunda parte fue realmente dura. El camino era subir por barrancos y en ocasiones, era tan acentuado el desnivel que se requería de manos y pies para subir. Por tanto, se podría decir que tuvimos que andar y escalar para subir al segundo campamento base, que es donde dormiríamos.

A pesar de la dureza del "camino", el guía iba rapidísimo, y la primera etapa, que en teoría era de 8 horas, la hicimos en 4 horas y media. En cuanto se puso el sol, claro está, caímos dormidos en menos que canta un grillo.

Volvían a ser las 5 de la mañana cuando amanecimos y tras un desayuno típico vietnamita (sopa de noodles), comenzó la ascensión para coronar los 3143 metros. Aunque no quedaba tanto que subir, la mezcla de niebla con el esfuerzo, nos empapó de arriba a abajo como si nos hubiésemos puesto debajo de la ducha.

Pero al final, en la cima, la niebla se apiadó de los cinco occidentales y su guía, y dejó entrever las vistas que ofrecía el Fansipan. Nadie en Vietnam estaba tan alto como nosotros y el cielo azul a nuestro alrededor, parecía confirmárnoslo. A la altura de nuestros ojos sólo se veían nubes y cielo azul. 

Bajamos por el mismo camino con pasos torpes, intentando lo inevitable, es decir, no resbalarse, mientras el guía caminaba con toda la tranquilidad y naturalidad del mundo como si no estuviese bajando por barrancos sino paseando por Blasco Ibáñez.

Atravesamos de nuevo los laberintos de hierba, los bosques de bambú, las cascadas agonizantes, los ríos vivaces y los caminos empantanados. Y por fin, tras seis horas de descenso, acabamos nuestra excursión en el mismo punto donde la habíamos empezado.
Y coronando el techo de Vietnam, nos despedimos de Guille. Mientras nuestro bus zarpaba camino Hanoi, él esperaba el suyo, con destino Laos. La niebla daba paso a la noche y Sapa nos decía adiós a los tres.

El último destino de Vietnam era de nuevo su capital. Pero esta vez no nos entretuvimos en el casco antiguo y sus secretos culinarios. Esta vez fuimos a visitar el Mausoleo de Ho Chi Minh; la tumba de un semidiós. Así veneran muchos vietnamitas a este líder político tan destacable en la historia del país. Y de esta veneración, surge la idea de embalsamarlo, construir un mausoleo y dejar el cadáver a la vista de sus camaradas. Y es que la visión es imponente, tras una hora de cola, como si de una atracción de Port Aventura se tratase, pudimos acceder al mausoleo. Está rodeado de una seguridad espectacular, como si previesen que alguien con ganas de protagonismo iba a llevarse de recuerdo un muerto a su casa.

La entrada al mausoleo, con la temperatura del frigorífico y la luz tenue de una iglesia unida al silencio y la sobriedad del edificio por dentro, me transportó al "1984" de George Orwell. En la sobrecogedora y a la vez impresionante sala que alberga a Ho Chi Minh, nadie se para, sólo se puede avanzar. Cuando pasas a los pies de Ho Chi Minh y observas las enormes banderas de la hoz y el martillo, mano a mano con la vietnamita, te entra un escalofrío y el cadáver, que parece dormido, iluminado por una luz amarilla, parece susurrar "El Gran Hermano te vigila".

Con esta imagen nos despedíamos de Vietnam, después de 8 días recorriendo sus tierras de sur a norte. El avión se negaba a hacer nuestro mismo recorrido para que no rememorásemos las aventuras y se dirigió al oeste, persiguiendo en vano el sol, con Bangkok en el horizonte. 


La bahía del dragón (Halong-Hanoi-Tam Coc-Hanoi)

Tras otras 14 horas de viaje para saltar en tren desde el centro hasta el norte del país, y tras reírnos de la curiosidad vietnamita al encontrarnos al revisor en uno de nuestros asientos "leyendo" uno de los diarios (aprovechando una escapada nuestra al baño) llegamos a la capital de Vietnam (Hanoi), pero antes de visitarla nuestros pasos se dirigieron hacia la bahía de Halong, uno de los sitios con más encanto del país. 

Como lo que más encanto tiene suele estar menos accesible, tuvimos que hacer un viaje de cuatro horas para llegar al puerto. Pronto pudimos comprobar que el guía tenía muy poca idea de cuál era nuestro barco, así que tal como descubrió hacia dónde tenía que llevarnos, su comportamiento comenzó a ser completamente eufórico; sin exagerar; a la media hora estaba subido como un mono al punto más alto de la cubierta, riéndose a carcajada limpia y pidiendo fotos.
El recorrido a la bahía fue espectacular y lo hicimos junto con una pareja de japoneses que estaban estudiando en Vietnam (uno de los cuales se sacó la licencia para conducir elefantes en Laos) y una pareja "de bien" formada por una argentina y un italiano que alucinaban con la poca previsión que había en un viaje contratado.

El nombre de Halong, según nos dijo el guía con su inglés-vietnamita significa dragón que desciende del cielo, así que las islas son las curvaturas del dragón que salen intermitentemente desde las profundidades del agua para ser contempladas por los que se acercan a ellas.



La primera parada fue al islote más cercano del puerto, que además de parecer sacado de Lost o de Jurassic Park, contenía en su interior una cueva llena de estalactitas que bien podía ser las entrañas de este verde dragón iluminadas de todos los colores imaginables.


Pero la joya en el recorrido fue la media hora que pudimos disfrutar a nuestro aire, escogiendo con un kayak el recorrido preferido. No dio más que para dar la vuelta a una de las islas, pero poder navegar a tu aire sin rumbo fijo y sin estar rodeado de barcos ha sido una de las experiencias más chulas del viaje.

Por la noche, paseando por el casco antiguo de Hanoi, el menú de la cena estuvo compuesto por platos de anguilas fritas y ranas. El ambiente nocturno en el barrio es increíble y a pesar de que no pudimos salir de fiesta porque a la mañana siguiente tocaba madrugar, pudimos empaparnos del bullicio de Hanoi disfrutando de una bia hoi (la cerveza de barril que une a los vietnamitas y extranjeros en sus bares) sentados en la calle en los taburetes vietnamitas, que parecen hechos para niños de cinco años.

El día siguiente nos llevó hasta Tam Coc, un pueblecillo cuyo río serpentea en medio de una cordillera de montañas tan verdes e impresionantes como las de Halong, pero menos conocido que la bahía. El paseo en barca es mucho más tranquilo y se hace en una barquita remada con los pies (sí, sí, con los pies) que te lleva cruzando tres cuevas. Una pasada.

Por la noche, de vuelta a Hanoi y antes de coger un tren hacia el norte, cenamos en un puesto callejero una de las carnes que se consideran más suculentas: la de perro. La verdad sea dicha, si no se tiene en cuenta los prejuicios culturales, la carne estaba buenísima. Tras las experiencias culinarias de los últimos días nos subimos de nuevo a un tren que nos llevó hasta el último destino juntos: Sapa. 



martes, 27 de agosto de 2013

Ciudades de novela y ciudades prohibidas (Hoi An-Hue)

14 horas de tren después, llegamos a Danang, nos peleamos con los taxis por intentar evitar la estafa y conseguimos llegar por fin a Hoi An. Ya nos encontrábamos en el centro de Vietnam. Durante las horas de tren había acabado de leer "El amor en los tiempos del cólera" y como por arte de magia me encontraba en esta ciudad que parecía ser el escenario en el que transcurre la novela. 

Hoi An es una ciudad tranquila, casi sin motos. La atraviesa un pequeño río y casitas coloniales de color amarillo pastel de una sola planta o dos como máximo. Las casas ocupan los dos lados del río formando el casco antiguo. En todo el casco suena una banda sonora con música occidental ambiental que da un toque irreal a Hoi An. Quizás por eso esperaba ver por algun lado un barco de vapor con la bandera amarilla izada. 

Paseamos por la ciudad, disfrutando de una buena comida y del mercado. Hacía dos días había sido el festival de la luna llena, y en dos días más sería el Festival de la fraternización entre Japón y Vietnam, pero no sabemos por qué, en el escenario preparado para esta última celebración, ya había actuaciones. Un grupo de vietnamitas cantaba, bailaba y tocaba canciones prácticamente sin respiro. Entre pausa y pausa los únicos que aplaudíamos eramos los occidentales. No llegamos a ver ni un aplauso vietnamita; no sé si porque les parecía muy cutre y no merecian los aplausos o por ser algo cultural. Una vez se puso el sol, paseamos sin rumbo fijo y fuimos a parar a un barrio no turístico, donde un grupo de locales, de edades comprendidas entre los 5 y 60 años, disfrutaban de una cena entre amigos y familiares al ritmo de buena música tecno a toda pastilla. Sorprendente.

Atraidos por el poco dinero que valía la cerveza, nos sentamos en un local al lado del río a descansar un rato. Acabamos cenando allí y en qué mala hora; las raciones eran tan pequeñas como los platos de cocina experimental pero la calidad no se acercaba ni de lejos a esta. Así que las cervezas nos salieron baratas, a cambio de la cena. 

Al día siguiente nos levantamos pronto para ir a la ciudad de Hue, antigua capital imperial. Habíamos reservado el ticket de bus en el hostel y obviamente esperábamos un bus con más turistas a parte de nosotros pero no nos esperábamos lo que nos íbamos a encontrar. Como si fuéramos personas VIP, nos encontrábamos en un bus en el que sólo el conductor hablaba la lengua local. Además de él no había ni un vietnamita a la vista dentro del autocar. No tenemos nada en contra de que haya gente que prefiera viajar con todo tripo de lujos o con tours con todo incluido, pero estando sólo 8 días en el país, personalmente preferiamos viajar mezclándonos lo más posible con la gente nativa para así podernos empapar un poco de su cultura. Esta vez no pudo ser, así que viajamos a Hue rodeados de occidentales.

Una vez en Hue, hubo un grupo de gente que llevaba mochila y quería dirigirse como nosotros al río. Nadie sabía muy bien dónde nos encontrábamos ya que el autobús no había parado en la estación de buses, como hubiese sido lógico. Así que como si de un episodio de Pekin Express se tratase, allí estábamos todos, por parejas o por trios, Lonely Planet en mano, intentando llegar al río.

Una vez situados, compramos el billete de tren para ir a Hanoi esa misma tarde y un poco a contrareloj, fuimos a visitar la Ciudad Imperial, en la que se encuentra también la Ciudad Prohibida o también llamada Ciudad Púrpura, a la que sólo podían acceder los emperadores de la época, sus familiares y su séquito. A pesar de lo que pueda parecer por su nombre, la ciudad imperial no tiene más de 200 años y quién lo diría, porque excepto algunas parates de esta inmensa ciudad amurallada, se encunentra todo bastante en ruinas.

Tres horas después de haber pisado el suelo de la ciudad de Hue, ya estábamos despidiéndonos de ella, a bordo del tren, en dirección al Norte del país. 

viernes, 23 de agosto de 2013

Good morning Vietnam!! (Saigon-Can Tho-Saigon)


La llegada a Vietnam, como la llegada a cualquier otro país requiso de un periodo de adaptación. Hay que conocer la moneda, los precios, las costumbres, si se regatea o no, sus gestos, los olores, los sabores, algo del idioma (aunque sea un "gracias"...). 

Tal cual llegamos al país ya trataron de timarnos con el cambio de moneda en el aeropuerto, ahí estuvimos avispados, pero lo consiguieron (y de pleno) clavándonos un taxi hasta la estación de buses con el taxímetro trucado. Quién diría que la máquina que siempre parece ser objetiva sería peor opción que el regateo...

Los vietnamitas tienen poco que ver con los birmanos. Por las calles la moda de las mascarillas es omnipresente; las motos inundan los carriles, hay tantas que recuerda al momento en que  las viejas concentraciones de motos salían de la mascletà  a un mismo tiempo; el regateo es más agresivo, en ningún momento parece que disfruten negociar los precios; su inglés es aún peor si cabe y cuando hablan recuerda la voz de los furbies.

El caso es que el primer día lo dedicamos a bajar aún más al sur, hasta Can Tho, uno de los pueblos que están en la zona del delta del Mekong. El viaje fue adaptación en vena. Qué mejor forma de empezar a vivir con los vietnamitas que meternos en un minibus tres horas, rodeados de locales y enlatados en unos asientos cuyo espacio para las piernas era el mismo que cuando la persona que tienes delante reclina su asiento a tope. Para colmo, si quedaba el consuelo de sacar los pies al pasillo, pronto las mochilas ocuparon ese lugar.


Al llegar al pueblo sólo tuvimos tiempo para ver atardecer en el Mekong y pasear por el mercado donde nos encontramos con un texano de 67 años que estaba desesperado por encontrar a alguien que hablase inglés y que estaba haciendo la vuelta al mundo en 6 meses; un personaje que se había leído el Quijote tres veces.


Al día siguiente vino a recogernos a las 5,30h nuestra barquera, una mujer que nos llevó durante toda la mañana por el río para que pudiésemos ver al amanecer cómo los lugareños venden frutas y verduras en el mercado flotante que se monta en el río y además nos acercamos a tierra para ver cómo se hacen los tallarines de arroz. 

La mujer hablaba poco inglés pero su humor era parecido, porque en un momento dado nos hizo bajar de la barca para hacernos cruzar por un puente hecho de cañas de bambú mientras con la mano nos decía riendo "bye bye" y se alejaba al otro lado.


Sobre las 12h acabó el trayecto que tenía que haber durado hasta las 13,30h pero como teníamos que llegar a Ho Chi Minh (Saigon) esa misma tarde, aceptamos el desfase horario... El bus que nos llevó hasta allí no tenía nada que ver con el anterior, pero añadió una excitante manera de salvar los baches: saltarlos y hacer volar a sus pasajeros con  él. 

Por fin pudimos coger el tren de las 19h que nos llevaría con su traqueteo suave y tras 17 horas, desde el sur hasta el centro de Vietnam (Hoi An).

jueves, 22 de agosto de 2013

No hay dos sin tres (Bangkok)


Cambio de país y qué cambio. Nada más subir al Skytrain camino al hostel, una oleada de aire acondicionado bien fuerte nos empañó las gafas. Era una buena metáfora para expresar el shock cultural que nos produjo. Habíamos cruzado la frontera y parecía un nuevo continente. Gente a la moda, rascacielos, discotecas, centros comerciales...Bienvenidos a Bangkok.
Llegamos al Hostel aún flipando por el cambio de cultura, y fue lo que faltaba para dejarnos con la boca abierta. Estábamos ante el mejor hostel en el que hayamos estado nunca. El primer día lo dedicamos a descansar, que nos hacía falta, y el segundo paseamos por la parte más turística de la ciudad.

En la orilla este del río Chao Phraya se alza el templo Wat Arun, pero en la Oeste es donde se concentran la mayoría de lugares que piden foto a gritos. Lo más destacable son el Wat Po (Un templo budista enorme que alberga la mayor colección de budas de toda Tailandia y el Buda recostado mas grande del país), el Grand Palace (Antigua residencia de los reyes) y el Wat Phra Kaew (un templo dentro del recinto del Grand Palace que se regocija de tener el Buda Esmeralda, aunque realmente es de Jade). Estos tres lugares merecen una visita a fondo y un álbum de fotos sólo para ellos. Por desgracia ese día teníamos la cámara estropeada y nos tuvimos que contentar con fotografiar estas maravillas con nuestros ojos.
Por indicación de MaríSebastián que vivió en la ciudad, fuimos en busca del mercado vintage, que sólo abría los domingos. Pero el tiempo se alió con los imprevistos, y cuando llegamos al barrio era demasiado tarde como para ponerse a buscar, así que nos contentamos con visitar el mercado más grande de Tailandia (Chatuchak). No fue una mala solución

El tercer y último día en Bangkok, apareció el tercer mosquetero Guille, para unirse a la aventura.
Siete años después, nos encontrábamos de nuevo con la mochila sobre nuestros hombros. Y la aventura empezó a tope, como cuando viajamos juntos. En un día hicimos un recorrido bastante aceptable por la ciudad y resucitamos a nuestra cámara,  que volvió a ser feliz cazando instantes y congelándolos hasta la eternidad.

Intentamos ir al hotel Sirocco, quizá el hotel mas conocido de la ciudad, que aparece en la parte final de la secuela de Resacón en Las Vegas. Y digo intentamos, porque nos dijeron que había un código de etiqueta que exigía ir en pantalones largos y zapatillas. Nosotros íbamos en chanclas y nos quedamos con las ganas.

Cenamos en Chinatown, sumergidos en sus luces de neón, puestos callejeros y letras chinas por todos lados. A pesar de que al llegar el ambiente estaba decayendo por la hora que era, no se podía decir que la gente de por allí estuviese durmiendo. Cenamos pato y sopa a la rica aleta de tiburón  enfrentándonos a unos precios de europeos más que tailandeses. Aunque claro, pedimos exquisiteces.

Antes de volver a intentar subir al Sirocco, nos "relajamos" en una sesión de masaje tailandés de 2 horas. Nos relajamos entre comillas, porque en este tipo de masajes no es tarea fácil, ya que detrás del aspecto inocente de las tailandesas que dan los masajes, se esconden corpulentas mujeres que estiran todo tu cuerpo, en algunos casos hasta el dolor. Eso sí, se acaba con una buena tacita de té caliente riquísimo y un masaje facial en el que gracias a Dios, no utilizan las fuerza de la que antes habían hecho alarde.

De camino al Sirocco, tomamos un aperitivo tailandés: Gusanos, grillos y langostas. Y a pesar de su aspecto asqueroso, es un "plato" que nos acabó gustando. En especial las langostas, que era lo que más asco nos daba por su tamaño y parecido con el bicho original.

Para cerrar la noche, conquistamos la terraza del Sirocco. Curiosamente lo único que había cambiado en nuestra vestimenta eran las zapatillas. No íbamos bien vestidos, no íbamos elegantes, pero el código de etiqueta lo cumplíamos: pantalones largos y zapatillas. Un código un tanto extraño. 
Disfrutamos de unos cocktails a precios tan desorbitados como la altura del hotel. Las vistas que ofrecía sobre la gran urbe, ni que decir queda que eran espectaculares. Y desde allí, en silencio, nos enfondamos en nuestros pensamientos y disfrutamos hasta bien entrada la noche, de nuestra última jornada de excesos occidentales. Al día siguiente empezaba el recorrido por el tercer país, Vietnam, y como nos conocemos sabíamos que a partir de entonces, nuestro código de etiqueta estaría marcado por la mochila y el presupuesto diario se acercaría al precio de las copas que bebíamos lentamente. Mientras Bangkok bajo nuestros pies, fluía a su ritmo, al igual que el Chao Phraya.



domingo, 18 de agosto de 2013

Cuando la ciudad duerme (Mandalay)

El trayecto a Mandalay se hace corto. El bus llega más tarde de lo previsto (como de costumbre en tierras birmanas) y a pesar de todo, una hora y cuarto antes de lo planeado al destino, lo que supone una "jodienda" siendo trayecto nocturno, pues son las 2:50h cuando llegamos y una de las cosas que ver en Mandalay es el amanecer desde Amarapura (una zona donde se encuentra el puente de teca más grande del mundo). Es decir, nuestro día empieza a las 3 de la madrugada. Pero vayamos por partes porque el día de hoy será largo...

Somos cinco (Fernando el tinerfeño, una pareja austriaca y nosotros dos), así que negociamos un taxi que nos lleve durante toda la mañana por las afueras de Mandalay que es donde están algunas de las cosas más chulas de la zona. Tras dejar las mochilas en el hostel donde descansaremos esta noche, encontrado en el quinto intento, (son las 4:30h) nos dirigimos por la dormida ciudad hacia Amarapura. 

Sobre las 5h estamos en el puente de U Bein donde recibimos al amanecer disfrutando del aire fresco que el nuevo día lanza sobre el lago. Con el sol, los birmanos salen a recorrer los 1,2 km de puente; monjes, abuelas haciendo ejercicios de estiramientos, chavales pescando, turistas buscando la foto perfecta... La vida empieza a las 6h.

Tras el desayuno nuestro conductor (que no entiende "ni papa" de inglés) nos lleva hasta el lugar donde se coge el barco para llegar a Mingun. Allí tenemos que volver a hacer tiempo porque hasta las 9h no sale, así que disfrutamos del mercado paseando como zombies vivientes por el cansancio.

Mañana volamos hacia Bangkok, por lo que hemos de aprovechar al máximo los últimos días en Myanmar, así que ya en el ferry reponemos fuerzas echando una siestecita hasta llegar a Mingun. Allí se encuentra la que sería la stupa más grande del mundo, pero se quedó inacabada y sólo puede intuirse el monstruo que no llegó a ser. El pueblo tiene poco más aparte de esto y la campana de una pieza más grande del mundo (¡sus ansias de grandeza parecen valencianas!) pero alberga los taxis más curiosos que uno pueda imaginar.

Pero permitidme rebobinar hacia adelante, saltarnos la visita a Sagaing, despedirnos de nuestros cuatro compañeros de viaje y de nuestro conductor y centrarnos en nuestro reencuentro sobre las 4 PM con los catalanes con los que hicimos el senderismo hacia el lago Inle (Noel y Utsela). Aunque parezca increíble, la manera antigua de quedar en un lugar sin móvil y esperar a que no haya habido imprevistos en la cita sigue funcionando, pero fue desconcertante porque esperando en la puerta del hotel elegido como punto de encuentro se nos acercó un trabajador y nos preguntó si habíamos quedado con dos españoles. El desconcierto vino cuando dos catalanas que no conocíamos nos preguntan si somos els bessons valencians; en seguida nos explicaron que conocieron en el lago a Noel y Utxi, los cuales aparecieron un poco más tarde, y se unían a la quedada. Disfrutamos de un atardecer nublado en lo alto de la colina de Mandalay y nos fuimos a cenar. Lo bueno viene ahora, cuando nos fuimos a tomar unas cervezas en busca de un karaoke que nunca encontramos. La búsqueda acabó en un bar birmano donde NADIE hablaba inglés y en el que acabaron haciéndose fotos con nosotros, pues probablemente eramos los primeros turistas en pisar ese bar.

De vuelta hacia nuestros respectivos hostales, Myanmar no quiso que nos despidiésemos tan pronto y nos regaló un momento sensacional. Un grupo de chavales birmanos estaba en la calle con una guitarra y cantando (ya a oscuras, pues no estamos para derrochar energía luminosa); nos acercamos y pronto nos unieron a su fiesta ofreciéndonos la guitarra. ¡Los birmanos terminaron cantando "La bamba"! Y es que donde la lengua no llega, la música y los gestos lo hacen de forma universal y compartimos nuestras últimas horas en Myanmar dando palmas y bailando con los lugareños. Parece que el destino lo tenga todo tejido, pues al fin habíamos encontrado nuestro karaoke particular birmano. Cuando nos animamos de nuevo a volver al hostel nos informaron con su inglés que "taxi no possible", así que asimilando que teníamos que volver andando (porque en Myanmar la ciudad duerme a esas horas) nos sorprendieron ofreciéndose a acercarnos en sus motos. La panda de chavales se convirtió de repente en menos de cinco minutos en una banda de moteros, cada uno con la suya, y un móvil desde el que trataban de averiguar las ubicaciones de nuestros hostales. La escena era para haberla grabado. Cada uno nos subimos en una moto birmana y surcamos las calles nocturnas de Mandalay dibujando diferentes formaciones en la carretera. Por momentos el 3-2-1 triangular se convertía en una formación en linea completamente recta ocupando toda la carretera o en un 2-2-2, lo cierto es que los pitos no dejaban de sonar mientras las ruedas giraban, el viento nos despertaba y daba alas y los motores trataban de despertar a la ciudad. Los birmanos estaban tan contentos de poder llevar cada uno a su extranjero que vacilaban orgullosos con sus bocinas cuando adelantábamos a alguna moto; y nosotros flipábamos con poder estar viviendo esa escena tan rockera. El caso es que los birmanos nos llevaron hasta la puerta de nuestros hostales y cerraron con un momento mágico nuestra estancia en el país donde los rostros se maquillan de thanaka y la amabilidad de los locales es la seña de identidad. 




sábado, 17 de agosto de 2013

La conquista de los templos perdidos (Bagan)


Del 13 al 15, estuvimos en la Región de Bagan. Esta ciudad, que parece ser rivaliza con Angkor en espectacularidad, fue visitada por el mismísimo Marco Polo, y al igual que nosotros quedó maravillado. Bagan es una región a orillas del rió Ayeyarwady, rociada de unos 4000 templos, pagodas y estupas que formaron parte de varios reinados.

Llegamos a Bagan sufriendo el frío polar característico de los "night buses", y la ciudad nos arropó con su calor y una noche bien entrada a las 4 de la madrugada. Al recoger las mochilas, nos juntamos con un tinerfeño que habíamos conocido unas horas antes durante el trayecto y que iba a probar suerte en el mismo hostel que nosotros.

La suerte se hizo de rogar un rato y decidimos que mientras no tuviésemos habitación, la mejor opción era ir a ver amanecer, subidos a uno de los tantos templos anónimos que habitan la región, con nuestro nuevo compañero Fernando.
El primer día de los tres que hemos pasado aquí, fuimos  a visitar el Monte Popa. Este monte es conocido por albergar un templo budista en su cima y regalar magníficas vistas, pero lo más interesante que ofrece, es ser testigo de la guerra por el poder entre humanos y monos e incluso la guerra civil entre los diferentes clanes de monos. Una guerra a gran escala entre simios.
Visitarlo se presentaba tarea fácil, ya que nos unimos a un grupo de "chinos" (que resultaron ser vietnamitas), una catalana y dos escocesas para que saliera bien de precio el transporte. Pero por una extraña razón, el conductor a mitad camino, frenó y exigió más dinero a los que nos habíamos unido (los europeos) al grupo inicial. Nunca nos había pasado que acordado un precio, se cambiase de repente. Se ve que gente sin palabra hay en todos lados.

Así que dejamos a nuestros vietnamitas y nos tuvimos que buscar la vida para ir al monte de los monos.
Algunos dicen que la suerte no se encuentra, se busca. Nosotros después de preguntar a unos cuantos birmanos conseguimos una pick-up por menos precio y mucho más rápida que el bus que nos había abandonado.
Los europeos desterrados, vimos con una mezcla de curiosidad, miedo y divertimento cómo los monos se atacaban entre clanes, amenazaban o atacaban a los turistas, robaban a los birmanos que tenían puestos, eran atacados por birmanos con tirachinas que velaban por la "seguridad" de los humanos...una serie de mini batallas, que se libraban conforme íbamos ascendiendo a lo alto del monte. Las vistas desde arriba eran diametralmente opuestas: El templo y el paisaje llamaban a la calma y la contemplación.
Al bajar del templo, un mono al que me quedé mirando me enseñó los dientes y me amenazó como señalándome con la mano. Por suerte, un grito lo despistó: una de las escocesas estaba siendo atacada por otro mono, que la perseguía y sólo paró en el intento cuando una mujer birmana, alzó un palo y se abalanzó contra él. Era inevitable contener la risa.

Esa misma tarde y los dos días restantes, nos lanzamos a la conquista de templos sin tregua alguna, desde que salía el sol hasta que se ponía.

Nuestros barcos de conquistadores eran unas bicicletas ruinosas que apenas aguantaban un día sin presentar algún que otro pinchazo; nuestras armas, un mapa muy poco claro que invitaba a perderse, y al que hicimos caso en algún momento, llegando a aparecer en lugares inexplicables y en aldeas donde mientras unos niños ejercían de pastores, otros se divertían haciendo volar el cachirulo al atardecer; nuestros aliados de conquista, los lugareños que nos enseñaban sitios secretos para ver el templo con una perspectiva mejor, o que nos abrían en alguna ocasión templos cerrados, para que disfrutáramos como verdaderos exploradores, del silencio y abandono que sufrían o mejor dicho, gozaban, algunos templos.
Vimos todos los budas habidos y por haber (ya que normalmente hay unos 4 budas como mínimo por templo); escuchamos a los murciélagos quejándose por ser molestados, y como a los templos se entra descalzo, sentimos su presencia en alguna ocasión; evitamos chafar el cadáver de un escorpión del tamaño de un puño que era devorado por las hormigas; sudamos el esfuerzo que requiere descubrir los templos a pleno sol; conocimos cada día un poco más a nuestro compañero canario, que resulta ser amigo de unos familiares nuestros ¿Quién dijo que el mundo no era pequeño?; atravesamos una feria birmana en New Bagan (la pequeña ciudad que ha surgido de las cenizas de Bagan y que crece a su sombra) con carrusel de coches y motos de juguete amarrados con cuerdas a una estructura giratoria, una noria impulsada por la gravedad, puestos de snacks aceitosos, venta de objetos varios y Tómbolas. En resumen, nos empapamos de esta magnífica región.

El último día disfrutamos de un amanecer espectacular, solos los tres en lo alto de una estupa. Vimos cómo el sol despertaba y deslumbraba a la luna irrespetuoso con sus rayos. Coloreaba el cielo y poco a poco vestía de naranja a cientos de templos que poco a poco despertaban, algunos a regañadientes, y asomaban la cabeza conforme avanzaba la luz susurrando que era hora de ponerse en pie.
En la famosa "golden hour", había tantos templos, que parecía que las estrellas deslumbradas por la intensa luz, habían decidido echarse una siesta y cambiar el cielo por la tierra.
El atardecer no fue tan generoso y el cielo, para vengarse del sol, se recubrió de nubes, para despedirnos como nos había recibido, con un oscura noche, y en un bus como dormitorio.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Everything included (Kalaw-Lago Inle)

Los buses de noche en Myanmar son una mala elección si uno no quiere viajar al mismísimo Polo Norte. El aire acondicionado les parece tal lujo que abusan de él como si fuese genial estar a 12 grados a las 00h de la noche; ya lo avisaba la guía, pero siempre hay algunas páginas que se leen tarde. Esta era una de ellas. Disfrutamos de un viaje a Kalaw en camiseta y pantalones cortos (guiri way, visto lo visto) y llegamos a las 5h a la ciudad-transición por excelencia para llegar al Lago Inle haciendo senderismo. En Birmania, llegues a la hora que llegues a la estación, siempre tienes la ayuda de un lugareño que te busca alojamiento (que seguro que se lleva comisión, pero así funciona todo aquí). A las 6,30h ya teníamos decidido el plan, contrataríamos una ruta de dos días para llegar al Lago. Así que tras dos horas de espera nos metimos en un coche estilo pick-up (que nos acercó hasta el lugar donde empezaba la caminata) donde conocimos a Utxi y Noel, una pareja de amigos que compartió con nosotros los dos días de caminata y a Krishna, nuestro guía de 20 años.

La primera parada fue en un pueblo de la tribu de los pa-o, donde una abuela de 80 años tatuada nos invitó amablemente a té, cacahuetes, un postre típico y a compartir con ella el secreto de los tejidos birmanos. La mujer hablaba sólo el dialecto de su tribu pero su mano no paraba de ir hacia su boca sonriendo e invitándonos a comer más (cual buena abuela).

Las estafas se hacen más llevaderas con paisanos cerca; así, el primer día pudimos reírnos cuando las bebidas que estaban en la mesa donde nos daban de comer se convirtieron en bebidas-no-incluidas-en-el- precio-de-la-caminata; fue entonces cuando el "everything included, no problem" comenzó a tener nuevas acepciones... El oasis se hizo rápidamente cebo claro, cuando nos levantábamos de la siesta para volver a andar. Pero no quedó ahí la cosa. En los monasterios uno debe entrar descalzo y en esta casa también tuvimos que dejar en la puerta los zapatos y calcetines, así que fue todo un broche el hecho de que los perros hubieran estado disfrutando abajo del banquete de nuestros calcetines y los hubiesen destrozado.

A partir de entonces, quizás a la media hora, empezó a llover y los arrozales trabajados con bueyes se convirtieron en lodazales esperando zamparse completamente nuestras botas. La llegada al monasterio donde dormimos fue divertida y Krishna nos enseñó mil y una plantas con infinitos usos medicinales o lúdicos, como una especie de enredadera cuya hoja al romperla y utilizar bien su leche permite hacer pompas "de jabón".
Pasamos la noche en el monasterio, después de una ducha "a cacerolazos", donde el guía nos explicó el conflicto que hay ahora en el oeste, en la zona de Mrauk U (entre musulmanes de Bangladesh y monjes birmanos), algunas curiosidades del hinduismo (cuya religión practica) o la situación del país. Lo gracioso es que en el monasterio no había ningún monje porque por lo visto este había sufrido una hemiplejia. ¿Coincidencia o parte de la estafa? Quizás disfrutamos de una noche "okupa" en un monasterio abandonado. Quién sabe, cuando uno viaja siempre queda la duda.

Al día siguiente llegamos al lago, donde una barquita-canoa nos llevó después de las paradas de rigor por tiendas de turistas (entre las que estaba una de las de las mujeres de la tribu que se enrolla anillos en el cuello). El paseo fue agradable, pero lo cierto es que vimos poco del Lago en sí, pues una tormenta nos pilló en medio, así que tuvimos que cubrirnos con el escudo de un paraguas que no permitía que el agua nos convirtiese en parte del lago.

Al llegar al destino tuvimos que despedirnos de nuestros compañeros de viaje, con la promesa de volver a coincidir juntos en Mandalay (última visita en Myanmar). Utxi y Noel se fueron en busca de hotel y nosotros dos fuimos hacia la estación de buses, donde nos esperaba un nuevo "congelador móvil" con vídeos de karaoke birmanos sin descanso...


P.D. Gracias a todos los que nos escribís. A pesar de que esto vaya lentísimo y no tengamos tiempo para contestaros a todos nos animáis mucho. ¡Besos y abrazos!


martes, 13 de agosto de 2013

Lo que no está escrito (Yangon-Kinpun-Kyaitiyo-Bago)


Lo más divertido de los viajes es lo que no está escrito, lo que surje en el camino,  y estos dos días el camino nos ha llevado por carreteras secundarias, regalándonos una experiencia increíble. El viernes, nuestra idea inicial era ir de “Yangon” a “Mrauk U”, pero nos dijeron que había problemas y no era seguro ir, así que planeamos dirigirnos hacia el Sur. Amanecimos temprano para ir a la estación de autobuses con tiempo, y menos mal que fue así. El bus salía supuestamente a las 9:30 pero alguien decidió que no era mala idea salir con 45 minutos de adelanto.En la estación nos encontramos con una pareja que no paraba de hacer fotos. Él era polaco y ella de Singapur y ambos vivían en este último lugar. Hablamos un rato, mientras esperábamos al bus en tan “larga” espera y nos explicaron por qué las chicas se pintan la cara de amarillo: Es una especie de crema solar para blanquear. Sí señores, el caso es no contentarnos con lo que tenemos.

El busero nos deleitó con la serie de moda en Birmania y con una buena cantidad de hits del Karaoke nacional. Una pena no saber leer birmano para unirse a la fiesta. Al llegar a Kinpun, nos despedimos de la pareja de Singapur, aunque algo me decía que nos volveríamos a cruzar. 
El objetivo del día era visitar la Roca Dorada, un lugar sagrado para los budistas que consiste en una roca pintada con pan de oro, que se aguanta sobre otra, haciendo equilibrios sobre el vacío. El camino se podía hacer en camioneta o haciendo una caminata de unas 4 horas por la selva, atravesando las pequeñas aldeas que hay por el camino. La ilusión de cruzar la selva nos pudo y nada más dejar las mochilas en el hostel, nos pusimos en camino. 

Atravesamos la jungla y empezó a llover. Ya era inevitable no sentirse Rambo, y más aún al verte envuelto de cabañas de bambú rodeadas de plásticos azules y naranjas, además de gente que te saludaba en birmano por ser el único idioma que hablan.
Fue una experiencia increíble y mereció la pena el esfuerzo. El broche final lo puso una serpiente verde fosforito en medio del camino, con la que nos entretuvimos un rato largo.
La Roca Dorada en sí, no merece la pena si no se visita por motivos religiosos, pero nuestra caminata le dio un brillo especial. 
En ocasiones los presentimientos son certeros y entre la neblina que envolvía al templo haciéndonos creer que estábamos a tiro de piedra del cielo, vimos dos figuras que reconocimos al instante. Allí estaban los de Singapur saludándonos sonrientes.
Bajamos juntos en camioneta a Kinpun. En una de esas pick-ups que llevan a 40 turistas apretados por un camino estrecho y lleno de baches, pisando bien el acelerador; Port Aventura en Myanmar. Cenamos con ellos y al final de la noche, esta vez sí, se separaron nuestros caminos.

Al día siguiente volvimos a la estación de autobuses, esta vez con destino Bago. Nada más llegar, nos estaba esperando un amigo de un amigo del hostel. Es curiosa la red de amigos en este país. Nos llevaron en moto a un lugar estratégicamente situado donde teníamos: Restaurante, oficina de autobuses, internet y wifi. Todos los dueños de los lugares, amigos claro.
Al acabar de comer y de conectarnos un rato a Internet, nos animamos a aceptar un “tour express” por la ciudad. Por un módico precio, claro, y al más puro estilo asiático, nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad en moto nuestro guía Ken y nosotros dos (donde caben dos, caben tres); vimos una pagoda preciosa, que es más alta que la de Swedagon, un templo que tenía la que dicen ser una de las Boa Constrictor más largas del mundo, y al conocido y gigantesco Buda reclinado. Todo nos lo explicaba muy bien Ken, que como él decía, tenía poco de budista, pues no cumplía casi ningún precepto. Ahora, pirata era un rato. No paraba de mascar tabaco y de escupir ese líquido rojo que tinta las calles del país y destroza los dientes de sus habitantes, por la mezcla de cal, tabaco, miel, especies y alguna sustancia más. 
Sobre las 19:30 una hora más tarde de lo normal, zarpábamos en bus hacia Kalaw, dejando en tierra a Ken, el pirata Birmano.