sábado, 29 de junio de 2024

Asuntos pendientes (Badlands NP - Mount Rushmore - Denver)

El Travelers Inn Motel de Missoula se halla cerrado permanentemente. No era así la noche del 2 de septiembre de 2011 cuando Mike, un hombre de barba perfilada, facciones germánicas y un tatuaje de los Rolling en el brazo, cambió el rumbo de nuestro roadtrip por USA: “Si sólo os queda una semana de carretera hacer cada día memorable, pero no quiero convenceros, haced lo que creáis conveniente”. Su comentario nos hizo pensar y decidimos prescindir de la visita a Mount Rushmore.

La noche del 25 de junio de 2024, me encontraba de pie ante la “Avenue of flags”  mirando de frente las caras graníticas de los presidentes al fondo y me emocionaba al haber cumplido al fin, con los asuntos pendientes. 


Para llegar aquí tuvimos que recorrer casi 500 millas, traducido en 7 horas y media de carretera desde nuestra área de descanso en Grand Teton NP. Mediante la aplicación HipCamp habíamos dado con un camping a dos horas de Badlands y a 30 minutos de Mount Rushmore: el Bear Den Cabins. Regentado por Tammy, que es la propietaria del terreno, que colinda con su casa. Es una de esas mujeres con un corazón enorme que se preocupa por hacerte sentir en casa. Servicial, atenta y muy cariñosa, consiguió que nuestra estancia cerca del pueblo Hermosa en South Dakota, fuera excepcional.

El martes empezamos el día acercándonos a Badlands NP. Este parque, fruto de la erosión del agua, está lleno de formaciones de piedra arenisca, arcilla o caliza entre otras. El paisaje en algunos de sus puntos parece marciano. Además, estás formaciones se encuentran rodeadas por extensas praderas que aportan un toque de color a tanta desolación.

Hicimos dos rutas. La primera era el Medicine Root Trail, en el que nos adentramos en la pradera y pasamos cerca de cañones y formaciones que parecían castillos de arena construidos por algún gigante aburrido de tanto desierto. Mientras caminamos éramos castigados por un sol envidioso de no ser él el protagonista.


La segunda ruta, fue Notch trail, mucho más popular. En esta, se accede a lo alto de uno de los anteriormente citados castillos de arena, para recrearse con unas panorámicas del lado este del parque.

El resto de la tarde, recorrimos la carretera que atraviesa el parque nacional, haciendo paradas en los miradores y disfrutando del orden que posen las formaciones, que muestran con líneas perfectamente horizontales, que la entropía no siempre gana la batalla en la naturaleza.

También nos divertimos observando a los curiosos perros de las praderas, que se ponían en pie, oteando el horizonte y atentos a cualquier movimiento para poner tierra de por medio y esconderse en alguna de las entradas a sus ciudades subterráneas. Mientras, al fondo, los bisontes pastaban mansos y poderosos, aportando misticismo a la postal.

Volvimos al camping, nos duchamos, y fuimos hacia Mount Rushmore, para asistir al show nocturno que se celebra cada noche. 
Mirando las caras de los presidentes esculpidas en la montaña, les susurré que había vuelto para cumplir mi promesa de visitarlos algún día. George Washington, Thomas Jefferson, Tehodore Roosevelt y Abraham Lincoln, me miraban apáticos, presos en su cárcel de granito, que les otorgaba la inmortalidad. Sin embargo, sentí un guiño casi imperceptible, que agradecía la promesa cumplida.

El espectáculo nocturno era un cántico al espíritu americano, con los presidentes de espectadores en la oscuridad, la bandera iluminada y un ranger de maestro de ceremonias, que dio un discurso patriótico. A continuación, se dio paso a un documental en el que cualquier imagen de poder y libertad que se le venga a la cabeza al lector sobre la gran nación estadounidense, fue incluida y proyectada. Acabó la proyección, se cantó el himno, se iluminaron las caras de los presidentes y se recogió la bandera solemnemente. De este último acto se encargaron los veteranos y servidores a la patria allí presentes, agradeciendo con una gran ovación su sacrificio. No recuerdo qué soñé esa noche pero no me extrañaría que incluyese águilas, bisontes o a la estatua de la libertad de fiesta con los presidentes.

Al día siguiente, condujimos hasta Golden Gate Canyon, en Colorado, ya que el jueves teníamos entradas para el concierto de Blink-182. Así es, este viaje está lleno de déjà vus y guiños al pasado. Hace 13 años los vimos en Seattle y ahora nos tocaba Denver.

Pasamos toda la mañana del jueves, en el Museo de Arte de Denver. Las cinco horas se nos pasaron volando, las exposiciones “Biophilia” y “Seriously, sit down” nos encantaron. 

En la primera, se analizaba cómo la naturaleza y el hombre están relacionados y cómo a través del arte, se puede acercar esta conexión: planos de edificios que pretendían imitar diseños vegetales, ciudades que aspiraban a mimetizarse con bosques, cubertería con formas de plantas, lámparas que florecían, sillones inspirados en hortensias…You name it! Naturaleza al poder.

En la segunda exposición, se exploraba la importancia de un objeto tan infravalorado per tan necesario: las sillas. Se trataba de un recorrido interactivo que invitaba a sentarse en diferentes asientos con formas y materiales muy variados.

El resto del museo tampoco tenía desperdicio y rebosaba de obras de todo tipo: desde cuadros impresionistas hasta obras de arte moderno; desde objetos de la cultura europea a la nativo-americana, pasando por el hinduismo o el budismo.

Con el apetito lastrando nuestros estómagos, caminamos hasta el Central Market, recordando que muchas de las grandes ciudades de USA no son muy amables con el caminante y que evocan en cada cruce, la crudeza de su sistema. Un sistema que lleva a sus ciudadanos a tocar el cielo con las manos llenas de billetes, pero los baja al infierno en cualquier momento, como den un paso en falso.

Nos dio tiempo de visitar Black Shirt Brewery, una de las tantas cervecerías de la ciudad; y mientras hacíamos una pequeña cata de cervezas, intentábamos adivinar las preguntas del Trivial al que estaban jugando en vivo. Sin darnos cuenta se nos hizo la hora del concierto, así que nos pusimos en camino hacia el Ball Arena. Justo antes de aparcar, fuimos recibidos por los cuernos en alto de un fan, que nos daba la bienvenida sacando la lengua.

El ambiente rezumaba rock y los teloneros “Pierce the veil” se encargaron de llenar de gritos el recinto y hacer vibrar nuestros oídos con los acordes distorsionados. Daban las 21 de la noche, cuando el trío de California salió a escena, haciendo enloquecer al público y subir los decibelios a límites comparables a una mascletá. Tom, Mark y Travis dieron un gran espectáculo en el que no faltaron luces, explosiones de fuego, chistes malos y confeti con forma de espermatozoides. 


La canción “I miss you” me teletransportó a Seattle en 2011 y casi sentí como me abrazaba y cantaba junto a Enrique. Cerraron un buen concierto, algo corto desgraciadamente, con la nueva canción “One more time”; un cántico a vivir la vida asegurándose de decir a las personas que estimamos que las queremos, sin esperar a que sea demasiado tarde. No creo que sea casualidad que la canción acabe con la frase “I miss you”.

(24 de junio a 27 de junio)

martes, 25 de junio de 2024

En un área de descanso (Grand Teton National Park)

En un área de descanso, los rayos del sol calientan muy lentamente el Chrysler aparcado. En su interior, Bea y yo somos despertados por la alarma que nos insta a ponernos en marcha a las 6 de la mañana. 

El día anterior llegábamos a Grand Teton NP por la tarde, con la escena del atasco provocado por el grizzlie acompañado por sus tres oseznos. Antes de convertir el coche en nuestra cama, nos pasamos por el centro de visitantes para decidir qué rutas recorreríamos. El ranger nos aconsejó una caminata por el Jenny Lake, que pasaba por las Hidden Falls, el mirador Inspiration Point y se adentraba en el Cascade Canyon. El ranger se pone serio y añade: “Vale la pena llegar antes de las 7 porque el aparcamiento se llena y luego os será casi imposible acceder”

Y aquí nos tenéis, madrugando para poder hacer la primera excursión. Así que apaguemos la alarma y pongámonos en marcha. Con la visión reciente del grizzlie y los carteles que te preguntaban si estabas preparado para un ataque, volvíamos a caminar alerta, hablando fuerte, dando palmas y con nuestro viejo amigo el spray que sigue sin ser estrenado, y que así siga.

Bordeamos Jenny Lake, y el camino cruza el bosque frondoso asomándose al lago, todavía adormilado, y manteniendo sus aguas en una calma absoluta.

En una hora llegamos al mirador Inspiration Point, que ofrece unas panorámicas impresionantes. El lago parece un espejo en el que se mira el sol y se pavonean los árboles y las montañas colindantes. Una marmota pone la banda sonora, pegando gritos al aire de manera intermitente junto a su cría.

Nos adentramos unas millas en el Cascade Canyon. Las montañas, dominadas por el Grand Teton, nos miran imponentes mientras nosotros caminamos pasito a pasito hasta que nos encontramos en medio del camino con un enorme alce, que se alimenta sin importarle impedir a los excursionistas el paso. 

Pronto nos juntamos varios, disfrutando de ver de cerca al animal e indecisos por cómo proceder. Estos animales cuando sienten que su espacio es invadido arremeten sin previo aviso. En Alaska incluso los ponían por delante de los osos en la escala de peligrosidad por lo imprevisibles que son. Al ver cómo algunos de nuestros compañeros de aventura seguían adelante sin ser atacados, nos decidimos por continuar el camino.

El paisaje era precioso, decorado por un arroyo que serpenteaba a lo largo del cañón como si de una alfombra se tratara. Se nos hizo la hora de volver, así que dimos media vuelta para volver al lago, pasando por las Hidden Falls. Estas cascadas parecen literalmente escondidas ya que, aunque se las escucha, no se pueden ver casi hasta el final, cuando el camino da un giro para presentarlas abruptamente como si quisiera añadir un ¡Tachán!

Unos 30 minutos más tarde, una pareja con la que nos cruzamos, nos avisaban de la presencia de un oso en el camino. Con las alarmas encendidas, nos encontramos con un osezno grizzlie que comía apaciblemente. No nos detuvimos mucho tiempo por si mamá oso estaba cerca, pero nos sentimos afortunados por haber visto un alce y un oso de cerca y haber salido airosos.

Por la tarde, nos dimos un baño en el lago Jackson. Sus aguas frías, parecían templadas por las panorámicas de miedo que ofrecían las montañas nevadas.  Nos secamos al sol, disfrutando de nuestro “momento playa” y dejando secar lo vivido.

La alarma al día siguiente se despertó temprana a la misma hora, para permitirnos hacer una nueva ruta. Consistía en rodear el lago Phelps y adentrarse en el Death Canyon. 

La ruta esta vez parecía no cansarse de subir, acercándonos a las montañas. En un momento del ascenso con muy poca visibilidad, un animal nos pegó un susto de muerte al romper una rama. Esperamos un momento prudente, haciendo más ruido que nunca. Al girar la curva, el encargado de haber infartado nuestros corazones, ya se había ido. Sin pretenderlo y sin ser conscientes, nos vengamos de la naturaleza, asustando a una pobre marmota que casi cae redonda al ser sorprendida por dos caminantes ruidosos. 

Íbamos acompañados en gran parte del camino por un río bravo que por momentos parecía creerse cascada y aumentaba su velocidad. Aunque nosotros sabíamos que la bravura acabaría alimentando al calmado lago Phelps, al final del camino. El final del nuestro desembocaba la altura de una cabaña tan fotogénica como solitaria. Así que volvimos sobre nuestros pasos, esta vez descendiendo y recibiendo el desempate final de la naturaleza cuando un ciervo escondido, decidió moverse a nuestro paso, permitiédonos ver una piel marrón que obviamente confundimos con otro animal. Tras cuatro horas de caminata, volvíamos al coche.

Decidimos visitar un par de lugares de interés en nuestra carretera de vuelta, En el primero, en Menors Ferry Historic District, nos quedamos prendados con la sensibilidad del constructor de la “Chapel of the Transfiguration”

¿Cómo acercar a Dios en un lugar cerrado si toda su obra se encuentra en el exterior? ¿Es posible decorar un retablo cuya belleza se equipare a la propia naturaleza? La gran idea se hacía presente en un sencillo ventanal con vistas al exterior, así que celebramos la genialidad del arquitecto en silencio antes de volver a la carretera.

Paramos en Mormon Row, un abandonado asentamiento de mormones, presidido por un deteriorado granero que era agraciado por el horizonte montañoso. Un par de miradores después, estábamos de nuevo en el lago Jackson, con la intención de repetir baño con vistas privilegiadas. Dicho y hecho.

Acabamos la jornada, disfrutando de una pizza que nos supo a gloria antes de volver una vez más a nuestro aparcamiento gratuito. Grand Teton nos había regalado mucho más de lo que esperábamos y era momento de dejarlo reposar todo a la luz de las estrellas.

La luna gobierna el cielo, empeñada por luchar contra la oscuridad una noche más. En el interior de un Chrysler, los sueños se sientan al volante y se llevan de viaje a dos valencianos que se sienten dichosos, aparcados en un área de descanso.      

(22 de junio a 23 de junio)

sábado, 22 de junio de 2024

DichOSOS (Yellowstone National Park)

Aproximadamente 10 horas de conducción separan Glacier NP de Yellowstone NP. Es por ello que decidimos ser madrugadores y desayunar carretera. Los discos se iban sucediendo uno tras otro, y el paisaje, aunque cambiante, tenía el denominador común del horizonte infinito. 360º de campos de trigo, cielo azul, nubes fotogénicas y kilómetros de asfalto en una comunión perfecta que olía a libertad. Llegamos a nuestro destino al atardecer con el tiempo justo de ducharnos, transformar nuestro coche en dormitorio y cenar.

El primer día en Yellowstone lo dedicamos a inspeccionar el cañón que comparte el nombre con el parque. Recorrimos el North Rim dirigiendo nuestros pasos hacia el oeste primero, hasta Inspiration Point; atravesando un frondoso bosque y pidiendo un día más a los osos que nos permitieran recorrer sus caminos sin tener que hacer uso del spray. Intermitentemente, el recorrido se asomaba al cañón, decorado de roca amarilla y rosa que acunaba al río, bravo en su paso por esta parte del parque. Como el avispado lector podrá deducir, el río comparte nombre con el cañón y el parque. 

Al llegar al mirador Inspiration Point, libre de osos, dimos media vuelta para dirigirnos al este hacia el mirador Brink of Upper Falls. Por el camino, una marmota que tomaba el sol se nos quedó mirando curiosa mientras nosotros como locos, le sacábamos fotos sin permiso.

Ya casi estábamos llegando al final, cuando unas mujeres nos avisaron de la presencia de dos osos que estaban cerca de la gente. Con el corazón acelerado, pero en calma por la presencia de más gente, seguimos adelante haciendo un poco más de ruido. Efectivamente, dos oso negros estaban alimentándose tranquilamente, rodeados de gente en la distancia, ignorando a los paparazzis. Disfrutamos del espectáculo como niños, viendo por fin a estos animales que tanto nos han acompañado durante el viaje. 

Felices por el encuentro, fuimos a ver las cascadas Upper Falls desde el mirador que permite sentir el poder salvaje de la naturaleza desde cerca. El río Yellowstone aquí, empieza a coger carrerilla con un salto de casi 33 metros para volver a caer de nuevo más adelante en las Lower Falls. 

Y hacia estas cataratas nos dirigíamos cuando tuvimos un segundo encuentro. Esta vez uno de los osos quería cruzar por medio del sendero que todo el mundo recorría. Miró a los dos lados, y rápidamente cruzó para perderse de vista deseando que lo dejaran en paz.

El mirador de las Lower Falls, era todavía más espectacular que el primero, llevándote a observar a vista de pájaro, la cascada más alta del parque con una caída de casi 94 metros de altura.

Empapados de alegría por sentirnos tan conectados con la naturaleza (no éramos conscientes de que esto sólo era una pequeña degustación de lo que llegaría), decidimos subir el Mount Washburn de 3115 metros. 

La ascensión no es nada complicada; durante todo el trayecto se sube por una carretera forestal que llega hasta la cima. El paisaje es radicalmente diferente aquí, tratándose de un paisaje más alpino vestido de flores blancas, amarillas y unas diminutas de color azul preciosas. 


La nieve hace acto de presencia conforme se aproxima el final del trayecto, allá donde las nubes se confunden con la lluvia helada. Las panorámicas son envolventes durante toda la ascensión, pero en la cima da la sensación de que mires donde mires, puedes comerte el horizonte y atragantarte de montañas nevadas.

Parecía que el día no podía dar más de sí después de 20 kilómetros caminando, pero tuvimos una última buena decisión al recorrer la nacional 212 hasta la salida Noreste del parque. Tanto a la ida como a la vuelta nos empachamos de naturaleza en estado puro gracias a la biodiversidad que ofrece el Lamar Valley. 

Este valle tiene de todo para formar parte de una postal: rodeado por altas montañas, y habitado por praderas y todo tipo de animales. En los arroyos las manadas de bisontes parecen pastar masticando los segundos para digerirlos bien con una calma absoluta. 

Se podía observar a varias crías siendo amamantadas, y de vez en cuando, se levantan columnas de humo cuando uno de estos enormes mamíferos decidía retozarse y se dejaba caer en la tierra levantando las cuatro patas como si perdiera la vida. Estos animales, transmitían a la perfección la cultura americana del poder y la libertad.

Sólo por ver estas mansas criaturas valía la pena acercarse a esta parte de Yellowstone, pero además de los bisontes pudimos disfrutar de avistar también ciervos, antílopes, alces, un coyote que se escondía entre la maleza y además… ¡Un oso grizzlie! Estos osos enormes se escondieron de nosotros en Alaska y aquí estaba uno, comiendo tranquilamente, mientras lo fotografiábamos desde la seguridad de nuestro coche. Parecía que teníamos que tocar a las puertas de casa del oso Yogui para poder verlos. Digerimos el día que habíamos disfrutado con una cena en el coche y nos fuimos a dormir con la sonrisa puesta.

El día siguiente lo dedicamos a visitar una cara completamente diferente del parque, pero igual de importante: los géiseres y las fuentes de aguas termales. Bajando la carretera, paramos primero en Fountain Paint Pots, que siguiendo un agradable recorrido de madera, camina sobre varios geyseres y fuentes. 

La siguiente parada fue el Midway Geyser Basin, que acoge entre otros fenómenos geotérmicos, al enorme Excelsior Geyser, que calienta el ambiente con su vaho permanente o la estrella del rock: el Grand Prismatic Spring. Este enorme cuerpo de agua caliente, parece expulsar humo azul y naranja gracias al reflejo de sus colores en el vapor de agua, que sube al cielo con la ilusión de ser nube cuando sea mayor.

Al visitar el Grand Prismatic Spring desde el mirador de arriba, se puede observar su belleza mucho más claramente. Como si de un pavo real se tratara, despliega un abanico de colores que cuesta creer que no forme parte de la ciencia ficción.

Para acabar la visita, fuimos al Old Faithful. Un geyser cuyas erupciones se prevén con bastante exactitud y son anunciadas en el Centro de Visitantes. Cuando llegamos la erupción estaba anunciada en 50 minutos, por lo que tuvimos tiempo de ver las exposiciones sobre geología y una película sobre la importancia de la simbiosis entre los pájaros Cascanueces y los pinos de corteza blanca (los árboles de los que se alimentan). 

Tuvimos que esperar más de 15 minutos para que el Old Faithful se decidiese a entrar en erupción o como decía una frase en el Centro de Visitantes, para que nos dejara ver el alma del interior del centro de la tierra.

La erupción llegó tarde, pero inundó el cielo con un torrente de agua que se elevó bien alto, siendo acompañado por un coro de “Oohses” generalizado. Tras más de 3 minutos de espectáculo natural, dejamos atrás Yellowstone, colmados de su naturaleza. La siguiente parada era el Grand Teton NP, que nos recibió con un atasco producido por un oso grizzlie, que caminaba junto a sus tres oseznos, pero eso queridos lectores, forma parte de otro capítulo que todavía está por escribirse.      

(19 de junio a 21 de junio)

martes, 18 de junio de 2024

Mismo sitio, distinto lugar (Glacier National Park)

Navegamos atravesando los campos de trigo que colonizan Walla Walla. El trigo creaba olas siguiendo las mareas del caprichoso viento. Colinas verdes y amarillas nos mecieron durante varias millas hasta que dieron paso a un paisaje más montañoso poblado de altos abetos mientras nos adentrábamos en Idaho y más tarde en Montana.

Supongo que tú también te lo habrás planteado más de una vez: ¿Si le dijeras a tu yo del pasado qué será de él en diez años te creería? 

En mi caso, Pablo del pasado no se hubiera tragado lo que le ocurriría; trece años más tarde me reencontré con Pablo, la ciudad a la que le damos nombre. Obviamente no me pude resistir a inmortalizar el momento.

Dejando atrás mi ciudad tocaya, me encontraba, también de nuevo, a las puertas del Glacier NP. La carretera se había dilatado demasiado en la jornada así que decidimos quedarnos en el camping y dejar la exploración para el nuevo día.

Ha llegado el nuevo día y anuncian tormenta de invierno a partir de las 12. Será mejor que nos pongamos en marcha antes de que sea tarde. Nuestra primera excursión fue al mirador Apgar. 

El sendero atravesaba un bosque y al poco de empezar, un ciervo se cruzó por el camino. Se nos acercó curioso mientras nos manteníamos inmóviles y solo a un metro de distancia fue invadido por el virus del miedo y desapareció entre la maleza. Ascendimos sin descanso durante la mayor parte del Trail y como ya estábamos acostumbrados a nuestros amigos los osos, íbamos hablando en voz alta y con el spray a mano, pero sin los nervios acechando al corazón. 

Nos cruzamos con bastante gente antes de llegar a una caseta que marcaba el final del camino, ofreciendo unas vistas al lago McDonald y al río Flathead. Unos copos de nieve tímidos nos metieron prisa por si llegaba el invierno y en unas dos horas volvíamos a estar en la carretera camino al Avalanche Trail.

El destino quiso, sin embargo, que la carretera de acceso estuviera cerrada durante unas horas, por lo que decidimos cambiar nuestro sándwich diario por una hamburguesa. Investigamos un poco y acabamos tomando la gran decisión de visitar el Great Bear Café donde nos sirvieron unas jugosas hamburguesas de ciervo y de bisonte para chuparse los dedos sin ningún tipo de reparo. Para colmo, la tarta de queso casera con arándanos silvestres nos acabó de hacer la boca agua y de acercar un trocito de cielo a nuestro paladar ¡A veces es tan fácil ser feliz!

Para cerrar el día, hicimos la digestión a regañadientes, mientras ascendíamos al lago Avalanche. Esta vez los carteles que anunciaban la presencia de osos, no tenían ningún valor con tanto visitante recorriendo los caminos.

Las aguas cristalinas del lago, no decepcionaron y en su reflejo como si del espejo de Alicia se tratara, vislumbré el recuerdo que guardaba de años atrás llegando con Enrique al mismo sitio, distinto lugar.



La tormenta de nieve no se había presentado y había sido sustituida por una lluvia respetuosa que nos permitió volver al coche y ponernos a resguardo en el interior de nuestra casita ambulante, sin necesidad de pasar por agua nuestra paciencia.


El invierno, sin embargo, sí llegó al día siguiente. Mientras nuestro Chrysler nos llevaba en la calidez de su interior hacia el lado Este del Parque Nacional, empezó a nevar. No era una nieve idílica de copos del tamaño de un grano de azúcar. Se trataba de conglomerados de algodón de azúcar que caían como empujados por un ventilador a máxima potencia y se desintegraban silenciosamente en nuestro parabrisas. Atravesamos bosques que se habían visto recubiertos de blanco en un momento y pusimos el aire caliente del coche al máximo.

Recorrimos en primer lugar un camino de un kilómetro aproximadamente que acababa en una cascada doble de la que caía agua por arriba, pero también por debajo como si hubiera un río bajo el río. Parecía sacada de una historia de piratas en la que el tesoro se haya tras el velo de agua de la primera cascada.

Nuestro segundo trail era mucho más largo y tardamos unas dos horas y media. Caminamos rodeados de abetos, flores azules y naranjas. A un lado quedaba el lado Saint Mary y al otro se sucedían cascadas por el camino. 

Durante todo el recorrido, nos acompañaban los trozos de algodón que caían incesantes creando cortinas que traían el invierno al verano y dotaban de cierto misticismo la ruta bordeando el lago y atravesando territorio de osos. 


Las cascadas más espectaculares eran las de Saint Mary que escupían agua turquesa que se rompía en perlas que volvían a fundirse en la corriente tornándose  transparente. La nieve muy presente, intentaba perforar en vano el agua del río. 



Al final del recorrido, las Virginia Falls sacaban pecho entre todas las anteriores siendo la más altiva con un salto de agua de unos 15 metros que pulverizaba el agua contra la roca y se entremezclaba confundiéndose entre los copos.


La nieve fue perdiendo su magia y convirtiéndose en lluvia y llegamos al coche empapados pero a tiempo de poner el aire en modo infierno mientras acabábamos de recorrer la carretera “Going-to-the-sun” hasta la barrera que indicaba que el acceso estaba cerrado a la altura del mirador al glaciar Jackson. 

Por desgracia, las nubes recelosas nos robaban las vistas, así que volvimos sobre nuestros pasos, comimos mirando al lago Saint Mary y dimos el día por concluido para descansar y volver a la carretera al día siguiente. Si el invierno continúa en el Glacier, que así sea. Habiéndolo disfrutado, nos vamos a Yellowstone en busca del verano.

(16 de junio a 18 de junio)

domingo, 16 de junio de 2024

Menú del día (Portland-Willamette Valley-Walla Walla)

Dejamos Alaska atrás y nos embarcamos en nuestra nueva aventura para recorrer el noroeste de los EEUU. Lo hacemos esta vez con una furgoneta, viviremos como festivaleros comiendo sandwiches y durmiendo en esterillas pero beberemos sólo los mejores vinos. 

El coche en cuestión es una Chrysler Pacifica con asientos reclinables que se esconden para dar paso a un suelo relativamente liso demasiado tentador como para pagar por un hotel de mala muerte. La primera noche batallamos en la oscuridad para descubrir el funcionamiento pero salimos airosos. 

Hagamos una breve pausa. Quizás esta sea la entrada que más días comprende de todo el blog. Así que para evitar hacer una lista de descripciones poco atractiva o demasiado densa, ordenaré los sucesos por temáticas y con el permiso del lector iré repasando las vivencias de estos días sin seguir necesariamente, el orden cronológico; convirtiendo en platos lo vivido para que sea más sabroso y apetecible de digerir. Sin más dilaciones, daré paso a leer el menú del día: de entrante tenemos sopa Pho de Portland, de plato principal, pollo reducido en salsa Willamette Valley, de segundo tenemos una Cheeseburger con música en directo y de postre coulant de Walla Walla. Todo está acompañado con mucho vino, así que comencemos antes de no ser capaces de acabar ¡Qué aproveche!

Empezamos con la sopa Pho de Portland. En honor a la verdad reconoceremos que sólo le dedicamos unas tres o cuatro horas, pero la primera impresión se acercó más a la sopa Pho que a una receta Wow. Chinatown nos acoge con una cantidad importante de sin techo que van vagando por sus calles algo abandonadas. Parece que el servicio de recogida de basura no es muy consistente visitando esta parte de la ciudad.

Los jardines chinos son, sin embargo, un oasis de calma y limpieza. Irónicamente sirguen su obsesión por el Ying y el Yang sin casi proponérselo. Hicimos una visita guiada para llenarnos de paz y cultura china antes de volver a las calles invadidas por la crudeza del capitalismo. Nos alejamos de Chinatown y recorremos los márgenes del río Willamette mientras caminamos por el parque Tom McCall. 

Nos ha entrado apetito así que comemos en un vietnamita muy económico apodado Luc Lac. Por alguna razón no nos decantamos por la sopa. Bajando la comida nos acercamos a la plaza Pioneer Corthouse antes de dar por concluida la visita a la ciudad. 

¿Se han quedado con hambre? No se preocupen que pasamos al plato principal. Para ello dedicaremos dos días reduciendo bien el vino en su salsa Willamette Valley. En esta región vinícola, se idean y dan forma, obras de arte líquidas provenientes de la naturaleza. Las viñas son las musas, los vignerons los escultores y los que las bebemos somos simples interpretadores del resultado.

Dedicando dos días a este museo interactivo, visitamos 6 bodegas centradas en su mayoría en las uvas Chardonnay y Pinot Noir, esta última, reina indiscutible del valle. Dos de las visitas las pudimos hacer gracias a la mamá de uno de mis alumnos. Haciéndonos pasar por “los Harrys”, conseguimos dos catas gratis en Archery Summit y Roco Winery. Sin suplantación de identidad, visitamos también Lingua Franca, Beaux Frères, Bethel Heights, Cristom Vineyards y Eyre Vineyards. 

Mención especial a las vistas panorámicas desde la bodega de Bethel Heights donde la camarera nos dio buenos consejos tanto de bodegas a visitar como de rutas de montaña que recorrer. En cuanto a los vinos, destacar los de Lingua Franca, de una complejidad e intensidad como ningún otro. Sin ambargo, como no quiero aburrir a nadie con eno-poemas que interesan sólo a unos pocos, pasaremos a degustar nuestro segundo plato.

La hamburguesa, la comeremos en Portland con música en directo de Motion City Soundtrack; una banda de rock que me ha acompañado desde la adolescencia. No es muy conocida pero ha conseguido hacerme vibrar con sus letras a lo largo de los años y sus canciones han pasado a formar parte de la banda sonora de mi vida. Esta es la cuarta vez que los veo en directo. La primera se remonta al 2011 cuando un joven Pablo, asiste a un concierto en North Carolina. Rebobinemos un año antes, si se fijan en ese que camina por la calle usando unos iPods, podremos ver a mi yo del pasado. Está escuchando las canciones del mencionado grupo y está motivándose para enfrentarse al TOEFL, examen que lo permitirá vivir un año en Wilmington, como estudiante de la UNCW, y eventualmente, asistir a uno de sus conciertos. Volviendo al presente entenderemos que fuese especial bailar, saltar y dejarse la voz al ritmo de “Everything is alright”. Bea en la distancia veía como su marido era engullido por los colosales cuerpos americanos en medio de un pogo. Salí airoso, muy sudado y feliz, habiendo sido teletransportado a diferentes momentos de mi vida.

Sin comerlo, pero sí bebiéndolo, hemos llegado al postre: Walla Walla es otra región vinícola que se encuentra más al este, dividida por los Estados de Washington y Oregon. Le dedicamos dos días y visitamos otras seis bodegas. Esta vez sin hacernos pasar por nadie y vaciando los bolsillos para poder catar oro líquido.

Esta AVA (American Viticulture Area) parece estar escondida detrás de colinas interminables de trigo vestidas de verde y amarillo. Si el fondo de pantalla de Windows no fue inspirado en estas colinas, deberían denunciarlo por plagio. Las Pinots y Chardonnays, son sustituidas aquí por una variedad más amplia: Viognier, Semillon, Garnacha, Syrah, Merlot y mucha Cabernet Sauvignon. Visitamos las bodegas Grosgrain Vineyards, Abeja, K Vintners, L’Ecole Nº41, Figgins y Force Majeure. Destacar la recepción que tuvimos en Abeja, en la que nos endiñaron una generosa copa de Chardonnay nada más llegar, como si de una boda se tratara. Por el camino, nuestro camarero nos hizo una breve introducción de la bodega. El carismático trabajador, un americano muy simpático que había sido profe de inglés en Galicia y se esforzaba en vano por hablarnos en español, llenaba el ambiente con su estruendosa risa que parecía la del malo de James Bond pero carecía de malicia. La Cabernet que nos sirvió era muy perfumada y el lugar con vistas a un jardín de flores que parecía más bien la paleta de un pintor, nos dejó encantados. 

También merece ser recalcada la visita a K Vintners. Su enólogo y propietario, Charles Smith, es una antigua estrella del rock y el ambiente rezuma Rock and Roll. La librería de vinos está custodiada por dos motos y ambientada con clásicos guitarreros. Para no desentonar, te sirven los vinos de pie uno tras otro como si tuvieran el pretexto de que nadie salga sobrio del lugar. Si se me permite un último apunte vinícola por si algún curioso se encuentra leyendo estás líneas, las Syrah de la bodega Force Majeure también nos dejaron sorprendidos por sus aromas perfumados, su profundidad y su mineralidad.

Con este último trago quizás sea el momento de reposar la comida y dar por finalizado el menú. El café lo dejamos para mañana que nos esperan 7 horas de carretera para plantarnos a las puertas del Glacier NP. Con tantas botellas de vino, mejor escondo la cuenta; a esta invito yo.

(9 de junio a 15 de junio)

miércoles, 12 de junio de 2024

Valencianos al borde de un ataque de nervios (Russian River Falls-Anchorage)

El somier donde habíamos depositado nuestros sueños aquella noche era una sierra colonizada por montañas vestidas de novia. Quizás el lugar más bonito en el que habíamos dormido, pero esa mañana, la carretera se impacientaba y nos señalaba el reloj. Nos encontrábamos cerca de Glacier View y el objetivo del día era conducir las cuatro horas que nos separaban del Russian River Falls Trail, para hacer una caminata y ver las cascadas que daban nombre a la excursión.

Dicho y hecho, cuatro horas después aparcábamos la caravana. Habíamos leído que nos adentrábamos en “territorio oso” y el corazón latía con fuerza. Algunos pensarán en este punto que somos unos inconscientes; así que remarcaremos también que las mismas guías que advertían de la presencia de osos, insistían en que muchas familias recorrían los caminos, y que, en definitiva, extremando las precauciones no era una locura.

Aun así estábamos, permítase la expresión, algo acojonados. Al inicio del camino, vimos dos botes de spray pimienta que algún alma caritativa había dejado, quizás para calmar algo los nervios de estos valencianos. Siendo agradecidos, no dudamos el ofrecimiento y los convertimos en acompañantes. Pero no podíamos empezar sin saber cómo funcionaban y con los nervios nublando nuestras decisiones, lo accionamos sin caer en la cuenta que el viento es caprichoso y volátil. Un chorro de humo amarillo salió disparado y en unos momentos impregnó todo el aire del gas, y en pocos segundos comprobamos empíricamente nuestra mala decisión y la efectividad del dichoso aerosol. Como si se tratara del pistoletazo de salida, salimos pitando del lugar con las gargantas picosas y algunas lagrimillas.

Seguimos todas las normas de precaución: El cascabel sonaba como si lleváramos un sonajero colgando, hablábamos levantando la voz y ahuyentando al silencio y los dedos estaban preparados para accionar la boquilla del spray en caso de avistamiento. El primero, llegó antes de lo que esperábamos, al cruzar una curva. Un animal de cuatro patas con pelo rubio y una lengua que se movía rítmicamente al son de la respiración, nos dio el primer micro infarto. Se trataba de un perro.

Nos cruzamos con bastante gente, lo cual nos tranquilizaba, pero los sonidos del bosque y algún animal graciosillo que se movía rápidamente haciendo sonar la hojarasca, se encargaron de hacernos pasar un mal rato. En un momento de nervios, Bea realizó un sonido para conquistar el silencio y advertir de nuestra presencia. El sonido era tan poco humano, que nos arranca una carcajada sana que fue alargada por el nerviosismo.

Una hora más tarde, sin tener claro que el camino fuera a acabar en las cascadas y cansados de pasarlo mal sin ninguna recompensa, dimos media vuelta. El hecho de volver sobre nuestros pasos nos calmó y pasamos de tener el latido de un bebé a algo más acorde a nuestra edad. Seguíamos cruzándonos con bastante gente y nos sorprendía ver a todo tipo de personas: parejas mayores, un hombre con pistola, gente en bicis, familias con niños, una mujer embarazada…Si alguien se ha quedado sorprendido con lo de la pistola, quiero recalcar algo: En dos años en Texas, no nos hemos cruzado con nadie que llevara la pistola en algún lugar visible. En Alaska, en dos semanas, hemos visto a una docena fácilmente. Pero seamos sinceros, a nosotros también nos llamaba la atención.

Hablando de todo un poco, hemos llegado al inicio del camino y al mirar el mapa vemos lo cerca que nos hemos quedado de las cascadas. Valorando la cantidad de gente que nos hemos encontrado y la hora que es, hacemos de tripas corazón y volvemos una vez más sobre nuestros pasos decididos a llegar a donde nos habíamos planteado.

No vamos a negar que seguíamos muy atentos, pero el estado de alerta era mucho más soportable para nuestra salud que cuando iniciamos la ruta por primera vez. Una hora más tarde, llegamos a nuestro destino y disfrutamos desde una plataforma, del paso agitado del agua que iba descendiendo en tobogán sin mirar atrás creando espuma y salpicando. Ahora sí, en la seguridad de la distancia, deseamos encontrar un oso que esté alimentándose allá abajo, pero fieles a la timidez mostrada, deciden dejarnos con las ganas y quizás sea mejor así. Para regalarnos una imagen para el recuerdo, un salmón altruista, pega un salto fuera del agua remontando el río Dios sabe cómo, y ya no lo volvemos a ver. Seguirá repitiendo estos movimientos hasta que consiga llegar a su destino, pero nosotros sabemos que este salto, era para nosotros.

Volvemos a la caravana, dejando atrás los aerosoles que nos han dado algo de seguridad. Así alguien más los podrá disfrutar. Atrás queda una aventura llena de histerismo que nos ha cargado de adrenalina y un bosque lleno de osos que no hemos visto. ¿Nos habrán visto ellos a nosotros?


Dejamos que la luna nos arropara en la carretera y que un valle fuera nuestro último edredón antes de volver a Anchorage. 

Ya en la ciudad, visitamos el Anchorage Museum; museo muy recomendable en el que aprendimos sobre las diferentes culturas nativas del estado; conocimos artistas del comic locales; disfrutamos como enanos de todas las exposiciones interactivas sobre volcanes, terremotos, auroras boreales o animales; y contemplamos las obras de arte tanto clásicas como modernas. En definitiva, nos empachamos de conocimientos nuevos y muy variados. Sólo nos quedaba comer, devolver nuestra casa rodante tras 2224 millas, y pasar nuestra última noche en una casa con cimientos. Nuestras vecinas escandalosas y un experto en ronquidos se encargaron de que echáramos pronto de menos nuestra caravana.

Al día siguiente volábamos por la mañana de vuelta a Seattle para comenzar nuestra nueva aventura por el noroeste de los EEUU. El avión tomó impulso, y levantó el morro antes de sumergirse en el cielo, que ya no sabíamos si era azul o blanco. Atravesó lo que parecían icebergs de diferentes formas y tamaños pero que se deshacían silenciosos al chocarse. Lo último que desapareció con gracilidad, ofreciendo una bonita postal a los espectadores que seguían en Anchorage, fue su cola. Alaska quedaba atrás con sus montañas de nieve perenne, sus huidizos osos y sus majestuosas ballenas.                  

(7 de junio a 9 de junio)