Visitamos el Museo de
la Revolución para sumergirnos de nuevo en la gloriosa historia. Fuimos a la
enorme necrópolis para preguntar a los muertos su punto de vista, pero ni ellos
se atreven a opinar. Mireia y Violeta se iban dos días antes que nosotros, así
que antes de despedirlas, no podíamos faltar al Museo del Ron, donde nos
hidratamos con la bebida hija de la caña de azúcar. El azúcar es el producto
estrella de la isla; su oro dulce, que la ha ayudado a sobrevivir y ha
endulzado su realidad. Por último, perseguidos por el calor, serpenteamos el
interminable malecón, deseosos de recibir una caricia del mar en forma de ola
que nunca llegó.
Desde el malecón muchos
cubanos toman, discuten, se
refrescan, pero sobre todo, miran al horizonte. Buscan más allá del sol que
cae, unos rayos de esperanza. En el ciclo de la vida hay altibajos, pero siempre
tiende a la evolución. Cuando la involución sucede a la evolución, cuando la
historia va para atrás e involuciona, se necesita de una nueva evolución, de
una revolución. Durante este viaje, una de mis grandes preguntas era: ¿cómo es
que no ha habido evolución en estos 50 años? Gabriel García Márquez me proponía
una respuesta “…el prolongado cautiverio,
la incertidumbre del mundo, el hábito de obedecer, habían resecado en su
corazón las semillas de la rebeldía”. Sea o no la respuesta, lo cierto es
que este pueblo no ha perdido la esperanza en el horizonte y espera que un día,
muy a pesar del viajero alérgico a la globalización, acabe el hechizo que ancla
esta isla en el tiempo, como a la isla de Lost.
Tarde o temprano el ciclo de la vida tiene que seguir su camino: evolución,
involución, r-evolución.
Durante nuestro viaje
hemos intentado mirar al horizonte con los ojos de este pueblo, y nuestra
mirada se ha ido configurando con la ayuda de nativos anónimos que se han
cruzado en el camino, compartiendo todo menos el nombre: taxistas, gente de la
calle, un falso medallista olímpico… y de personas de la Iglesia de aquí y de
allá, que nos han mostrado su cara más cristiana y caritativa, muy alejada de
la imagen de ostentación y distanciamiento que suele identificarse con “Iglesia”.
Kangue, que desde principio a fin se ha preocupado y nos ha cuidado como si
fuéramos sus sobrinos; Mª Eugenia, que aunque ha estado ausente, se hacía muy
presente en sus correos y en la boca de la gente que la nombra como a una
eminencia y la echa de menos; Emilito, Pablo Emilio, y los cubanos habaneros (Amelia,
Teresa, Ana, Alejandro, Nilka, Dariel, Ana Rosa…), que siempre han estado
dispuestos a tender la mano, a darnos su opinión privilegiada y a tratarnos
como a uno más de su familia.
“Familia” es todo
aquel grupo de gente con quien uno se siente en casa; de ahí que la expresión,
“estamos en familia” no se reduzca tanto a una cuestión de ADN sino al
sentimiento de unión que existe entre las personas. No es arriesgado pues,
decir que en el viaje nos hemos reencontrado con nuestra familia, con la que uno
se siente como en casa, con la que todo se hace fácil de repente. Y es entonces,
cuando sólo nace dar las gracias y mirar al horizonte con esta mirada ya
cambiada y cubana, esperando un nuevo amanecer.
OTIA, QUÉ BONITO TODO, qué escrito, impresionante; en vuestras manos, la pluma se hace de oro. Por cierto, cotilleando, las chicas son vuestras chicas??
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