martes, 18 de agosto de 2015

Rumba cubana, absurda y alegre (Trinidad-Topes de Collantes-Santa Clara-Cayo las Brujas)

Llegamos pronto a Trinidad y la búsqueda de casa fue breve; al primer intento conseguimos habitaciones para el Hostal La Reina, que no toma el nombre por la realeza de sus interiores sino por "la reinona" que regenta el lugar.


Trinidad es una ciudad que conserva el empedrado irregular que la alfombró en sus inicios, que junto con los colores pastel de sus hogares la hacen la ciudad más bonita de las que hemos visto hasta ahora. Ayudan por supuesto el campanario amarillo y blanco de San Francisco de Asís, la Plaza Mayor y la banda sonora trovadoresca que nunca deja de sonar en directo en sus paladares (restaurantes). "Guantanamera", "Chan Chan" o "Hasta siempre comandante" se mezclan con versiones del "Bailando" de Enrique Iglesias que hacen eco por las calles coloniales de esta ciudad.

La tranquilidad y la calma que se perciben en Trinidad nos animó a salir a cenar las dos noches; eso y la falta de pulcritud de nuestra reina... y a descubrir una ciudad que por conservar, conserva hasta la poca luz que alumbró sus calles en tiempos pasados.

El paisaje se volvía selvático conforme nos acercábamos a Topes de Collantes, un pueblo en el macizo de Escambray que está rodeado de cascadas naturales y que sirvió de refugio primero a los guerrilleros del Che y más tarde a los contrarrevolucionarios que pronto desaparecieron. 

Cada uno de estos saltos está vigilado por un guarda que exige alrededor de 9 CUC por persona por el acceso a cada cascada, así que lo primero era decidir cuál nos merecía más la pena. Las guías marcaban el salto del Caburní como la mejor, y por tanto más popular; sin embargo nuestro taxista nos enseñó fotos de Vegas Grandes y nos dijo que él la consideraba la mejor de todas. Nada como escuchar la opinión de los lugareños; tras un recorrido de unos 30 minutos, aparecían dos saltos de agua ante nuestros ojos con su piscina natural. Parecía que el día haría bueno y la asistencia era mínima; pero de golpe y porrazo, el chorro de agua que corría por las piedras con salto al vacío incluido, recibía la compañía de una ducha de gotas que huían de su inesperada y mal recibida nube. Esperamos un rato por si amainaba pero no tenía pinta y no queríamos calarnos en el camino de vuelta, así que dejamos las aguas detrás y nos sumergimos en una lección de historia reciente dada por nuestro taxista. En Cuba, para conocerla, hay que escuchar y preguntar dejando de lado prejuicios culturales; preguntar mucho, pues aquí mucha de la Historia se construye en el murmullo, sobre el correveidile, en el "yo lo sé de buena tinta" y en el "dicen...". Contrastando diferentes versiones no oficiales quizás pueda atisbarse algo de verdad.

El Viazul a Santa Clara conectó los últimos versos musicales que aludían al Che con una de las ciudades en que más presente está su imagen por estar enterrados sus huesos en ella. Aquí además libró Guevara una de las batallas decisivas para el triunfo de la Revolución: la batalla de Santa Clara, en la que el Che y sus hombres consiguieron hacerse con un tren blindado repleto de munición para el ejército del dictador Batista. Unos días más tarde, él y Camilo Cienfuegos entraban en La Habana triunfantes. Hoy, su estatua preside la plaza más desierta de la ciudad.

El calor asfixiante aletarga a los cubanos y fuimos testigos de ello cuando por la noche pudimos ver cómo despierta y resurge Santa Clara cuando el sol deja de gritar. Los parques y plazas vuelven a llenarse de gente. De repente la plaza Vidal se había llenado de cubanos hablando con sus familiares migrantes vía Skype (haciendo uso de los nuevos puntos de acceso wifi a 2 CUC la hora que unen puentes entre la Cuba que fue destilándose y la Cuba que se quedó); un grupo de música ponía ritmo a una escena absurda y divertida que sólo podía tener marca cubana: una mujer mayor daba clases de rumba y lo que le pusiesen por medio con su ejemplo, un indigente bailaba con su perro, una cabra tirando de una minicaravana portaba a los más pequeños dando vueltas a la plaza cortando intermitentemente el baile de salón que se había formado; incluso un borracho encontró su momento bailando con una guiri, mientras el marido de esta aguardaba pacientemente con la bolsa del otro en sus manos y cara de resignación. Un cuadro nocturno lleno de alegría cubana.

Nuestro último día en el centro de la isla fue de descanso turista en uno de tantos cayos que la bordean. Una vez más, escuchar la opinión de los cubanos, dejando de lado la de la guía, nos ahorró un buen puñado de pesos convertibles para redirigir nuestros cuerpos hacia el Cayo las Brujas.

Allí, la arena blanca y las aguas cristalinas y turquesas amansaron el calor con sus olas. Oriente nos esperaba al día siguiente.

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