viernes, 28 de agosto de 2015

Con tacto (Holguín-Banes)

El cubano es cercano y familiar, no rehúye el contacto; y pudimos comprobarlo en el camión desvencijado que nos transportó de Baracoa a Moa por 30CUP/persona. Cuando uno sentado hace el recuento aproximado de 80 personas no espera comprobar que allí cabe aún mucha más gente. Pero así es caballeros, los camiones cubanos son como el bolso de Mary Poppins, siempre cabe uno más. Para lograr tal hazaña, personas que no se conocen de nada antes de compartir un viaje, no tienen pena de apoyarse unos en otros durante el mismo. El cubano aprendió a unirse hace ya unas cuantas décadas y esa capacidad evolutiva de solidaridad es la que le ha hecho sobrevivir en circunstancias adversas. No e´ fáááásil
 
Tras 3 horas de camión borreguero por una carretera accidentada, el transporte que le sucedió fue un jeep toyotero que nos llevó de Moa a Holguín. Una carretera en este estado implica dos incomodidades inevitables e intercambiables: o el carro se emborracha de socavones o anda como ebrio haciendo eses a lo ancho de la misma para evitarlos, pues aquí lo de las líneas continuas nadie se lo toma en serio.

La acogida en Holguín empezó desde el primer momento, cuando llamamos al obispo Emilito para avisarle que habíamos llegado a la estación de guaguas; sin dejarnos decir ni una palabra más, se apresuró a contestar: “voy por ustedes” y aún sin haber colgado su teléfono se escuchaba tras la línea: “en seguida vengo, guarden almuerzo para ellos”.


Emilito y la Nena se apresuraron a buscarnos alojamiento y a darnos de comer. Descansamos y visitamos Holguín, conocida también como la Ciudad de los Parques. Tres grandes parques preceden los 460 escalones que suben a la loma de la Cruz; las vistas panorámicas y el viento que corre arriba son todo un bálsamo reparador que hacen que la subida merezca la pena.


Al día siguiente amanecimos pronto para llegar con tiempo a Banes y poder subir a Antillas, un pequeño pueblo en la bahía de Nipe (bahía en la que se encontró la figura de la Virgen de la Caridad que luego fue llevada a El Cobre). El recibimiento de nuevo fue como en casa; dejamos nuestras cosas y salimos para Antillas con Pablo Emilio. 

Allí, celebró una misa (con recuerdo a nuestra iaia incluido) en la que hubo reencuentro con los jóvenes que hace seis años me recibieron con los brazos abiertos; la fiesta siguió en Banes, con el cumpleaños de una monja misionera, que se alargó, con descanso debido de por medio, en la terraza de la iglesia desde donde llegaba la música de la plaza Martí, a pesar de ser domingo.


En esta misma iglesia de Banes es donde se casó Fidel Castro con Mirta Díaz en 1948 y esta misma ciudad es la que dio a luz al anterior dictador, Fulgencio Batista; ironías de la vida…

Desde la llegada hasta que nuestra última guagua salía hacia La Habana el siguiente día por la noche, Pablo Emilio nos cuidó, nos mimó y estuvo atento de que descansásemos como sólo hace alguien de la propia familia. Lavamos ropa, comimos como reyes y reinas y aprendimos de las múltiples historias cubanas.

En el viaje de vuelta y en la oscuridad de la carretera, como siempre, se sucedían carteles haciendo propaganda de la Revolución y sus conquistas: algunos, letreros de golpe en la mesa: Sí se puede coño; otros llamando al combate diario hasta la victoria y otros tantos más radicales que resumen la política castrista de “hasta las últimas consecuencias”: Patria o muerte; carteles quijotescos de una lucha de 56 años contra molinos de viento imperialistas. Podrán faltar cosas, pero la pintura y las ideas aquí no se acaban. Aquí no se rinde nadie, coño, como sentencia una de las frases históricas de esta Revolusión. Y lo que es innegable es uno de los mayores triunfos incuestionables del Estado: conseguir que todo el pueblo vire hacia su lado para sobrevivir, pues aquí el que no resuelve por la izquierda no vive para contarlo.

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