Tras 3 horas de camión
borreguero por una carretera accidentada, el transporte que le sucedió fue un
jeep toyotero que nos llevó de Moa a
Holguín. Una carretera en este estado implica dos incomodidades inevitables e
intercambiables: o el carro se
emborracha de socavones o anda como ebrio haciendo eses a lo ancho de la misma
para evitarlos, pues aquí lo de las líneas continuas nadie se lo toma en serio.
La acogida en Holguín empezó
desde el primer momento, cuando llamamos al obispo Emilito para avisarle que
habíamos llegado a la estación de guaguas; sin dejarnos decir ni una palabra
más, se apresuró a contestar: “voy por ustedes” y aún sin haber colgado su
teléfono se escuchaba tras la línea: “en seguida vengo, guarden almuerzo para
ellos”.
Al día siguiente amanecimos pronto para llegar con tiempo a Banes y poder subir a Antillas, un pequeño pueblo en la bahía de Nipe (bahía en la que se encontró la figura de la Virgen de la Caridad que luego fue llevada a El Cobre). El recibimiento de nuevo fue como en casa; dejamos nuestras cosas y salimos para Antillas con Pablo Emilio.
Allí, celebró una misa (con
recuerdo a nuestra iaia incluido) en la que hubo reencuentro con los jóvenes
que hace seis años me recibieron con los brazos abiertos; la fiesta siguió en
Banes, con el cumpleaños de una monja misionera, que se alargó, con descanso
debido de por medio, en la terraza de la iglesia desde donde llegaba la música
de la plaza Martí, a pesar de ser domingo.
En esta misma iglesia de Banes es donde se casó Fidel Castro con Mirta Díaz en 1948 y esta misma ciudad es la que dio a luz al anterior dictador, Fulgencio Batista; ironías de la vida…
Desde la llegada hasta
que nuestra última guagua salía hacia La Habana el siguiente día por la noche,
Pablo Emilio nos cuidó, nos mimó y estuvo atento de que descansásemos como sólo
hace alguien de la propia familia. Lavamos ropa, comimos como reyes y reinas y
aprendimos de las múltiples historias cubanas.
En el viaje de vuelta y
en la oscuridad de la carretera, como siempre, se sucedían carteles haciendo
propaganda de la Revolución y sus conquistas: algunos, letreros de golpe en la
mesa: Sí se puede coño; otros
llamando al combate diario hasta la victoria y otros tantos más radicales que
resumen la política castrista de “hasta las últimas consecuencias”: Patria o muerte; carteles quijotescos de
una lucha de 56 años contra molinos de viento imperialistas. Podrán faltar
cosas, pero la pintura y las ideas aquí no se acaban. Aquí no se rinde nadie, coño, como sentencia una de las frases
históricas de esta Revolusión. Y lo
que es innegable es uno de los mayores triunfos incuestionables del Estado:
conseguir que todo el pueblo vire hacia su lado para sobrevivir, pues aquí el
que no resuelve por la izquierda no vive
para contarlo.
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