Tras 3 horas de camión
borreguero por una carretera accidentada, el transporte que le sucedió fue un
jeep toyotero que nos llevó de Moa a
Holguín. Una carretera en este estado implica dos incomodidades inevitables e
intercambiables: o el carro se
emborracha de socavones o anda como ebrio haciendo eses a lo ancho de la misma
para evitarlos, pues aquí lo de las líneas continuas nadie se lo toma en serio.
Al día siguiente amanecimos pronto para llegar con tiempo a Banes y poder subir a Antillas, un pequeño pueblo en la bahía de Nipe (bahía en la que se encontró la figura de la Virgen de la Caridad que luego fue llevada a El Cobre). El recibimiento de nuevo fue como en casa; dejamos nuestras cosas y salimos para Antillas con Pablo Emilio.
En esta misma iglesia de Banes es donde se casó Fidel Castro con Mirta Díaz en 1948 y esta misma ciudad es la que dio a luz al anterior dictador, Fulgencio Batista; ironías de la vida…
Desde la llegada hasta
que nuestra última guagua salía hacia La Habana el siguiente día por la noche,
Pablo Emilio nos cuidó, nos mimó y estuvo atento de que descansásemos como sólo
hace alguien de la propia familia. Lavamos ropa, comimos como reyes y reinas y
aprendimos de las múltiples historias cubanas.
En el viaje de vuelta y
en la oscuridad de la carretera, como siempre, se sucedían carteles haciendo
propaganda de la Revolución y sus conquistas: algunos, letreros de golpe en la
mesa: Sí se puede coño; otros
llamando al combate diario hasta la victoria y otros tantos más radicales que
resumen la política castrista de “hasta las últimas consecuencias”: Patria o muerte; carteles quijotescos de
una lucha de 56 años contra molinos de viento imperialistas. Podrán faltar
cosas, pero la pintura y las ideas aquí no se acaban. Aquí no se rinde nadie, coño, como sentencia una de las frases
históricas de esta Revolusión. Y lo
que es innegable es uno de los mayores triunfos incuestionables del Estado:
conseguir que todo el pueblo vire hacia su lado para sobrevivir, pues aquí el
que no resuelve por la izquierda no vive
para contarlo.
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