jueves, 13 de agosto de 2015

Bosques de coral (Playa Larga-Cienfuegos)


Nos despedimos de La Habana por ahora, con la llegada de las chicas y tras una noche de tres horas, amanecimos con la luna para probar suerte con los billetes de bus. El bus estaba completo, pero a menudo, gracias a las cancelaciones, se liberan asientos. Cumpliendo el dicho, teníamos las de ganar por haber madrugado y a las 11:00 llegábamos a Playa Larga. Es sencillo predecir, por su nombre, en qué consistió el día.

 Desde la mañana la playa nos acogió un poco más sucia y poblada que Cayo Jutías, pero con un fondo igual de claro del que se podía disfrutar sin gafas, gracias a la trasparencia de sus aguas. Comimos una pizza "cubana" (masa de un palmo de diámetro con tomate, escaso queso y con suerte un par de lonchas de jamón).

Con un sol de juzgado de guardia, fuimos en búsqueda y captura de un lugar más tranquilo que justificara la fama de esta playa, y al rato de caminar hayamos el paraiso que ha dado nombre a este lugar: entre los árboles se escondían pequeñas líneas de playa aisladas. Una vez conquistada, fuimos a inspeccionar el camino en busca de un segundo escondite. Los árboles sólo dejaban pasar los rayos del sol a cuenta gotas y el suelo estaba cubierto de hojas secas, húmedas por el agua del mar y habitadas por cangrejos que en lugar de alegrarse de nuestra visita huían a esconderse como niños avergonzados. Algunos de camino al escondite levantaban las pinzas amenazadores. 

El segundo día hicimos una excursión a la Cueva de los Peces. Esta cueva vertical se encuentra a 20 km de Playa Larga. Es una piscina natural de 70 metros de hondo donde al bucear se puede observar cómo la oscuridad de la profundidad impide al sol hacer lo que le venga en gana y lo apaga en la distancia. A pesar de la espectacular escena, jugar al escondite con los peces en un lugar tan grande deja de ser divertido pronto, y decidimos ir a la playa de enfrente a probar suerte. Fue una buena decisión.

Un horizonte de agua clara se abría al otro lado de la carretera, con un fondo blanco decorado por bosques de diversos corales y que sólo habíamos visto en fotos o tras decorados artificiales; habitados por multitud de peces que no hacían el esfuerzo de esconderse sino que se pavoneaban con sus trajes multicolor como si de una pasarela se tratara. 

Tostados por el sol, aprovechamos el día para visitar cocodrilos. En la ciénaga de Zapata, y sólo en ella, vive el cocodrilo cubano. Así que aprovechamos la cercanía para ir al criadero de cocodrilos. made in USA era también a lo grande y dejaba en ridículo al no por ello más pacífico nativo.

Hacinados bajo la sombra, se amontonaban los cocodrilos, divididos por edad y tamaño para asegurar su supervivencia. Desde los cocodrilos que tenían días y aún no sabían caminar, hasta aquellos de dos metros que tenían diez años, la vida del cododrilo en cauitividad no parecía muy apasionante. Para que el turista pudiese hacer la comparación, había un especimen de cocodrilo americano; como todo lo americano, el cocodrilo

Sazonados en exceso, cambiamos el rumbo al día siguiente y nos dirigimos a la ciudad de Cienfuegos, antigua ciudad colonial cuyas casas no quieren renunciar a su pasado y se acicalan con colores pastel para no dejar escapar su belleza. 

Disfrutamos aquí de unas vistas panorámicas de la ciudad y alrededores por un módico precio y por la tarde paseamos por el malecón (paseo marítimo); amenazados por un cielo grisáceo, visitamos la bahía a la que se asoma Cienfuegos. Según las guías una de la más bellas bahías del mundo. Quizás fue culpa del cielo, quizás una simple exageración de la Lonely pero al rato de visitarla, dimos media vuelta y la despedimos dándole la espalda.

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