lunes, 3 de agosto de 2015

La isla de los espejos (Viñales-Cayo Jutías-Viñales)

su gente.// En Cuba todo es resolver, como ellos dicen, y antes de salir de La Habana nos tocó también resolver; primero para cambiar la moneda, tarea doble aquí teniendo en cuenta que funcionan con dos monedas diferentes: una el peso nacional (CUP) y otra el peso convertible (CUC), la primera es en la que reciben el sueldo, la segunda pone precio a casi todo lo que no se considera básico (lo que no se da con la libreta, vaya); la segunda tarea era resolver transporte hacia Viñales a un precio aceptable y aunque al principio pareció difícil, acabamos consiguiendo que un almendrón (taxi particular) nos dejase allí por 45 CUC (regateo que empezó en 70). Nos despedimos de Kangue y salimos hacia el oeste.

De un tiempo para acá, el Estado dio licencias a muchísimas casas particulares para que pudiesen alojar turistas; lo cual es una opción interesante para acercarse al día a día cubano (salvando las distancias). A Viñales íbamos recomendados, pero Leonel y Amarilis tenían el hospedaje lleno, así que nos alojaron en casa de Olga, la hermana de ella.


Ese primer día fue relajado, de toma de contacto, y lo acabamos en la terraza de Leonel tomando un puro y unos mojitos con los turistas que se hospedaban en su casa. Viñales nos daba la bienvenida.

El segundo día quisimos pedalear para reconocer la zona. 17 km nos separaban de la Cueva de Santo Tomás y aunque el sol era más clemente que en La Habana, el sudor cedía a la fuerza gravitatoria conforme avanzaba la mañana. 47 km de cueva nos esperaban (la gruta más grande de Cuba y la tercera de América Latina) para refrescar un poco el tiempo, mientras gotas prendidas de estalactitas aguardaban con paciencia la misma fuerza que antes nos arrancaba tan fácilmente el sudor, para crear, con agua y roca caliza, figuras parecidas a las que crean las velas ya desgastadas y escondidas a la luz natural.

El día siguiente el plan era muy diferente: Cayo Jutías nos recibió con su playa de arena blanco-rosada y sus aguas cristalinas y templadas, sus cubanos tomando ron a palo seco y defendiéndose del sol con la ropa puesta a falta de protector solar, y la calma de sus olas que fue moviendo las manecillas del reloj.

El valle de Viñales es predominantemente tierra de guajiros (campesinos) con sus sombreros de paja, sus caballos y sus carros de bueyes para arar el campo; tierra roja sembrada de mogotes (afloramientos rocosos), palmeras cocoteras y verde selvático; plantaciones de tabaco, plataneras y cuevas. Qué menos que despedirnos caminando. Así que el último día lo dedicamos a hacer senderismo por entre los mogotes Coco Solo y Palmarito, dejando la tarde para contemplar la increíble panorámica del valle desde el mirador del Hotel Los Jazmines.


Cuba se mira de dos formas: para el turista, desde el espejo retrovisor, acomodado como el espectador de una proyección de cine o desde el objetivo fotográfico. Juego de espejos y espejismos que reflejan la realidad como en el mito de la caverna para el que trata de viajar en un regreso al pasado mezclado de presente; pero para el que se atreva, como Alicia, se puede mirar (pues los viajes son miradas) a través del espejo, achinando los ojos para encontrar lo que se esconde tras el brillo en el escaparate de la luz que dan las playas y las cuevas y los valles; allí detrás se esconden desde hace unos cuantos años la isla y su tesoro;//


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