jueves, 25 de agosto de 2011

Highway to hell (Death Valley-Los Angeles)



Refrescado por la brisa marina y contento por volver a sentir el frío erizando mi piel, escribo esta entrada desde la habitación del motel, medio dormido y con el ruido de los aviones, que llegan para descansar en el famoso aeropuerto de LAX o se van en busca de nuevas aventuras y nuevos horizontes.

Death Valley es el Parque Nacional más  grande de USA si olvidamos los parques de Alaska (Contándolos, es el sexto), y es uno de los lugares del mundo que más consigue subir el mercurio a los termómetros.

Llegábamos de la sombras de las secuoyas gigantes y el paisaje se fue haciendo cada vez más árido hasta llegar a Death Valley. Donde lo menos árido, es el lejano cielo. Bienvenidos al infierno. Los paisajes aquí son espectacularmente desoladores.

En el centro de visitantes nos informamos de qué era lo que queríamos ver. El termómetro “sólo” marcaba 101 Fahrenheit (40 grados Celsius). Entre otras cosas, nos interesaban las conocidas piedras que dejan un rastro en el suelo como si de piedras vivientes se tratase, en medio de una extraña carrera, en la cual el desierto es el único espectador. Nos dijeron que con un coche alquilado ni se nos ocurriese, que la carretera que llevaba hasta allí era rompe-neumáticos y que en sus 45 km no era raro pinchar como mínimo dos ruedas. La idea nos tentó en cierto modo, pero el sentido común nos dijo: “en otro viaje y con otro coche“, El primer destino fue el mirador Dante’s View. Desde aquí se puede ver Badwater (El punto más bajo de Norte América) y la vista es bastante chula. Supongo que se llamaran las vistas de Dante por la temperatura infernal que hace abajo.

Disfrutamos del Golden Canyon (con el termómetro ya marcando los 113 F ó 45 grados Celsius!!), cuyas tierras baldías, como tostadas por el sol y la temperatura, adquieren un tono dorado, que da un toque de belleza desértica a este lugar. Se pueden recorrer 3 km andando, pero con tanto calor, la verdad, no apetece ni es recomendable.


Para obra natural la del Artist Palette, un lugar en medio estas tierras baldías donde al diablo se le cayó el pincel, llenando de diferentes colores las montañas. Como la paleta de un pintor en medio del desierto.


Jugamos a golf en el Devil’s Course (El campo de golf del diablo), un lugar peligroso por su sal cristalizada, que lo dota de una dureza y unas formas escarpadas bastante peligrosas si uno se tropieza.
Es llamado el campo de golf porque hay muchos montículos, creando un campo lleno de posibles hoyos. Para mas explicaciones, las preguntas al que le puso el nombre, no a nosotros.

Y por fin, llegamos a Badlands, descendiendo con nuestro Charger a las profundidades infernales (86 metros por debajo del nivel del mar) y subiendo el termómetro (La media eran 116 F ó 46,6 C, pero llegó a los 118 ó 47‘7).

Aquí la sal da color a estas tierras y aunque su color engañe como los espejismos, y puedan parecer llenas de nieve, el mercurio no miente y andar un rato por aquí derrite a cualquiera.
Su nombre viene de hace tiempo, cuando el único transporte era un caballo y no los 300 y pico de nuestro Dodge. Al llegar a este lugar, los jinetes se alegraban al ver agua para que sus caballos se hidratasen. El problema, es que era agua mala para el consumo por su elevada salinidad. Por ello, en los mapas empezaron a llamarlo “bad water“.

Una vez visto, andado, y empapados de sudor, salimos pitando esperando encontrar un lugar más fresco, pero lo más fresco que nos dio el día fueron 40 grados Celsius; eso sí, una vez caída la noche y recorrida una de esas carreteras donde puedes no encontrarte con nadie en unos 50km. Esta carretera nos llevó a Ludlow, un pueblo con poco más que un motel y dos gasolineras.


Al día siguiente, retomamos la 66 por ultima vez. Recorrimos sus últimas millas, todavía con la temperatura mínima de 40 C. Llegamos a “Los Angeles” y lo atravesamos, así como hicimos con Hollywood, la ciudad de las estrellas. Por último, el extremo oeste de Santa Monica, nos regaló la brisa del mar que tanto ansiábamos y bajó de un soplido, la temperatura. Lo que se considera buen tiempo, nos pareció frío. Llegamos al océano, nos dimos un baño en el Pacifico y despedimos definitivamente a la Ruta 66.



Acabamos el día resolviendo el tema de los papeles del coche. Nos costó, pero lo conseguimos tras momentos de nerviosismo y tensión. Tuvimos que cambiar a nuestro querido compañero, por temas legales, pero el nuevo, sigue siendo un Dodge Charger, eso sí, esta vez negro.
We’re back in black!


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