domingo, 7 de agosto de 2011

Desiertos maquillados, árboles de piedra, meteoritos, meteoros y asteroides (Taos-Flagstaff)

Dormir en los tipis fue más auténtico de lo que esperábamos, pues al no tener paredes de hormigón y estar en medio del campo, la compañía de otros bichos es inevitable. En una de las camas había una araña, echándose una siesta tan tranquila. Pero pensamos “si los indios sobrevivieron, por qué no nosotros?

Visitamos Taos Pueblo al día siguiente; es una comunidad donde viven unos 100 indígenas en casas de adobe, sin electricidad y con el agua del río. Eso sí, el tirón turístico lo han sabido explotar. Además de casas, estaba lleno de tiendas de artesanía, camisetas, recuerdos… Tenían parking y recepción para los visitantes. Todo muy indígena.
Era curioso, cómo muchos de ellos tenían dos religiones: La católica y la indígena. Siempre he creído que las religiones se seguían de manera individual, pero por lo visto hay personas que adoptan más de una. El día anterior vimos que uno de los intermitentes del Dodge había decidido no indicar los cambios de carril nunca más. Por lo que, después de visitar Taos Pueblo, fuimos al aeropuerto de Albuquerque en busca de nuestra compañía de coches para que nos lo cambiaran.
 Aquí el cliente siempre tiene la razón, y si te tienen que arreglar el coche alquilado y tú dices que tienes prisa, te dan uno nuevo.
Como sólo era la bombilla lo que había que cambiar, dijeron que si queríamos, esperásemos cinco minutos y nos llevábamos el mismo coche.
Efectivamente, sólo tardaron cinco minutos; nos cambiaron la bombilla y nos limpiaron el coche, que seguramente ya estaba olvidando que algún día fue blanco.

Hicimos las paces con Dodge y salimos a la 66 de nuevo, esta va a ser nuestra carretera durante unos días. La idea era llegar a Flagstaff, Arizona, pero Nuevo México quiso mantenernos un día más y con los contratiempos, lo aceptamos. Acabamos el día en Gallup y nuestras ansias de buscar un sitio barato, nos llevaron a un hotel sacado de una película de terror. A unos nos costó más dormirnos que a otros, ya que el tren, que circulaba muy cerca, no se cansaba de pasar aunque fuese de noche.


Nos despertamos y fuimos hacia Flagstaff, aunque por el camino nos esperaban bastantes paradas. La primera fue en el “Parque Nacional del Bosque Petrificado” y el “P.N. del Desierto Pintado”, los dos en Arizona. Estos parques están unidos por una carretera nacional panorámica. El Desierto Pintado es un desierto (como su nombre indica), que por las diferentes tonalidades de los minerales de sus montañas, se viste de diferentes colores, acentuando esta diferencia al atardecer.
El bosque petrificado, por otro lado, forma parte de este mismo desierto en algunos tramos, pero es básicamente un lugar en el que miles de árboles quedaron fosilizados por la acción conjunta de la lava volcánica y el sílice; el resultado, la vida eterna.

Puedes ver troncos de árboles por todos lados, que aunque son de “piedra“ parecen troncos de verdad. En algunos se nota más que en otros, y unos cuantos, toman cualidades cristalinas y tienen varios colores.

Cansados del calor, que estos “árboles” se negaban a quitarnos con su sombra (en realidad ninguno de ellos está en pie, así que a pesar de llamarse bosque, es otro desierto), fuimos al cráter de meteorito mejor preservado del mundo, que se encuentra a pocos kilómetros de la 66.

El cráter impresiona, es enorme (casi 200 metros de profundidad y más de 3 kilómetros de circunferencia). Fuimos al museo y asistimos a la interesante visita guiada por el que cuidaba la zona; nos lo explicó todo. Era de esas personas que no viven de lo que trabajan sino que viven para su trabajo. Disfrutaba como el que más, explicándonos la historia detrás del impacto o las diferencias entre meteoritos, meteoros y asteroides.
Al acabar y ya con el sol echándosenos encima, llegamos a Flagstaff, donde encontramos un sitio barato y acogedor en el que poder dormir de un tirón.

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