domingo, 28 de agosto de 2011

Hacia rutas salvajes (Los Angeles-Portland)


Despertamos en Los Angeles con nuestro nuevo pura sangre negro esperándonos aparcado. Teníamos un día para visitar la ciudad, así que nos ceñimos a ver Santa Mónica, Beverly Hills y como no, Hollywood.
Paseamos por Santa Mónica, buscamos infructuosamente famosos que fueran de compras por la zona de Rodeo Drive (la calle donde están todas las grandes marcas) y llegamos a la ciudad-Meca del cine.
Aquí llegaron y siguen llegando, actores y actrices con ganas de encontrar la fama y el reconocimiento en la industria del celuloide; y aquí venimos nosotros, en busca de ese halo de cine que se respira en esta ciudad de Los Angeles; pero la verdad que después de tantas expectativas puestas, nos decepciona un poco y nos damos cuenta de que, a no ser que se visiten los estudios, lo que tiene este lugar es el eco de su nombre.

La avenida principal, Hollywood Boulevard es la que alberga las famosas baldosas que cubren este paseo con nombres de estrellas de la música, el cine, la radio y la televisión. El Hollywood Museum, a pesar de ser interesante para unos cinéfagos como nosotros, se limita a ser una colección de vestuario y objetos originales utilizados en series y películas clásicas o míticas.

En el Kodak Theatre, donde se celebra la gala de los Oscar, hay un mirador al famoso signo de la colina, pero la señal está muy lejos y nos quedamos con las ganas de hacernos una foto en condiciones; al lado, está el Chinese Theatre, donde se encuentran las conocidas baldosas con las huellas en el cemento de manos y pies de diferentes celebridades.

Todo esto, hace que Hollywood tenga algo curioso, y es que aquí el turista en vez de pasear mirando hacia arriba como en Nueva York, mira hacia abajo todo el rato, buscando la estrella o las pisadas de su actor o actriz favorita.

Para salir de Los Angeles cogimos la Mulholland Drive (una carretera que une Hollywood con Malibú) siguiendo los pasos de la película de David Lynch, y nos encontramos con unas vistas increíbles de L.A.
Al ser de noche, llamaban la atención los aviones, que parecían pequeñas luciérnagas en busca de un lugar donde posarse, consiguiendo que mereciese la pena la parada.

Y empezamos con el laaargo viaje en el que aún seguimos; de Los Angeles a Vancouver, subiendo por las costas de California, Oregón y Washington.

El primer día llegamos hasta San Francisco (un poco más allá). Hicimos varias paradas, porque la costa californiana es increíble; especialmente la carretera por la que condujimos, llamada Pacific Coast Highway o Highway 1.
Esta carretera serpentea acercándose y alejándose del océano, jugando por encima de los acantilados con los coches que la recorren.

La parada más chula fue la del “Julia Pfeiffer Burns State Park”, una catarata que muere directamente en el mar, cansada de tanto viaje. Los paisajes parecen sacados de Jurassic Park o de una de esas islas desiertas en la que uno desearía naufragar.

El caso es que desgraciadamente nos pilló la niebla y no pudimos aprovechar las vistas de las últimas horas del día; aunque en cierto modo, le daba un aire fantasmagórico al paisaje que tenia su gracia…
Ya de noche, con la misma niebla, entramos en San Francisco; atravesando el Golden Gate por la 101 y escuchando la canción de Revolver que toma el nombre de esta ciudad.

Hoy hemos hecho el tramo más largo por el momento; casi 600 millas en un día. Dejamos atrás California y hemos entrado en Oregón por la Highway 5; pues es más rápida y el tramo de la 101 por este estado no es tan chulo como el anterior.

El único desvío ha sido para disfrutar del lago que se ha creado en un cráter, formado por una antigua erupción volcánica, que ahora es Parque Nacional. Es como si este trozo de la Tierra hubiese decidido hacerse una piscinita; con su isla incluida para los que se cansen de nadar. Otra pasada más de la naturaleza americana…

La oscuridad ha ido absorbiendo poco a poco la luz como cada tarde y el agujero negro diario del ocaso nos ha robado las vistas; así que hemos buscado un lugar para descansar, que mañana volvemos a la costa por la 101 y promete ser igual de impresionante que el tramo californiano.

jueves, 25 de agosto de 2011

Highway to hell (Death Valley-Los Angeles)



Refrescado por la brisa marina y contento por volver a sentir el frío erizando mi piel, escribo esta entrada desde la habitación del motel, medio dormido y con el ruido de los aviones, que llegan para descansar en el famoso aeropuerto de LAX o se van en busca de nuevas aventuras y nuevos horizontes.

Death Valley es el Parque Nacional más  grande de USA si olvidamos los parques de Alaska (Contándolos, es el sexto), y es uno de los lugares del mundo que más consigue subir el mercurio a los termómetros.

Llegábamos de la sombras de las secuoyas gigantes y el paisaje se fue haciendo cada vez más árido hasta llegar a Death Valley. Donde lo menos árido, es el lejano cielo. Bienvenidos al infierno. Los paisajes aquí son espectacularmente desoladores.

En el centro de visitantes nos informamos de qué era lo que queríamos ver. El termómetro “sólo” marcaba 101 Fahrenheit (40 grados Celsius). Entre otras cosas, nos interesaban las conocidas piedras que dejan un rastro en el suelo como si de piedras vivientes se tratase, en medio de una extraña carrera, en la cual el desierto es el único espectador. Nos dijeron que con un coche alquilado ni se nos ocurriese, que la carretera que llevaba hasta allí era rompe-neumáticos y que en sus 45 km no era raro pinchar como mínimo dos ruedas. La idea nos tentó en cierto modo, pero el sentido común nos dijo: “en otro viaje y con otro coche“, El primer destino fue el mirador Dante’s View. Desde aquí se puede ver Badwater (El punto más bajo de Norte América) y la vista es bastante chula. Supongo que se llamaran las vistas de Dante por la temperatura infernal que hace abajo.

Disfrutamos del Golden Canyon (con el termómetro ya marcando los 113 F ó 45 grados Celsius!!), cuyas tierras baldías, como tostadas por el sol y la temperatura, adquieren un tono dorado, que da un toque de belleza desértica a este lugar. Se pueden recorrer 3 km andando, pero con tanto calor, la verdad, no apetece ni es recomendable.


Para obra natural la del Artist Palette, un lugar en medio estas tierras baldías donde al diablo se le cayó el pincel, llenando de diferentes colores las montañas. Como la paleta de un pintor en medio del desierto.


Jugamos a golf en el Devil’s Course (El campo de golf del diablo), un lugar peligroso por su sal cristalizada, que lo dota de una dureza y unas formas escarpadas bastante peligrosas si uno se tropieza.
Es llamado el campo de golf porque hay muchos montículos, creando un campo lleno de posibles hoyos. Para mas explicaciones, las preguntas al que le puso el nombre, no a nosotros.

Y por fin, llegamos a Badlands, descendiendo con nuestro Charger a las profundidades infernales (86 metros por debajo del nivel del mar) y subiendo el termómetro (La media eran 116 F ó 46,6 C, pero llegó a los 118 ó 47‘7).

Aquí la sal da color a estas tierras y aunque su color engañe como los espejismos, y puedan parecer llenas de nieve, el mercurio no miente y andar un rato por aquí derrite a cualquiera.
Su nombre viene de hace tiempo, cuando el único transporte era un caballo y no los 300 y pico de nuestro Dodge. Al llegar a este lugar, los jinetes se alegraban al ver agua para que sus caballos se hidratasen. El problema, es que era agua mala para el consumo por su elevada salinidad. Por ello, en los mapas empezaron a llamarlo “bad water“.

Una vez visto, andado, y empapados de sudor, salimos pitando esperando encontrar un lugar más fresco, pero lo más fresco que nos dio el día fueron 40 grados Celsius; eso sí, una vez caída la noche y recorrida una de esas carreteras donde puedes no encontrarte con nadie en unos 50km. Esta carretera nos llevó a Ludlow, un pueblo con poco más que un motel y dos gasolineras.


Al día siguiente, retomamos la 66 por ultima vez. Recorrimos sus últimas millas, todavía con la temperatura mínima de 40 C. Llegamos a “Los Angeles” y lo atravesamos, así como hicimos con Hollywood, la ciudad de las estrellas. Por último, el extremo oeste de Santa Monica, nos regaló la brisa del mar que tanto ansiábamos y bajó de un soplido, la temperatura. Lo que se considera buen tiempo, nos pareció frío. Llegamos al océano, nos dimos un baño en el Pacifico y despedimos definitivamente a la Ruta 66.



Acabamos el día resolviendo el tema de los papeles del coche. Nos costó, pero lo conseguimos tras momentos de nerviosismo y tensión. Tuvimos que cambiar a nuestro querido compañero, por temas legales, pero el nuevo, sigue siendo un Dodge Charger, eso sí, esta vez negro.
We’re back in black!


martes, 23 de agosto de 2011

Conspiraciones de hombrecillos verdes y clorofílicos colosos (Extraterrestrial Highway - Sequoya NP )


Nevada se iba alejando conforme dejamos atrás Las Vegas, y nuestro último destino antes de entrar en California era la Autopista Extraterrestre.

Sí, este es su verdadero nombre, estamos en América! Que por qué se llama así? Pues porque es la que cruza muy cerca del ‘Área 51’ (un área militar), donde los melancólicos de Los Pistoleros Solitarios (de Expediente X) creen que el gobierno americano esconde y experimenta con pruebas de vida extraterrestre. Decididos a seguir el “via crucis” de los x-filos, dejamos que nuestro Dodge pisara la carretera ‘extranjera’, pasaporte y cámara en mano por si los de arriba se decidían a abducirnos.

Paramos en un café-motel (decorado como toca en esta zona) que sirvió de escenario en la película “Paul”. Nos tomamos un café y se nos ocurrió preguntar al dueño si por casualidad conocía la forma de llegar a la puerta del “Área 51”. Antes de que acabásemos la pregunta, como alegre de encontrar aliados, el hombre nos puso en las manos un mapa hecho a mano de la zona y nos señaló las puertas de acceso.

Así que allí fuimos, para encontrar, desilusionados, que los militares han decidido no colgar el cartel indicativo del Área. Tuvimos que conformarnos con llegar al limite que marca la entrada, donde unos policías (no nos extrañaría que entre ellos estuviese El Fumador) la vigilaban desde un coche “de incógnito” y hacer una foto ‘de extranjis’.

Por la noche llegamos a California, el estado de la esperanza americana, donde desembocaban los viajes en busca de una vida mejor, tras la Gran Depresión y donde siguen llegando, los que “huyen” del este. Tal debe de ser para algunos el desenfreno que supone llegar hasta aquí, que el pobre cartel que marca el limite de estados nos recibió acribillado… Los vaqueros deben de andar cerca…

El día siguiente se trastocó un poco, al tener que planear (de repente) ir a Fresno por la tarde para resolver papeleo del alquiler del coche.

Por la mañana visitamos Yosemite. Un parque nacional enorme con unas vistas increíbles, pero que hubiéramos disfrutado mejor de haber tenido tiempo para hacer alguna excursioncilla por aquí. Todo no puede ser… La entrada al parque estaba rodeada de los típicos lagos de las películas americanas, atestados de barcas con gente pescando con su gorrito de rigor; y las paredes de los picos estaban ‘decoradas’ con escaladores que decidían colgarse como bolas en un Árbol de Navidad.

Llegamos a Fresno y el hombre que nos atendió, decidió que tendríamos que resolverlo al día siguiente, pues él no sabía hacer el papeleo (ni por lo visto le apetecía) y nos dijo que nadie estaba disponible en ese momento. Con los imprevistos, la noche se nos cayó tan rápido que decidimos dormir en nuestro coche aparcados en una gasolinera.

A la mañana siguiente tras seguir teniendo problemas con el papeleo (esta vez atendidos por una mujer majísima), llamamos a casa (menos mal que tenemos una familia detrás! Gracias!) y medio resolvimos el tema antes de salir hacia el Sequoia National Park.

En este parque, se encuentran dos de las secuoyas gigantes más grandes del planeta. Las secuoyas son árboles milenarios que alcanzan (si las condiciones lo permiten) alturas de hasta 80 metros. La más grande que había aquí era el General Sherman.

El volumen de este árbol es tal, que dicen que si llenasen su tronco de agua, una persona podría darse un baño diario durante 27 años!!! Increíble… Los troncos de algunos de estos árboles, debido a su tamaño, se reutilizan cuando caen al suelo como cabañas o incluso como pequeños túneles! Una pasada…

domingo, 21 de agosto de 2011

Fabulous Las Vegas



Luces de neón que iluminan la avenida, ciudades del mundo convertidas en hoteles, locales de strip-tease, discotecas de caché,  más casinos por metro cuadrado que personas hasta tal punto que los nombres de las calles son los de los casinos, gente en la calle hasta las tantas de la madrugada y bebiendo a cualquier hora, espectáculos gratuitos y espectáculos carísimos, Elvis y Marilyn vivitos y coleando, gritos de alegría por haber ganado una partida, mientras otros ahogan sus penas en el alcohol por haberlo perdido todo… Señores y señoras esto no es EEUU, esto es “Fabulous Las Vegas“.

Hemos pasado aquí cinco días y aún nos hubiésemos quedado más. Dicen que Las Vegas es una ciudad para ir de fiesta y es cierto, pero si lo que se busca es lo mas kistch de USA, este es el sitio perfecto. Aquí puedes viajar  en el tiempo y dormir en un castillo “medieval” o en el palacio de Julio César; o viajar alrededor del mundo en un día y tomar una pizza en Venecia, un café en Paris, pedir un deseo en la Fontana di Trevi, comer un hot dog en New York y ver momias en Luxor..

En Las Vegas el dinero es la llave para todo un mundo de posibilidades. Desde espectáculos de magia (David Copperfield, Criss Angel o magos más modestos), del Circo del Sol, de variedades, conciertos, monólogos, musicales… hasta incluso hacer puenting desde el hotel-casino Stratosphere con vistas a The Strip (la avenida principal), subirse a una montaña rusa que recorre el casino New York, New York,  pagar por respirar Oxigeno con diferentes sabores mientras recibes un masaje…

Imagina lo que quieras. Si tienes dinero y estás dispuesto a gastarlo, puedes hacerlo casi todo. Nosotros lo invertimos en un espectáculo de Criss Angel (considerado el mejor mago de la década) y la verdad es que mereció la pena. El mago levitaba, hacia aparecer y desaparecer diferentes objetos y personas, cortaba a una mujer en dos… Todo esto con música rock y fuegos artificiales. Todo un espectáculo.

Pero también pudimos ver shows gratis, como el volcán del casino Mirage, que cada 15 minutos entra en erupción, el show de las sirenas del casino Treasure Island (un espectáculo musical en el que las sirenas atraen con su canto a un grupo de piratas a su barco, donde no faltan las explosiones), asistimos al circo de “Circus circus” (otro casino temático) vimos a los leones del MGM (sí, tienen leones en cautividad dentro del casino) y los flamencos del Flamingo… Por la calle hay algún que otro mago, muchos hombres disfrazados (desde Austin Powers a Winnie de Pooh), relaciones de discotecas y de clubs de strip-tease, mimos y hasta un hombre que tenia una serpiente para que te la “probases“ y otro cuyo perro estaba disfrazado y te chocaba “los cinco“.

Dentro de los casinos hay gente de todas las edades y por si no sabes jugar, ofrecen clases gratis. Cada casino es una pequeña ciudad con sus tiendas, sus propios espectáculos, su McDonalds (siempre omnipresente) y en el caso del Caesar Palace, el Venezia y el Paris hasta un cielo pintado en el techo.
El Venezia es una pasada, pues no solo tiene cielo y “edificios”, sino que tiene dentro un canal en el que se puede pasear en góndola!! Y el Caesar Palace, para no quedarse atrás tiene sus propias plazas y fuentes dentro del edificio. Vamos, que en un día de lluvia puedes pasearte tranquilamente por Las Vegas.

Fremont Street es la avenida que antes tenía más concentración de Casinos, hasta que apareció The Strip. Para que no caiga en el olvido, la ciudad ha invertido mucho dinero y ahora es peatonal, tiene una gran bóveda de leds donde proyectan videos musicales cada cierto tiempo, tres escenarios donde tocan música en directo, unas tirolinas que recorren la avenida y por las que la gente se tira por un “módico” precio.
Allí está el famoso vaquero de neón que guiña el ojo, y por supuesto, más casinos. Esta es la avenida que identifica a “Las Vegas de las películas“; al ser peatonal hay mucho ambiente, está llena de artistas callejeros y, por supuesto, de Elvis y de Marilyn. La gente bebe sin pudor en la calle y es algo que nos choca, pues en EEUU está prohibido y es un tema bastante tabú; pero oye, esto es Las Vegas. Un hombre nos explicó que es ilegal pero que como todo el mundo lo hace, nadie dice nada.

Intentamos casarnos como buenos hermanos, pero aquí el incesto no está bien visto y como no creo que sea algo que haga todo el mundo, es ilegal y no permitido… Maybe next time…

domingo, 14 de agosto de 2011

Las huellas del tiempo (Arches NP-Bryce Canyon NP)


Los paisajes de Arizona y Utah nunca dejan de sorprender.

Aquí todo es a lo grande, como a los americanos les gusta. La mañana después de disfrutar del Oeste del Monument Valley, entramos en el Arches National Park; un parque que concentra la mayor cantidad de arcos de arenisca creados de forma natural.
Ya de por sí, el color característico de los arcos, marrón anaranjado, resalta con el cielo azul de forma tremendamente llamativa, pero además, las estructuras que crean estos, retorciéndose, amontonándose, apilándose de forma compacta y desordenada crean a uno la sensación de estar en uno de esos castillos que se hacen con chorretones de arena en la playa, sólo que en vivo y en gigante. Es una pasada.

La excursión al Delicate Arch (el más famoso de todos) se hizo pesada bajo el sol; pero el hecho de que hubiese que llegar caminando con el calor, sirvió de filtro para que sólo unos pocos disfrutásemos como en una sala VIP del increíble arco, apartado de la carretera y rodeado de un oasis de arenisca.


El tiempo se pasa volando en estos lugares cuando estás rodeado de paisajes tan impactantes y se nos hicieron las 16h cuando empezamos a comer en un fast-food de carretera.
Si una cosa no falta por esta zona es parques nacionales y estatales; así que, por la tarde visitamos el Deadhorse Point, donde se grabaron el inicio de Misión Imposible 2 y el final de Thelma y Louise.
En Estados Unidos, la libertad individual es tan importante que nadie te impide (ni ve fuera de lugar) que te acerques a sentir el vértigo del precipicio bajo tus pies, así que decidimos hacer un poco de escalada rememorando al Agente Ethan Hunt (que no cunda el pánico, la foto está trucada). Al acabar la ‘peligrosa’ tarea nos sentamos a ver atardecer con vistas al Colorado (que omnipresente, también pasa por aquí).
La búsqueda de un motel para descansar fue infructuosa esa noche y decidimos dormir dentro de nuestro coche, en el parking de uno de los moteles que estaban llenos. Reclinen sus asientos y disfruten!
La verdad es que descansamos tan bien que hasta las 8h no hubo luz que nos despertase. Bendito Dodge…

Al día siguiente visitamos otros dos parques. El primero; el más conocido (el Antelope Canyon) pertenece a los indios navajos y dicen que ha sido fotografiado más veces que el Gran Cañón. Lo cierto es que cuando estás dentro reconoces cada uno de los pliegues de estas paredes que no son otra cosa que arena petrificada y moldeada por el tiempo, el agua y el viento.
El cañón tiene forma de ‘A’ y la luz sólo entra por arriba, intentando esquivar las caprichosas curvas de las paredes rosadas, anaranjadas o rojizas (dependiendo de quién y dónde gane al escondite la luz del sol o la arena petrificada).
La poca luz que ilumina el cañón y crea el juego de colores, junto con el puzzle de líneas pintado en la pared (que revela antiguas autostopistas del viento) lo hacen aún más bello y alucinante.
Una maravilla.



Todavía con la boca abierta nos dirigimos al Bryce Canyon, al que llegamos unas horas antes de atardecer(en EEUU el tiempo no se alarga, pero las distancias sí).
El paisaje (parecido a algunas formaciones de Capadocia) es un bosque o un reino de agujas de piedra (llamadas hoodoos) de colores blanco, anaranjado, rojizo y rosado, sobretodo. Un montón de “palillos” con diferentes formas se levantan del suelo como si de una cama de faquir se tratase. Como ya he dicho, otra cosa no, pero los paisajes no dejan de sorprender con estructuras inimaginables, imposibles y un collage de colores que uno nunca creyese que pudiesen ser parte de la tierra.
Las tierras de Utah y Arizona desde luego son presumidas y consiguen su propósito de cautivar a aquel que las visita.

viernes, 12 de agosto de 2011

El Lejano Oeste (Grand Canyon-Monument Valley )


El Gran Cañón nos ha demostrado su grandeza en estas 3 noches y 2 días que lo hemos habitado.



La mañana del primer día nos deleitamos con las espectaculares vistas que ofrecían los diferentes miradores, a lo largo de la Desert View, (una carretera que recorre el borde Sur del Gran Cañón).


Una vez comidos (y con una siesta entre pecho y espalda aprovechando que llovía), fuimos en busca de más miradores, esta vez caminando, siguiendo el Rim Trail (una senda paralela a la Desert View, que acompaña al Cañón en su borde propiamente dicho).


Al día siguiente, madrugamos todavía más, pues nos esperaba una larga caminata; habíamos decidido recorrer el Bright Angel Trail (un sendero que va desde lo alto del Cañón hasta el Río Colorado). Es un camino que no se recomienda hacer en un día, ya que el desnivel es muy grande y hay que tener en cuenta que todo lo que baja, sube. Se descienden 1300 metros en 12 kilómetros y medio y luego, claro está, hay que subirlos.


Empezamos con ganas de llegar a tocar el Río Colorado (no nos contentábamos con verlo). Las vistas eran espectaculares y conforme nos adentrábamos más y más en el cañón, no desmejoraban. En dos horas llegamos al “Indian Garden” que está a mitad de camino. Es un lugar lleno de cactus con sus frutos maduros de color morado que aparenta ser un jardín de flores por su color.

Al ser todavía las 9’30 y viendo que estábamos frescos, decidimos inspeccionar el Colorado, recorriendo 5km más. Las vistas a partir de entonces cambiaron por completo y el paisaje comenzó a ser más seco y caluroso.

Llegamos al río sobre las 11 y después de quedarnos boquiabiertos por la bravura de sus rápidos, nos pegamos un bañito (en la orilla, no fuera que nos convirtiéramos en patitos de goma surcando el oleaje) en sus aguas marrones y heladas. Comimos a la sombra y reemprendimos la marcha una hora más tarde.

Tocaba subir lo que habíamos bajado. A pesar de que intentábamos llevar un ritmo rápido, el sol atacaba sin piedad y la sombra se negaba a cobijarnos aunque fuese un ratito. Conquistamos el Indian Garden por segunda vez a las 2 horas de marcha.

Descansamos, bebimos agua y cogimos una gran bocanada de aire para continuar la subida. Ahora la sombra se dignaba, de vez en cuando a protegernos, pero la ascensión se convirtió en nuestro enemigo (sobre todo en los últimos kilómetros) y se alargaba interminablemente.

Al fin, después de 10 horas y media, llegamos arriba, tras 25 kilómetros y el desnivel acumulado.

Para cerrar el día el Gran Cañón aun nos tenia guardada una sorpresa: Unos animales mezcla de ciervo y caballo, se habían hecho dueños de la carretera y pastaban tranquilamente en el arcén, ajenos al tráfico que habían montado; los conductores, lejos de desquiciarse, se quedaban alucinados como nosotros y bajaban de los coches a fotografiar a estos tranquilos animales mientras cenaban.

Asombrados todavía por la imagen, reservamos un asiento en primera fila sentados en una roca, al borde del precipicio, para ver atardecer y cerrar el día con broche de oro. El espectáculo mereció la espera. El sol, todavía unos centímetros por encima del horizonte, cubría los diferentes riscos con su luz, tornándolos en meras sombras. Las nubes de un color anaranjado posaban orgullosas en el cielo; poco a poco, conforme bajaba, el sol fue devolviendo el color a las montañas y cambiando de vestido a las nubes, ahora rosas. Cuando sólo quedaba una pepita de oro encima del horizonte, un halcón pasó por delante y como si se lo hubiera comido, hizo desaparecer por completo el sol; las nubes perdieron su color y un manto de oscuridad cubrió el Gran Cañón, convirtiéndolo en un oscuro agujero; al fin, vimos desaparecer el río, orgullosos de haberlo degustado.

Al día siguiente abandonamos el parque, camino al Este, en busca del Monument Valley. La teoría de que Arizona se llama así por su aridez cobró sentido conforme nos alejábamos del Gran Cañón y nos acercábamos a la frontera con Utah.
Sólo faltaba la bola rodando en medio de la carretera, música de Ennio Morriccone y que desaparecieran los demás coches…

Cuando únicamente quedaban unos 25 kilómetros, la carretera nos transportó al Lejano Oeste de John Ford y nos sentimos vaqueros cabalgando en nuestro Dodge. El paisaje era de película de John Wayne. Tan increíble, y diferente de lo que habíamos visto ayer… sus mesas elevadas sobre la llanura son alucinantes y uno no se explica cómo puede llegar a formarse.

Pero en esta película del Far West, es curioso, los vaqueros eran los propios indios; y es que ya no montan caballos sino que están montados en el dólar y en vez de vestir con plumas y pintados, se disfrazan con tejanos, camisa y gorro de cowboy para conseguir sacar unas perras a los turistas, ávidos de una instantánea vaquera.

Trotando con nuestro compañero blanco por este famoso valle, volvimos a la carretera.



lunes, 8 de agosto de 2011

A contratiempo (Flagstaff-Gran Cañón)


Llegó la mañana a Flagstaff  y salimos rumbo a la parte Oeste del Gran Cañón. Por el camino nos desviamos un poco para poder ir sobre el asfalto de la Carretera del Oeste por excelencia: la Route 66. Hicimos tres paradas en unos pueblecitos que viven casi exclusivamente del turismo que les trae esta ruta. Tiendas de souvenirs, señales de “Historic Route 66” y moteros que probablemente ya nacieron con sus bigotes, sus gafas de sol y sus chaquetas de cuero, inundan y dan vida a estos pueblos alejados de los ruidos de las grandes ciudades. Aquí solo manda la carretera, los viajeros que riegan estas tierras baldías y el tren que pasa con su grito alegre, puntual y periódicamente.

La primera parada fue en Williams, donde el destino nos volvería a traer… pero eso va más adelante.
La segunda fue en Seligman, donde comimos en un bar que llevaba todo un personaje de la ruta, según las guías. El dueño había decorado su restaurante con todo tipo de bromas. Desde los coches disfrazados de personajes de la película Cars, menús que anuncian Cheese burguers with cheese (Hamburguesas de queso con queso) hasta cuartos de baño provistos de televisión y teléfono. El local entero es todo un chiste que atrae a viajeros cansados y hambrientos y a otros que paran únicamente para echarse unas fotos de recuerdo.

Con nuestra hamburguesa (sin plomo) en el cuerpo, salimos hacia el Skywalk parando primero en una gasolinera antigua reconvertida en negocio de carretera, cerca de Hackberry. Aquí, muchos pueblos se han convertido en auténticos museos de los 50. Cuando pasas, parece que estés en una de esas viejas películas en las que al acercarte a la gasolinera perdida, suenan solo el viento y una canción de rock de época en la radio…

El caso es que llegamos al Skywalk; un cristal que han instalado los indios en la parte del Gran Cañón que pertenece a su reserva, para que quien pague la entrada pueda ‘caminar sobre el abismo‘. La entrada costaba en total unos 75 dólares por cabeza, pues llegar allí solo era accesible con un autobús que también debías de pagar… Decidimos que por hoy teníamos suficiente y que no podemos ver ni hacer todo en un viaje, así que volvimos en dirección hacia Flagstaff para disfrutar de la parte Este del Cañón (mucho mas aceptable a nuestro presupuesto). La carretera de vuelta, si así se le puede llamar a la pista forestal por la que nuestro Dodge intentaba conducir sin resbalar, nos jugó una mala pasada y la pantalla nos indicó que las ruedas habían perdido presión.

Llegamos a una gasolinera en la que nos fue de gran ayuda el dependiente (muy majo) pues trabajaba también de mecánico.
El viaje siempre depara este tipo de casualidades que te sacan de un apuro…
Y cuando hinchamos las ruedas, descubrimos que una de ellas estaba pinchada. Así que, a 30 millas del lugar donde pasaríamos la noche (Williams, de nuevo), nos pusimos manos a la obra a cambiar la rueda. Nos costó descubrir que la llave inglesa estaba encajada en el gato; pero oye, de todo se aprende…
Cambiamos nuestra rueda pinchada por una de repuesto y condujimos hasta el pueblo de los souvenirs, en el que descansamos en un motel llamado, como no, Route 66 Inn.


Hoy el día ha sido corto: Parada obligatoria en un mecánico para conseguir una nueva rueda, y viaje de apenas hora y media para llegar al Gran Cañón. El destino nos ha cuidado; pues hemos encontrado la última plaza que quedaba libre para acampar dentro del parque. Lo de hoy ha sido solo una degustación, pues mañana será cuando de verdad veamos el Cañón. Pero la verdad es que es increíble… Por el momento, nos vamos a descansar que mañana será un día largo, caluroso e intenso.