martes, 6 de junio de 2023

contrASTES (Carlsbad Caverns Nation Park-San Diego-Palm Springs)

Esta entrada está llena de dicotomías. Comenzamos el día cerca de Fort Davis, en Texas, pero lo acabaremos en New Mexico. Vayamos por partes y dejemos que el lector vaya descubriendo los contrastes como easter eggs en una película.

Nos toca día de carretera. En dos días queremos llegar a San Diego, recorriendo las 900 millas. Sin embargo, el coche nos ha avisado que hay que cambiar el aceite, así que tendremos que gestionarlo por el camino. 

Primero vamos a hacer un viaje al centro de la tierra parando en las Carlsbad Caverns National Park. Estas cavernas bajan a más de 400 metros de profundidad y se pueden visitar unos 4 kilómetros, aunque quedan muchos más por descubrir. Todo un mundo subterráneo y oscuro, resguardado del calor desértico de la superficie.


La paciencia de muchos años trabajando gota a gota, había esculpido miles de formas de arte contemporáneo, que nos dejaron boquiabiertos. Volvimos a la superficie una hora después para seguir nuestro camino cegados por el sol abrasador. Después de cambiar el aceite al coche, nos dirigimos a El Paso, ciudad fronteriza entre Estados Unidos y México y última ciudad de Texas antes de pasar a Nuevo México. Avanzamos unas horas más, antes de parar a descansar nuestros cuerpos a un motel de mala muerte en medio de la carretera.

El siguiente día también fue intenso en millas y asfalto. Fuimos cambiando de paisajes como cuando pasábamos las diapositivas para ver las instantáneas del verano: desiertos de cactus, montañas, desiertos con dunas, bosques, carreteras interminablemente rectas y otras nauseabundamente serpenteantes. Y al fin, llegamos a San Diego.

Empezamos el día visitando el Balboa Park, un parque enorme, de estilo europeo, que está en el centro de la ciudad y alberga museos de todo tipo. Visitamos el museo Comic Con, que tenía una exposición interactiva sobre la animación y despertó a ese niño que todos llevamos dentro, oculto entre capas de responsabilidad adulta.

Caminamos hasta el downtown y nos quedamos de piedra al pasar por unas cuatro calles, llenas de tiendas de campaña y plásticos que daban un techo permeable, a los que ya no lo tenían. El paisaje era desolador y recordaba a escenas apocalípticas. Me sentía dentro de un capítulo de Ensayo sobre la ceguera. Unos metros más allá, todo se transformaba, desaparecían las casas de plástico y la calle se llenaba de turistas, cafés, restaurantes y tiendas. Mientras, unos seguridades pedían a tres mendigos alejarse a una manzana de distancia. No vaya a ser que los turistas vean la cruda realidad.



Seguimos caminando hasta el museo naval donde una colección de barcos y un submarino, te transportan al pasado y te hacen vivir con los ojos abiertos mil aventuras de piratas o descubrimientos en el fondo del océano.



Después de comer pescado fresco frito a un buen precio, fuimos al barrio de La Jolla para ver cómo los leones marinos nos daban envidia, echándose una siesta al sol. Esta zona era antiguamente una piscina infantil gratuita. Sin embargo un buen día, un grupo de estos animales perezosos y torpones, se alzaron en armas sin necesidad de barco y colonizaron el lugar. Ahora está protegido y parece un resort con su playa privada donde se juntan unos al lado de los otros, a ver la vida pasar.

Paseamos por la playa en un paseo interminable, admirando las casas y a algunos personajes que habitaban el lugar. La poca vergüenza de los americanos se hacía patente en algunos personajes que parecían disfrutar de ser el centro de atención y en otros que estaban tan desconectados del mundo exterior, que parecían parte de una película. Camino de vuelta, paseamos por el otro lado de la península, unas calles más allá. Con vistas a la bahía y un ambiente que parecía dominado por la quietud de sus aguas y estaba mucho más calmado. Despedimos el día pegándonos un banquete de pescado, esta vez a la plancha, en nuestro acogedor coche.

Al día siguiente dejábamos atrás San Diego para ir hacia Palm Springs. Una ciudad en medio del desierto que recordaba a la época de La tribu de los Brady, las celosías en las casas y las mujeres con diademas, cabello a la altura del cuello y las puntas hacia arriba.

Empezamos visitando los Indian Canyons, una reserva natural de la tribu Agua Caliente que comprende varios cañones, varias millas de desierto y muchas palmeras que beben de los arroyos que moldean las gargantas y desfiladero y plantan cara al sol abrasador. 

Hicimos una ruta sencilla (Murray Canyon) de unas dos horitas, que llegaba a una cascada de agua refrescante e hizo más llevadera la vuelta. 


La antítesis entre el calor sofocante del desierto, el arroyo de agua fría y las palmeras como personaje secundario, lo hacían todo muy surreal y apaciguador.

Volvimos a la ciudad para comer y mientras digeríamos, visitamos Sunnylands. La casa de invierno de una familia de filántropos, los Annenbergs, que parece que han contribuido en la sombra a la mediación entre políticos y personajes importantes, ofreciendo su casa como lugar de encuentro. Hoy en día la visita es gratis y el estilo “minimalista” en medio del desierto, recuerda a los oasis del Indian Canyons.

Para cerrar un día completo y ecléctico, subimos al Aerial Tramway. La atracción estrella de la ciudad: El telesilla rotativo más largo del mundo. Su rotación, lejos de marear, ofrecía un espectáculo con vistas de 365 grados que se complementaban con pequeños gritos de todos los pasajeros, cada vez que se pasaba por una de las torres y el estómago daba un vuelco, como cuando subes a la montaña rusa. En la estación de montaña, el desierto parecía un espejismo y la altura del Monte San Jacinto, animaba a abrigarse y disfrutar del fresquito. Es increíble como una ciudad tan árida como Palm Springs podía gozar de una atracción tan refrescante.

Recorrimos el Desert View Trail de unos 3 kilómetros de largo, que asomaba sobre los valles, ofreciendo vistas de escándalo y haciendo valer, los dólares que habíamos pagado para subir.


Esa noche, de nuevo, descansamos en nuestro coche cama, sintiéndonos afortunados por tener un techo en el que dormir.

 

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