El olor a mar nos transporta a casa. Está en nuestra
genética y también ha sido un personaje importante en nuestra relación. Teniendo
en cuenta que estábamos de roadtrip, no podíamos dejar de lado el asfalto de la
Great Ocean Road; una carretera de casi 250 km que recorre parte de la costa del
estado de Victoria. Conocida por albergar playas de renombre internacional en
el mundo del surf, costas que cuentan historias de hundimientos de barcos y
acantilados que quitan el aliento.
Dejamos atrás el camping arácnido y nos pusimos en marcha
hacia el sur, persiguiendo el olor marino y los susurros del océano, en busca
de esa carretera que prometía aventuras. La primera parada la hicimos en Bay of
Islands, una bahía gobernada por rocas enormes que erosionadas por las olas
habían quedado aisladas a su suerte en medio del océano. Estos promontorios se
llaman farallones y en esta bahía eran innumerables.
Avanzando hacia el este, paramos a comer con unas vistas de
película, en Bay of Martyrs, otro lugar encantado por la magia de los acantilados
y la brisa marina. Nos hicimos un café en Port Campbell, ciudad pequeñita que
se niega a dar la espalda al mar y recibe con los brazos abiertos a surferos
que buscan el flow de las olas. A pesar del frío que hacía, la playa estaba
llena como si fuera un día de verano.
Aparcamos la campervan para ver los Doce Apóstoles, el
conjunto de farallones más emblemático de Australia, y nos encontramos con decenas
de turistas abarrotados y casi haciendo cola para sacarse una foto. Como estaba
anocheciendo, decidimos echar marcha atrás y buscar un lugar para dormir, planeando
volver al día siguiente al amanecer.
Aprovechamos para hacer una última visita,
esta vez al mirador del London Bridge, y montamos la cama de nuestra casa
ambulante, al lado de un mirador que se asomaba a Port Campbell. Con estas vistas
nos tomamos una copita de vino, espiados por una zarigüeya australiana, que se
escondía entre los árboles hasta que la luz reflejada en sus ojos la delató y
convirtió en una modelo de pasarela.
A pesar de que es una estampa ya conocida, la verdad es que las
vistas desde los Doce Apóstoles valían la pena el haber madrugado. Más aún, con
la tranquilidad de la mañana, la luz perezosa y naranja de los primeros rayos
de sol y la brisa marina que añadía un velo de irrealidad y profundidad al
paisaje.
El paseo en la playa de Gibson, contigua a la de los Doce Apóstoles y conocida por tener unos escalones esculpidos a mano, fue
el broche de la mañana. Sin embargo, el día todavía iba a dar de sí.
Visitamos el
faro del cabo Otway, construido en 1848 para evitar que continuaran naufragando
tantos barcos a su paso por el cabo. Comimos en Apollo Bay, sintiendo el sol en
nuestras caras y el eterno espíritu veraniego de esta ciudad que recuerda a un
Benidorm australiano. Acabamos el día aparcando la campervan por unos días, al
llegar a Melbourne. Nos quedábamos en Sylvan Caravan Park. Un complejo que
alberga tanto a domingueros que vienen con su caravana, como a gente humilde
que vive permanentemente en su casa prefabricada. El gerente, un chico joven con
el pelo largo y una camiseta de AC/DC, nos recibió con una sonrisa de oreja a
oreja, un “G’day mate” y una rebaja cuando vió la campervan. El día nos sonreía.
Un punteo de guitarra eléctrica se oye en la lejanía. Son los dedos de Angus
Young que se mueven frenéticamente mientras se oyen unos coros “Ah ah ah aha!!”
y una borrasca, quizás la que dejamos en Sydney, avanzaba peligrosamente hacia
Melbourne.
“THUNDER!”
…
Relato precioso. Realmente el olor a mar, a algas secándose en la orilla, a sal penetrante, eso creo que los que somos de cerca del mar lo llevamos impregnado. Lo siento cuando lo cuentas. Las fotos impresionantes y una luz preciosa. increíble experiencia.
ResponderEliminarSED FELICES.
Cuando volvamos os enseñamos vídeos ¡Es todo chulísimo!
ResponderEliminarGuau...que super impresionantes las fotos...imagino q os habéis hecho vosotros delante de ese paisaje tan bonito. Haceros muchas..q luego al mírarlas recordareis estos días. Besos a los dos.
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