lunes, 18 de abril de 2022

Seràs sempre rica si sents que et pertany tota la terra, igual que tu li pertanys a ella (Kangaroo Island – Grampians NP)

Los primeros rayos de sol entran por la ventana de la campervan y un grupo de cacatúas compiten con unos loros por poner banda sonora a esta escena matutina. En Australia estas aves, exóticas para nosotros, son muy comunes, al menos en los tres estados en los que hemos estado. El respeto por el ecosistema aquí es sagrado; tanto que para entrar de un estado a otro, se puede llegar a prohibir transportar todo tipo de fruta.

Por lo que habíamos leído, pensábamos ilusionados, que en la Kangaroo Island íbamos a empacharnos de fauna local. Los designios del destino, sin embargo, son caprichosos y este día no iba a estar lleno de animales. Por ser las vacaciones de Pascua casi todo reservado y la única manera que teníamos de visitar la isla era a través de un tour. Ya se sabe que estos tours son una lotería: a veces son muy recomendables y otras no tanto. Apostamos por el rojo y salió negro.

45 minutos después del trayecto en ferry, que más bien parecía el barco pirata de la feria por los vaivenes del mar, llegamos a tierra firme. Allí nos esperaba el conductor Dave, un neozelandés afincado en Navarra que, como buen angloparlante, no había aprendido mucho español. El resto del reparto sería un grupo de gente mayor que nos hacía sentir en un viaje del Imserso. 

Visitamos una destilería de eucalipto donde comimos como si estuviéramos en el comedor del colegio. A continuación, fuimos una granja de abejas con unos helados fantásticos de miel. Dave nos hizo su regalo particular de la “luna de miel”, casi obligándonos a hacer una foto en el mismo lugar donde se fabrica el dulce elíxir.

Paramos un rato en el Raptors Domain donde disfrutamos de un interesante y educativo show protagonizado por diferentes aves (cuervos, lechuzas, halcones, águilas…) que habían sido adiestradas, demostrando que el refuerzo positivo, en muchas ocasiones, da sus frutos.

La última visita del tour por la isla con una visita a False Cape, una bodega que produce vino desde hace poco y que sin querer llevarle mérito a su trabajo, no permanecerá mucho tiempo en nuestro recuerdo.

Volvimos a Penneshaw, ciudad portuaria de la Kangaroo Island y de camino vimos a un par de canguros que justificaban un poco in extremis, que el nombre de la isla estaba bien puesto. Hubo un poco de crisis para volver porque un ferry se había retrasado y corríamos el riesgo de esperar dos horas, o incluso toda la noche. Sin embargo apareció Dave al rescate y lo solucionó todo. Con un poco de retraso y mecidos por el mar y el sueño, despedimos el día.

El día siguiente pusimos rumbo a los montes Grampianos que son los protagonistas del Grampians National Park. Como la distancia a recorrer era amplia y nos esperaba un día lleno de asfalto, decidimos maridarlo con una cata rápida en el conocido McLaren Vale. Siguiendo los consejos de Vicky, la camarera de Penfolds, visitamos la bodega de Wirra Wirra, que nos sedujo con sus vinos elegantes y sedosos. Aquí también, la camarera, nos puso dos vinos fuera de carta. No sabemos si la amabilidad es algo innato en el mundo del vino, en el carácter australiano o una conjunción de ambos. El caso es que sorprende la generosidad que hemos vivido en los tres lugares emblemáticos del mundo enológico australiano.

Hicimos también una visita fugaz sin cata, a la bodega d’Arenberg, conocida por su estrambótico edificio llamado el cubo de d’Arenberg por obvias razones. El resto del día dimos de comer kilómetros a la campervan hasta que se hizo de noche y le dimos descanso en medio del Parque Nacional.


El día que pasamos en Grampians NP sí fue un empacho de fauna. Tuvimos de todo: por la mañana varios canguros nos daban los buenos días, algunos de manera alegre y temeraria, cruzando la carretera por delante nuestro; otros lo hacían con descaro y altanería, mirándonos fijamente y siguiéndonos con la mirada; uno decidió ser el cómico que nos sacara una sonrisa y tras coger carrerilla para cruzar antes que nosotros el camino, fue a saltar el vallado que separaba la polvorienta carretera ocre de la vegetación salvaje, con la mala suerte de que le fallaran los cálculos o la coordinación y el inevitable trompazo fue frenado por su pobre dentadura. Tras un segundo que pareció eterno, se levantó y se fue dando botes, intentando recobrar la dignidad perdida en la caída.

Además de canguros, vimos varios ualabíes (marsupiales más pequeños que los canguros) y emúes durante el día; uno de ellos se paseaba descarado por el Parking de las cataratas McKenzie. Por la noche un zorro, una lechuza pusieron a prueba los frenos de la campervan y varias arañas, completaron el cupo animal. Pero volvamos a las primeras horas del día. 

Tras pasar por Horsham a por un café y mapas de la región, comenzamos la primera ruta del día subiendo a la cima del Monte Hollow. Las vistas de 360º desde la cima, eran espectaculares. Al bajar, nos desviamos para ver unas pinturas de los aborígenes. Y es que el Parque Nacional, además de ser conocidos por su diversidad de flor y fauna, lo es por albergar vestigios de arte rupestre.


También visitamos las McKenzie Falls, donde el emú antes nombrado parecía ir empujando a la gente del parque a hacer la caminata a las cataratas con su cara de enfado. Antes de abandonar los Grampians, visitamos los miradores de los “Balconies” y “Boroka”, ambos con vistas panorámicas del Parque, que hacían sentir a uno pequeñito ante tanta inmensidad.


La experiencia arácnida de la noche fue patrocinada por el camping en el que estábamos, que más bien parecía un campamento gitano en medio de la nada, iluminado por hogueras hechas en cubos de basura de latón, que estaban en el camping para ofrecer la oportunidad de calentarse. 

Las duchas competían en el top 5 de baños más lúgubres que he utilizado y eran dignas de la peli Indiana Jones y el Templo maldito, con una colección de arácnidos que habitaban los aseos con tanto derecho o más, que un servidor. Había que poner dinero en una ranura para disfrutar de agua caliente y para colmo, una vez había aguantado la respiración y metido la cabeza bajo el agua fría, recordé que la toalla se había quedado en la campervan muerta de risa. El canguro que se había pegado el tortazo esa mañana se habría reído de forma vengativa, de mi desdicha. La naturaleza es sabia y quizás las arañas de la ducha, reían silenciosas en su nombre.

3 comentarios:

  1. Que súper todo!!! El final con esa ducha...puf...te imagino sin toalla y sin saber que hacer...jeje y hace frío allí no?
    Bueno, la aventura es la aventura. Gracias..a seguir viajando. Besitos a los dos.

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  2. Entre cacatúas, canguros, emu y arañas,
    He perdido la cuenta, ta solo falta que veáis caimanes y conozcáis a "Cocodrilo Dindee". A DISFTUTAR SOBRINOS

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  3. Mucho, mucho animal sí. Y todavía quedan animales por desfilar en las próximas entradas. ¡Un besazo tíos!

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