lunes, 25 de abril de 2022

Los animales me dijeron: chico, déjate llevar. (Raymond Island – Booderee NP)

Aconsejados por Vicent, el primer día de nuestra vuelta nos dirigimos a la Isla Raymond. La lluvia nos acompañó todo el camino desgastando el limpia parabrisas. Nos desviamos para ir al Wilsons Promontory National Park, el Parque Nacional que alberga el punto más sur de la isla. Como el temporal venía con nosotros de polizón, no pudimos aprovechar mucho nuestra visita al parque nacional y nos limitamos a comer en nuestra caravana con una comida made in Australia a base de un pan buenísimo que compramos en el Queen Victoria Market, en Melbourne, un salchichón de carne de canguro, papas y Vegemite. Todo por supuesto, condimentado con buenas vistas dentro del Parque.

Llegamos de noche a Eagle Point, un pueblito a medio camino entre Melbourne y Sydney. Pasamos por Paynesville a por unas pizzas y gozamos de una cena en la campervan para recobrar fuerzas de un día lleno de asfalto y lluvia.

Al día siguiente fuimos pronto a Paynesville para acceder a la Raymond Island, una pequeña isla a la que se accede en ferry y que se ha hecho conocida porque al parecer, cuando se temía por la extinción de los koalas, se permitió que se comportaran como bonóbos en este lugar. Esto permitió que procrearan de tal forma que la gente pueda venir a ver a los koalas en su hábitat e irse con fotos aseguradas. 

Tardamos un rato en ver al primer koala y pensábamos que nuestra suerte estaba maldita. Nos tranquilizó ver que en los letreros del Koala Trail, efectivamente, le han puesto nombre a un recorrido para ver a los koalas, se podía leer que estos marsupiales duermen unas 16 horas. Nos armamos de paciencia y entendimos que no fuera tan fácil avistarlos. Al ver al primer koala, sintiéndose observado, se desperezó y empezó a rascarse, pero al ver la expectación que había, volvió a echarse a dormir. Sin embargo, una vez vimos al primero, empezamos a ver uno tras otro. Eso sí, todos dormidos o aletargados.



Además de koalas vimos una barbaridad de loros arcoíris, cacatúas y cucaburras. La visita a la isla había valido la pena. Volvimos a la carretera hasta las 16:00 que dimos por cerrado el día de roadtrip. Habíamos reservado un motel de Bega, ya que esa noche, nos jugábamos de madrugada, nuestro futuro el curso que viene.

Al día siguiente con el año en Texas asegurado, después de mirar el mapa, decidimos avanzar unos kilómetros hacia Sydney y fuimos hacia la bahía Jervis. Improvisando un poco, paramos a comer de picnic con vistas a la playa en la Reserva Natural de Cullendulla, acariciados por la brisa marina y por los vientos del Oeste que anunciaban nuevas aventuras, pero también alguna incertidumbre y algún miedo.


Mientras hacíamos la digestión continuamos remontando hacia el norte y prácticamente de casualidad, nos topamos con un el Parque Natural de Booderee que decidimos visitar y acertando una vez más.



Recorrimos las carreteras del parque por bosques de eucaliptos que parecían sacados de Jurassik Park y que parecía que querían bañarse llegando casi a besar la orilla. Un ualabí cruzó peligrosamente por delante nuestro quizás, para saludarnos. Un canguro menos temerario, también quiso despedirnos de Australia y estaba tan tranquilo a un lado del Parking. Nos dejó acercarnos bastante y luego se fue dando botes para despedirse apropiadamente.

Las playas que daban a la bahía eran de arena blanca y agua cristalina. Incluso llegaban a transportarnos al Caribe. El agua era tan nítida que hasta se veía la sombra de una manta enorme que estaba creando expectación entre los que estábamos mientras bordeaba la costa.


Con todas estas postales llenas de naturaleza en nuestra cabeza, acabamos el día buscando como locos el camping de la ciudad de Norwa. Ya era de noche y ni el Google maps, ni el GPS nos ayudaban a encontrarnos. Al final lo entendimos y todo encajó: el camping estaba en medio de un polideportivo. Así que aparcamos al lado de un campo en el que entrenaban a fútbol australiano o footie como ellos lo llaman e intentamos dormir lo que pudimos. De buena mañana ya estaban los loros y cacátuas chillando como locas, para cerrar el círculo de naturaleza del que habíamos disfrutado estos días.

 

 

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