Después de una noche de poca conciliación del sueño,
por culpa del martilleo incesante de las gotas de lluvia, volvíamos a la
carretera. Nos esperaba un día largo en el que los kilómetros subían al
marcador sin parar y la lluvia era una compañera de viaje que se negaba a
abandonar la campervan.
A pesar de la poca visibilidad, el paisaje se intuía cada
vez más auténtico, y la carretera era custodiada por eucaliptos que se
retorcían lateralmente para ir en contra de la verticalidad, invadiendo en ocasiones, el espacio aéreo del asfalto para dar sombra a los coches. Quedándose en otras ocasiones en su lugar quizás por vergüenza a ser descarados. Decorando
el arcén de manera tétrica, pero ofreciendo un toque de autenticidad, se
encontraba bastante frecuentemente los cuerpos inertes de canguros cuyo
atrevimiento o ¿valentía? Se había cobrado sus vidas.
Al final del día, tras unos 700 kilómetros, habíamos
avistado 10 cadáveres de canguros y sólo uno vivo que estaba al lado de la
carretera impasible y quizás inconsciente de los peligros de ver pasar el
tráfico tan de cerca. Gracias a Dios una vez llegamos a nuestro destino, seguíamos
sin formar parte de la masacre animal. Antes de que cayera el sol, hicimos una
parada para comer algo en un pueblo que parecía grande en el mapa. Acabamos en
una especie de club de golf en el que nos recibieron con un sonriente "G'Day".
El lugar era digno de la seria Black Mirror. Tenía a los pueblerinos bebiendo
cervezas en un local en el que se podía apostar a carreras de galgos pero al
dirigirnos a por un café gratis ofrecido por la camarera, pasamos a una sala
oscura y alargada en la que lugareños entrados en edad jugaban como autómatas a
las tragaperras sin apenas inmutarse de nuestra presencia.
La última hora de carretera se echó la noche encima y es que
a las 18:30, el sol parece que se va de afterwork en las antípodas. El camping
en el que dormimos esa noche parecía sacado de una peli de terror. La recepción
estaba en un bar de estilo Far West mal iluminado en mitad de la nada. Nada más
entrar, atrajimos las miradas de los lugareños y de la camarera, una mujer
mayor con la cara peculiar y un acento muy marcado. Nos dio las indicaciones
básicas sobre el área y muy poca información sobre el estado de las carreteras hasta
el Parque Nacional Mungo a donde íbamos al día siguiente. Aparcamos la caravana
al lado de una escultura compuesta por tres motosierras y dos bulldogs no
paraban de ladrar dándole un aire de La matanza de Texas al lugar.
Al día siguiente nos pusimos en camino. Un paisaje desértico
de tierra ocre y una carretera infinita se abría ante nosotros. Con los
primeros rayos del sol, comenzaron a aparecer canguros y en unos minutos, el único
canguro vivo avistado ayer quedó como anecdótico. Algunos canguros cruzaban la
carretera delante nuestro y se alejaban pegando botes por el horizonte. Otros
nos miraban mientras el coche pasaba por su lado.
En alguna ocasión cuando
había alguno cerca y podíamos parar, los canguros se erguían y miraban
curiosos. Nos sentíamos como en un safari y parecía mentira que hubiéramos estado
hace unos días bajo la lluvia permanentemente. Nos encontrábamos en medio del
desierto con un cielo azul totalmente despejado.
A unos 60 kilómetros del acceso al Parque Nacional, el
asfalto de la carretera desapareció por completo y todo fue invadido por el
ocre de la tierra australiana. Pensando que sería algo momentáneo y con la
seguridad de no haber visto señales de la carretera cerrada, continuamos
avanzando entre baches. 30 kilómetros después, asumiendo que la carretera no
cambiaría, el asfalto no aparecería y que rodear el Parque eran 70 kilómetros
más, decidimos ir a la entrada y dar media vuelta si la carretera estaba en
esas condiciones. Sabíamos que si una rueda se pinchaba o nos quedábamos
encallados en la arena que cruzaba el camino, sería nuestra responsabilidad,
pero ya no podíamos echar marcha atrás.
A velocidad de caracol, llegamos a la entrada del Mungo NP.
Este Parque Nacional está formado por unos lagos secos donde todavía hoy viven
aborígenes. También es famoso porque en él se han encontrado importantes
hallazgos arqueológicos, entre ellos, los restos humanos más antiguos de
Australia.
Como la carretera no parecía mejorar, decidimos simplemente
visitar la conocida Walls of China: unas formaciones curiosas estilo badlands,
en las que el viento ha ido esculpiendo poco a poco los montículos a los que
han dado el nombre de la Muralla China. La visita al Parque Nacional no valía
mucho la pena, pero todo el camino hasta allí sí que merecía el esfuerzo. Como
muchas veces ocurre, el camino hay que disfrutarlo tanto como el destino.
Tras un paseo por los alrededores y entender al fin el
saludo de algunos australianos, nos pusimos en camino hacia Mildura, una ciudad
dividida por un rio que tiene barcos de vapor como si fuera el Mississippi.
Comimos allí, hicimos la colada y nos acomodamos en el camping donde
compartimos parcela con unos australianos que en seguida entablaron conversación,
y unos canguros que estaban a su bola pero que por la noche los ojos rojos parecían acercarse
cada vez más, quizás porque querían un trozo de tarta del cumple de Bea. Not today my friends!
Ningún animal fue lastimado durante la realización de esta entrada.
Al menos, no por nuestra parte.
Feliz cumpleaños para bea.
ResponderEliminarTengo el alma encogida por el relato.yo leo y me me meto dentro. Y he visto la lluvia,el terreno mal, los cadáveres de los canguros y...ese camping...uf q miedo!!! Jaja. Es un placer viajar así.como decía la yaya cuando veíamos en la tele los viernes por la tarde reportajes de viajes: mira ni nos cansamos ni nos gastamos. Jaja ella siempre pensando en el ahorro.
Venga chicos. Cuidaros y vivir esa gran aventura y compartirla con nosotros. Um abrazo.
La iaia siempre ha sabido asegurarse que tenía perras en los bolsillos. Yo felicito a Bea. Mua
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