miércoles, 27 de abril de 2022

És hora de tornar a casa, pels infinits camins del món (Sydney)

Dejamos el último post sin haber llegado a Sydney. Ahora, desde casa, mientras imaginamos un avión sobrevolando la isla como escena final de la película de nuestra luna de miel, permitid que hagámos un flashback para acabar de contaros el viaje.

La vuelta a Sydney fue fácil: nos separaban unos 150km y teníamos toda la mañana, así que lo tomamos con calma, limpiamos la campervan, le pusimos gasolina y tras 5.000 km, nos despedimos por fin.

Cargados como mulas, fuimos en transporte público al hotel y mientras esperábamos el último bus, tras casi una hora de viaje y bajo la perenne lluvia, nos cayó como un rayo: habíamos olvidado la bolsa de la comida y de la ropa sucia en la caravana. Nos tocaba volver.

Poco más que remarcar del día, excepto el chafón que nos llevamos, al fin con las bolsas, al fin en el hotel, al descubrir que los trabajadores de la empresa de alquiler se habían sentido en el derecho de cogernos las papas, las barritas y los doritos. Brindamos por su memoria y nos fuimos a dormir.

Al día siguiente, a pesar de que las predicciones daban todo el día de lluvias, un rayito de esperanza entró por la ventana e iluminó el día entero. Fue una jornada espectacular que comenzó en la playa Coogee. La archiconocida Bondi Beach era nuestro destino, pero Vicent Espert nos había aconsejado el paseo de playa a playa como un "must" y ¡vaya si tenía razón! 

Pasamos al lado de casas de ensueño, acantilados, calitas, piscinas de agua marina y hasta un cementerio. Este camposanto se encontraba en un lugar tan mágico, que parecía gobernado por sirenas que embelesaban peligrosamente con sus cantos al caminante, invitándole al descanso eterno. Las tumbas bien ordenadas, tenían unas vistas de muerte al infinito del océano, en una postal de belleza eterna.

Después de dos horas caminando llegamos a Bondi, su playa kilométrica infestada de surferos invitaba al baño, pero nosotros faltos de fe y viendo las predicciones, cargamos dos paraguas toda la jornada y dejamos a los bañadores muertos de risa y bien dobladitos dentro de nuestras mochilas.



Dirigimos nuestros pasos hacia el centro de la ciudad, donde comimos y paseamos por el Queen Victoria Building, un centro comercial de 1898 que invitaba al consumismo, aunque merecía la pena pasear y recorrer sus pisos sólo por disfrutar de su arquitectura.



Lo siguiente que hicimos fue recorrer de punta a punta el Sydney Harbour Bridge. Este armatoste de acero ofrece unas vistas de la bahía muy disfrutables y es uno de los iconos de la ciudad, coronado con la bandera del país, se alza orgulloso, uniendo el Norte de la Bahía con el distrito financiero desde 1932.

Para cerrar el día de turismo, seguimos el sonido de unos fuegos artificiales que estaban lanzando en la bahía, hasta Circular Quay. Aquí, siguiendo de nuevo los consejos de Vicent, cogimos el ferry a Manly. Esta línea del transporte público, ofrece unas vistas de la bahía que te dejan sin aliento. Estas vistas de cine, fueron aliñadas con la luz anaranjada de la puesta de sol y el encendido paulatino de la iluminación nocturna. El atardecer que nos regalaba este día lluvioso de base, fue la despedida perfecta a nuestro viaje. La guinda del pastel, la pusimos regalándonos una cena en The Farmhouse, un restaurante íntimo con una comida buenísima.

El último día fuimos siguiendo las miguitas de pan para retomar el camino de regreso a casa y a las 15:00 ya estábamos de vuelta y viendo la isla desde la distancia. Y es que en las grandes experiencias de la vida, es necesario coger altura para verlas con perspectiva y poder saborearlas en plenitud. 

Ya estamos de nuevo en la escena final: el avión va persiguiendo el lecho del sol, se va comiendo el confín del mundo y nosotros cerramos los ojos con nuestro nuevo destino en mente, justamente, cogiendo el horizonte allá por el lejano oeste.  

lunes, 25 de abril de 2022

Los animales me dijeron: chico, déjate llevar. (Raymond Island – Booderee NP)

Aconsejados por Vicent, el primer día de nuestra vuelta nos dirigimos a la Isla Raymond. La lluvia nos acompañó todo el camino desgastando el limpia parabrisas. Nos desviamos para ir al Wilsons Promontory National Park, el Parque Nacional que alberga el punto más sur de la isla. Como el temporal venía con nosotros de polizón, no pudimos aprovechar mucho nuestra visita al parque nacional y nos limitamos a comer en nuestra caravana con una comida made in Australia a base de un pan buenísimo que compramos en el Queen Victoria Market, en Melbourne, un salchichón de carne de canguro, papas y Vegemite. Todo por supuesto, condimentado con buenas vistas dentro del Parque.

Llegamos de noche a Eagle Point, un pueblito a medio camino entre Melbourne y Sydney. Pasamos por Paynesville a por unas pizzas y gozamos de una cena en la campervan para recobrar fuerzas de un día lleno de asfalto y lluvia.

Al día siguiente fuimos pronto a Paynesville para acceder a la Raymond Island, una pequeña isla a la que se accede en ferry y que se ha hecho conocida porque al parecer, cuando se temía por la extinción de los koalas, se permitió que se comportaran como bonóbos en este lugar. Esto permitió que procrearan de tal forma que la gente pueda venir a ver a los koalas en su hábitat e irse con fotos aseguradas. 

Tardamos un rato en ver al primer koala y pensábamos que nuestra suerte estaba maldita. Nos tranquilizó ver que en los letreros del Koala Trail, efectivamente, le han puesto nombre a un recorrido para ver a los koalas, se podía leer que estos marsupiales duermen unas 16 horas. Nos armamos de paciencia y entendimos que no fuera tan fácil avistarlos. Al ver al primer koala, sintiéndose observado, se desperezó y empezó a rascarse, pero al ver la expectación que había, volvió a echarse a dormir. Sin embargo, una vez vimos al primero, empezamos a ver uno tras otro. Eso sí, todos dormidos o aletargados.



Además de koalas vimos una barbaridad de loros arcoíris, cacatúas y cucaburras. La visita a la isla había valido la pena. Volvimos a la carretera hasta las 16:00 que dimos por cerrado el día de roadtrip. Habíamos reservado un motel de Bega, ya que esa noche, nos jugábamos de madrugada, nuestro futuro el curso que viene.

Al día siguiente con el año en Texas asegurado, después de mirar el mapa, decidimos avanzar unos kilómetros hacia Sydney y fuimos hacia la bahía Jervis. Improvisando un poco, paramos a comer de picnic con vistas a la playa en la Reserva Natural de Cullendulla, acariciados por la brisa marina y por los vientos del Oeste que anunciaban nuevas aventuras, pero también alguna incertidumbre y algún miedo.


Mientras hacíamos la digestión continuamos remontando hacia el norte y prácticamente de casualidad, nos topamos con un el Parque Natural de Booderee que decidimos visitar y acertando una vez más.



Recorrimos las carreteras del parque por bosques de eucaliptos que parecían sacados de Jurassik Park y que parecía que querían bañarse llegando casi a besar la orilla. Un ualabí cruzó peligrosamente por delante nuestro quizás, para saludarnos. Un canguro menos temerario, también quiso despedirnos de Australia y estaba tan tranquilo a un lado del Parking. Nos dejó acercarnos bastante y luego se fue dando botes para despedirse apropiadamente.

Las playas que daban a la bahía eran de arena blanca y agua cristalina. Incluso llegaban a transportarnos al Caribe. El agua era tan nítida que hasta se veía la sombra de una manta enorme que estaba creando expectación entre los que estábamos mientras bordeaba la costa.


Con todas estas postales llenas de naturaleza en nuestra cabeza, acabamos el día buscando como locos el camping de la ciudad de Norwa. Ya era de noche y ni el Google maps, ni el GPS nos ayudaban a encontrarnos. Al final lo entendimos y todo encajó: el camping estaba en medio de un polideportivo. Así que aparcamos al lado de un campo en el que entrenaban a fútbol australiano o footie como ellos lo llaman e intentamos dormir lo que pudimos. De buena mañana ya estaban los loros y cacátuas chillando como locas, para cerrar el círculo de naturaleza del que habíamos disfrutado estos días.

 

 

sábado, 23 de abril de 2022

Bienvenido al temporal (Melbourne)

Melbourne combina a la perfección la decadencia con lo moderno. Están orgullosos de su café, que para no mentir está bueno, pero a decir verdad es lo más parecido a un estilo Espresso europeo, que hemos probado durante el viaje. No tiene mucho más de especial.



Desde el momento del desayuno, sentimos como se combinaba tan bien, lo cutre con lo contemporáneo. Al más puro estilo hípster. Algunas calles tienen un punto decrépito y descuidado, pero colindan con edificios espectaculares. Es una urbe ecléctica que recuerda a barrios como Ruzafa o el Carmen en Valencia.




Recorrimos sus calles con la amenaza de lluvia sobre nuestros cogotes. Sí señores, el temporal parecía estar Back in Black, y nosotros recorríamos callejones llenos de grafitis, algunos de ellos dedicados a la banda escocesa-australiana que daba nombre a la calle “AC/DC Lane”.


Visitamos el Queen Victoria Market aprovechando que había una tregua entre las nubes y nosotros. Era lunes de Pascua y la hora avanzada no acompañaba, por lo que, no estaba engalonado y con todos los puestos abiertos. Aún así, su tamaño y diversidad, era sorprendente. Paseamos un rato por sus calles antes de dirigir nuestros pasos hacia el sur. Hicimos parada en la State Library, como un oasis en medio del desierto, esta biblioteca luminosa es un remanso de tranquilidad, en el que la cultura se alimente de los aventureros dispuestos a darle cabida.

Repusimos energías en Chinatown, ya que era el único barrio en el que encontramos la cocina del restaurante abierta en horario de comida europeo. Corrijo, en horario de comida español: 14h30.

Después de comer, nos hicimos un digestivo en un rooftop bastante chic en el que no servían otra cosa que no fueran cocktails acompañados de música tecno pinchada en directo. El Dj parecía ser sacado de la ruta del bacalao, o al menos, parecía ser íntimo amigo de Chimo Bayo. Acabamos el día haciendo cola, como buenos nativos, en uno de los restaurantes más conocidos de Ramen, con la idea de cenar algo especial en nuestra caravana.

Al día siguiente, los punteos frenéticos de Angus Young y los “Ah ah ah aha!!” en coro, nos atraparon y el temporal del que habíamos huido en Sydney, rompió sobre nosotros derramando medio océano, quizás regalándonos retazos de la Ocean Road.

Amenazados por una ducha permanente, nos dirigimos al NGV: Museum: National Gallery of Victoria. Un museo enorme, que tiene una variedad de estilos, épocas y exposiciones envidiables. Uno de esos museos que no se acaban en un día. Disfrutamos de sus diferentes exposiciones y también de su pasarela de personajes; iban desde lo hípster, hasta lo Queer, pasando por ropas combinadas de unicornios y arco iris. Toda una exhibición ambulante.

Dos de estos personajes nos persiguieron durante un buen tiempo, mientras se paraban delante de los cuadros grabando con una GoPro y grabándose a ellos mismos mientras comentaban cual expertos:

- Crees que lo que pretende transmitir el cuadro es…

A lo que el compañero contestaba:

- Lo que interpretas que quiere transmitir, es lo que transmite. Todas las interpretaciones son válidas.

La excentricidad y la decadencia se mezclan en la ciudad en un Pantone interminable.

Siguiendo esta complicada combinación, comimos casualmente en uno de los restaurantes de moda, que sinceramente, ni tiene mucho, ni vale lo que cobra: el Chin Chin.

De aquí nos fuimos de vuelta a la State Library para gozar del free WiFi y poder hacer el examen de acceso al programa de profesores visitantes en EEUU. Al acabarlo, adquirimos una buena botella de vino y nos dirigimos al sur de la ciudad, para reencontrarnos con una de esas grandes pérdidas que tuvo Valencia en la época de crisis. Un personaje al que se echa de menos y que es más valenciano que la horchata. Vicent nos acogió con los brazos abiertos en su casa en Windsor, a 20 minutos en transporte público del centro de la ciudad. Nos preparó picoteo, cocinó una carne de canguro espectacular y nos regaló una cena repleta de anécdotas sobre la cultura australiana y de sus vivencias durante estos 5 años residiendo en las antípodas. La velada entre valencianos no podía acabar sin una “Misteleta” y Vicent abrió una botella de Muscat australiano riquísimo, que alargó un poco más la sobremesa. Cuando estábamos a punto de salir, insistió en que probáramos el Vegemite “aunque fuera a cucharadas”. Esta pasta es un concentrado de levaduras que al parecer aquí se unta hasta en las tostadas para desayunar.

Con la boca negra y llena de sabor australiano, volvimos en tren hacía la Sylvan Caravan Park para descansar por última noche antes de retomar la carretera. Al día siguiente, abandonaríamos por una lado, a nuestros vecinos de la Caravan Park, que en algún momento decidieron vivir en un autobús británico con parabólica y por otro, a Vicent Espert que seguirá en Melbourne, con la pólvora corriéndole las venas.

Mientras tanto, la lluvia continuaba su curso incansable derramando el mar sobre nuestro parabrisas que luchaba por permanecer seco en un ciclo sin fin. Bienvenido al temporal.

miércoles, 20 de abril de 2022

Susurros del océano (Great Ocean Road - Melbourne)

El olor a mar nos transporta a casa. Está en nuestra genética y también ha sido un personaje importante en nuestra relación. Teniendo en cuenta que estábamos de roadtrip, no podíamos dejar de lado el asfalto de la Great Ocean Road; una carretera de casi 250 km que recorre parte de la costa del estado de Victoria. Conocida por albergar playas de renombre internacional en el mundo del surf, costas que cuentan historias de hundimientos de barcos y acantilados que quitan el aliento.

Dejamos atrás el camping arácnido y nos pusimos en marcha hacia el sur, persiguiendo el olor marino y los susurros del océano, en busca de esa carretera que prometía aventuras. La primera parada la hicimos en Bay of Islands, una bahía gobernada por rocas enormes que erosionadas por las olas habían quedado aisladas a su suerte en medio del océano. Estos promontorios se llaman farallones y en esta bahía eran innumerables.

Avanzando hacia el este, paramos a comer con unas vistas de película, en Bay of Martyrs, otro lugar encantado por la magia de los acantilados y la brisa marina. Nos hicimos un café en Port Campbell, ciudad pequeñita que se niega a dar la espalda al mar y recibe con los brazos abiertos a surferos que buscan el flow de las olas. A pesar del frío que hacía, la playa estaba llena como si fuera un día de verano.

Aparcamos la campervan para ver los Doce Apóstoles, el conjunto de farallones más emblemático de Australia, y nos encontramos con decenas de turistas abarrotados y casi haciendo cola para sacarse una foto. Como estaba anocheciendo, decidimos echar marcha atrás y buscar un lugar para dormir, planeando volver al día siguiente al amanecer. 

Aprovechamos para hacer una última visita, esta vez al mirador del London Bridge, y montamos la cama de nuestra casa ambulante, al lado de un mirador que se asomaba a Port Campbell. Con estas vistas nos tomamos una copita de vino, espiados por una zarigüeya australiana, que se escondía entre los árboles hasta que la luz reflejada en sus ojos la delató y convirtió en una modelo de pasarela.

A pesar de que es una estampa ya conocida, la verdad es que las vistas desde los Doce Apóstoles valían la pena el haber madrugado. Más aún, con la tranquilidad de la mañana, la luz perezosa y naranja de los primeros rayos de sol y la brisa marina que añadía un velo de irrealidad y profundidad al paisaje. 


El paseo en la playa de Gibson, contigua a la de los Doce Apóstoles y conocida por tener unos escalones esculpidos a mano, fue el broche de la mañana. Sin embargo, el día todavía iba a dar de sí. 
 

Visitamos el faro del cabo Otway, construido en 1848 para evitar que continuaran naufragando tantos barcos a su paso por el cabo. Comimos en Apollo Bay, sintiendo el sol en nuestras caras y el eterno espíritu veraniego de esta ciudad que recuerda a un Benidorm australiano. Acabamos el día aparcando la campervan por unos días, al llegar a Melbourne. Nos quedábamos en Sylvan Caravan Park. Un complejo que alberga tanto a domingueros que vienen con su caravana, como a gente humilde que vive permanentemente en su casa prefabricada. El gerente, un chico joven con el pelo largo y una camiseta de AC/DC, nos recibió con una sonrisa de oreja a oreja, un “G’day mate” y una rebaja cuando vió la campervan. El día nos sonreía. Un punteo de guitarra eléctrica se oye en la lejanía. Son los dedos de Angus Young que se mueven frenéticamente mientras se oyen unos coros “Ah ah ah aha!!” y una borrasca, quizás la que dejamos en Sydney, avanzaba peligrosamente hacia Melbourne.

“THUNDER!”


lunes, 18 de abril de 2022

Seràs sempre rica si sents que et pertany tota la terra, igual que tu li pertanys a ella (Kangaroo Island – Grampians NP)

Los primeros rayos de sol entran por la ventana de la campervan y un grupo de cacatúas compiten con unos loros por poner banda sonora a esta escena matutina. En Australia estas aves, exóticas para nosotros, son muy comunes, al menos en los tres estados en los que hemos estado. El respeto por el ecosistema aquí es sagrado; tanto que para entrar de un estado a otro, se puede llegar a prohibir transportar todo tipo de fruta.

Por lo que habíamos leído, pensábamos ilusionados, que en la Kangaroo Island íbamos a empacharnos de fauna local. Los designios del destino, sin embargo, son caprichosos y este día no iba a estar lleno de animales. Por ser las vacaciones de Pascua casi todo reservado y la única manera que teníamos de visitar la isla era a través de un tour. Ya se sabe que estos tours son una lotería: a veces son muy recomendables y otras no tanto. Apostamos por el rojo y salió negro.

45 minutos después del trayecto en ferry, que más bien parecía el barco pirata de la feria por los vaivenes del mar, llegamos a tierra firme. Allí nos esperaba el conductor Dave, un neozelandés afincado en Navarra que, como buen angloparlante, no había aprendido mucho español. El resto del reparto sería un grupo de gente mayor que nos hacía sentir en un viaje del Imserso. 

Visitamos una destilería de eucalipto donde comimos como si estuviéramos en el comedor del colegio. A continuación, fuimos una granja de abejas con unos helados fantásticos de miel. Dave nos hizo su regalo particular de la “luna de miel”, casi obligándonos a hacer una foto en el mismo lugar donde se fabrica el dulce elíxir.

Paramos un rato en el Raptors Domain donde disfrutamos de un interesante y educativo show protagonizado por diferentes aves (cuervos, lechuzas, halcones, águilas…) que habían sido adiestradas, demostrando que el refuerzo positivo, en muchas ocasiones, da sus frutos.

La última visita del tour por la isla con una visita a False Cape, una bodega que produce vino desde hace poco y que sin querer llevarle mérito a su trabajo, no permanecerá mucho tiempo en nuestro recuerdo.

Volvimos a Penneshaw, ciudad portuaria de la Kangaroo Island y de camino vimos a un par de canguros que justificaban un poco in extremis, que el nombre de la isla estaba bien puesto. Hubo un poco de crisis para volver porque un ferry se había retrasado y corríamos el riesgo de esperar dos horas, o incluso toda la noche. Sin embargo apareció Dave al rescate y lo solucionó todo. Con un poco de retraso y mecidos por el mar y el sueño, despedimos el día.

El día siguiente pusimos rumbo a los montes Grampianos que son los protagonistas del Grampians National Park. Como la distancia a recorrer era amplia y nos esperaba un día lleno de asfalto, decidimos maridarlo con una cata rápida en el conocido McLaren Vale. Siguiendo los consejos de Vicky, la camarera de Penfolds, visitamos la bodega de Wirra Wirra, que nos sedujo con sus vinos elegantes y sedosos. Aquí también, la camarera, nos puso dos vinos fuera de carta. No sabemos si la amabilidad es algo innato en el mundo del vino, en el carácter australiano o una conjunción de ambos. El caso es que sorprende la generosidad que hemos vivido en los tres lugares emblemáticos del mundo enológico australiano.

Hicimos también una visita fugaz sin cata, a la bodega d’Arenberg, conocida por su estrambótico edificio llamado el cubo de d’Arenberg por obvias razones. El resto del día dimos de comer kilómetros a la campervan hasta que se hizo de noche y le dimos descanso en medio del Parque Nacional.


El día que pasamos en Grampians NP sí fue un empacho de fauna. Tuvimos de todo: por la mañana varios canguros nos daban los buenos días, algunos de manera alegre y temeraria, cruzando la carretera por delante nuestro; otros lo hacían con descaro y altanería, mirándonos fijamente y siguiéndonos con la mirada; uno decidió ser el cómico que nos sacara una sonrisa y tras coger carrerilla para cruzar antes que nosotros el camino, fue a saltar el vallado que separaba la polvorienta carretera ocre de la vegetación salvaje, con la mala suerte de que le fallaran los cálculos o la coordinación y el inevitable trompazo fue frenado por su pobre dentadura. Tras un segundo que pareció eterno, se levantó y se fue dando botes, intentando recobrar la dignidad perdida en la caída.

Además de canguros, vimos varios ualabíes (marsupiales más pequeños que los canguros) y emúes durante el día; uno de ellos se paseaba descarado por el Parking de las cataratas McKenzie. Por la noche un zorro, una lechuza pusieron a prueba los frenos de la campervan y varias arañas, completaron el cupo animal. Pero volvamos a las primeras horas del día. 

Tras pasar por Horsham a por un café y mapas de la región, comenzamos la primera ruta del día subiendo a la cima del Monte Hollow. Las vistas de 360º desde la cima, eran espectaculares. Al bajar, nos desviamos para ver unas pinturas de los aborígenes. Y es que el Parque Nacional, además de ser conocidos por su diversidad de flor y fauna, lo es por albergar vestigios de arte rupestre.


También visitamos las McKenzie Falls, donde el emú antes nombrado parecía ir empujando a la gente del parque a hacer la caminata a las cataratas con su cara de enfado. Antes de abandonar los Grampians, visitamos los miradores de los “Balconies” y “Boroka”, ambos con vistas panorámicas del Parque, que hacían sentir a uno pequeñito ante tanta inmensidad.


La experiencia arácnida de la noche fue patrocinada por el camping en el que estábamos, que más bien parecía un campamento gitano en medio de la nada, iluminado por hogueras hechas en cubos de basura de latón, que estaban en el camping para ofrecer la oportunidad de calentarse. 

Las duchas competían en el top 5 de baños más lúgubres que he utilizado y eran dignas de la peli Indiana Jones y el Templo maldito, con una colección de arácnidos que habitaban los aseos con tanto derecho o más, que un servidor. Había que poner dinero en una ranura para disfrutar de agua caliente y para colmo, una vez había aguantado la respiración y metido la cabeza bajo el agua fría, recordé que la toalla se había quedado en la campervan muerta de risa. El canguro que se había pegado el tortazo esa mañana se habría reído de forma vengativa, de mi desdicha. La naturaleza es sabia y quizás las arañas de la ducha, reían silenciosas en su nombre.

jueves, 14 de abril de 2022

Brindemos que hoy es siempre todavía (Clare Vale – Barossa Vale – Cape Jervis)

La cosa hoy va de vinos, porque para los que no lo sepan en Australia también se hace buen vino y en el estado de South Australia hay dos valles conocidos internacionalmente: Barossa Vale y McLaren Vale. Ambos cerca de la ciudad de Adelaide.

Salimos de Mildura a una hora prudente con la idea de llegar a Adelaide dando una vuelta más grande para recorrer una carretera que parecía merecer la pena. Cosas del destino, yendo de camino, vimos por algún lado que había un Riesling Trail. Para quien no lo sepa, la Riesling es una variedad de uva y asumimos que sería un camino rodeado de bodegas. Como íbamos bien de tiempo, decidimos investigar un poco y acabamos en Clare Vale. Región vinícola bastante conocida en Australia aunque menos popular que las anteriormente mencionadas.

Una vez en la población de Clare, un hombre se acercó a nosotros y nos aconsejó que fuéramos al centro de información a por un mapa. De paso nos indicó un par de bodegas buenas. Conseguido el mapa, la campervan sedienta de vino, echó a rodar por los caminos adornados por viñedos a ambos lados de la carretera.

La primera parada fue en la bodega favorita del hombre que nos acababa de aconsejar: Sussex Squire; una bodega pequeñita y familiar pero con muy buenas críticas. Nos recibió el enólogo y cuando le dijimos que queríamos hacer una visita o una cata, sacó una hoja como si fuera el menú de un restaurante y nos pidió que le dijéramos qué vinos queríamos probar. Las proporciones que servían eran muy pequeñas y como además compartíamos copa, no había peligro de acabar intoxicado y no poder conducir. Además, como tenemos entrenamiento, las irrisorias cantidades, eran suficiente para permitirnos catar en condiciones y hacernos una idea de los vinos. El enólogo nos iba preguntando y contando cosas de los vinos y cuando le dijimos que queríamos comprar una botella pero que no sabíamos cuál, nos puso uno fuera de carta para probar. La verdad es que tenía el “savoir faire” y todo lo que probamos estaba rico. Por 10 dólares australianos (Unos 7 euros al cambio), probamos unos 5 vinos diferentes. Nos aconsejó que dedicáramos tiempo a Clare Vale porque en McLaren o Barossa no serían tan cercanos. Aunque es cierto que parece que en Clare Vale las bodegas son más familiares, el tiempo demostraría que la cercanía de las bodegas, parece ser algo inherente al vino.

La siguiente parada fue en la bodega Seven Hills, antigua bodega de los jesuitas construida en 1851. Aquí la cata fue más impersonal y los vinos nos gustaron menos. Nos dirigimos a Mintaro, pueblo que alberga la mansión Martindale Hall, una casa de estilo georgiano construida en 1880 además, obviamente de más bodegas. Por precaución no hicimos catas aquí, visitamos la mansión, compramos una botella en “Mintaro Wines” y continuamos el camino hacia Adelaide donde nos quedamos a dormir.

Amaneció un tanto nublado, y nos dirigimos en primer lugar a la ciudad para ver en la oficina de turismo si podíamos ir al día siguiente a la Kangaroo Island. Adelaide es una metrópoli moderna con edificios altos que a nuestros ojos, parecía más europea que Sydney y que no se avergüenza de su cara más tradicional. Tiene varias iglesias en pleno centro y edificios bajos y sobrios, que no pegan tanto con la modernidad de los rascacielos. Al menos eso podría pensar mucha gente. Lo cierto es que modernidad y conservadurismo, casan a la perfección en los edificios y le da un toque diferente a la ciudad.

Aclarado el día siguiente, nos fuimos hacia Barossa Vale y conforme nos acercábamos, el sol comenzó a bañar las viñas con sus rayos. Aquí es otoño y las viñas estaban vestidas de rojos, marrones y verdes en un collage de colores digno de cuadro. Esas plantas multicolor, son las responsables de crear una de las bebidas más antiguas y veneradas de la historia de la humanidad: el vino.

Una de las muchas cosas bonitas del vino es que te ayuda a hacer mindfulness. Cuando se cata, se ponen los cinco sentidos en detectar aromas, texturas y sensaciones. Para ello es necesario estar concentrado en el proceso de cata e inevitablemente te ancla el presente.


Comenzamos las visitas enológicas en la conocida bodega Penfolds y allí conocimos a Vicky, que trabajaba de camarera. Vicky es una mujer risueña con la sonrisa permanente y entrada en felicidad. Es autóctona de Adelaide pero ha vivido en Irlanda y le encanta Europa, por lo que tarda poco en darnos conversación.

Entre vino y vino, nos pregunta por nosotros, nos comenta del vino que ha servido y de cómo se ha conseguido que sepa como sabe. Decidimos pagar el extra y probar el Grange: el buque insignia de la bodega. Un vinazo que roza los 1000 euros por botella. Ni qué decir tiene que nosotros no pagamos ese precio, ni siquiera un 5%. Tras nuestro momento de gloria, columpiándonos en el momento presente, Vicky nos dio consejos de bodegas que valían la pena tanto en Barossa como en McLaren. La siguiente visita que nos proponía era la bodega en la que trabaja su marido Andy.

Paramos en Torbreck, en un enclave espectacular, y al abrir la puerta de la “Cellar Door” nos recibe un camarero llamado Andrew. En el momento que le preguntó si es el marido de Vicky, su mirada se enciende y es incapaz de quedarse callado.

 

- ¿Pensáis que yo habló mucho? Ya veréis si conocéis a Andy - dijo Vicky. Qué razón tenía.

Andy nos va sirviendo los vinos mientras nos habla de sus características y lo entremezcla con su historia con Vicky o su viaje de novios. Todos los vinos son espectaculares. Tienen un perfil más moderno que busca la fruta sobre la presencia de la madera.

Al igual que Vicky, Andy nos pone vinos fuera de carta “Es una ocasión especial” dice. Nos pasa a la parte de detrás donde se exhiben los vinos más top y no nos cobra la cata porque compramos una botella. “Nadie se va a enterar” se excusa.

Dándole las gracias, decidimos cerrar el día de catas y nos dirigimos hacia Cape Jervis, el extremo más occidental de la península de Fleurieu. Aunque las cantidades servidas en las catas son mínimas, preferíamos disfrutar tranquilamente con la Campervan aparcada así que hicimos una última parada para comprar en otra de las bodegas recomendadas por Vicky y dejamos que el sol acariciara las viñas de Barossa, antes de irse a dormir. Las viñas, culpables de producir la pócima que consigue parar el tiempo en el aquí, 

y


 AHORA

martes, 12 de abril de 2022

Hey Kangaroo, Todos los días sale el sol (Mungo NP - Mildura)

Después de una noche de poca conciliación del sueño, por culpa del martilleo incesante de las gotas de lluvia, volvíamos a la carretera. Nos esperaba un día largo en el que los kilómetros subían al marcador sin parar y la lluvia era una compañera de viaje que se negaba a abandonar la campervan.

A pesar de la poca visibilidad, el paisaje se intuía cada vez más auténtico, y la carretera era custodiada por eucaliptos que se retorcían lateralmente para ir en contra de la verticalidad, invadiendo en ocasiones, el espacio aéreo del asfalto para dar sombra a los coches. Quedándose en otras ocasiones en su lugar quizás por vergüenza a ser descarados. Decorando el arcén de manera tétrica, pero ofreciendo un toque de autenticidad, se encontraba bastante frecuentemente los cuerpos inertes de canguros cuyo atrevimiento o ¿valentía? Se había cobrado sus vidas.

Al final del día, tras unos 700 kilómetros, habíamos avistado 10 cadáveres de canguros y sólo uno vivo que estaba al lado de la carretera impasible y quizás inconsciente de los peligros de ver pasar el tráfico tan de cerca. Gracias a Dios una vez llegamos a nuestro destino, seguíamos sin formar parte de la masacre animal. Antes de que cayera el sol, hicimos una parada para comer algo en un pueblo que parecía grande en el mapa. Acabamos en una especie de club de golf en el que nos recibieron con un sonriente "G'Day". El lugar era digno de la seria Black Mirror. Tenía a los pueblerinos bebiendo cervezas en un local en el que se podía apostar a carreras de galgos pero al dirigirnos a por un café gratis ofrecido por la camarera, pasamos a una sala oscura y alargada en la que lugareños entrados en edad jugaban como autómatas a las tragaperras sin apenas inmutarse de nuestra presencia.

La última hora de carretera se echó la noche encima y es que a las 18:30, el sol parece que se va de afterwork en las antípodas. El camping en el que dormimos esa noche parecía sacado de una peli de terror. La recepción estaba en un bar de estilo Far West mal iluminado en mitad de la nada. Nada más entrar, atrajimos las miradas de los lugareños y de la camarera, una mujer mayor con la cara peculiar y un acento muy marcado. Nos dio las indicaciones básicas sobre el área y muy poca información sobre el estado de las carreteras hasta el Parque Nacional Mungo a donde íbamos al día siguiente. Aparcamos la caravana al lado de una escultura compuesta por tres motosierras y dos bulldogs no paraban de ladrar dándole un aire de La matanza de Texas al lugar.


Al día siguiente nos pusimos en camino. Un paisaje desértico de tierra ocre y una carretera infinita se abría ante nosotros. Con los primeros rayos del sol, comenzaron a aparecer canguros y en unos minutos, el único canguro vivo avistado ayer quedó como anecdótico. Algunos canguros cruzaban la carretera delante nuestro y se alejaban pegando botes por el horizonte. Otros nos miraban mientras el coche pasaba por su lado. 




En alguna ocasión cuando había alguno cerca y podíamos parar, los canguros se erguían y miraban curiosos. Nos sentíamos como en un safari y parecía mentira que hubiéramos estado hace unos días bajo la lluvia permanentemente. Nos encontrábamos en medio del desierto con un cielo azul totalmente despejado.



A unos 60 kilómetros del acceso al Parque Nacional, el asfalto de la carretera desapareció por completo y todo fue invadido por el ocre de la tierra australiana. Pensando que sería algo momentáneo y con la seguridad de no haber visto señales de la carretera cerrada, continuamos avanzando entre baches. 30 kilómetros después, asumiendo que la carretera no cambiaría, el asfalto no aparecería y que rodear el Parque eran 70 kilómetros más, decidimos ir a la entrada y dar media vuelta si la carretera estaba en esas condiciones. Sabíamos que si una rueda se pinchaba o nos quedábamos encallados en la arena que cruzaba el camino, sería nuestra responsabilidad, pero ya no podíamos echar marcha atrás.

A velocidad de caracol, llegamos a la entrada del Mungo NP. Este Parque Nacional está formado por unos lagos secos donde todavía hoy viven aborígenes. También es famoso porque en él se han encontrado importantes hallazgos arqueológicos, entre ellos, los restos humanos más antiguos de Australia.

Como la carretera no parecía mejorar, decidimos simplemente visitar la conocida Walls of China: unas formaciones curiosas estilo badlands, en las que el viento ha ido esculpiendo poco a poco los montículos a los que han dado el nombre de la Muralla China. La visita al Parque Nacional no valía mucho la pena, pero todo el camino hasta allí sí que merecía el esfuerzo. Como muchas veces ocurre, el camino hay que disfrutarlo tanto como el destino.

Tras un paseo por los alrededores y entender al fin el saludo de algunos australianos, nos pusimos en camino hacia Mildura, una ciudad dividida por un rio que tiene barcos de vapor como si fuera el Mississippi. Comimos allí, hicimos la colada y nos acomodamos en el camping donde compartimos parcela con unos australianos que en seguida entablaron conversación, y unos canguros que estaban a su bola pero que por la noche los ojos rojos parecían acercarse cada vez más, quizás porque querían un trozo de tarta del cumple de Bea. Not today my friends! 


Ningún animal fue lastimado durante la realización de esta entrada.

Al menos, no por nuestra parte.