sábado, 24 de agosto de 2019

Devolver la mirada (Windhoek-Dubai-Barcelona)

Con los planes cumplidos y las experiencias atesoradas llegamos a Windhoek (que se pronuncia “vínduc”). Última etapa: ya podemos desabrochar el alma; y es que cuando viajamos, tenemos tantos lugares a los que queremos llegar y una sed tan acuciante por empaparnos del presente regalado, que al llegar al último destino siempre hay una sensación de poder dejarse caer, de saber que ya se deben soltar las riendas para aprender a disfrutar también de la cercana vuelta y de otro tipo de descanso, el que proporciona el hogar.

Windhoek se mostró una ciudad agradable donde terminar nuestro periplo por una pequeña parte de la extensa África, y la Christuskirche aparecía al final de la avenida Robert Mugabe con su aspecto comestible de galleta de jengibre que le confieren los marrones tostados y en relieve de sus ladrillos, perfilados por líneas blancas que destacan aún más sus formas esponjosas, como si hubiese sido recién horneada, preparada para Hansel y Gretel.

Con el apetito encendido nos dimos el capricho de comer en el Joe’s Beerhouse, muy cerca del camping y probar las carnes de kudú, springbok, zebra, órice y cocodrilo. Nos gustó especialmente la de zebra con un sabor similar al que resultaría de la mezcla entre la carne de ternera y el hígado. Tuvimos la suerte de coincidir en el restaurante con la celebración de una boda y ver cómo iban llegando los invitados, vestidos con diferentes y coloridos trajes tradicionales. Al preguntar a la camarera qué grupo formaban los que compartían mismas telas y colores nos explicó que vestían según su pertenencia a una etnia o tribu.

Nos despedimos de la ciudad dando un paseo, mientras bajaba la comida, y al día siguiente estábamos entregando las llaves de nuestra Bushcamper alquilada y recién lavada. Había sido nuestra casa a cuestas durante casi 9300 kilómetros, ahí es nada...

Ya en Johannesburg, Emirates nos dio la gran noticia de que ninguna de las dos mochilas llegaría a Barcelona, pues era imposible descifrar el código de las mismas por la escasez de tinta con que habían sido impresas. Por si la suerte jugaba de nuestro lado, volvimos a preguntar en Dubai. No cayó esa breva. Sólo quedaba pasear por la ciudad durante unas horas antes de subir al último avión.

Las imágenes de hace seis años se repitieron. El Burj Khalifa se divisaba desde el metro conforme nos acercábamos al Dubai Mall, como una aguja buscando enhebrar el cielo y ensombrecido por el aire contaminado. 

Ya en el centro comercial, el exceso emiratí nos mantenía boquiabiertos como liebres paralizadas por el brillo de los faros según lo cruzábamos para llegar a la plaza donde se alza el edificio más alto del mundo. Dentro, los turistas y lugareños, se refrescaban tranquilamente paseando por tiendas de lujo, contemplaban la enorme pecera refugiados en un mundo subacuático o se deslizaban en su pista de patinaje interior. 

Fuera, nuestros movimientos fueron ralentizados por el calor sofocante que nos abofeteó al dejar detrás el derroche de aire acondicionado; los turistas posábamos sudorosos ante el Burj Khalifa con la urgencia que imponían las temperaturas y buscábamos las sombras que atenuaban mínimamente el golpe, para retornar con la cabeza gacha y dejarnos abrazar por el oasis interior del mall.

La vuelta a Barcelona ocurrió sin más incidentes que el de las mochilas extraviadas, que llegaron al día siguiente.

El cierre de esta entrada llegó aún más tarde, con la despedida emocional que se produjo con la lectura de una entrevista a Xavier Aldekoa. Hablaba de devolver a África la mirada que se merece, evitando caer en reducirla a un conjunto de heridas. No podemos condenar a todo un continente con tanto potencial y riquezas a ser simplificado y recluido en un papel de víctima.

África, como cualquier otro continente, no es sólo cicatrices; es gente que sueña, lucha y celebra el milagro de vivir (defender la alegría...). Suenan en eco, versos de Vetusta (Hay un himno para cada final y una estrofa es para mí, es mi turno, sé que debo romperlo...) y resuenan en el recuerdo para confirmarlo los gritos de celebración de las mujeres (la lengua del futuro) en el Joe’s Beerhouse (lalalalalalalalalala...).

1 comentario:

  1. Muchas gracias por compartir vuestro viaje, por dejarnos "colar" en vuestras mochilas y "vivir" a través de vuestros ojos lo que habeis vivido esos días. Hasta el próximo viaje. Bienvenidos a casa.

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