jueves, 8 de agosto de 2019

Los renglones torcidos (Etosha-Caprivi-Kasane)

No existe aventura sin mini problemas que resolver o bien obstáculos que superar. Esta ha sido la etapa de las pruebas, y observada a distancia creemos habernos convertido en alguno de los personajes del Maniac Mansion por unos días.

Primera prueba: Conseguir abrir y cerrar la parte de atrás de la Bushcamper, donde dormimos y tenemos todos nuestros enseres.

Desde nuestra visita a Cape Cross y con los últimos días en Etosha, el polvo del camino había ido calando en la cerradura, haciendo finalmente imposible que la llave girase. Contactamos con la compañía de alquiler de coches y nos dieron la dirección de un taller en Tsumeb para que no tuviésemos que desviarnos de la ruta planificada. Por suerte, en una de las ventanas habíamos dejado una ranura abierta para que ventilase, y trepando por la ventanilla, utilizando la manivela de cierre como vía supletoria a la llave, pudimos entrar y salir durante los días que estuvimos en Etosha. 

La mañana en que nos dirigiríamos al taller, mientras tratábamos de dejar la ventanilla entreabierta desde la parte exterior y ya con el cierre de la puerta echado, la ventanilla decidió cerrarse por completo para dar más emoción al asunto. 

En el taller, parece que no llegamos a entendernos cuando le explicamos al mecánico lo que pasaba, así que decidió cambiar la cerradura al completo al ver que con el aceite y el aire a presión no bastaban para abrir la puerta. Como esta estaba cerrada con manivela por dentro, seguía sin abrir. Fue entonces cuando entendió, y nos dijo que la única manera era extrayendo la ventana para meter la mano y desbloquear la puerta. 

Total, que lo que iba a costar quince minutos a lo sumo, se convirtió en más de una hora de reloj mientras el mecánico utilizaba la radial para llegar a los tornillos que debían sujetar la nueva cerradura y eran demasiado pequeños para los agujeros, añadiéndoles tuercas desde un hueco del lateral para que se mantuviesen en su sitio.

Monstruo del primer nivel: De camino al taller, ya habíamos coleccionado un nuevo obstáculo: nos paró un policía para informarnos que la multa por no llevar las luces puestas durante el día era de 250 NAD; que era mejor si los pagábamos en ese momento y en efectivo, ahorrándonos la parada en comisaría y el ser registrados en el sistema. No nos dio recibo y guardó el dinero sospechosamente en su portapapeles. “Please, proceed”.

Bonus points: La cantidad de animales de los que pudimos disfrutar en Etosha.

Resultado: Primera prueba superada con -250 NAD.

Segunda prueba: Conseguir salir del torreón en el que estábamos encerrados con llave.

Pasado el primer nivel, encontramos un camping regentado por una alemana muy habladora y desgreñada que tras darnos conversación y confirmar que normalmente lo de las luces se suele quedar en una simple advertencia para los locales, nos invitó a subir a un torreón que tenían en la zona de acampada. “Ahora lo que haréis será coger vuestra cámara y ver el atardecer desde arriba de la torre”.

Confiados y obedientes, disfrutamos de nuestro bonus point desde lo alto de la torre, para comprobar al bajar ¡que había cerrado la puerta con llave! Subimos escaleras de nuevo para gritar inútilmente “Hello?” “The door is closed!”, “Helloooo?”. De una de catástrofes, a una de terror. El sol ya se había puesto y pronto la luz se atenuaría por completo. En un momento dado, esperando respuesta en vano, comprobé cómo en la trampilla que daba paso al último piso estaba enganchado un murciélago que parecía mirarme. Unos minutos después, se dejó caer para sobrevolar sobre el piso inferior donde estaba Violeta buscando salidas alternativas, ahora buscando escondite.

Oportunamente recibimos respuesta en tono de guasa “Helloooo. We are cooooming!!!” Con un deje de ironía en su voz de bruja maquiavélica, seguido de unas risas que nuestra imaginación interpretó más como el juego macabro que mantiene una desequilibrada con sus víctimas que como el arrepentido entendimiento de que nos había encerrado sin darse cuenta.

No contenta, cuando apareció con el marido (monstruos del segundo nivel junto con el murciélago) y antes de abrirnos la puerta, aún se cachondeaban: “¡Bajad! ¿No conocéis el cuento de Rapunzel?” Aplaudían y reían. Respondimos con la sonrisa forzada de quien no quiere enfadar al enemigo y trata de apaciguarlo mientras salíamos del cautiverio impuesto.

Resultado: Segunda prueba superada por los pelos de Rapunzel.

Tercera prueba: Conseguir sacar el coche del banco de arena en el que estaba encallado.

Durante la mañana siguiente habíamos conducido desde Grootfontein hasta Divundu. Queríamos encontrar acampada en un alojamiento recomendado por muchos de los blogs leídos antes de venir, pero precisamente por eso sabíamos que estaría muy solicitado, por lo que contábamos con un nuevo monstruo: el tiempo que corría a contrarreloj, que decidió aliarse con el banco de arena. 

El camino estaba lleno de tierra y la conducción se complicaba, pero nos sentíamos confiados; hasta el punto de tomar la decisión errónea cuando el camino se dividió en dos opciones: una para 2x4 y otra para 4x4. El espejismo de no haber tenido ningún problema hasta entonces en la conducción nos empujó a aceptar el reto de la ruta más complicada, así que poco a poco, el coche fue frenándose, y las ruedas empezaron, a girar sin, agarrarse, al, suelo. Fue entonces cuando nos acordamos de que no habíamos bajado la presión de los neumáticos; total, que sacamos la pala para cavar y el medidor de presión para desinflar las ruedas.

Pocos minutos después, paró un coche con una pareja de sudafricanos que venía en dirección contraria y se ofreció a echar una mano. La mujer alegó que su marido era un experto en ese tipo de situaciones, así que el experto, con un pareo y descalzo, se puso manos al volante y trató de sacarnos del entuerto sin más éxito que el de llenar de arena el asiento del conductor que estaba con la ventanilla bajada. Visto lo visto, él se puso con la pala y nosotros a deshinchar ruedas para dejarlas a 1’2. Hecho esto, decidió intentar arrastrarnos con su coche, aparcando el suyo delante. ¿Éxito? Ninguno. Ahora éramos dos coches encallados el uno delante del otro.

Fue entonces cuando aparecieron los negros para ayudar a los blanquitos. Eran un grupo de siete y lo primero que hicieron fue analizar la situación mientras hablaban entre ellos. Después de cavar un poco, decidieron que lo mejor era empujar nuestro coche por delante para sacarlo marcha atrás. Et voilà! La Bushcamper ya estaba fuera de peligro. Ahora quedaba el segundo. Intentaron la misma maniobra sin éxito, así que después de volver a sopesar la situación, a uno se le ocurrió que lo mejor sería levantar el coche por la parte trasera y poner arena bajo la rueda para alzarlo del nivel en el que se encontraba. Dicho y hecho; sólo quedó empujar para sacar por fin el segundo coche. ¡Menos mal que nos tocó la negra!

Al llegar al camping, aún quedaban dos zonas de acampada libres.

Resultado: Tercera prueba superada a(l) tiempo con el comodín negro.

Bonus points: El campamento está situado frente a la ribera del río Okavango, por lo que nuestros vecinos de enfrente eran una manada de hipopótamos que se encontraba lo suficientemente lejos como para no temer y lo suficiente cerca como para poder conocer sus rasgos y escuchar sus chapuzones y rugidos. 

La mañana del día siguiente visitamos el Mahango Game Reserve. Un camino que lleva hasta un baobab gigante rodeado de un paisaje otoñal sirve de escenario para buscar oportunidades de encuentro con la fauna. Pudimos ver nuevas especies de aves, encontrarnos más cerca de la carraca lila (un pajarito de plumaje vistoso y multicolor) y hacer migas con los monos que se sentaban bajo los árboles.

Por la tarde nos dieron un paseo en mokoro (canoa) y tuvimos un encuentro más cercano con el hipopótamo. Cuando descansábamos de la ida en una isla, un hipopótamo que quedaba escondido decidió darse a conocer y acercarse al río para darse un baño. Una leyenda cuenta que sus bostezos no son sino una forma de enseñar sus fauces vacías al Creador demostrando que siguen cumpliendo la promesa primigenia (que hicieron para conquistar el agua) de no comerse a ninguna criatura

En el camino de vuelta disfrutamos de un atardecer anaranjado que se reflejaba en movimiento sobre las aguas del río Okavango.  

Al día siguiente, camino hacia Botswana, nuestro coche tuvo que convertirse en un tendedero improvisado para poder secar toda la ropa interior que habíamos dejado a lavar en el camping.

Una familia de elefantes se acercó a la cuneta para despedirnos de nuestra primera incursión por Namibia.


(Al cruzar la frontera a Botswana, suena la musiquilla de Mario Bros y los oficiales miran con asombro y cara de póquer el escaparate de calcetines, bragas y calzoncillos que cubren cada rincón de la parte delantera de la Bushcamper. -Ideas del norte...- y ladean sus cabezas pensando que no tenemos solución).

3 comentarios:

  1. Uf...primero he leído sin respirar, claro me he dado cuenta que si lo estabais contando es que todo había salido bien. Entonces he respirado tranquila y he vuelto a leer y ya reir. Menuda "odisea" y no en el espacio precisamente.
    Bueno la aventuras son así.
    Cuidaros .muchos besos.

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  2. Uf...primero he leído sin respirar, claro me he dado cuenta que si lo estabais contando es que todo había salido bien. Entonces he respirado tranquila y he vuelto a leer y ya reir. Menuda "odisea" y no en el espacio precisamente.
    Bueno la aventuras son así.
    Cuidaros .muchos besos.

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  3. Me ha encantado. Os doy una vida extra. Desde luego lo mejor de los viajes son las desventuras. Cuando vaya yo, voy directo a por la bruja alemana y su marido! Jajajaja

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