martes, 13 de agosto de 2019

The wild (Isla Kubu-Nxai Pan NP-Makgadikgadi NP-Moremi GR)

Desde el comienzo percibimos algunas diferencias entre Namibia y Botswana: en la segunda, el clima es más caluroso, amanece y atardece antes (tema a tener en cuenta cuando tus movimientos se restringen a las horas de luz), los precios del alojamiento son bastante más elevados a pesar de ofrecer menos servicios y las “carreteras” precisan 4x4 porque algunos tramos son de arena fina.

De camino a la isla Kubu, una antigua isla en medio del salar de Sowa, que hace tiempo fue un lago, los paisajes iban cambiando con un denominador común: la arena gris clara (más bien polvo) que salía despedida del suelo explosiva cuando las ruedas pasaban sobre ella. Los tramos en que los árboles se habían desprendido de sus hojas rojizas recordaban a escenarios de Juego de Tronos, y aquellos en que los rodales eran dos líneas blancas paralelas en medio de un campo de maleza pajiza y amarillenta nos transportaban a Castilla mientras la Bushcamper se deslizaba como un barco sobre la arena, más renqueando que rodando en el ondulante terreno.

La isla es un montículo que se alza plagado de baobabs en la planicie blanco-verdosa del salar, por lo que uno siente haber llegado al planeta del Principito. Lo fuera o no, lo cierto es que el precio nos pareció propio de la realeza, siendo más del doble de lo que pagábamos en la vecina Namibia sin ofrecer más que el escenario puesto.

El amanecer al día siguiente sirvió de analgésico, con los baobabs umbríos e infinitamente ramificados al frente y un telón de fondo coloreado poco a poco en su lienzo de luces que mezclaba el rojo encendido, el amarillo apagado, el violeta remitiendo, un toque de añil y un tímido azul.

Siguiendo la ruta de salares y camino a Maun, visitamos el Nxai Pan antes de buscar zona de acampada. Aquí los caminos eran pura arena de playa y surfeamos durante 20 kilómetros hasta llegar al Baines’ Baobabs, árboles conocidos con este nombre por haber sido retratados por el pincel de Thomas Baines, miembro de la expedición de Livingstone. El tamaño, sus raíces-boa y sus troncos de Botero imponían mucho más que los baobabs de Kubu, pero al igual que los anteriores, parecían haber sido dibujados por la mente de Tim Burton.

Al suroeste, donde hicimos parada para dormir, se encuentra otro parque nacional, el Makgadikgadi, donde nos reencontramos con los elefantes, las zebras y las jirafas que volvían del río ahora que la luz se apagaba.

Si el precio del camping de Kubu nos había parecido excesivo, el de este era abusivo: 50 dólares por persona por aparcar en una parcela de arena sin electricidad. ¡Cinco veces el precio de Namibia! Tras escuchar el indignado y repetido “¡¿¿Qué??!” de Violeta y preguntarle si había otro lugar de acampada cerca, reconoció que prefería hacernos rebaja a perder dos clientes, así que acabamos pagando la tasa de Sudáfrica: la mitad.

A la mañana siguiente, tras una improductiva búsqueda de fauna en la ribera del río Boteti, llegamos a Maun donde al cuarto intento encontramos alojamiento para los tres próximos días, el primero de los cuales se nos fue planificando y reponiendo víveres.

El primer día en Moremi fue un poco decepcionante para las expectativas que teníamos. Esperábamos un Etosha, pero aquí las charcas que hay no son artificiales, lo que implica que muchas ya están secas, razón por la cual se complican los avistamientos que dependerán de la suerte de ver a los animales desde el camino y entre las matas. 

Además, la entrada se encuentra a unos 100 kilómetros de los principales alojamientos, conectados por un camino destartalado y casi postbélico de la cantidad de baches y agujeros que minan la ruta; tanto es así que no conseguimos hacerlo en menos de dos horas, lo que aún reducía más las posibilidades de avistamientos teniendo en cuenta que las horas más prolíficas son las del amanecer y atardecer y que sólo se debe conducir en horas diurnas. Los paisajes hasta allí, de nuevo, preciosos, eso sí. Especialmente el del camino que lleva a la puerta, con bosques otoñales de mopane recibiendo al visitante junto con algún que otro elefante. 

Lo más destacado de este día fue conocer a los antílopes Lechwe cuyo pelaje y forma nos pareció más similar al de un antílope-ovino, y a la exótica cigüeña ensillada que parecía dormitar en una charca con su amarilo antifaz descansando sobre su pico, ajena a nuestra presencia que alucinaba con la mezcla de sus colores.
 
Moremi se estaba reservando para el segundo día y se vestía de gala. Aprendida la lección, a las 7h ya estábamos en rumbo, obteniendo una mayor recompensa esta vez. Advertidos por un grupo de coches de safari que estaban parados en medio del camino, nos acercamos curiosos para ver cómo una cola moteada se movía serpenteante. Un elegante leopardo caminaba mostrando sus omóplatos que marcaban silenciosos su característico andar felino y buscaba un lugar alejado de los paparazzi. Primero se sentó de espaldas controlando con la cabeza de perfil, alerta. Cuando los objetivos de un safari comenzaron a rodearle, entendió que no era buen lugar para estar a sus anchas, se levantó y se dirigió hacia nosotros con su hipnótica mirada amarilla. Pasó por delante de nuestro elefante blanco, se tumbó momentáneamente en medio del camino, comprendió que no le daríamos tregua y emprendió marcha refugiándose entre los arbustos y perdiéndose entre la maleza. El momento de oro. El trayecto ya había merecido la pena.

El resto del día hubo más suerte que el anterior. En una de las charcas, cinco o seis hipopótamos se revolcaban medio hundidos en el barro y rotaban sus orejas de trompeta. Uno de ellos nos miraba de frente, amenazador, y empezaba a acercarse sospechosamente poco a poco, por lo que no quisimos darle oportunidad de mostrarnos su mal genio; lo habíamos captado, nos retirábamos.

Abandonamos Moremi topándonos con un grupo de babuinos que se relajaban posando sus culitos pelados en un borde del camino. Un pequeño, tan pronto mamaba y se abrazaba a su madre buscando protección, como se soltaba seguro y se ponía a jugar.

En el camino de salida, jirafas y elefantes dominaban la senda y no tenían reparos en aparecer de golpe para cruzar el camino, dejando claro quiénes eran los dueños de la zona. Los últimos en mostrarse fueron un par de licaones que seguramente empezarían ahora su jornada de caza.

Botswana quedaba a nuestras espaldas mientras éramos bienvenidos de nuevo por la frontera namibia tras una breve incursión en rutas salvajes y Mumford sonaba: “What’s that I see? I think it’s the wild...”.

1 comentario:

  1. Pero hace calor ahí? No era invierno? Impresiona ver tantos animales a su aire, y algunos....dan un poco de...miedo!!! Jaja, a mi desde aquí. Sois muy valientes. Besos.

    ResponderEliminar