sábado, 3 de septiembre de 2011

¿Dónde está Justin? (Portland-Vancouver)

La 101, a la altura del Olympic Park fue igual de espectacular, (aunque diferente) que a la altura de Big Sur, en California. Nos costó todo el día recorrer la península. Para ahorrarnos unas cuantas millas, abandonamos la 101 y cogimos un ferry  hacia la isla de Whidbey.

Llegamos al atardecer y los paisajes no podían ser más bonitos. La luz anaranjada del sol sobre la hierba amarilla y el conocimiento de estar cruzando una isla le daban un toque místico a la estampa. Cruzando el puente que une la isla con la “tierra firme”, no pudimos menos que sorprendernos, dejar descansar el Dodge por unos momentos y disfrutar de la puesta de sol en este paisaje de piratas.

Cruzar la frontera rumbo a Canadá no fue sencillo y tuvimos que comernos dos horas de espera. Tras un día de carretera que empezó a las 7 de la mañana, llegamos a Vancouver a medianoche, pero no nos acostamos hasta las 4, ya que hacia un año que no veíamos a nuestro amigo “Jamingo” (de los Martínez Mingo de toda la vida).

Vancouver es una ciudad, a caballo entre América y Europa; no tiene nada especial que ver y a la vez todo merece la pena; está llena de zonas verdes y tiene la montaña al lado. El mar “rodea” la ciudad, dándole un toque bastante especial. Las casas son bajitas y a pesar de que el centro tiene edificios altos, muchos de ellos son residenciales, por lo que lo hace más cercano a Europa.

El primer día, recuperados del empacho de millas y horas de coche, fuimos a pasear por el bosque, cerca de un lago en el que rodaron un episodio de Expediente X. El lago debía ser un poco tétrico de noche. Uno de esos lagos, abiertos, con aguas tan tranquilas y fantasmagóricas que parecen infestadas por temibles monstruos. A pesar de su apariencia había varias familias disfrutando en sus orillas del buen tiempo y de una buena (algunas más que otras, supongo) barbacoa.

Adentrándose en el bosque, un cartel anunciaba la existencia de osos por la zona y aconsejaba hacer ruido al caminar, para que nuestra presencia los asustase. Aguantando la respiración en cada curva, preparados por si hacia falta correr, atravesamos una zona invadida por el musgo verde; una pasada de bosque. El único lugar del bosque que visitamos, que no había sido colonizado por el musgo, era una especie de pantano, que al no tener árboles no podía ser conquistado por el verde. Esta vez sí, de día y de noche, este pantano era de película de miedo, y ver un muerto flotando o saliendo del agua, en parte, no nos habría sorprendido. Era un lugar tétrico, y unos ladridos lejanos, lo reforzaban.

Por la noche, festejamos volver a ver a Jamingo, con él y con un grupete de internacionales amigos suyos (de Japón, Francia y Brasil), en un karaoke estilo japonés; es decir, tú pagas por horas y a cambio tienes una habitación para ti y tus amigos donde cantar las canciones que te apetezcan, si el catálogo lo permite y dentro del tiempo acordado.
De vuelta a casa, alucinamos con ver a dos mofetas en medio de la ciudad. No esperábamos ver algo tan surrealista ni en Canadá.


Al día siguiente, una vez descansamos de la noche anterior y del cansancio acumulado, fuimos a un cine al aire libre. Cada martes, en verano, proyectan una película gratis en el Stanley Park. La película de esta semana era “Stand by me”, un peliculón de los 80 (curiosamente del año en que nacimos), que cuenta la aventura de unos niños de un pequeño pueblo de Oregón, que deciden ir en busca del cadáver de un chaval desaparecido. Nosotros ya la habíamos visto, pero no nos importó verla de nuevo, y la verdad es que mereció la pena. La gente estaba esparcida por grupos alrededor del pantallón que había en el parque. Cada grupo con su manta en el suelo estilo picnic; unos más preparados que otros (con colchón hinchable más de uno). La gente reía, aplaudía y animaba, como en los viejos cines. Incluso en un momento de la película, de forma totalmente espontánea, la gente decidió unirse a la banda sonora de la película cantando un trozo de la canción “Lollipop”.

Para rematar el viaje, el último día alquilamos unas bicis para poder recorrer la ciudad y sus zonas verdes y fue una pasada. Vimos los “antiguos” (Tienen cien anos de antigüedad) tótems de los primeros indios de la zona; fuimos al lugar que ardió con la llama olímpica de los juegos de invierno. Disfrutamos de los aeroplanos aterrizando y despegando del agua, y nos llamó la atención ver gasolineras flotantes. Los paisajes de costa y bosque nos dejaron sin aliento y las rampas de la ciudad nos acabaron de quitar lo poco que nos quedaba.
A pesar de que buscamos, no vimos ningún rodaje (En esta, se llevan a cabo los rodajes de muchas series, como Fringe o Supernatural), ni tampoco a Justin Bieber. Hubiera sida bastante gracioso...
El Jueves de buena mañana, salimos hacia Seattle, despidiéndonos de Jamingo (que se ha portado genial con nosotros) y volviendo a la carretera con la esperanza de no pasar mucho rato en la frontera y de poder disfrutar de un buen concierto de Blink-182.



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