lunes, 12 de septiembre de 2011

The Loneliest Road (Yellowstone NP - San Francisco)

La última etapa amanecimos antes que el sol. Teníamos ante nosotros 1100 millas de interminables carreteras nacionales (1770 km) y un día y medio para recorrerlas y llegar a la meta, San Francisco. Nos quitamos las legañas con los ojos todavía cerrados y tras unos sorbos de bebida energética nos pusimos en camino.



Atravesamos Yellowstone y el paisaje, esta vez, era diferente. Una densa niebla lo cubría todo y apenas dejaba pasar al perezoso sol matutino. Los animales todavía dormían y nuestro Dodge cabalgaba atravesando los prados del NP. Cuando estábamos a punto de salir de Yellowstone, un bisonte al lado de la carretera, se dignó a acompañarnos unos cuantos pies para despedirnos.
Wyoming y Montana quedaron atrás en seguida. Idaho, lleno de pueblecitos, nos quiso retener más tiempo.


En la ciudad de Twin Falls disfrutamos de forma fugaz, por falta de tiempo, del cañón y el puente que lo cruzaban; el cañón en sí y las vistas que ofrecía eran espectaculares pero el puente no se quería quedar corto y para llamarnos la atención, dejó que un par de aventureros se tiraran al vacío con sus parapentes.




Desde el mirador veíamos la caída libre de los hombrecillos y como un disparo, sonaba el parapente al abrirse, resistiendo la caída. Por un momento se balanceaban sin control en el aire, luego se paseaban plácidamente cual pájaros, hasta aterrizar lejos de nuestra panorámica.



Nos pusimos de nuevo en camino y el último estado que habitaríamos antes de California, nos saludó como a viejos amigos. Nevada, de nuevo, nos acogía con sus nacionales desérticas. Pasamos todo el día en el Dodge, conscientes de que a la mañana siguiente no lo tendríamos, disfrutando cada milla de desierto hasta bien entrada la tarde.







Los rayos anaranjados cubrieron el coche y lo tunearon dándole fuego, los altavoces escupían rock, el desierto murmuraba en su silencio y el cielo se cambiaba de traje. Tras bajar al sur todo cuanto teníamos que bajar, nos dirigimos por última vez al oeste siguiendo la última nacional: La US-50 (también llamada “The Loneliest Road”).






Llegamos a tiempo de ver nuestro último atardecer en la carretera y lo disfrutamos como el primero. Lo bueno que tiene el Oeste es que regala los mejores atardeceres y en primera fila.
Poco después de pisar la US-50, las montañas cogieron al sol y aceleraron su retirada, aunque el cielo guardó su naranja durante un buen tiempo.
No nos costó muchos intentos encontrar motel, aunque sí unas cuantas millas. El desierto se hace de rogar cuando lo que se busca es una ciudad. El último motel que pisamos, ofreció un reconfortante aunque corto sueño, ya que todavía nos quedaban unas 300 millas hasta San Francisco.

Atravesando el poco desierto que quedaba llegamos al lago Tahoe, fronterizo con los estados de Nevada y California. Nos internamos en una zona de montañas y bosques que chocaba con el paisaje de una hora atrás. Las decenas de curvas nos llevaron a la I-80 y las nacionales nos dijeron adiós.

Llegamos a San Francisco justo a tiempo, recibidos por la inconfundible niebla que adorna el Golden Gate; nos peleamos en la jungla de la ciudad por conseguir el carril que queríamos y sin darnos cuenta, llegábamos al aeropuerto y dejábamos a nuestro Dodge, casi sin despedirnos, cambiándolo por un par de mochilas y dirigiéndonos a la gran ciudad, esta vez transportados por nuestros pies.

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