domingo, 4 de septiembre de 2011

All the small things (Seattle-Missoula)

La frontera con USA esta vez no nos dio problemas y en unos veinte minutos, Dodge volvía a su país de origen. Seattle nos acogió con su famosa "Space Needle" a lo lejos, y al llegar, comimos un sándwich en un parque con vistas al Olympic NP.
Paseamos por las calles de la ciudad hasta la zona de los mercados, donde se encuentran tenderetes con todo tipo de cosas;  más o menos como el Mercado Central de Valencia pero al aire libre.
El aire aquí huele a flores y a pescado fresco y suena a coros de negros cantando, a un piano en medio de la calle y a un abuelo barbudo con gorro tocando la guitarra.

Después de tres horas deambulando por la ciudad y de dejarnos el cuello una vez más viendo la “Space Needle”, volvimos al coche, rumbo al concierto.

Tuvimos que hacer cola durante una hora, para poder entrar al recinto. Dentro había varios puestos (en plan feria), de publicidad, de lucha contra el cáncer, de merchandising o incluso grandes pósters donde te podías tomar una foto con Blink-182 detrás; dando un ambiente bastante americano al concierto (o al menos del tópico de concierto americano que dibujaba nuestras cabezas). Fuimos a coger sitio y alucinamos con lo cerca del escenario que estábamos. Sobre las 18’30 empezó tocando “Rancid”. Nos gustó bastante, pero en la segunda canción, un grupo de punkis se pusieron a bailar empujando a todo aquel que encontraban. Nosotros, que estamos acostumbrados a este tipo de bailes, pensamos que los conciertos de “Obrint Pas” o “La Gossa Sorda” sólo serían un pequeño calentamiento para esto tíos; en un segundo, habían hecho un círculo sólo para ellos y en cuanto podían, metían a más gente; sin embargo, le daban un toque punk al concierto bastante curioso.

En “My Chemical Romance”, la gente, recelosa de su sitio, decidió no moverse aunque hubiese punkis o gente empujando. Lo cierto es que si los punks seguían, poco importaba, porque ya no tenían espacio para coger carrerilla y lanzarse sobre los demás. Estábamos todos apretadísimos.

A las 20’30, por fin llegó el gran momento, el concierto que esperábamos. “Blink-182” salió al escenario y la gente enloqueció. Nosotros los primeros. En un metro cuadrado cabían más de 10 pies. El embotellamiento era espectacular. Saltabas y lo único que se movían era los pies, pues los hombros estaban tan encasquetados que ni se movían. El concierto fue increíble. El grupo dio un buen show, tocó casi todos los mitos y si a esto le unimos  la locura general y la cercanía al escenario, lo hacían aún más impresionante. Uno de los hijos de los de la banda, de menos de 10 años los acompañaba en el escenario, sin camisetas y con una guitarra; muy rockero. Con “All the Small Things” la gente perdió la poca cordura que quedara y los espectadores nos convertimos en una involuntaria marea que transportaba a personas que saltaban sobre los demás para practicar un poco de “crowd surfing”. La estampa era tan americana que sólo faltaba que la gente gritara “USA, USA”, y entonces ocurrió.

El concierto acabó con “Travis” (El batería), encima de una especie de grúa, tocando por encima de nuestras cabezas y unos cañonazos de confeti que llenaron la noche de papeles blancos que se pegaban a los cuerpos bañados en sudor de todos los presentes. Con el final del concierto la gente se desesperaba por conseguir alguna púa, pero el confeti cubría el suelo y era como buscar una aguja en un pajar.
Intentamos adelantar nuestro camino hacia el “Monte Rushmore” y nos pusimos a conducir. Sobre la 1, tras una infructífera búsqueda de moteles, decidimos que, como dice Marea “un reguero de luna sería nuestra casa”; aparcamos el coche, reclinamos los asientos y a dormir.

Al día siguiente prácticamente sólo pisamos el suelo de nuestro coche. Atravesamos campos llenos de pequeños tornados y también los estados de Washington e Idaho, yéndonos al principio de Montana. Sin saberlo todavía, el Este nos había robado una hora al día. Ya era de noche de nuevo, así que comenzó la búsqueda. No empezamos bien, pero el camino nos quiso llevar al “Travelers Inn“. Lo regentaba Mike, un hombre con barba y un tatuaje de los Rolling Stones en el antebrazo, que nos ofrecía cama por un precio asequible. Al principio fue bastante soso, hasta que vio en la tarjeta de crédito que somos españoles. “Madrid?” así empezó la conversación que ha cambiado el final de este viaje “No, Valencia. Alguna vez has estado en España?” Y empezamos a charrar. Había vivido en España, Italia y China. Trabajaba para la tele y por eso había viajado tanto, decía. Nos preguntó por el viaje, y cuando dijimos que mañana íbamos al “Monte Rushmore” se río y nos dijo que no creía que eso fuese posible. Sobre el mapa nos contó que eran unos dos días de viaje de ida. Opinó que Yellowstone y Glacier NP merecían más tiempo. Que desde su punto de vista, era mejor olvidarse de Rushmore, ganar 3 días y gastarlos en los parques nacionales “Si sólo os queda una semana de carretera hacer cada día memorable, pero no quiero convenceros, haced lo que creáis conveniente” (el no querer decir a los demás lo que tienen que hacer es muy americano).

Nos hizo pensar y al llegar a la habitación, a pesar de que el mapa seguía marcándonos el Monte Rushmore, en nuestra mente ya había cambiado el trayecto. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar“.

Es curioso como los pequeños detalles, pueden cambiar tanto los grandes planes. Si ese día hubiésemos descubierto que habíamos perdido una hora de día, habríamos parado antes; si no hubiésemos conocido a Mike, si no se hubiese interesado por el viaje, ahora estaríamos en “Monte Rushmore” (o quizás no, quién sabe). Las coincidencias son las que escriben los viajes.

“Dejarse llevar suena demasiado bien; jugar al azar, nunca saber donde puedes terminar o empezar”-Vetusta Morla


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