miércoles, 14 de septiembre de 2011

The road so far... (San Francisco-Valencia)


Sobrevolando USA nos hemos sentido en cierto modo un poco insignificantes. Sobrevolábamos los lugares que tanto trabajo nos había costado recorrer  y lo que había durado un día de ruta, el avión lo cubría en una hora. Pero el objetivo de este viaje más que la meta, era el camino en sí, la carretera; y cuanto más tiempo pasábamos en una ciudad, una carretera o un estado, más se convertía en parte nuestra. Muchas carreteras han pasado de ser meros números a un puñado de experiencias, y todos los aciertos y errores cometidos durante el viaje, lo han ido dibujando. “Cada error en cada intersección, no es un paso atrás, era un paso más” (Vetusta Morla).


En las 14.025 millas (22.571 km) que hemos recorrido en coche en estos dos meses (distancia equivalente a la mitad de la linea del ecuador), hemos atravesado bosques, desiertos, ríos, llanuras, montañas, acantilados, ciudades, pueblos fantasma, temperaturas de 48 grados Celsius y de 4, autopistas y carreteras que no deben estar ni en el mapa; hemos devorado los mapas de algunos estados, pero también hemos exprimido y saboreado muchos otros. Hemos desafiado al tiempo, ganándole la partida (las 24 horas que dura un día se alargan si viajas hacia el oeste; pues EEUU tiene tres usos horarios). Y ahora, con todo lo vivido, toca cambiar millas por kilómetros, nuestro maletero por nuestras maletas, el coche por nuestra casa.

En la guía que me regaló mi hermano había una dedicatoria: “Por una próxima Route 66”. En su momento era como algo inalcanzable, una ensoñación. Hoy volvemos con el camino recorrido, y la dedicatoria ha pasado de ser una utopía a la introducción de esta aventura. La dedicatoria sigue con una cita que nos encanta:

“Vinieron con lo puesto y se van con lo vivido. Mucho más que una manera de viajar es una manera de entender la vida. El mundo es para los que se dejan llevar por las grandes aventuras.” (Pekín Express 2009)

Ahora toca cerrar capítulo, seguir viviendo y dejar que el tiempo vuelva a abrir las páginas de una nueva aventura.


‘Ya es hora de intercambiar paisajes por palabras, ya es hora de replegar las alas rumbo a casa’ (Vetusta Morla)

martes, 13 de septiembre de 2011

Final destination: SFO (San Francisco)

Nuestro último destino fue el puente perfecto para volver a Europa; San Francisco es una mezcla entre ambos continentes. Esta ciudad no deja de buscar la forma de ser tomada como una ciudad progresista; es un cajón de sastre para las múltiples personalidades y colectivos que habitan en ella; todos únicos y diferentes, como San Francisco.

Nuestro primer día empezó con la búsqueda del hotel que teníamos reservado; llegamos a El Capitán (que es como se llamaba), y un indio nos enseñó el cuarto. Al principio todo parecía bien; quizás un poco destartalado, pero por el precio no estaba nada mal; el caso es que poco a poco fuimos descubriendo las razones de su precio: baño compartido oxidado, una ventana que no cerraba, un barrio no muy recomendable para pasear de noche y un manager veterano de Vietnam con unos humos propios de la guerra. Aquello daba miedo…

Hablamos con Moe, nuestro amigo conserje de Niágara y nos consiguió un hotel en Oakland (en frente de San Francisco, pero bien comunicado) con su descuento de trabajador de hotel, para los próximos días; así que ese día aprovechamos para descansar y preparar los siguientes.

San Francisco nos recibió con viento y humedad (ya nos avisó Goñi y no le hicimos caso).

En el Golden Gate Park estaba organizada una competición de puntería con herraduras cuando lo visitamos. Una decena de parejas, jugaba a lanzar las herraduras para intentar encalarlas en un palo que había a unos 5 metros; sólo faltaba la barbacoa y Tony Soprano para que la escena fuese americana hasta la médula.

El 11 de Septiembre fue difícil no verlo; primero nos encontramos con una mujer musulmana cuyo velo era una bandera estadounidense y luego nos cruzamos con una manifestación que se dirigía hacia el Civic Center (donde está el City Hall); hippies de los 60, un cantante de folk y un negro-loca vestido de payaso (aunque este aprovechaba para pedir por otra causa diferente: una sanidad pública) cantaban consignas como ‘Nipples not napalm’ (pezones sí, no napalm) o ‘Remember September’ (Recordad septiembre).



Se pueden juntar más consignas en una manifestación, pero pocas serian tan curiosas como estas. Lo que nos llamó la atención es que pocas personas parecieron sorprenderse; sólo una sin-techo, que se tapó la boca con las dos manos y abrió los ojos como platos al ver el topless de las hippies que cantaban ‘Breasts not bombs’ (Pechos si, bombas no).

Chinatown se vestía de gala esos días para celebrar el Moon Festival y pasear por su Grant Avenue era como cruzar una frontera sin utilizar ni pasaporte ni vehiculo. No exagero si digo que éramos menos del 3% los que no teníamos ascendentes orientales. Había niñas que tocaban instrumentos asiáticos, puestos de comida en las calles, disfraces de dragón en el suelo, subastas, karaokes, promociones, farolillos colgando de los balcones y un río de gente, que mezclados, creaban un ambiente que sonaba a cantonés y olía a sushi.

Castro, el barrio gay, alfombrado de banderas multicolores, alberga un cine antiguo de esos cuya taquilla es una caseta separada; de los que aún anuncia con letreros la película que se va a ver y de los que corren sus cortinas rojas cuando empieza la función. Todo un placer para unos cinéfagos nostálgicos. Coincidencias de la vida, un día de estos hicieron un pase de Indiana Jones; así que pudimos disfrutar en cinemascope de las aventuras del arqueólogo, sentados en las butacas con nuestra bolsa de palomitas con mantequilla.

El último día visitamos Alcatraz; la isla-cárcel que retuvo a famosos gángsters como Al Capone. La Roca, como era también conocida, tiene una historia curiosa y es que además de servir de prisión de máxima seguridad y haber sido testigo de la conocida fuga de Alcatraz, fue escenario y símbolo de la rebelión india.


Sólo nos faltaba despedirnos de San Francisco y lo hicimos dejándonos maravillar por el inmenso dragón rojo del Golden Gate, que une San Francisco con la lengua de la 101,

y tomándonos un perrito caliente, animando con los americanos a los Giants en un partido de baseball como los de las películas (con sus besos en pantalla, sus celebraciones de varios home rounds y la música animando el show). Un buen final.



Ahora, nos preparamos para embarcar.

Tornem a casa!

lunes, 12 de septiembre de 2011

The Loneliest Road (Yellowstone NP - San Francisco)

La última etapa amanecimos antes que el sol. Teníamos ante nosotros 1100 millas de interminables carreteras nacionales (1770 km) y un día y medio para recorrerlas y llegar a la meta, San Francisco. Nos quitamos las legañas con los ojos todavía cerrados y tras unos sorbos de bebida energética nos pusimos en camino.



Atravesamos Yellowstone y el paisaje, esta vez, era diferente. Una densa niebla lo cubría todo y apenas dejaba pasar al perezoso sol matutino. Los animales todavía dormían y nuestro Dodge cabalgaba atravesando los prados del NP. Cuando estábamos a punto de salir de Yellowstone, un bisonte al lado de la carretera, se dignó a acompañarnos unos cuantos pies para despedirnos.
Wyoming y Montana quedaron atrás en seguida. Idaho, lleno de pueblecitos, nos quiso retener más tiempo.


En la ciudad de Twin Falls disfrutamos de forma fugaz, por falta de tiempo, del cañón y el puente que lo cruzaban; el cañón en sí y las vistas que ofrecía eran espectaculares pero el puente no se quería quedar corto y para llamarnos la atención, dejó que un par de aventureros se tiraran al vacío con sus parapentes.




Desde el mirador veíamos la caída libre de los hombrecillos y como un disparo, sonaba el parapente al abrirse, resistiendo la caída. Por un momento se balanceaban sin control en el aire, luego se paseaban plácidamente cual pájaros, hasta aterrizar lejos de nuestra panorámica.



Nos pusimos de nuevo en camino y el último estado que habitaríamos antes de California, nos saludó como a viejos amigos. Nevada, de nuevo, nos acogía con sus nacionales desérticas. Pasamos todo el día en el Dodge, conscientes de que a la mañana siguiente no lo tendríamos, disfrutando cada milla de desierto hasta bien entrada la tarde.







Los rayos anaranjados cubrieron el coche y lo tunearon dándole fuego, los altavoces escupían rock, el desierto murmuraba en su silencio y el cielo se cambiaba de traje. Tras bajar al sur todo cuanto teníamos que bajar, nos dirigimos por última vez al oeste siguiendo la última nacional: La US-50 (también llamada “The Loneliest Road”).






Llegamos a tiempo de ver nuestro último atardecer en la carretera y lo disfrutamos como el primero. Lo bueno que tiene el Oeste es que regala los mejores atardeceres y en primera fila.
Poco después de pisar la US-50, las montañas cogieron al sol y aceleraron su retirada, aunque el cielo guardó su naranja durante un buen tiempo.
No nos costó muchos intentos encontrar motel, aunque sí unas cuantas millas. El desierto se hace de rogar cuando lo que se busca es una ciudad. El último motel que pisamos, ofreció un reconfortante aunque corto sueño, ya que todavía nos quedaban unas 300 millas hasta San Francisco.

Atravesando el poco desierto que quedaba llegamos al lago Tahoe, fronterizo con los estados de Nevada y California. Nos internamos en una zona de montañas y bosques que chocaba con el paisaje de una hora atrás. Las decenas de curvas nos llevaron a la I-80 y las nacionales nos dijeron adiós.

Llegamos a San Francisco justo a tiempo, recibidos por la inconfundible niebla que adorna el Golden Gate; nos peleamos en la jungla de la ciudad por conseguir el carril que queríamos y sin darnos cuenta, llegábamos al aeropuerto y dejábamos a nuestro Dodge, casi sin despedirnos, cambiándolo por un par de mochilas y dirigiéndonos a la gran ciudad, esta vez transportados por nuestros pies.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Born to be wild (Glacier NP-Yellowstone NP)

Todavía resonaba en nuestras cabezas el consejo de Mike (el manager del Traveler‘s Inn) cuando salimos hacia el Glacier National Park (“Si sólo os quedan dos semanas, haced que sean memorables).
Cogimos la carretera que nos indicó para rodear el lago Flathead por el este, pasando por un pueblo llamado Pablo. Tras una sesión fotográfica en los carteles, entramos en el parque.
En el Glacier NP hicimos una excursión hacia el Avalanche Lake, un lago con unas vistas de película, acompañadas por la presencia de unos ciervos que no tenían ningún reparo en compartir espacio.

Los paisajes aquí eran como los de la época en que los dragones acechaban a las princesas y los ladrones eran los príncipes de los bosques; árboles habitados por el musgo verde casi fosforescente rodean y alfombran los caminos, escondiendo a los osos que viven aquí guarecidos.

En la entrada del parque nos dieron un folleto, alertando sobre el peligro de acercarse a pie a uno de estos animales. Tuvimos suerte, pues cruzando la carretera que lleva hasta el final del parque (la “Drive-to-the-sun Road”, que ofrece unas vistas increíbles vadeando las montañas que lo rodean) nos topamos con una cría de oso que iba paseando por el arcén, como un peatón más.

Al día siguiente, Yellowstone nos recibió con la escena de un grupo de ciervos bañándose en el río, ajenos a las miradas y las cámaras de un montón de espectadores que nos agrupábamos en silencio a su alrededor, asistiendo con una sonrisa en la cara a tan ordinario ritual para los ciervos.

No hay palabras que puedan describir la belleza de lo extraordinario en este parque (y las imágenes se quedan cortas). Yellowstone debe su peculiaridad a estar asentado sobre un volcán, lo que permite que aquí se encuentren más de la mitad de los géiseres que existen en la Tierra.


Lo más destacado del parque se puede dividir en varias zonas, accesibles por una carretera en forma de ocho que une:

-Mammoth Hot Springs, son unas terrazas de manantiales geotermales. Sus formas de piscinas de travertino  tienen diferentes colores, igual que todos los manantiales y géiseres de aquí; esto es debido a las bacterias termófilas, que viven en el agua a temperaturas altísimas y colorean el paisaje según lo caliente que esté cada zona. Es curioso las formas de recipientes desbordados que hacen estas terrazas y el abundante amarillo hace honor al nombre del parque.

-Norris es una cuenca donde se aglomeran varios géiseres. Probablemente esta sea la zona donde llama más la atención la variedad geológica, pues se accede desde arriba, con lo que uno puede, tal cual entra, ver la cantidad de pequeños lagos térmicos esparcidos como charcos de agua (en algunos casos hirviendo), junto con géiseres en erupción, fumarolas y ‘saborear’ el característico olor a petardo de ‘bomba de humo’ que desprenden.

-Old Faithfull es la zona más famosa; llamada así por alojar al geiser del mismo nombre, que puntual como un reloj, entra en erupción cada hora y media (por aquello de hacerse rogar) ante un gran número de visitantes que se sientan a esperar para ver este maravilloso suceso geológico.


Es impresionante verlo, pero nos marcó mucho más mojarnos con el agua que salía del Beehive Geyser (que entra en erupción de forma impredecible; el rango de posibilidades abarca entre las 10 horas y los 5 días) por lo cerca que estábamos, por la potencia con que salía el chorro de agua y por lo excepcional del momento.

Era como si alguien hubiese encendido una manguera de bombero y la hubiese puesto en dirección hacia el cielo, para que el agua lograse escapar de las insufribles temperaturas del interior de la tierra y pudiese celebrarlo esparciéndose libre en el aire como gotas, calando a los asistentes.

En esta zona del parque se encuentra uno de los géiseres más chulos por su abanico de colores vivos: el Morning Glory Pool.

Sus verdes, amarillos, anaranjados y azules; junto con las originales formas de su cráter; la placidez y el ‘silencio’ del agua y el hecho de que esta esté al mismo nivel que la tierra, hacen creer a uno que se encuentra ante un enorme mineral de los que están pulidos para resaltar su belleza. Parece irreal poder asomarse al colorido abismo que lleva al interior de la Tierra. Es increíble. Una pena que esté perdiendo color por culpa de los objetos que lanzaron ilegalmente dentro de su cavidad, obstruyendo así el agujero que comunica con su principio.

-Por último, está la zona del Canyon (por donde pasa el río Yellowstone creando las cascadas Upper y Lower Falls) donde la tierra se confunde con los tonos de un cuadro. Es impresionante encontrar tantos colores acompañando el curso del río y es difícil echar alguno en falta, pues prácticamente están todos los que uno pudiese imaginar en un paisaje pintado a pastel.

Pero a pesar de haber cuatro grandes zonas, los paisajes del parque en general son para quitar el aliento; y cruzar las carreteras para encontrar vida salvaje es todo un placer. El bisonte es uno de los animales más fáciles de ver; es casi mágico ver con qué parsimonia cruzan la carretera, mientras los coches, cediéndoles el paso, escuchan, en silencio, sus pezuñas al pisar el asfalto rítmicamente, al mismo tiempo que balancean sus cabezas de un lado a otro con marcha de procesión, como posando para la foto de sus ocasionales vecinos.

Uno de los momentos más chulos (si es que se puede elegir uno) fue el ultimo día, cuando subimos al camping por el Hayden Valley; nos encontramos con una manada de bisontes pastando tan tranquilamente al lado de la carretera. Unos se tumbaban para llenarse de arena, otros mugían y se acercaban a la carretera lentamente para cortar el trafico, una cría mamaba de su madre… Toda una escena inolvidable. Vida salvaje en estado puro, ajena a los coches que paraban y que rememora los tiempos en que los indios americanos gobernaban estas tierras. Una pasada...


domingo, 4 de septiembre de 2011

All the small things (Seattle-Missoula)

La frontera con USA esta vez no nos dio problemas y en unos veinte minutos, Dodge volvía a su país de origen. Seattle nos acogió con su famosa "Space Needle" a lo lejos, y al llegar, comimos un sándwich en un parque con vistas al Olympic NP.
Paseamos por las calles de la ciudad hasta la zona de los mercados, donde se encuentran tenderetes con todo tipo de cosas;  más o menos como el Mercado Central de Valencia pero al aire libre.
El aire aquí huele a flores y a pescado fresco y suena a coros de negros cantando, a un piano en medio de la calle y a un abuelo barbudo con gorro tocando la guitarra.

Después de tres horas deambulando por la ciudad y de dejarnos el cuello una vez más viendo la “Space Needle”, volvimos al coche, rumbo al concierto.

Tuvimos que hacer cola durante una hora, para poder entrar al recinto. Dentro había varios puestos (en plan feria), de publicidad, de lucha contra el cáncer, de merchandising o incluso grandes pósters donde te podías tomar una foto con Blink-182 detrás; dando un ambiente bastante americano al concierto (o al menos del tópico de concierto americano que dibujaba nuestras cabezas). Fuimos a coger sitio y alucinamos con lo cerca del escenario que estábamos. Sobre las 18’30 empezó tocando “Rancid”. Nos gustó bastante, pero en la segunda canción, un grupo de punkis se pusieron a bailar empujando a todo aquel que encontraban. Nosotros, que estamos acostumbrados a este tipo de bailes, pensamos que los conciertos de “Obrint Pas” o “La Gossa Sorda” sólo serían un pequeño calentamiento para esto tíos; en un segundo, habían hecho un círculo sólo para ellos y en cuanto podían, metían a más gente; sin embargo, le daban un toque punk al concierto bastante curioso.

En “My Chemical Romance”, la gente, recelosa de su sitio, decidió no moverse aunque hubiese punkis o gente empujando. Lo cierto es que si los punks seguían, poco importaba, porque ya no tenían espacio para coger carrerilla y lanzarse sobre los demás. Estábamos todos apretadísimos.

A las 20’30, por fin llegó el gran momento, el concierto que esperábamos. “Blink-182” salió al escenario y la gente enloqueció. Nosotros los primeros. En un metro cuadrado cabían más de 10 pies. El embotellamiento era espectacular. Saltabas y lo único que se movían era los pies, pues los hombros estaban tan encasquetados que ni se movían. El concierto fue increíble. El grupo dio un buen show, tocó casi todos los mitos y si a esto le unimos  la locura general y la cercanía al escenario, lo hacían aún más impresionante. Uno de los hijos de los de la banda, de menos de 10 años los acompañaba en el escenario, sin camisetas y con una guitarra; muy rockero. Con “All the Small Things” la gente perdió la poca cordura que quedara y los espectadores nos convertimos en una involuntaria marea que transportaba a personas que saltaban sobre los demás para practicar un poco de “crowd surfing”. La estampa era tan americana que sólo faltaba que la gente gritara “USA, USA”, y entonces ocurrió.

El concierto acabó con “Travis” (El batería), encima de una especie de grúa, tocando por encima de nuestras cabezas y unos cañonazos de confeti que llenaron la noche de papeles blancos que se pegaban a los cuerpos bañados en sudor de todos los presentes. Con el final del concierto la gente se desesperaba por conseguir alguna púa, pero el confeti cubría el suelo y era como buscar una aguja en un pajar.
Intentamos adelantar nuestro camino hacia el “Monte Rushmore” y nos pusimos a conducir. Sobre la 1, tras una infructífera búsqueda de moteles, decidimos que, como dice Marea “un reguero de luna sería nuestra casa”; aparcamos el coche, reclinamos los asientos y a dormir.

Al día siguiente prácticamente sólo pisamos el suelo de nuestro coche. Atravesamos campos llenos de pequeños tornados y también los estados de Washington e Idaho, yéndonos al principio de Montana. Sin saberlo todavía, el Este nos había robado una hora al día. Ya era de noche de nuevo, así que comenzó la búsqueda. No empezamos bien, pero el camino nos quiso llevar al “Travelers Inn“. Lo regentaba Mike, un hombre con barba y un tatuaje de los Rolling Stones en el antebrazo, que nos ofrecía cama por un precio asequible. Al principio fue bastante soso, hasta que vio en la tarjeta de crédito que somos españoles. “Madrid?” así empezó la conversación que ha cambiado el final de este viaje “No, Valencia. Alguna vez has estado en España?” Y empezamos a charrar. Había vivido en España, Italia y China. Trabajaba para la tele y por eso había viajado tanto, decía. Nos preguntó por el viaje, y cuando dijimos que mañana íbamos al “Monte Rushmore” se río y nos dijo que no creía que eso fuese posible. Sobre el mapa nos contó que eran unos dos días de viaje de ida. Opinó que Yellowstone y Glacier NP merecían más tiempo. Que desde su punto de vista, era mejor olvidarse de Rushmore, ganar 3 días y gastarlos en los parques nacionales “Si sólo os queda una semana de carretera hacer cada día memorable, pero no quiero convenceros, haced lo que creáis conveniente” (el no querer decir a los demás lo que tienen que hacer es muy americano).

Nos hizo pensar y al llegar a la habitación, a pesar de que el mapa seguía marcándonos el Monte Rushmore, en nuestra mente ya había cambiado el trayecto. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar“.

Es curioso como los pequeños detalles, pueden cambiar tanto los grandes planes. Si ese día hubiésemos descubierto que habíamos perdido una hora de día, habríamos parado antes; si no hubiésemos conocido a Mike, si no se hubiese interesado por el viaje, ahora estaríamos en “Monte Rushmore” (o quizás no, quién sabe). Las coincidencias son las que escriben los viajes.

“Dejarse llevar suena demasiado bien; jugar al azar, nunca saber donde puedes terminar o empezar”-Vetusta Morla


sábado, 3 de septiembre de 2011

¿Dónde está Justin? (Portland-Vancouver)

La 101, a la altura del Olympic Park fue igual de espectacular, (aunque diferente) que a la altura de Big Sur, en California. Nos costó todo el día recorrer la península. Para ahorrarnos unas cuantas millas, abandonamos la 101 y cogimos un ferry  hacia la isla de Whidbey.

Llegamos al atardecer y los paisajes no podían ser más bonitos. La luz anaranjada del sol sobre la hierba amarilla y el conocimiento de estar cruzando una isla le daban un toque místico a la estampa. Cruzando el puente que une la isla con la “tierra firme”, no pudimos menos que sorprendernos, dejar descansar el Dodge por unos momentos y disfrutar de la puesta de sol en este paisaje de piratas.

Cruzar la frontera rumbo a Canadá no fue sencillo y tuvimos que comernos dos horas de espera. Tras un día de carretera que empezó a las 7 de la mañana, llegamos a Vancouver a medianoche, pero no nos acostamos hasta las 4, ya que hacia un año que no veíamos a nuestro amigo “Jamingo” (de los Martínez Mingo de toda la vida).

Vancouver es una ciudad, a caballo entre América y Europa; no tiene nada especial que ver y a la vez todo merece la pena; está llena de zonas verdes y tiene la montaña al lado. El mar “rodea” la ciudad, dándole un toque bastante especial. Las casas son bajitas y a pesar de que el centro tiene edificios altos, muchos de ellos son residenciales, por lo que lo hace más cercano a Europa.

El primer día, recuperados del empacho de millas y horas de coche, fuimos a pasear por el bosque, cerca de un lago en el que rodaron un episodio de Expediente X. El lago debía ser un poco tétrico de noche. Uno de esos lagos, abiertos, con aguas tan tranquilas y fantasmagóricas que parecen infestadas por temibles monstruos. A pesar de su apariencia había varias familias disfrutando en sus orillas del buen tiempo y de una buena (algunas más que otras, supongo) barbacoa.

Adentrándose en el bosque, un cartel anunciaba la existencia de osos por la zona y aconsejaba hacer ruido al caminar, para que nuestra presencia los asustase. Aguantando la respiración en cada curva, preparados por si hacia falta correr, atravesamos una zona invadida por el musgo verde; una pasada de bosque. El único lugar del bosque que visitamos, que no había sido colonizado por el musgo, era una especie de pantano, que al no tener árboles no podía ser conquistado por el verde. Esta vez sí, de día y de noche, este pantano era de película de miedo, y ver un muerto flotando o saliendo del agua, en parte, no nos habría sorprendido. Era un lugar tétrico, y unos ladridos lejanos, lo reforzaban.

Por la noche, festejamos volver a ver a Jamingo, con él y con un grupete de internacionales amigos suyos (de Japón, Francia y Brasil), en un karaoke estilo japonés; es decir, tú pagas por horas y a cambio tienes una habitación para ti y tus amigos donde cantar las canciones que te apetezcan, si el catálogo lo permite y dentro del tiempo acordado.
De vuelta a casa, alucinamos con ver a dos mofetas en medio de la ciudad. No esperábamos ver algo tan surrealista ni en Canadá.


Al día siguiente, una vez descansamos de la noche anterior y del cansancio acumulado, fuimos a un cine al aire libre. Cada martes, en verano, proyectan una película gratis en el Stanley Park. La película de esta semana era “Stand by me”, un peliculón de los 80 (curiosamente del año en que nacimos), que cuenta la aventura de unos niños de un pequeño pueblo de Oregón, que deciden ir en busca del cadáver de un chaval desaparecido. Nosotros ya la habíamos visto, pero no nos importó verla de nuevo, y la verdad es que mereció la pena. La gente estaba esparcida por grupos alrededor del pantallón que había en el parque. Cada grupo con su manta en el suelo estilo picnic; unos más preparados que otros (con colchón hinchable más de uno). La gente reía, aplaudía y animaba, como en los viejos cines. Incluso en un momento de la película, de forma totalmente espontánea, la gente decidió unirse a la banda sonora de la película cantando un trozo de la canción “Lollipop”.

Para rematar el viaje, el último día alquilamos unas bicis para poder recorrer la ciudad y sus zonas verdes y fue una pasada. Vimos los “antiguos” (Tienen cien anos de antigüedad) tótems de los primeros indios de la zona; fuimos al lugar que ardió con la llama olímpica de los juegos de invierno. Disfrutamos de los aeroplanos aterrizando y despegando del agua, y nos llamó la atención ver gasolineras flotantes. Los paisajes de costa y bosque nos dejaron sin aliento y las rampas de la ciudad nos acabaron de quitar lo poco que nos quedaba.
A pesar de que buscamos, no vimos ningún rodaje (En esta, se llevan a cabo los rodajes de muchas series, como Fringe o Supernatural), ni tampoco a Justin Bieber. Hubiera sida bastante gracioso...
El Jueves de buena mañana, salimos hacia Seattle, despidiéndonos de Jamingo (que se ha portado genial con nosotros) y volviendo a la carretera con la esperanza de no pasar mucho rato en la frontera y de poder disfrutar de un buen concierto de Blink-182.



domingo, 28 de agosto de 2011

Hacia rutas salvajes (Los Angeles-Portland)


Despertamos en Los Angeles con nuestro nuevo pura sangre negro esperándonos aparcado. Teníamos un día para visitar la ciudad, así que nos ceñimos a ver Santa Mónica, Beverly Hills y como no, Hollywood.
Paseamos por Santa Mónica, buscamos infructuosamente famosos que fueran de compras por la zona de Rodeo Drive (la calle donde están todas las grandes marcas) y llegamos a la ciudad-Meca del cine.
Aquí llegaron y siguen llegando, actores y actrices con ganas de encontrar la fama y el reconocimiento en la industria del celuloide; y aquí venimos nosotros, en busca de ese halo de cine que se respira en esta ciudad de Los Angeles; pero la verdad que después de tantas expectativas puestas, nos decepciona un poco y nos damos cuenta de que, a no ser que se visiten los estudios, lo que tiene este lugar es el eco de su nombre.

La avenida principal, Hollywood Boulevard es la que alberga las famosas baldosas que cubren este paseo con nombres de estrellas de la música, el cine, la radio y la televisión. El Hollywood Museum, a pesar de ser interesante para unos cinéfagos como nosotros, se limita a ser una colección de vestuario y objetos originales utilizados en series y películas clásicas o míticas.

En el Kodak Theatre, donde se celebra la gala de los Oscar, hay un mirador al famoso signo de la colina, pero la señal está muy lejos y nos quedamos con las ganas de hacernos una foto en condiciones; al lado, está el Chinese Theatre, donde se encuentran las conocidas baldosas con las huellas en el cemento de manos y pies de diferentes celebridades.

Todo esto, hace que Hollywood tenga algo curioso, y es que aquí el turista en vez de pasear mirando hacia arriba como en Nueva York, mira hacia abajo todo el rato, buscando la estrella o las pisadas de su actor o actriz favorita.

Para salir de Los Angeles cogimos la Mulholland Drive (una carretera que une Hollywood con Malibú) siguiendo los pasos de la película de David Lynch, y nos encontramos con unas vistas increíbles de L.A.
Al ser de noche, llamaban la atención los aviones, que parecían pequeñas luciérnagas en busca de un lugar donde posarse, consiguiendo que mereciese la pena la parada.

Y empezamos con el laaargo viaje en el que aún seguimos; de Los Angeles a Vancouver, subiendo por las costas de California, Oregón y Washington.

El primer día llegamos hasta San Francisco (un poco más allá). Hicimos varias paradas, porque la costa californiana es increíble; especialmente la carretera por la que condujimos, llamada Pacific Coast Highway o Highway 1.
Esta carretera serpentea acercándose y alejándose del océano, jugando por encima de los acantilados con los coches que la recorren.

La parada más chula fue la del “Julia Pfeiffer Burns State Park”, una catarata que muere directamente en el mar, cansada de tanto viaje. Los paisajes parecen sacados de Jurassic Park o de una de esas islas desiertas en la que uno desearía naufragar.

El caso es que desgraciadamente nos pilló la niebla y no pudimos aprovechar las vistas de las últimas horas del día; aunque en cierto modo, le daba un aire fantasmagórico al paisaje que tenia su gracia…
Ya de noche, con la misma niebla, entramos en San Francisco; atravesando el Golden Gate por la 101 y escuchando la canción de Revolver que toma el nombre de esta ciudad.

Hoy hemos hecho el tramo más largo por el momento; casi 600 millas en un día. Dejamos atrás California y hemos entrado en Oregón por la Highway 5; pues es más rápida y el tramo de la 101 por este estado no es tan chulo como el anterior.

El único desvío ha sido para disfrutar del lago que se ha creado en un cráter, formado por una antigua erupción volcánica, que ahora es Parque Nacional. Es como si este trozo de la Tierra hubiese decidido hacerse una piscinita; con su isla incluida para los que se cansen de nadar. Otra pasada más de la naturaleza americana…

La oscuridad ha ido absorbiendo poco a poco la luz como cada tarde y el agujero negro diario del ocaso nos ha robado las vistas; así que hemos buscado un lugar para descansar, que mañana volvemos a la costa por la 101 y promete ser igual de impresionante que el tramo californiano.