lunes, 5 de agosto de 2024

Lazos místicos contra el terror y los seísmos: destellos del oeste de Taiwan (Changhua-Lukang-Puli-Sun Moon Lake-Jiji)

Estamos en la oficina de alquiler de coches; la explicación de las condiciones, las dudas y las respuestas (a lo que han interpretado que era la pregunta) se llevan a cabo mediante un traductor que va pasando de mano en mano. Reservado, el dependiente habla al móvil en voz baja, formando un cuenco con la mano, y espera que aparezca el texto traducido en pantalla. Una barrera de vergüenza impide agilizar la recepción de algunos mensajes con gestos. Durante dos días haremos ruta a cuatro ruedas hacia Chiayi, al suroeste. Casi una hora después de comunicación en diferido, el coche arranca. 

La primera parada se ve frustrada, pues confiábamos demasiado en el modo offline del Maps.me que nos había salvado en anteriores viajes. Error. Cuando el GPS, ebrio, no hacía más que reorientar y redirigir sin ton ni son, decidimos guiarnos por las señales de la carretera que apuntaban a Changhua, la pretendida segunda parada. 

Con miedo de no saber dónde podríamos aparcar para evitar el riesgo de multa, dejamos el coche en un parking antes de visitar el Nanyao temple. El sol pega fuerte y la humedad da consistencia al calor que respiramos y a la capa que se pega sobre nuestra piel. 

Tras una parada rápida para comer, vamos en busca del Nantian temple, que intuimos que es el que Google marca como "Kaihua". Previamente ya nos había pasado que los lugares aparecían con distintos apodos (porque la romanización difiere ortográficamente según el mapa elegido, o porque le nacen sobrenombres) por lo que asumimos este cambio de nombre como dentro de la norma... De camino, paramos en el Confucius temple, atraídos por su entrada circular. Descansamos momentáneamente bajo los aleros del tejado mientras Lara campaba a sus anchas con su ventilador portátil. 

Llegados al Kaihua temple, nos extrañamos de no ver los animatronics publicitados en la Lonely. Efectivamente, no era el que buscábamos... Preguntamos a una mujer, que nos recomienda no ir, por el contenido gore de los mismos; pero tras unos minutos dibujando parsimoniosamente un mapa, no muy detallado, pide ayuda a una chica más joven, que nos explica en inglés cómo llegar. De camino, rumbo al templo, aparece un coche que baja las ventanillas y nos ofrece acercarnos. Son la misma joven del Kaihua y su madre. El instinto materno de Violeta, erizado, veía en la escena a la Tamara Seisdedos y a su madre versión serial killer taiwanesas. Sonaba música de Tarantino en su cabeza, imaginando el movimiento defensivo que nos salvaría de una muerte violenta asegurada. Sus sospechas se redoblaron cuando el coche se metió en contradirección acompañado de una risa nerviosa de la Margarita Seisdedos que se afanaba por cambiar de carril. Contra todo pronóstico, llegamos sanos y salvos ante las puertas del templo, que cobija un pasaje del terror kitsch (los "18 Levels of Horror") diseñado para amedrentar al pueblo con los horrores que les esperarían en el inframundo si no seguían el camino correcto.

Los tres ancianos que se encargaban de la venta de entradas, dispersados en diferentes puntos de la estancia desolada, producían una sensación más creepy, aún si cabe, con sus sonrisas sospechosas y sobre estiradas cuando las miradas se encontraban, ensordeciendo la soledad del templo, y contribuyendo a la ambientación enrarecida previa al jump scare

Dentro, Lara disfrutaba con las marionetas electrónicas, que aderezadas de gritos, luces verdes y rojas, torturaban sin piedad a los malaventurados pecadores mientras ella reía nerviosa: 'Uhhh, ¡qué susto!"

A la salida, el sol siguió acompañando, inclemente,  la subida al monte Baguashan, donde un Buda gigante de veintipico metros descansaba plácidamente con las piernas cruzadas sobre una flor de loto, enmarcado por palmeras y con sus manos reposando contemplativas en posición Dhyana Mudra.

Lejos ya de Changhua, el atardecer nos pilló en una trampa para turistas. La web y la Lonely prometían vistas impactantes de un templo de cristal dedicado a Matsu que, con las luces encendidas tras el ocaso, resplandecía en su originalidad. La realidad fue más prosaica: las luces embellecían el templo, sí, pero, ofrecían más un aspecto hortera, que un aire sutil.

Al día siguiente, en Puli, nos acercamos hasta el BaoHu Temple Dimu. Esta vez, la sorpresa fue positiva. Hileras de farolillos amarillos conectaban la puerta de entrada con el segundo nivel, sobre el que se levantaba el primer templo. La lluvia comenzó a repicar sobre las tejas verdes. Las nubes descansaban desgajadas sobre las montañas cercanas. La escena comenzó a cubrirse de mística conforme subíamos niveles y se abría ante nosotros la vista de los tejados mojados que jugaban con el verde, azul y rojo sobre el paisaje montañoso al tiempo que una tenue niebla nos abrazaba. 

Mientras trataba de fotografiar los reflejos que un incensario dejaba sobre los charcos, la magia redobló su magnetismo frente al objetivo cuando apareció un traje amarillo danzando marcialmente, mezclando círculos, cambios de pasos que titubeaban si avanzar o retroceder, dejándose fluir a la improvisación; una mano escribía caracteres en el aire, como dictada por un poder divino que susurrara, mesiánico. Las mejores fotos son sin duda las que no se hacen; por suerte queda la palabra, que es menos intrusiva y más discreta. La estampa era de lo más cinematográfica: una Montserrat Baró imbuida de un aura zen en un traje amarillo Kill Bill. La mujer se movía rodeada de trajes blancos que la veneraban con la mirada y recibían extasiados la lluvia y su mensaje. Cuando acabó, un discípulo más sobreactuado tomó su turno. Era hora de volver.

El nubarrón fue retrocediendo conforme nos acercamos a Sun Moon Lake, que nos recibió, soleado y resplandeciente, ofreciendo unas inmejorables vistas del lago desde el Longfeng temple. Este templo está dedicado a Yue Lao, la versión china tercera edad de Cupido. Este dios del amor une a las parejas con un lazo que amarrará para siempre su destino y permitirá que acaben encontrándose.

Siguiendo el recorrido por el lago, subimos los 365 escalones del Wenwu temple y terminamos tratando de subir los que llevaban a la cima de la Ci'en Pagoda, pero para cuando llegamos a los pies de esta última, tras 700 metros de ascenso de embarrado camino, un cartel informaba que permanecería cerrada hasta la mañana siguiente.

Nuestra última parada del día fue en Jiji, donde queríamos comprobar los estragos que el terremoto del 21 de septiembre de 1999 había hecho en el templo Wuchang. La escasez de luz solo permitía ver cómo el movimiento de tierra había succionado la base, sin completar la tarea de tragar la parte central del edificio, dejando tras su paso un templo de naipes a medio caer, que aún hoy resiste, inclinado.

Condujimos ya a oscuras hasta Chiayi, donde devolveríamos el coche a la mañana siguiente. Los puestos de las binlang girls se sucedían tratando de atraer clientes de la carretera con sus escaparates a lo Red Light District. Las luces de neón figuran un lazo más efímero y vano que los utilizados por Yue Lao, pero atrapa de igual manera a algunos conductores cansados, con su adicción a la nuez de betel, mascada como estimulante.

Por suerte para nosotros, el mayor remedio al volante para mantenernos despiertos eran las ganas de jugar de Lara, su negativa al sueño, y sus gritos de animadora cuando cruzábamos un túnel (¡túnel!, ¡túnel!, ¡túnel!, ¡túnel!).

(28 a 29 julio)

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