jueves, 15 de agosto de 2024

Rescatar del olvido (Kaohsiung)

Era el primer día de visita en Kaohsiung y caía sábado, día de mercadillo en Neiwei. Nos encontramos ante una nave llena de sábanas extendidas con trastos de todo tipo, mezclados entre sí sin aparente lógica en pasillos convertidos en trasteros. Cualquier objeto es susceptible de mostrarse orgulloso en el Neiwei Flea Market: discos de vinilo almacenados en cajas polvorientas comparten cama con tallas de madera, fotografías rescatadas del polvo, y montones de ropa; monedas y sellos festejan con cintas de vídeo y cuadros, entre figuritas de porcelana y muñecas con cabeza de dinosaurio creadas por la mente perversa de Sid, el malo de Toy Story; una cabeza de ciervo disecada, máquinas de escribir, plantas, instrumentos musicales, y artículos religiosos celebran la diversidad; televisores, utensilios de cocina, ventiladores, transistores, señales de tráfico, gramófonos, planchas, lámparas de gas, botellas de cristal de Coca Cola... Un hiperbólico asíndeton visual; el sueño lascivo, o un infierno de indecisión para alguien aquejado por el síndrome de Diógenes; la personificación del amontonamiento y la aglomeración.

Cambiamos de barrio y nos acercamos hasta la Guomao Community, donde fue reubicada la antigua comunidad de residencias militares que alojaba a las Fuerzas Armadas de la República de China y a sus familiares tras el Gran Retiro de 1949; cuando, tras la derrota de los nacionalistas del Kuomintang contra los comunistas de Mao Zedong, unos dos millones de personas se exiliaron en la isla de Formosa.

La limpia geometría hemisférica de dos de los edificios que se enfrentan consigue que desde su centro se genere visualmente, en plano contrapicado, un tragaluz circular con dos brazos que se extienden, tal vez, emulando el sol de la bandera nacional.

Comimos por la zona, en un restaurante que no paraba de recibir locales que aparcaban su moto, se aprovisionaban de comida casera para llevar, en marcial fila india, y volvían a subir a su vehículo, en una escena de hormiguero ajetreado.

Las altas temperaturas empezaron a notarse sin piedad en el Lotus Pond. Primero nos recibió la estatua gigante del Zuoying Yuandi, sentado y descalzo, con rostro apacible mientras aplastaba una serpiente y una tortuga, a la espera de que cruzásemos un paseo, custodiado por pequeñas estatuas, que se adentra en su templo, lago adentro.

La diosa Guanyin también recibía el calor a orillas del lago, sin inmutarse, cabalgando, pálida, un dragón que conecta los pabellones de otoño y primavera. Cruzamos de un pabellón al otro dejándonos engullir por la serpiente de las nubes. Tras visitar el templo de tres pisos Chi Ming Tang, cansados y sudorosos, decidimos volver a descansar al hotel.

Con energías repuestas, la noche nos recibió engalanada con un mar de farolillos en el templo Sanfeng. Entramos en el patio interior, buceando bajo el rojo manto ardiente sobre nuestras cabezas. Luego, desde el segundo piso, nuestra vista surfeó las elegantes ondas de papel encendido que tintaban la noche de un candente anaranjado de peces koi que ascendían de las ascuas en busca de oxígeno. Fuera, a las puertas, un espectáculo de marionetas (budaixi) atraía la atención de Lara, con sus colores fluorescentes de luz ultravioleta, que embelesada, prefería disfrutar de una función en versión original sin subtítulos.

En un país donde la chispa se enciende al atardecer, no hay mejor plan que alimentarse como los autóctonos en alguno de los más de cien puestos de comida callejera que ofrece el Liuhe Night Market. Recorriéndolo en busca del bocado más apetecible, descubrimos máquinas de recreativos, perros paseados en carritos de bebé, puestos de batidos y bubble tea, incluso un periquito con pañal al hombro de su cuidadora, en una versión pirata tierna, terrenal y actualizada.

La noche se cerró en la estación de metro Formosa Boulevard, donde admiramos el trabajo artístico del Dome of Light: un cuadro creado con miles de piezas individuales de cristal, en el que destacan dos árboles de luz (rojo y azul) de los que florece una explosión de colores representando escenas de origen y destrucción. Los frutos fantásticos de estos pilares centrales, de los que manan los cuatro elementos, sirven de broche de oro al día que, entonando las notas de copas musicales, se acaba abrazando lo onírico.

Al día siguiente, nos encontramos a unos cuantos kilómetros al noreste, frente al monasterio budista más grande de Taiwán, en el conjunto de templos de Fo Guang Shan. Aquí se encuentra la sede de la orden fundada por Hsing Yun, que promueve el budismo mahāyāna de corte humanista que trata de modernizar la práctica.

En el Great Path to Buddhahood, cuatro pagodas de ocho pisos a cada lado preparan el camino hasta un colosal Buda sedente que obliga a achinar los ojos en el día soleado. En el salón principal, a resguardo del calor, guiados por los monjes, monjas y laicos voluntarios, ofrecimos unas velas en señal de respeto, frente a los diferentes Budas que emanaban calma, invitando al silencio y al retiro.

Parece que el bochorno del día dio sus frutos, pues mientras visitábamos el Great Buddha Land, empezó a llover. Un ejército clon dorado de Budas de menor escala se agolpaban en hileras, vigilantes, a los pies de una réplica gigante que se mantenía en pie mientras el agua regaba la colina.

De vuelta a Kaohsiung, cenamos en el Ruifeng Night Market, donde Lara no podía evitar más que verbalizar continuamente "el pesto" que hacía el famoso stinky tofu.

El tercer día a mediodía saldríamos en tren hacia Taitung, así que únicamente podíamos aprovechar la mañana. El Kaohsiung Music Centre, con su apariencia de esqueleto de coral observaba nuestro paseo por el puerto, camino del Pier 2 Art Center.

Cuando la isla exportaba a mansalva productos made in Taiwan, Kaohsiung fue el puerto de contenedores más grande del país pero, con el tiempo, la bonanza decayó conforme la oferta la iba monopolizando China. Un grupo de artistas rescató los almacenes y les dieron una nueva vida. Actualmente, la zona es una sala de exposiciones al aire libre, boutiques, cafés y galerías de arte; murales y esculturas han revalorizado el área convirtiéndola en una de las mayores atracciones turísticas de la ciudad. 

Nos despedimos de la zona oeste, a los pies de la Torre Tuntex Sky 85; el rascacielos más alto de la ciudad. El diseño quiso emular el carácter chino gāo (高), que significa "alto" y que, siendo la sílaba inicial del nombre de la ciudad, fue un día emblema de la misma. Hoy, el edificio permanece cerrado y dormido, esperando, quizás, una idea que le rescate para poder volver a alzarse de las ascuas y resurgir de nuevo.

(3 a 5 agosto)

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