sábado, 10 de agosto de 2024

Luciérnagas en la ciudad (Chiayi-Tainan)

Devuelto el coche, el plan de ir a Alishan Forest Recreation Area se frustra en el visitor center. Tras el paso de Gaemi, ni el bus ni el tren consiguen acercarse hasta allí, así que reponemos fuerzas con un brunch energético y salimos a torear la solana para recorrer Chiayi. La ciudad fue en su día la puerta de entrada a la reserva, de la que nos contentaremos con un acercamiento artístico y otro histórico.

A través de la parte creativa, el Song of the Forest, una cúpula en forma de nido hecho con vías de tren recicladas que se entretejen como ramas, ofrece un tastet, imitando la temperatura y la luz que se filtran a través de la celosía de árboles, cuando uno se encuentra en el interior del bosque, a resguardo del sol.

Por la parte histórica, a principios del siglo XX, durante la ocupación japonesa, comenzó la construcción del ferrocarril (el Alishan Forest Railway) para poder exportar madera de la potencia ocupada al país nipón. Hinoki Village fue un área de alojamientos para los trabajadores de la industria maderera. Ahora, el tatuaje histórico en forma de casas de estilo japonés hechas con madera oscura de ciprés taiwanés, se ha reconvertido en una zona comercial, cultural y de restauración. Un mango shaved ice nos revitalizó antes de ir a descansar al hotel, a tiempo de evitar el chaparrón que comenzó a caer sin previo aviso.

Por la tarde-noche, paseamos por los soportales de la ciudad, que durante el día tiene algo de Habana vieja asiática (con las scooters invadiendo cualquier hueco que sirva de aparcamiento), en un espacio avejentado, que a primera vista puede confundirse por sucio y dejado.

Por el día, la ciudad no tiene un atractivo especial; la magia comienza cuando el sonsonete de caja musical del camión de la basura marca la hora en que los sensatos se recogen. Cual luciérnagas, intermitentemente, los farolillos se mecen, oxigenando la ciudad, con sus luces tenues, rojas y amarillas sobre el cielo que se apaga. La ciudad despierta, añil; con las sombras de los callejones, y con los puestos humeantes de comida callejera. 

Hagamos un salto temporal de 24 horas y espacial de 70 kilómetros al sur. De esta manera, ya estaremos instalados en el hotel de Tainan y volveremos a ser testigos de cómo la ciudad se despereza con el ocaso. Salgamos a dar un paseo por Shennong Street. Parece una simple calle decorada con farolillos y tiendas alternativas, pero conforme oscurece, poco a poco, se ilumina de colores suaves, van apareciendo los fotógrafos, y un músico adecúa la escena para convertirla con sus acordes de guitarra en un paseo romántico.

La mañana siguiente, el sol vuelve, desluciendo el entorno. La ciudad parece dormida; así que destacaremos únicamente la visita al Anping Tree House, un antiguo almacén de la Tait & Co; hoy, la nave es un amasijo de raíces aéreas de baniano que pisan tierra abrazando y asfixiando los muros de una casa que ya es accesoria del Ficus que un día la escoltó.

Junichirô Tanizaki argumentaba en "El elogio de la sombra" que Occidente relaciona la belleza con lo puro, lo blanco, lo luminoso; mientras que la cultura japonesa encuentra lo bello en la penumbra, en las sombras que resaltan cada pliegue y recoveco, dotando de profundidad y realidad a los objetos. Quizás sea un legado de la influencia colonial de Japón; o quizás Tanizaki asumió como japonés algo que era más universal; lo cierto es que, cuando en Taiwan las luces naturales dan paso a las artificiales, la ciudad desprende un halo diferente que huele a incienso.

Un mismo templo, que hacía unos minutos no ofrecía nada diferente, fue extendiendo sus alas conforme la tarde caía, en un despliegue evocador de farolillos amarillos que nos atrajo a su interior. Sonaba la madera de los moon blocks cayendo al suelo, respondiendo a las preguntas de los creyentes sobre su futuro; los devotos agachaban la cabeza como reproduciendo los movimientos a 1.5x, de pie y con las manos juntas. 

El hechizo nocturno podía comprobarse también en su vecino, el Matsu Temple, que nos recibió vestido de gala, reluciente, habiéndose desprendido ya de la capa tosca que le confería el día.

Acabamos la noche dejándonos perder por el Snail Alley, buscando la autenticidad en el refugio de la tenue opacidad de sus callejones.

El último día en Tainan, hipnotizados por el embrujo de las sombras, empezamos a encontrarlas, ahora reformuladas: desde el siglo XVII, en los juegos sobrios y geométricos del Confucius Temple, donde una pareja posaba para la sesión de fotos de su boda, con trajes tradicionales y un abanico enorme con el que ocultaban diferentes partes del cuerpo, en miradas sugerentes y de flirteo.

Los últimos destellos de oscuridad emergen solemnes, vagando del inframundo, en el Dongyue Temple, donde los familiares se acercan a contactar con sus muertos, construyendo un canal de comunicación a través de los médiums. En una sala contigua, una mujer daba vueltas sosteniendo una bandeja, mirando al infinito, al compás de los cantos de un vidente. La oscuridad de las sombras buscaba cernirse sobre el día, amparada en la penumbra del templo, para empezar una nueva jornada en la ciudad que despierta de noche.

(30 julio a 2 agosto)

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